Publicado por San Alfonso María de Ligorio, y traducido por un sacerdote del Oratorio de San Felipe Neri de la ciudad de Barcelona, donde fue publicado en la imprenta de Antonio Brusi en 1843.
PRÓLOGO DEL TRADUCTOR.
Devoto lector, no pretendo en este librito persuadirte que creas la existencia de Jesucristo en el Santísimo Sacramento, porque esto sería hacer una injuria a tu fe: tampoco juzgó ser preciso decirte que este Señor está sobre nuestros Altares, como en un Trono de amor y misericordia, para distribuirnos infinitas gracias; porque muchos son los libros piadosos que esto te enseñan. Solamente te ruego que hagas una seria reflexión, y que veas si tu gratitud y correspondencia hacia este admirable Misterio son proporcionadas a tu fe; y si hallares que es tibio tu amor, y floja tu devoción a tan divino Sacramento, te ruego te resuelvas a emplear todos los días uno, o a lo menos medio cuarto de hora en la presencia del Señor Sacramentado, y cuando no pudieres ir a visitarle en las Iglesias donde está, bastará que en tu propia casa, puesto de rodillas, vuelto hacia el Templo que esté mas cerca, desde allí le adores y visites. Debes hacer siempre estas visitas por tres fines: el primero para adorarle con toda reverencia y amor, dándole gracias por el inexplicable beneficio de haber instituido aquel divino Sacramento, y haberse quedado en este mundo por el excesivo amor que tiene a sus criaturas: el segundo para desagraviarle de los ultrajes y sacrílegos desacatos con que ha sido y es tratado en aquel divino Sacramento de los mismos hombres: y el tercero para pedirle humildemente perdón de tus pecados, la gracia de tu conversión, la perseverancia en su amor, y la salvación eterna.
Verdad es que Dios oye en todas partes las oraciones de los Fieles; mas también es cierto que Jesucristo en el Santísimo Sacramento distribuye con unas abundancia sus gracias a quien le visita. ¡Qué reforma de costumbres habría, y cuántas almas se librarían de la eterna condenación, si fuese mayor el número de los Católicos que empleasen todos los días un poquito de tiempo en la presencia del Santísimo Sacramento para los fines que arriba dije! Ciertamente, que entre todas las devociones esta de adorar a Jesús Sacramentado es la más agradable a Dios, y la más útil para nosotros. ¡Qué maravillosos favores alcanzaron muchos Santos en el ejercicio de esta devoción! ¡Cuántos pecadores se han convertido por medio de estas Visitas! ¿Y quién sabe si también tú, puesto en la presencia de Jesús Sacramentado, tomarás algún día la firme resolución de entregarte todo a Él? Ruégote, pues, que principies esta utilísima devoción, y si la continuas, verás los preciosos frutos que de ella cogerás.
Para que te sea mas fácil este ejercicio, te propongo en este librito las siguientes Visitas para todos los días del mes. No soy yo el autor de esta obra; porque aunque deseo templar mis débiles fuerzas en el culto del Santísimo Sacramento, con todo mi flojo espíritu no podía producir pensamientos tan devotos, ni expresiones tan penetrantes y fervorosas. Un Obispo de mucha autoridad por su conocida virtud, y por la particular devoción que tenia al Santísimo Sacramento, fue quien la compuso en italiano: yo no he tenido más que el trabajo de traducirla. Dios sabe que los únicos motivos que me obligaron a esto fueron su gloria y tu utilidad. Quiera su bondad que esta devoción produzca en nuestro país los efectos que produjo en la ciudad de Nápoles donde tuvo tanta aceptación esta obrita, que aun viviendo el Autor que la escribió, se reimprimió catorce veces.
Al fin de cada una de las Visitas del Santísimo Sacramento, hallarás una oración para visitar también a María Santísima, devoción que agrada mucho a esta Señora, y que ella ha remunerado, concediendo admirables favores a los que la han practicado. Te ruego que en las Visitas al Santísimo Sacramento pidas al Señor me perdone mis pecados, y tenga misericordia de mi pobre alma; que yo prometo rogar en el Santo Sacrificio de la Misa, por todos aquellos que me hicieren esta caridad.
DE LA COMUNIÓN ESPIRITUAL.
Como al fin de cada una de las siguientes Visitas al Santísimo Sacramento, se persuade la Comunión espiritual, es justo explicar aquí en qué consiste, y el grande fruto que alcanza quien practica tan loable ejercicio. La Comunión espiritual, según enseña Santo Tomás, consiste en un deseo ardiente de recibir a Jesús Sacramentado, y en un abrazo amoroso, como si ya lo hubiésemos recibido.
Cuán agradables sean a Dios estas Comuniones espirituales, y cuántas gracias por este medio comunique a las almas fervorosas, el mismo Salvador lo dio a entender a aquella Sierva suya Sor Paula Maresca, fundadora del Monasterio de Santa Catalina de Siena en Nápoles, cuando la hizo ver, como se refiere en su vida, dos vasos preciosos, uno de oro, y otro de plata, y la dijo que en el de oro conservaba sus Comuniones Sacramentales, y en el de plata sus Comuniones espirituales. Este ejercicio se halla acreditado no solo por la autoridad de los Doctores Místicos que lo alaban e inculcan encarecidamente a los Fieles; sino también por el uso de las almas devotas que lo practican; siendo esta devoción tan útil, es al mismo tiempo la más fácil. Por eso decía la Beata Juana de la Cruz, que la Comunión espiritual se puede hacer sin que ninguno nos vea, sin ser preciso estar en ayunas, y que se puede hacer en cualquier hora; porque no consiste más que en un acto de amor: basta decir de todo corazón: «Jesús mío, creo que Vos estáis en el Santísimo Sacramento: os amo sobre todas las cosas, y deseo recibiros ahora dentro de mi alma, y ya que no os puedo recibir sacramentalmente, venid a lo menos espiritualmente a mi corazón; y como si ya os hubiese recibido, os abrazo y me uno todo a Vos. ¡Ah Señor!, no permitáis que jamás me aparte de Vos»; o más breve: «Creo, mi Jesús, que estáis en el Santísimo Sacramento: os amo, y deseo mucho recibiros: venid a mi corazón: yo os abrazo: no os ausentéis de mí».
ACTO QUE SE DEBE HACER AL PRINCIPIO DE TODAS LAS VISITAS AL SANTÍSIMO SACRAMENTO.
Señor mío Jesucristo, que por el amor que tenéis a los hombres, estáis de noche у de día en ese Sacramento,
todo lleno de piedad y de amor, esperando, llamando, y recibiendo a
todos los que vienen a visitaros: yo creo que estáis presente en el Sacramento del Altar: os
adoro desde el abismo de mi nada, y os doy gracias por todas las
mercedes que me habeis hecho, y especialmente por haberme dado en este
Sacramento vuestro Cuerpo, vuestra Sangre, vuestra Alma, y vuestra
divinidad, por haberme concedido por mi Abogada a vuestra Santísima
Madre la Virgen María, y por haberme ahora llamado a visitaros en este
lugar santo: yo adoro a vuestro amantisimo Corazón, y deseo ahora
adorarlo por tres fines: el primero en agradecimiento de esta tan
grande dádiva: el segundo para desagraviaros
de todas las injurias que habéis recibido de vuestros enemigos en ese
Sacramento: y el tercero porque deseo en esta visita adoraros en todos
los lugares de la tierra donde estáis sacramentado con menos culto y
más desprecio. ¡Jesús mío! Os amo con todo mi corazón: pésame de haber
tantas veces ofendido en el pasado a vuestra infinita bondad: propongo
ayudado de vuestra gracia, enmendarme en lo venidero, y ahora, así
miserable como soy, me consagro todo a Vos, y os entrego y resigno en
vuestras manos mi voluntad, mis afectos, mis deseos, y todo cuanto soy y
puedo. De hoy en adelante, haced Señor, de mí todo lo que os agrade: lo que yo quiero y lo
que os pido es vuestro santo amor, la perfecta obediencia a vuestra
santísima voluntad, y la perseverancia final: os recomiendo las almas del
Purgatorio, especialmente las más devotas del Santísimo Sacramento y de
María Santísima, y os ruego también por todos los pecadores. En fin, mi amado Salvador, deseo unir todos mis afectos у deseos con los de vuestro amorosísimo Corazón, y
así unidos, los ofrezco a vuestro eterno Padre, y le pido por vuestro
nombre, que por vuestro amor los acepte y despache.
VISITA PRIMERA
He aquí, alma devota, la
fuente de todo el bien, Jesús en el Sacramento, el cual dice: quien
tiene sed venga a mí. ¡Oh!, cuán abundantes gracias han sacado los santos
de esta fuente del Santisimo Sacramento, donde el amoroso Jesus
liberalmente concede todos los merecimientos de su Pasión, como predijo
el Profeta: Iréis con gusto a buscar agua con las fuentes del Salvador (Isaías, cap. 12.) La Condesa de Feria, aquella grande discípula del V. M. Ávila, que siendo religiosa de Santa Clara, se llamó Esposa del
Sacramento, por el mucho tiempo que pasaba en su presencia,
preguntándola, qué hacía en tantas horas como allí se detenía,
respondió: De buena gana estaría yo allí por toda la eternidad. ¿Acaso no está allí la Esencia de Dios, que será por toda la eternidad el alimento, y la gloria de los Bienaventurados? ¡Ah!, ¿y qué haremos, preguntais algunas veces, en la presencia de Dios Sacramentado? Amarle, alabarle, agradecerle, y pedirle. ¿Qué hace un pobre en la presencia de un rico? ¿Qué hace un enfermo delante del médico? ¿Qué hace un sediento en vista de una fuente cristalina?
¡Oh Jesús mío amabilísimo,
vida, esperanza, tesoro, y único amor de mi alma! Oh, ¡cuánto os costó el
quedaros con nosotros en ese divino Sacramento! Cuando Vos le
instituisteis, conocíais ya las ingratitudes, las injurias, los desacatos con
que os habían de tratar los hombres; pero vuestra ardiente caridad para
con nosotros fue todavía mayor que nuestra maldad y miseria: sí, todo
lo venció aquel grande amor que nos tenéis, y el excesivo deseo de ser
amado de nosotros.
Venid pues, Señor, venid, entrad dentro de mi
corazón, y cerrad la puerta para siempre, para que no entre en él
criatura alguna a tomar parte en el amor que todo quiero emplear solo
en Vos. ¡Ah, mi amado Redentor! hablad a mi corazón, que ya vuestro
siervo escucha: mandad Señor, que quiero fielmente obedeceros : y si
alguna vez no os obedezco perfectamente, castigadme, a fin de que quede
advertido y resuelto a agradaros como Vos queréis: haced que yo no
desee otra cosa, ni busque otro contento que el de serviros, de
visitaros muchas veces sobre los sagrados
Altares, y de recibiros en la sagrada Comunión. Quien quisiere, procure
en hora buena otros bienes, que yo no amo ni deseo otra cosa que el
tesoro de vuestro amor: esto es lo que siempre he de pedir delante de
los santos Altares. Haced que me olvide de mí, para que no me acuerde
sino de vuestra infinita bondad. Serafines bienaventurados, yo no os
tengo envidia por el sublime ser de que gozáis; pero sí por el amor que
tenéis a mi Dios. Enseñadme lo que he de hacer para servirle y amarle.
Luego de hecha la Comunión Espiritual, se hará la visita a María Santísima, delante de alguna imagen suya.
VISITA PRIMERA A MARÍA SANTÍSIMA.
¡Oh Inmaculada, oh
enteramente pura Virgen María, Madre de Dios! Vos sois superior a todos
los Santos; sois la esperanza de los pecadores, después de vuestro
Hijo Jesucristo; y la alegría de los justos. Por vuestra mediación somos
reconciliados con Dios. ¡Oh gran Princesa!, cubridnos con las alas de
vuestra misericordia, tened piedad de nosotros; y pues nos hemos entregado a vuestro servicio y consagrado a vuestro obsequio,
admitidnos en el número de vuestros siervos; y no permitais que Lucifer
nos arrastre al infierno. ¡Oh Virgen inmaculada!, nosotros nos acogemos a
la sombra de vuestra protección; y por eso con una filial confianza os
rogamos, detengáis con vuestras súplicas la ira de vuestro Hijo
provocado de nuestros pecados, para que no nos desampare y abandone al
poder del demonio nuestro enemigo.
SÚPLICA QUE SE DEBE HACER TODOS LOS DÍAS A MARÍA SANTÍSIMA AL FIN DE LA VISITA.
Inmaculada Virgen y Madre mía, María Santísima: a
Vos que sois la Madre de mi Salvador, la Reina del mundo, la Abogada, la
esperanza y el refugio de los pecadores, recurro en este dia yo, que
soy el más miserable de todos. ¡Os venero, oh gran Reina!, y humildemente
os agradezco todas las gracias y mercedes que hasta ahora me habéis
hecho, especialmente la de haberme librado del infierno, tantas veces
merecido por mis pecados: os amo, Señora amabilísima,
y por el amor que os tengo, propongo siempre serviros, y hacer todo lo
posible, para que de todos seais servida. En Vos, ¡oh Madre de
misericordia!, después de mi Señor Jesucristo, pongo todas mis esperanzas; admitidme por vuestro siervo, y defendedme con vuestra protección; y
ya que sois tan poderosa para con Dios, libradme de todas las
tentaciones y alcanzadme gracia para vencerlas hasta la muerte. Os pido
un verdadero amor para con mi Señor Jesucristo: y por Vos espero
alcanzar una buena muerte. Oh Señora y Madre mía, por el grande amor que
tenéis a
Dios os ruego que siempre me ayudeis; pero mucho más en el último
momento de mi vida: no me desamparéis hasta verme salvo en el Cielo,
alabándoos y cantando vuestras misericordias por toda la eternidad.
Amén.
¿Cómo hacer entonces en las iglesias conciliares? Es lícito orar ante el Santísimo de estas iglesias?
ResponderEliminarNo hay Santísimo Sacramento, sino pan vacío, porque adulteraron la forma (las palabras consacratorias) en la Misa. Por eso, es mejor no ir allí a hacer esta o cualquier otra devoción al Santísimo Sacramento.
EliminarNoticias de la falsa Iglesia en Francia:
ResponderEliminarhttps://gloria.tv/post/796c6d1FDmHN2ZZhibkmx8Vsy