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jueves, 3 de noviembre de 2022

CÓMO INGLATERRA SE VOLVIÓ ANGLICANA

Artículo publicado por la revista ROMA, N.º 19 (Mayo-Junio de 1971). Rescatado de CATÓLICOS ALERTA - PRIMERA ÉPOCA.
    
  
El 23 de mayo de 1553 un tribunal eclesiástico, presidido por Thomas Cranmer, Arzobispo de Canterbury, declaró nulo el matrimonio del rey Enrique VIII con Catalina de Aragón. En sus dieciocho años de casados habían tenido seis hijos. El Papa Clemente VII se negó a anular esta unión y, por tal motivo, Enrique VIII recurrió a los buenos oficios del episcopado inglés. Tenía prisa porque su amante Ana Bolena esperaba un hijo (la futura reina Isabel nacería el 7 de septiembre). Clemente VII dejó pasar un año antes de excomulgar a Enrique VIII, así le daba tiempo de separarse de Ana Bolena; el rey se proclamó jefe de la Iglesia de Inglaterra arrastrando a su país al cisma.
    
Inmediatamente después de la ruptura con Roma, la elite de la Reforma acudió a Londres. El ataque se dirigió, de inmediato, al punto esencial: la Misa. La experiencia de Lutero en Alemania había demostrado que la supresión brutal de la Misa «escandaliza a las almas débiles». Los luteranos comenzaron por pedir al jefe de la Iglesia de Inglaterra que suprimiera las Misas privadas. No fue sin razón que León X proclamara “Defensor de la Fe” a Enrique, poco tiempo antes de que rechazara las tesis de Lutero.
     
Enrique VIII era católico en el fondo. Para él, no había diferencia entre misas públicas y privadas, entre misas “cum” o “sine” pópulo. La Misa es la Misa. Respondió a los emisarios de Lutero que, de abolirse las misas privadas también tendrían que ser abolidas las públicas. La continuación de esta carta de agosto de 1538, demuestra que había comprendido perfectamente hasta dónde querían llegar los luteranos. «La Misa –escribe– es un verdadero sacrificio y negarlo es negar la realidad del Cuerpo y Sangre de Jesucristo en la Eucaristía». Enrique habla como un Doctor de la Iglesia.
    
Pero nadie se separa impunemente de Roma en el siglo de la Reforma. Enrique debe batirse en cinco puntos a la vez. Desde noviembre de 1537 a noviembre de 1538, se niega sucesivamente, a abolir la confesión personal en favor de la confesión comunitaria. Se niega a autorizar la Comunión bajo las dos especies (aunque ésta no se opone en nada a la fe, pero Juan Huss y Lutero pretendían que era necesaria para la salvación. Enrique VIII recuerda que Nuestro Señor está íntegramente en cada partícula de la Hostia). Se niega a abolir el culto de los Santos. (Se limita a permitir la supresión del oficio de Santo Tomás Becket, obispo que había resistido al rey de Inglaterra). Se niega a abolir el celibato eclesiástico. Por un edicto del 19 de noviembre de 1537, se ordena a los obispos que procesen a «los sacerdotes que se han atrevido a casarse contra el uso de nuestra Iglesia de Inglaterra y nuestra voluntad». Cranmer, Arzobispo de Canterbury, casado secretamente con la sobrina de Andreas Osiander, teólogo luterano alemán, debe esconder a su mujer en una caja que lleva en sus traslados. Los concubinarios son privados de sus beneficios y encarcelados.
    
Osiander hace intervenir al propio Melanchton desde Alemania. Este envía a Londres un grupo de teólogos, encargados de demostrar al rey de Inglaterra que «el celibato es contrario a la Sagrada Escritura y a las costumbres de la primitiva Iglesia» y que «además, obliga a los sacerdotes a recurrir a mujeres públicas». Enrique ni siquiera los recibe y les contesta por su secretario: «El celibato no es contrario ni a la Sagrada Escritura ni a las costumbres de la primitiva Iglesia. Por el contrario, el matrimonio de los clérigos está prohibido por decretos de varios Concilios. El Rey se apoya, a este respecto, en el testimonio de los Padres de los que ha extraído citas copiadas de su puño y letra» (Carta de agosto de 1538).
    
Enrique VIII murió el 18 de enero de 1547 recomendando educaran a su hijo en la religión católica.
    
Inglaterra cismática pero no hereje, tendría que haber vuelto naturalmente al seno de la Iglesia Romana. Sus reyes se enemistaron con el Papa. Enrique VIII no fue la excepción. Por tanto, ocurrirá lo contrario: la Inglaterra cismática caerá en la herejía. Hemos dicho el porqué: nadie se separa impunemente de Roma en el siglo de la Reforma.
     
El nuevo jefe de la Iglesia de Inglaterra es un niño de diez años, es Eduardo VI, nacido del matrimonio de Enrique con Juana Seymour. Este niño no será responsable de lo que va a ocurrir. Edward Seymour, su tío materno, conde de Hereford y duque de Somerset, se apoderará del trono fraudulentamente a despecho del testamento de Enrique VIII. Seymour, nacido en 1505, fue com batiente distinguido de las campañas contra Francia y Escocia. Asoló, en varias oportunidades a Escocia, y fortificó poderosamente Boulogne, Guines y Calais.
    
Holbein nos ha dejado un retrato muy singular de Lord Seymour. Este hombre de armas que se enriqueció fabulosamente con el despojo de conventos, es un bello tema de estudio para los fisiognómicos. La mitad derecha del rostro aparece velada de melancolía, hundida en la barba. En la mitad izquierda el ojo negro y escrutador entronca a su dueño con los hombres terribles de ese terrible siglo XVI. El duque de Somerset implantará la Reforma con implacable mansedumbre.
   
Sus primeras medidas fueron liberales. Otorgó la libertad de discusión en el Parlamento, suprimió la “Ley sobre la traición” que mandó al patíbulo a Juan Fisher y a Tomás Moro. Abolió la picota y las torturas, medida única en los anales de su siglo y del siguiente, que su sucesor se apresurará a restablecer.
     
El verdugo de Escocia es un hombre cortés y apacible, tolerante y bondadoso. Jamás vengará una injuria personal, y cuando obligatoriamente mande un obispo a la cárcel, le enviará su médico. Al poner su cabeza en el cepo, el 22 de enero de 1552, dirá: «Tengo algo que decir sobre la religión. La he favorecido siempre para gloria de Dios mientras estuve en el poder. No me arrepiento de nada. Al contrario, me alegro de lo que hice. Señor Jesús, sálvame». Estas fueron sus últimas palabras. ¿Desde cuando adhirió a la Reforma? Es imposible fijar la fecha, ya que la prudencia era de rigor bajo Enrique VIII que enviaba a los católicos al patíbulo y a la hoguera a los herejes. Sin embargo, en 1540 al casarse Enrique con Ana de Cleves, los protestante abrigaban grandes esperanzas en esta unión, y Lord Seymour escribió al Rey que «no había experimentado alegría tan grande desde el nacimiento del príncipe Eduardo». Se sospechó, en 1545, que Lady Seymour escondía a los reformados. Finalmente, cuando en enero de 1547 se adueñó del poder, los protestantes se alegraron muchísimo. Uno de ellos, Richard Hills, escribe: «El duque de Somerset está bien dispuesto hacia la piadosa doctrina, abomina las locas invenciones de los papistas, no ha sido nunca muy favorable a los sacerdotes, y es gran enemigo del Obispo de Roma».
  
“Quietness”: tranquilidad. Esta palabra se repite como leitmotiv en las Ordenanzas del Protector relativas a la religión. Inglaterra católica va a deslizarse en la herejía pero sin agitación, sin estruendo, sin perturbaciones, tan suave y tranquilamente que ni siquiera lo advertirá.
    
El 6 de febrero de 1548 se publica la primera Ordenanza tocante a asuntos religiosos, se dice que nada deberá cambiar. «Nadie, cualquiera que sea su rango y dignidad, tiene derecho de cambiar algo de los ritos aprobados por el rey Enrique». Se pone en guardia a los fieles contra «aquellos que innoven, alteren o rechacen por su propia autoridad ciertos ritos o ceremonias de la Iglesia y que inventen otros de su fantasía». Así se tranquiliza a los que se habían inquietado a la muerte de Enrique VIII.
    
Un mes más tarde, el 8 de marzo de 1548, aparece la segunda Ordenanza. Se autoriza el uso del inglés en las oraciones de la Misa para lograr una mejor participación del pueblo (la mejor participación del pueblo fue invocada por Lutero al traducir al alemán las oraciones de la Misa). Esta Ordenanza regula al mismo tiempo algunos detalles accesorios: se autoriza la supresión de los ramos, del agua y del pan benditos, de los cortinados violeta de la Semana Santa. Además, se recomienda a los curas párrocos que todos los domingos lean en inglés un capítulo del Antiguo Testamento. Cinco días más tarde, el 13 de marzo, se promulga otra nueva Ordenanza, no sobre la religión, sino relativa al orden público. Se previene a quienes están deseosos de reformas demasiado rápidas que podrían alterar la tranquilidad (quietness) pública. Se recuerda que están prohibidos los cambios e innovaciones y que, también está prohibido blasfemar la Eucaristía. Se prohíben también las procesiones aun en las iglesias y cementerios, «para evitar las querellas por precedencias y las disputas». En cambio, se autoriza la Comunión bajo las dos especies «para quienes desean recibirla». Se invita, además, a los párrocos y vicarios a conseguir, antes de Pascua (1 de abril de 1548) un folleto titulado “Order of Communion” con oraciones de la Comunión en inglés. Dos meses más tarde, el 12 de mayo de 1548, en la Abadía de Westmínster se canta una Misa sin Ofertorio; totalmente en inglés. Al salir de esta ceremonia, los obispos presentes se pusieron de acuerdo. Pero, al día siguiente se los tranquiliza: un Edicto del Consejo Privado, del 13 de mayo de 1548, recuerda que «están prohibidos todos los cambios e innovaciones».
   
Aparte de los “cambios e innovaciones”, nada está prohibido, todo está autorizado. El 3 de septiembre se impone la Nueva Misa sin Ofertorio a los colegios y universidades. Nadie protestó porque los rectores y profesores de colegios y universidades, adictos esta novedad, fueron prevenidos con anticipación. Por otra parte, la Misa en inglés agradaba a los fieles.
    
Días después, nueva Ordenanza relativa a la tranquilidad y orden público. Los párrocos son autorizados a reemplazar las imágenes y estatuas que llevan a los ignorantes a la superstición. «Para evitar en el pueblo contiendas y disputas ocasionadas por la distinción de lo que es o no un abuso». «Esta distinción es difícil de hacer, pero los curas aprovecharon la ocasión para despojar a sus iglesias de los tesoros artísticos». El resultado no se hizo esperar; se lucha en todos los sitios donde los fieles quieren conservar las imágenes de la Virgen y de los Santos. La Ordenanza de febrero de 1549, prescribe, en vista de la tranquilidad pública, que «se supriman todas las imágenes y las estatuas de las iglesias en favor del respeto debido a los lugares del culto». Mientras tanto, una ley sobre el celibato eclesiástico se demoraba en el Parlamento desde noviembre de 1547. Se mantenía firmemente la ley del celibato eclesiástico. El “bill” sometido a discusión en la Cámara de los Comunes pedía solamente «que los laicos y casados pudieran ser sacerdotes». Al cabo de trece meses de debate se votó finalmente la ley en esta Cámara y pasó, el 24 de diciembre de 1548, a la Cámara de los Lores, pero esta última postergó la discusión para más tarde. Recién se votaría en 1549, pero a disgusto «como desaprobando lo que autorizaba». «Sería mejor, por el buen nombre y estima de los sacerdotes y demás ministros del culto, que vivan en castidad y separados de la compañía de mujeres, libres de vínculos matrimoniales para que así puedan consagrarse mejor al ministerio del Evangelio. Es de desear que se consagren con castidad perpetua».
     
Los obispos que examinaron el “Order of Communion”, cuyo texto debían conseguir los sacerdotes para Pascua, no encontraron en él ninguna herejía. Era una cartilla de diez páginas con las oraciones de la Comunión en inglés. Algunos lamentaron, sin embargo, que se sustituyera a la nitidez de las fórmulas latinas ambigüedades vernaculares de este género: «Nuestro Salvador para darnos su Cuerpo y su Sangre espiritualmente…». Este vocablo “espiritualmente” ponía en tela de juicio la fe de los autores del “Order” en la Presencia real. La cartilla, al referirse a la Comunión bajo las dos especies, hablaba de «administrar el pan» y «administrar el vino», fórmula extraña y de sentido protestante, al parecer. Miles Coverdale envió un ejemplar del “Order” a Lutero señalando: «son éstos los primeros frutos de la verdadera piedad». En la cartilla se declaraba, además, que el Confíteor rezado en voz alta por el sacerdote con toda la Asamblea, podía reemplazar la confesión personal siempre en vigor. Los autores del folleto hacían un llamamiento a la caridad común entre cristianos: «Los que se contenten con la confesión general no se ofenderán si los otros practican la confesión auricular y secreta. Y, quienes crean necesario para tranquilizar su conciencia, la confesión de sus pecados al Sacerdote, no deben escandalizarse de las personas que se limiten a una humilde confesión ante Dios y la confesión general ante la Iglesia». Esto parece insinuar que el Sacramento de la Penitencia es inútil, hace coexistir la verdad y el error, admite en la misma Iglesia la práctica católica y el rito protestante. El Concilio de Trento condenará esta coexistencia en las sesiones del 11 de octubre al 25 de noviembre de 1551. Los obispos no se equivocaron a este respecto. Los llamados “enriquistas” porque admitieron la separación de Roma, pero conservaban la doctrina católica en todo lo demás, vieron en el “Order of Communion” una tentativa de cambiar la misa en comida, el Sacrificio en “Cena”, «altering or turning the Mass into a Communion», decían.
     
Sin embargo, había “enriquistas” entre los obispos que se ha bían reunido con Cranmer para redactar el “Order of Communion”. Siete obispos y seis teólogos se reunieron con este fin, bajo su presidencia, en el castillo de Windsor. La Ordenanza del 13 de marzo de 1548 prescribiendo a los sacerdotes que con siguieran la cartilla para Pascua, manifiesta que ha sido redac tada por prelados: «conocidos por su ciencia, piedad y prudencia, que conferenciaron y deliberaron largamente». Privado de la autoridad de Roma, el jefe de los “enriquistas” Gardiner, obispo de Winchester, fundamenta su resistencia en un argumento jurídico. «El Rey, dice Gardiner, es PERSONALMENTE el jefe de la Iglesia. Su autoridad espiritual no puede ejercerse durante la minoridad, de tal modo que no podrá hacer ningún cambio hasta que tenga edad de dar su aprobación».
    
Una ley de Enrique VIII, publicada en 1536, otorgaba a Eduardo VI el derecho de anular todo cuanto se hubiera hecho durante su minoridad. Los “enriquistas” se apoyaron en esta ley, y Carlos V estimó que era una posición jurídica defendible. En las instrucciones que el Emperador dio el 2 de septiembre de 1549 a van der Delft, su embajador en Londres, le decía: «Trataréis de persuadirlos lo mejor que podáis que hagan volver las cosas de la religión a su sitio, si no del todo como en nuestra antigua religión, por lo menos, al estado en que la dejó el finado Rey, para evitar la acusación de haber hecho cambios durante la minoridad del Rey actual». Ya para entonces el Parlamento había votado la Nueva Misa, y el Protector Somerset respondería a van der Delft que no estaba en su poder retrotraer una ley promul gada por el Parlamento: «Me demandáis una cosa peligrosa para el Reino». No obstante, en esta ley de 1536 intentará apoyarse la infortunada princesa María (la futura Reina María Tudor, hija de Enrique VIII y Catalina de Aragón) cuando se le quiera imponer la Nueva Misa. El Rey de Francia Enrique II hará valer esta ley para negarse a firmar un tratado con Inglaterra (en realidad, Enrique no piensa sino en retomar Calais que reconquistará efectivamente en 1558. La pérdida de Calais asestará un golpe fatal a la Contra-Reforma en Inglaterra, obra de María Tudor. Tenemos que creer que esta tentativa de restauración católica llegaba demasiado tarde: menos de diez años habían bastado para borrar la fe católica en el espíritu del clero y del pueblo inglés).
   
En 1548, el estado de Inglaterra tanto en lo exterior como en lo interior ya no era brillante. Los obispos “enriquistas” sus cribieron el “Order of Communion” para mantener la paz y la unión en torno al pequeño Rey. Puesto que tampoco el “Order” contenía ninguna herejía.
   
Pero en la práctica: ¿de qué valen los argumentos jurídicos en tiempos de revolución? Para Somerset y Cranmer, el “order” no es más que un comienzo. Inmediatamente después de su aparición en marzo de 1548, Cranmer envía un cuestionario a veintisiete obispos. ¿Qué pensaban de la Misa? ¿Qué entendían por Misa, según la institución de Jesucristo? ¿Es un sacrificio o una comunión? ¿Hay que suprimir la Misa ofrecida por vivos y muertos, y ésta es distinta de la Comunión? Sobre veintisiete obispos respondieron diecisiete. Los “enriquistas” dieron respuestas católicas, los demás adoptaron decididamente la doctrina de Lutero. «No se puede, respondieron especialmente Ridley de Rochester y Holbeach de Lincoln, hablar de “oblación” y “sacrificio” de Jesucristo en la Misa. Estas son palabras impropias, puesto que la Misa es sólo una recordación, una representación del Sacrificio de la Cruz. Solamente quien comulga participa de los frutos de la Misa».
    
Conclusión: «Hay que conservar la Comunión y suprimir la Misa ofrecida por los vivos y difuntos». Es decir, hay que suprimir la Misa católica. Así estaban las cosas al año de morir Enrique VIII.
   
Goodrich, Obispo de Ely, consagrado por Cranmer después del cisma, respondió al cuestionario diciendo que: «en materia de doctrina se remitía a lo que la autoridad decidiese». Esta prudencia tan pastoral le valdrá conservar su sede bajo María Tudor. Durante este tiempo, teólogos y predicadores no perdieron su tiempo. Para predicar se necesitaba licencia del gobierno. Esto explica que, a partir de 1548, el pueblo inglés ya no era instruido en las verdades de la fe católica. Un Latimer predicaba en San Pablo: «Hace quince siglos que el demonio trabaja para destruir la eficacia de la muerte única del Salvador, hablándonos de una salvación por el sacrificio cotidiano». Un Hooper tronaba contra las Misas privadas «nefastas y diabólicas». Un Hancock desplegaba su elocuencia en presencia de los cancilleres del Obispo de Salisbury: «Nuestro Salvador ha dicho en el Evangelio: “Voy a mi Padre”. Por consiguiente, cuando os arrodilláis delante de la Hostia le rendís honores como a Dios, hacéis de ella un ídolo, y cometéis un horrible crimen de idolatría». Un predicador ataca a un «vil pastel», otro a «un Dios hecho de harina fina». El pueblo comienza a preguntarse si conviene ser más católico que los mismos sacerdotes. Se discute sobre la Eucaristía en la mesa familiar, en las asambleas parroquiales, en las tabernas y mercados; las mujeres no son las menos apasionadas (el calvinismo se difundió en Francia gracias a las mujeres). Sander, un hombre de la época, escribe: «En todas las boticas y hoteles, en las tabernas y plazas públicas, no se hacía sino discutir sobre la fe. No había vieja parlanchina ni viejo chocho, ni sofista locuaz, que no enseñara la Escritura antes de haberla aprendido».
     
En la serie de medidas liberales adoptadas por el duque de Somerset, figuraba la libertad de imprenta (Ordenanza de 1547). Inglaterra fue inundada de panfletos contra la «Misa papista»; la Presencia real fue ridiculizada en canciones.
    
El 29 de junio de 1548, un obispo se atrevió a predicar sobre la Presencia real de Jesucristo en la Eucaristía, delante del Rey. Ese obispo era Stephen Gardiner, Obispo de Winchester. Su sermón alcanzó gran resonancia, las polémicas redoblaron. Gardiner resistía a menudo a Enrique VIII, Gardiner no temía a nada ni a nadie. En 1548 tenía sesenta y cuatro años y dieciséis de obispo. Embajador ante Carlos V, fue experto en los negocios temporales de este mundo, hábil diplomático y jurista erudito. Su retrato, conservado en el Trinity College de Cambridge, da impresión de seguridad apacible, de inteligencia y de malicia. Este obispo que perdió su sede, sus cargos y dignidades, sus prebendas y su libertad, no era ni cobarde ni ignorante (fue encarcelado en la torre de Londres en varias oportunidades, totalizando largos años de prisión). Gardiner negoció el asunto de Enrique VIII ante Clemente VII; no le faltó habilidad pues el asunto se prolongó durante siete años (1527-1534). Gardiner habría quizá terminado apaciblemente sus días en Roma, a no ser por la gravidez de Ana Bolena). ¿Cómo un hombre semejante se plegó al cisma? No fue por interés ya que, quince años más tarde, perdería todo por Cristo, sino por convicción; en un sólo punto Gardiner seguía a Lutero: la primacía del Papa. «El jefe de la Iglesia –decía Lutero– es Cristo, no es el Papa». Gardiner pensaba lo mismo. Clemente VII dio largas al asunto porque Catalina de Aragón, primera mujer de Enrique VIII era tía de Carlos V, y el Papa no quería enemistarse ni con el Emperador ni con el Rey de Inglaterra. Esto contribuyó no poco a persuadir a Gardiner de que Lutero tenía razón. Señalemos que el actual arzobispo de París, Monseñor Marty, declaró a La Croix el 27 de junio de 1969, que «la cabeza de la Iglesia es Cristo. Ni los obispos, ni el primero de ellos es la cabeza de la Iglesia» (en latín: caput, jefe).
    
¿Gardiner habría aceptado el cisma si hubiera conocido la definición dogmática del Vaticano I en 1870? Pregunta ociosa, volvamos a 1548. En esta fecha, el obispo de Winchester presiente que no hay sino un solo recurso, una defensa única contra la herejía cuando los argumentos constitucionales ya nada pueden. En su famoso sermón sobre la Presencia real, pronunciado ante Eduardo VI en la fiesta de San Pedro, dijo: «En ciertos casos, el Rey podría enviar un embajador a Roma, y si el Obispo de Roma fuera capaz por su prudencia, ciencia y virtud, de establecer la unidad de la Iglesia de Inglaterra, el Rey podría muy bien pedirle ayuda y consejo. Y eso, no otorgaría en absoluto al Obispo de Roma superioridad alguna sobre el Rey…». Esto es menos claro que la admirable parte de su homilía sobre la Eucaristía, pero por primera vez, después del arresto de Santo Tomás Moro, se menciona un acercamiento entre Roma y la Corte de Inglaterra (en 1548, el Papa era Paulo III quien convocaría el Concilio de Trento).
   
Dos meses después del sermón del 29 de junio, Cranmer convocó a algunos obispos a reunirse en su casa de Chertsey-Abbey, a principios de septiembre. El objeto era examinar las controversias que agitaban los espíritus. En realidad, se trataba de operar la “mutación” de la Misa en la Cena. Cranmer, según su propia declaración, pensaba desde hacía mucho tiempo que era necesario «suprimir la Misa de las iglesias cristianas por ser una idolatría manifiesta». Pero esto no lo confiesa a los obispos reunidos en su casa en septiembre de 1548. Entre ellos están los “enriquistas” que ya habían participado, seis meses antes, en la redacción del “Order of Communion”. Se trata de que los obispos no se alarmen, y sobre todo, impedir la alarma del clero: quietness. No obstante, los obispos, convocados para un debate (el examen de las controversias) se sorprendieron de verse abocados al examen no de las controversias, sino de un “ordinario de la Misa” titulado “Prayer book” que Cranmer sacó de su manga muy orgullosamente. El “Prayer book”, salvo ciertas modificaciones posteriores, sigue usándose todavía.
    
El deseo de no inquietar a los sacerdotes en 1548, explica las ambigüedades que aún hoy caracterizan la liturgia anglicana.
   
Este folleto ocupó toda la vida de Cranmer. Ya había trabajado en él, secretamente, bajo Enrique VIII. Para hacerlo, comparó las liturgias griega y luterana, ayudado por su tío el teólogo luterano Osiander. Cuando en 1549, el “Prayer book” sea sometido a discusión en la Cámara de los Lores, los obispos “enriquistas” dirán que no esperaban, en absoluto, tener que examinar un nuevo Ordinario de la Misa cuando Cranmer los convocó en su casa de Chertsey-Abbey, en septiembre de 1548. Uno de ellos, Thirbly, obispo de Westmínster, reprochará públicamente a Cranmer haber suprimido el término “oblación” en la edición para uso de sacerdotes y fieles, pese a que dicha palabra figuraba en el manuscrito sometido al examen de los Obispos. Cranmer no pudo responder nada. Tenemos que decir que los “enriquistas” estaban privados de su jefe: al día siguiente de la homilía de la Eucaristía (el 30 de junio de 1548) Gardiner fue encarcelado en la Torre de Londres donde permanecería seis años. En este tiempo se implantaba definitivamente la nueva liturgia. El Acta del Consejo Privado, al notificarle su arresto le reprochaba: «haber hablado con arrogancia y por desobediencia, en presencia de Su Majestad y de sus Gracias los Consejeros, de ciertas cuestiones, contraria mente a la orden explícita del Rey». Otro “enriquista” notable, Bonner, obispo de Londres, se le unió por idéntico motivo. De este modo, la oposición había perdido sus más importantes miembros. Cuando el embajador van der Delft enviaba a Carlos V la noticia de este arresto le decía el verdadero motivo: «El Obispo de Winchester permanece firme en la antigua religión». El mismo día (7 de julio de 1548) van der Delft escribía al Príncipe Felipe (el futuro Felipe II): «El Obispo de Winchester ha hablado delante del Rey en defensa de la Misa y de las imágenes, ha condenado el matrimonio de los sacerdotes y, al día siguiente, fue arrestado».
    
La “desobediencia” de Gardiner con respecto a “ciertas cuestiones” afectaba la prohibición de suscitar temas doctrinales o litúrgico s, mientras que las autoridades competentes no hubieran zanjado la dificultad de detener las innovaciones y experiencias, llevando la fe y el culto a la unidad. Por eso, Cranmer había convocado a los obispos en Chertsey-Abbey.
    
El preámbulo del “Prayer book” comienza por despojar a la Misa de su nombre: «La Cena y la Santa Comunión, comúnmente llamada Misa…».
    
La primera parte de la Misa, del Introito al Ofertorio, sufrió pocos cambios. Lutero aprobaba el Kyrie, el Gloria y el Credo como también el Prefacio, Sanctus y el Agnus Dei, porque expresaban –decía–: «La alabanza y la acción de gracias y no el pensamiento del sacrificio». El “Prayer book” suprime solamente las oraciones al pie del altar, y por consiguiente, el Confíteor incluido desde el siglo X, pero que Lutero consideraba como preparación del Sacrificio.
    
Se suprimen igualmente el Gradual y el Tracto así como el ceremonial que precede a la lectura del Evangelio. La Misa propiamente dicha comienza en el Ofertorio. En otros tiempos, los catecúmenos debían salir antes del Ofertorio. En Polonia, los luteranos obligados asistir a Misa salían de la Capilla Real inmediatamente después del Credo (es de notar el apego de los anglicanos al Credo). En 1687, los obispos triunfaron en su oposición a que se modificara el término “consustancial” apoyándose en que esa palabra afirmaba la divinidad de Jesucristo desde el Concilio de Nicea. Esta actitud de los obispos les mereció una entusiasta carta aprobatoria de la Asamblea del Clero de Francia. Este fue un ejemplo de verdadero ecumenismo en lo más fuerte de la tormenta desatada por la Revocación del Edicto de Nantes.
    
Con las oraciones del Ofertorio, el sacerdote ofrece a Dios Padre el Pan y el vino, materias del Sacrificio del Hijo de Dio. (la noción de sacrificio es tan antigua como el mismo rito, así lo atestigua San Justino, decapitado en el año 165). El “Prayer book” suprime el Ofertorio; el celebrante coloca el pan y el vino sobre el altar sin más ceremonia.
   
Los “enriquistas” protestaron; querían mantener el Ofertorio, o por lo menos, la palabra “Óffere” en la nueva Misa. La palabra “Óffere” designa la Misa en los textos más antiguos, esperando que se inventara la palabra Misa. Apoyándose en los testimonios de San Cipriano y San Agustín, declaran que la supresión del Ofertorio pone en tela de juicio la función del sacerdote y la noción del ministerio en la Iglesia Católica y hasta la creencia en la Comunión de los Santos. En suma, fueron tan hábiles que Cranmer hizo una concesión: propuso una fórmula ambigua: «Dignáos aceptar nuestras limosnas y nuestros dones». Esta frase podía aludir tanto al pan y al vino presentes en el altar como al total de la colecta. En efecto, la Secreta que iba inmediatamente después fue suprimida, y se la reemplazó con un versículo de la Escritura sobre los frutos de la limosna. No escasean en la Escritura los versículos sobre la limosna: los sacerdotes tuvieron veintiuno para elegir.
   
El Prefacio y el Sanctus se conservaron gracias a Lutero, el “Prayer book” llega hasta el Canon que Lutero llamaba «un montón de basura». Cranmer no se atrevió a suprimirlo pues los “enriquistas” no lo hubieran consentido. Poco antes, el 12 de mayo de 1547, Cranmer tuvo una molesta experiencia personal: suprimió totalmente el Canon en una misa cantada en inglés por el alma de Enrique VIII. Esto dejó atónito al pueblo; así lo cuenta el consejero Wriothesley en su “Chronicle”. Como habitualmente se pronunciaban las palabras de la Consagración en voz alta, los fieles se sorprendieron de no oírlas, y la gente salió murmurando que se cambiaba la religión. Quietness, quietness. Cranmer impuso la obligación de decir en voz alta las palabras del Canon; despojábalas así de su carácter sagrado y misterioso (el uso de decir en voz baja, por respeto, las palabras del Canon fue establecido por el Papa Inocencio I (años 410-417).
    
La oración “Te ígitur” ruega a Dios tomando por intercesor a Jesucristo, «de tener por aceptos y bendecir estos dones, estos presentes, estos sacrificios santos y puros». El “Prayer book” reemplaza las palabras «dones, ofrendas y sacrificios» por la palabra “oraciones”: «Os suplicamos recibas misericordiosamente nuestras oraciones». Así se borra la idea de ofrenda y oblación.
   
Por supuesto, se suprime la oración por el Papa, pero se ruega profusamente por el Rey, los miembros del Consejo, los obispos y los ministros del culto. Rezar por los poderes constituidos está completamente en la línea de Lutero.
   
El “Quam oblatiónem”, última oración antes de la Consagración, cierra todas las salidas a la herejía haciendo de la Misa un verdadero Sacrificio: «Suplicámoste, oh Dios, te dignes ordenar que esta ofrenda sea plenamente bendita, aprobada, ratificada, racional y agradable, de suerte que se convierta para nosotros en el Cuerpo y Sangre de Nuestro Señor Jesucristo»… En este punto el “Praer book” refuta la propia doctrina del Canon para afirmar la de Lutero, según la cual, el Sacrificio de la Cruz es único y no renovable, la Misa es sólo una recordación. El “Quam oblatiónem”del “Prayer book” dice: «Oh Dios, Padre Celestial, que, en vuestra tierna misericordia habéis entregado a vuestro Hijo Único Jesucristo para padecer muerte de Cruz, con el fin de rescatarnos; que habéis hecho por esta oblación única y ofrecida una sola vez, una oblación, una satisfacción y un sacrificio com pletos, perfectos y suficientes por los pecados del mundo entero, que habéis instituido un memorial perpetuo de su Preciosa Muerte, y nos mandáis en vuestro santo Evangelio celebrarlo, escuchadnos…».
   
La oración “Unde et mémores”, que sigue inmediatamente a la Consagración, precisa formalmente el Sacrificio que acaba de consumarse: «Ofrecemos a vuestra Suprema Majestad, de entre vuestras dádivas y beneficios, la Hostia pura, la Hostia santa, la Hostia inmaculada, el Pan santo de la vida eterna y el cáliz de perpetua salvación». El “Prayer book” subraya la idea de que la Consagración es una recordación. «Es por esto, Señor, que conforme a la institución de vuestro amadísimo Hijo, nuestro Salvador Jesucristo, nosotros, vuestros humildes siervos, celebramos y hacemos, en presencia de vuestra Divina Majestad, con estos dones santos, la memoria que vuestro Hijo quiso que hiciéramos». Está hecho el juego: la Misa en Inglaterra ya no será más un sacrificio sino una recordación.
    
Hemos seguido el admirable libro de Gustave Constant: “La Réforme en Angleterre” (París, Alsatia, 1939) para la traducción del “Prayer book” y lo esencial de sus comentarios. Gustave nos muestra un sorprendente y último ejemplo de la astucia diabólica con la que se cambia con una sola palabra, una oración católica en oración protestante. El “Súpplices te rogámus” pide a Dios que mande a su Ángel trasladar hasta su divina presencia “las cosas” presentes en el altar, o sea, el pan y el vino. «El “Prayer book” reemplaza las cosas» por una aclaración que sustituye el Cuerpo y la Sangre de Cristo por los homenajes del hombre: «Ordenad que nuestras oraciones y súplicas sean llevadas por ministerio de vuestros Santos Ángeles hasta vuestro tabernáculo santo, hasta la presencia de vuestra Divina Majestad». Casi todas las palabras han sido conservadas: ¿cómo podría advertir el pueblo que sus pobres oraciones han sustituido a la Víctima Divina? Poca gente sabía leer en el siglo XVI; por otra parte, cabría preguntamos si la alfabetización serviría para algo en este caso. A los fieles les basta saber que una traducción fue aprobada por los obispos. El pueblo no es más católico que los obispos y es contra natura –contra la naturaleza divina de la Iglesia– que los corderos sospechen de cada brizna de hierba, que los pastores lleven a su rebaño a apacentarse en pastos envenenados.
   
Aunque discutido por los obispos que se reunieron en la casa de Cranmer, el “Prayer book” no fue sometido a la Convocación, es decir, a la Asamblea del Clero. Los historiadores de la Reforma en Inglaterra no dejan de señalar esta anomalía. Froude, citado por Gustave Constant, escribió en su Historia del Reinado de Eduardo VI: «Entre todos los extraños caracteres del cambio religioso, el más extraño fue quizá que no se pidiera, ni por mero formulismo, la opinión oficial de la Convocación. En adelante, el Parlamento discutiría la fe de Inglaterra, y los laicos legislarían sobre la doctrina cuya enseñanza competía al clero. El canónigo anglicano Dixon hizo hincapié: “Las Convocaciones del Clero nada tienen que ver con el Acta primera de uniformar la religión... Los laicos fueron autores de estas graves medidas. Los laicos hicieron el primer Libro de la Oración Pública, junto con la sanción penal anexa, y, desde entonces, una sanción penal acompaña, como triste constancia, toda revisión del “Prayer book”. En la obra impuesta al Reino, el clero, originariamente, apenas tuvo una parte”».
   
Los laicos, es decir los parlamentarios que votaron el nuevo Ordinario de la Misa el 10 de enero de 1549, lo impusieron como obligatorio a partir de la fiesta de Pentecostés siguiente (9 de junio de 1549). El sacerdote que conservara la antigua Misa sería privado de sus estipendios por un año o castigado con seis meses de prisión a la primera infracción; a la segunda infracción sería privado de sus funciones eclesiásticas, y a la tercera, castigado con prisión perpetua. Los tribunales reales y municipales fueron también requeridos, y las censuras eclesiásticas, que tanta risa causaron cuando Clemente VII excomulgó a Enrique VIII, entraron nuevamente en vigor. Esto ocurrió con el clero ¿Y… los obispos?
      
Hemos dicho que su jefe, Gardiner, estaba en la cárcel. Liberado seis meses después, estimará que mantener la oración por los vivos y difuntos implicaba la noción de sacrificio propiciatorio. Bonner, obispo de Londres, se molestó seriamente y pudo conseguir que, en la rúbrica de la Comunión, las palabras “pan” y “vino” fueran reemplazadas por las de “Cuerpo” y “Sangre”. Cranmer accedió a ello, y Bonner se dio por satisfecho. Los “enriquistas” de la comisión de Chertsey-Abbey, sostendrían que el mantenimiento del Canon se debió a su intervención, y esto, quizá sea verdad (Calvino consideró que la conservación del Canon era una concesión «pueril y absurda»).
    
Los “enriquistas” consiguieron que se conservaran algunos cantos en latín. Estamos en el siglo del Renacimiento, y el latín está de moda. Cranmer cedió en este punto. Su “Prayer book” es, por otra parte, uno de los monumentos de la lengua inglesa del siglo dieciséis. Cranmer estimaba que: «la palabra de Dios debía poder traducirse al inglés, siendo éste el idioma más apropiado para instruir a los fieles y estimularlos a la piedad». Sólo uno de los “enriquistas” que fueron a la casa de Cranmer en septiembre de 1548, votó en contra del “Prayer book”, sólo uno se negará a firmarlo. Retengamos el nombre de este héroe: Day, obispo de Chichester (Day, día).
   
En el curso del debate llevado al Parlamento el 14 de diciembre de 1548, Thirbly, obispo de Westmínster, dijo que lo había firmado bajo promesa de revisión posterior (el “Prayer book”, en efecto, sufrirá revisiones que lo hará pasar del luteranismo al calvinismo). Otros “enriquistas” como Tunstall, Heath, y Bonner, dijeron que no aprobaban la doctrina de Cranmer, pero que habían suscripto a una especie de compromiso para conservar la unidad interna del Reino. Se reservaban la posibilidad de retomar la discusión de ciertas partes del “Prayer book” más adelante, en su oportunidad. Thirbly se lamentó de que se llevaran al Parlamento cuestiones sobre las cuales los obispos no habían podido entenderse.
     
Un público elegante se agolpaba, en efecto, en las galerías de la Cámara de los Lores. El Protector Somerset abrió la sesión invocando «la consulta de los obispos para la unidad». Como esto parece muy necesario al fin propuesto, se pide a los obispos tengan a bien discutir si el pan permanece o no en el Sacramento después de la Consagración. El debate duró cuatro días, del 14 al 18 de diciembre de 1548. Trece obispos votaron por la nueva Misa y diez en contra. Voyser, obispo de Exeter, llegó después de la votación, Wakeman de Gloucester estaba enfermo, y el obispo de Laudaff que tomó la palabra contra Cranmer, volvió a su casa antes de concluido el debate. El “Prayer book” fue impuesto por un Acta del Parlamento del 21 de enero de 1549. Dicha Acta abolía todas las líturgias locales, y comenzaba así:
«Compuesto con ayuda del Espíritu Santo y el acuerdo unánime de sabios y piadosos prelados…».
   
EDITH DELAMARE
  
APÉNDICE: PEQUEÑA CRONOLOGÍA DEL CISMA DE INGLATERRA
   
La historia de la reforma que condujo a la separación de Roma de una de las más florecientes provincias de la Iglesia es poco conocida. Se conoce algo de la cuestión de Enrique VIII con Ana Bolena, de la voluntad del Rey de cohonestar con la bendición del Papa un divorcio imposible y un matrimonio adúltero. De la vida privada de Enrique se sirvieron grupos laicos y “reformistas” de entonces para iniciar una operación anticatólica que estaba en el ánimo del tiempo y que fue conducida a fondo en apenas veinte años; como se verá las reformas que desquiciaron en la isla la fe de Roma fueron siempre y sobre todo litúrgicas.
  • Bajo Enrique VIII:
    • 30 de Marzo de 1533: Oath of Allegiance (Juramento de Lealtad): se establece que el Romano Pontifice debe ser llamado solamente “Obispo de Roma”.
    • 3 de Noviembre de 1534: Act of Supremacy (Acta de Supremacía): el Papa tiene únicamente jurisdicción sobre su propia diócesis, no autoridad sobre la Iglesia entera.
    • 1539: se inicia la expoliación de las iglesias que deben aparecer desnudas, sin estatuas ni imágenes, y la predicación contra la “idolatría”: culto mariano, de los Santos, peregrinaciones e imágenes sagradas.
  • Bajo Eduardo VI
    • 4 de Noviembre de 1547: son abolidas las leyes contra la herejia. Se comienza en algunas diócesis a dar la comunión bajo las dos especies. Se vota contra el celibato sacerdotal.
    • 8 de Marzo de 1548: The Order of the Communion (El Orden de la Comunión): el ordo para la comunión de los laicos se reforma sobre modelo luterano.
    • La confesión auricular se vuelve facultativa. Un año después la liturgia entera es transformada y reformada: el misal, el breviario y el ritual se refunden enteramente en el único y obligatorio Book of Common Prayer. En él, el dogma de la presencia real es conservado pero la misa no es más la renovación incruenta del sacrificio de la cruz sino solamente «un memorial de la Cena del Señor». En la Iglesia no se habla más de doctrina sino del «puro Evangelio».
    • Enero de 1550: Leyes de la Cámara de los Lores: se reforma enteramente el Sacramento del Orden. Se ordena la destrucción de todos los viejos misales, breviarios, antifonarios, rituales, etc., con excepción del ya dicho Book of Common Prayer. Desaparecen los altares, substituidos por simples «mesas para la cena». Se consiente en recibir todavía la comunión de rodillas «no como acto de adoración a Jesús» sino en señas de recuerdo de la Cena.
    • Se reforma el catecismo substituyéndolo por los 42 artículos totalmente protestantizados de la Collection of Articles of Religion y se reforma el código de la Iglesia romana reemplazado por el Code of Eclesiastical Constitution (Código de Constitución Eclesiástica).
  • El reino de la católica María Tudor interrumpió por tres años la serie de reformas.
  • Bajo Isabel I
    • Navidad de 1558: se prohíbe al sacerdote elevar la hostia para la adoración de los fieles.
    • 27 de Diciembre de 1558: se introducen las primeras lecturas y oraciones en lengua inglesa.
    • 15 de Enero de 1559 (coronación de Isabel): las palabras de la consagración se pronuncian en inglés y en alta voz.
    • 24 de Junio de 1559: Act of Uniformity (Acta de Uniformidad): con la nueva edición del Book of Common Prayer los dogmas de la Presencia Real y de la Transustanciación, la esencia de la Misa como sacrificio propiciatorio por los vivos y los difuntos son completamente borrados.
        
      La liturgia tradicional latina es substituida por doquiera por liturgia inglesa reformada.
        
      La Misa y la doctrina católica y la autoridad del Papa desaparecen completamente de la isla.
    
Estos trágicos itinerarios fueron signados por doquiera y de continuo por las revueltas de los católicos, tanto clero como laicos (los famosos recusantes); para someter a éstos, de las multas y persecuciones personales se pasó a las encarcelaciones, luego a las represiones armadas y de allí a las ejecuciones capitales precedidas de indecibles torturas que dieron a la isla bajo los tres reinos, memorables mártires; y esta carnicería espiritual más aún que material fue conducida con extrema sagacidad, siguiendo la técnica de la sorpresa y del hecho consumado, amén de periódicas y mentirosas profesiones de pura fe católica. Todo esto podrá el lector conocerlo leyendo el bellísimo libro «Il primato di Pietro difeso dal sangue dei Martiri Inglesi» del R. P. Celestino Testore SJ, (pedidos a Una Voce, Roma, Corso Vittorio Emmanuele 21) fuente riquísima de meditación para los católicos contemporáneos.

1 comentario:

  1. Excelente que hayas recuperado esta pieza histórica publicada por los pioneros de la Tradición en nuestro idioma. Permíteme republicarlo.

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