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lunes, 20 de marzo de 2023

LA TIBIEZA DISMINUYE LA ACCIÓN DE LA GRACIA (O LA CONCEPCIÓN ERRÓNEA DE LOS KIKOS SOBRE EL PECADO)

Traducción del artículo publicado en OSSERVATORIO SUL CAMMINO NEOCATECUMENALE SECONDO VERITÀ.
   
LA ENSEÑANZA DE CARMEN HERNÁNDEZ SOBRE EL PECADO, Y SUS CONSECUENCIAS PRÁCTICAS
  
El pensamiento de Carmen Hernández respecto al pecado se puede deducir de las Orientaciones de 1972 para los equipos de los “catequistas” del Camino (como por la página web www.internetica.it/neocatecumenali/sensopeccato-riconciliazione.htm, del que se extraen las citas siguientes).
   
Dice Carmen:
«La Iglesia primitiva consideraba pecado mortal casi únicamente la apostasía, o sea, la negación del camino o la salida de este, porque el hombre durante el Camino es débil y cae, pero sin salir del Camino… Por esto la Iglesia primitiva no pone el examen de conciencia al final del día, como fue más tarde introducido por los jesuitas, sino en cambio en la mañana al momento de levantarse, porque convertirse es ponerse delante de Dios cuando se comienza a caminar» (pág. 128).
Y también:
«Debemos explicar un poco cómo con Constantino se entrará en la Iglesia de las masas, perdiéndose luego la sensibilidad de la comunidad. No se ve más una comunidad que camina en constante conversión bajo los impulsos del Espíritu Santo. Vemos personas que pecan individualmente que son absueltas individualmente y, en seguida, van a comulgar… Pero toda una comunidad en conversión, que se reconoce pecadora, no la vemos» (pág. 145).
Todavía:
«Con el Concilio de Trento, y del siglo XVI al XX, todo permanece bloqueado. Aparecen los confesionarios, estas casetas son muy recientes. La necesidad del confesionario nace cuando se comienza a generalizar la forma de la confesión privada, medicinal y de devoción realizada por los monjes… Quien pone el primero los confesionarios es San [Carlos] Borromeo. Con detalles que conciernen también la rejilla, etc.… Ahora comprendéis que tenían fundamento muchas de las cosas que decía Lutero» (pág. 174).
   
La confesión en las “casetas” que tanto detestaba María Carmen Hernández Barrera, la deprimente “monja de Adidas”.
  
Y:
«Pero en Trento se resalta sobre la esencia y sobre la eficacia, y se pierde de vista el valor sacramental del signo. Por esto da igual comulgar con el pan o con la hostia que no parece más pan que papel, que el vino lo beba uno solo o que lo beban todos, porque esencialmente el sacramento se realiza igual.
 
Se verá pues mucho la eficacia del sacramento de la penitencia para perdonar los pecados, y la absolución deviene un absoluto. Así la confesión adquiere un sentido mágico en el cual la abolución por sí sola es suficiente para perdonar los pecados. La absolución te perdona los pecados y tú quedas tranquilo.
   
Así habíamos vivido la confesión: por la eficacia absoluta del sacramento se pierde de vista el valor sacramental que es lo que te hace capaz de recibir este perdón. Esto pasa a segundo plano quedando en primer plano y como esencial la simple confesar los pecados y recibir la absolución» (pág. 175).
Y se podría continuar.
   
Casi parece que para Carmen, el pecado individual no tenía mucha importancia o, más bien, no exista como verdadero pecado, pero si el pecado no es individual, entonces no existe el infierno, porque Dios no puede permitir que se condene individualmente quien no ha pecado individualmente.
   
De hecho, casi desde cuando he comenzado a conocer el Camino Neocatecumenal a través de sus adherentes, me ha impresionado cómo, en contraste con el celo que ellos demostraban por el Camino, respecto al pecado eran casi laxistas.
    
Y cuando supe que, a quien comenzaba a “caminar”, frecuentemente nadie le hablaba con claridad del pecado, hasta el punto que podía entender que alguien pudiese vivir en estado de pecado mortal sin que ninguno le dijese nada (me pregunto si estos se acercaban a la Comunión), mi perplejidad aumentó.
    
¿Por qué este silencio sobre el pecado? ¿Tal vez por miedo a decepcionar a alguien? Pero en otras cuestiones los camineros no eran blandos y sí eran, en cambio, muy provocadores.
     
Un modo de proceder, este, que parece funcional para la formación de adeptos que, antes que a la Iglesia, deben ser conducidos al Camino, para influenciar su percepción de la Iglesia.
    
No es que los primeros años de catequesis hagan necesariamente herejes a los fieles del Camino, también porque algunos de ellos hayan antes tenido una sólida formación católica, sino que tienden a influenciar las percepciones aun cuando parecen estar en contraste con el sentir de la Iglesia, como cuando los camineros perciben la palabra “santidad” como sinónimo de “soberbia”.
    
De hecho he notado que a veces los camineros parecen percibir el pecado en modo distinto de la Iglesia, casi como si fuese normal, y no solo porque nuestra naturaleza está inclinada al pecado, hasta el punto que también el justo peca “siete veces”, sino también en el informe de relación entre Dios y el hombre, como si este fuese necesario en sí mismo.
    
Es como si los camineros percibiesen las palabras de Jesús: «Ama menos aquel a quien menos se le perdona» (Luc. 7, 47) no como una lectura realista de lo que, en realidad, sucede generalmente, sino como una ley espiritual que afirma que, a quien peca poco, le es perdonado poco y por esto ama necesariamente poco.
    
Pero si un “justo” ama poco, no es porque le fue perdonado poco, sino, en viceversa, le es perdonado poco porque ha amado poco, según las palabras de Jesús: «Le son perdonados muchos pecados, porque ha amado mucho» (Luc. 7, 47).
    
Sin embargo, bastaría formarse según la doctrina de la Iglesia para entender que, a aquel que Dios perdona poco, no es tanto porque Dios le ofrece una menor gracia del perdón, sino porque se ha “arrepentido poco” y ha tenido poco dolor por sus pecados, mientras que aquel a quien Dios perdona mucho, es porque se ha “arrepentido mucho”, probando mucho dolor por sus pecados.
    
Dios, en realidad, sea poco o mucho, perdona siempre con TODO el amor a todos los que se arrepienten de corazón bajo el influjo de la gracia, solo que la eficacia de su perdón es proporcional al amor del hombre y por ende a su arrepentimiento.
    
De hecho en los justos, como demuestran la Virgen María y todos los santos que, una vez arrepentidos no cometieron más pecados si no pequeñísimos, la falta de pecado favorece la apertura a la gracia y su aceptación.
   
No es de hecho el pecado quien origina la gracia y por ende el perdón, sino que la gracia del perdón divino cancela el pecado.

De otro modo, la percepción del pecado es similar a aquella de tantos no creyentes, para los cuales, para saber qué es el bien conviene antes experimentar el mal.
    
Pero nadie puede tener conciencia del mal más que Dios, que es el Sumo bien, solo que la conciencia que Dios tiene del mal es intelectiva y no debida a la experiencia.
    
En cambio, la experiencia directa del pecado, que obstaculiza el conocimiento del bien tanto a nivel intelectivo como a nivel de experiencia, tiende a confundir el juicio de la conciencia.
    
Por tanto, si un pecador arrepentido ama a Dios más que lo haría un “justo”, es porque el “justo” se ha entibiado, esto es, se ha casi cerrado a la gracia, lo que se verifica frecuentemente (pero no por una ley espiritual absoluta), como lo demuestra el hecho que, comúnmente, el fervor hacia Dios disminuye al disminuir las pruebas, y aumenta al aumentar estas.
    
Como en los fariseos que, aun siendo, como los camineros, muy celosos respecto a las reglas (que frecuentemente eran también erradas) de su “agregación”, se entibiaron respecto al pecado hasta el punto de percibirlo en modo equivocado, cosa que se hacía evidente en su celo hacia su “camino” como si fuese la interpretación auténtica de la Ley.

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