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jueves, 23 de marzo de 2023

NOVENA AL CRISTO DE LA PALABRA

Novena dispuesta por la Venerable Madre Sor María Rafaela de los Dolores y Patrocinio (en el siglo María Josefa de los Dolores Anastasia de Quiroga y Capopardo) OIC, abadesa del Monasterio de las Concepcionistas Descalzas Franciscanas de Madrid en 1833, y reimpresa en dicha Villa y Corte por la Librería religiosa de Enrique Hernández Paz en 1898.

NOVENA EN OBSEQUIO DE NUESTRO DIVINO SALVADOR JESÚS EN SU PRODIGIOSA Y SAGRADA IMAGEN DE LA PALABRA VENERADA EN EL CONVENTO DE RELIGIOSAS CONCEPCIONISTAS DESCALZAS FRANCISCANAS LLAMADAS VULGARMENTE DEL CABALLERO DE GRACIA
   

Por la señal de la santa cruz, etc.

ACTO DE CONTRICIÓN
Señor mío Jesucristo, verdadero Dios y verdadero hombre, mi  Creador, mi  Padre y Redentor amabilísimo, en quien creo, en quien espero, a quien amo y adoro. Permitid que esta miserable criatura comparezca ante vuestra soberana presencia como enferma ante su médico divino, y como ignorante en los caminos de la virtud a recibir de vuestros dulcísimos labios las instrucciones que conduzcan a mi alma a vivir siempre unida con Vos, aprisionada con los clavos que Os tienen fijo en ese árbol saludable y santo de la cruz. Reconozco, Dios mío, mi indignidad para tan gran favor. Os he ofendido infinitas veces, he desoído constantemente vuestras tiernas voces, y no merecía ponerme a vuestra vista sino para experimentar los rigores de vuestra tremenda justicia. Pero me anima a presentarme a Vos, benignísimo Jesús mío, vuestra misma palabra, dictado de amabilidad con que Os adoro en vuestra sagrada imagen, y con la que me estimuláis a acudir a Vos por lo mismo que mi alma se halla fatigada con el enorme peso de mis ingratitudes y perfidias. Estas me agobian, Padre dulcísimo; mas desde el mismo abatimiento en que me han puesto me dirijo a Vos, Dios mío, llorando amargamente mis pecados,  y diciéndoos de lo íntimo de mi corazón: pésame, mi Redentor, pésame, buen Jesús, me duelo de todas veras de haberos injuriado, y de haber atravesado con mis culpas vuestro corazón santísimo, pacífico y amable. Mis desórdenes, Señor, Os han puesto en esa cruz, mas mi conducta en lo sucesivo os aliviará en ella, oyendo vuestras regaladísimas palabras y cumpliendo vuestra adorable voluntad. Muera yo mil veces antes que ofenderos, y dadme vuestra paternal bendición para que desde este momento empiece a serviros, confesando mis culpas y detestándolas, aborreciendo todas mis tibiezas que hasta ahora me han alejado de Vos, y merecer así vuestra bondad y misericordia, que espero confiadamente me la dispensaréis por la intercesión de nuestra purísima Madre y mi Señora la Santísima Virgen María y por vuestra pasión sacrosanta, para dar principio desde ahora a complaceros hasta el último momento de mi vida. Amén Jesús.

 

ORACIÓN A María Santísima para implorar su protección en favor de nuestras almas, para que oigan debidamente la palabra del divino Redentor.
Soberana Emperatriz de los Cielos y de la tierra, Virgen purísima y admirable protectora de los hombres, a quien la infinita sabiduría del Altísimo eligió desde la eternidad para que fueseis armario sagrado donde se depositase la palabra increada del Eterno Padre; Vos, piadosísima Madre nuestra, experimentasteis siempre la eficacia de la voz de Dios, decidido constantemente a favoreceros. Su decreto Os preservó de la culpa original, Os fortaleció contra todos los huracanes del infierno y de las pasiones, constituyendo a vuestra nobilísima alma el jardín de sus delicias y el florido tálamo de sus complacencias, bastando la subordinación humildísima de vuestra voluntad a la palabra de Dios, intimada a Vos por el Arcángel San Gabriel, para trasladar el Cielo a la tierra, y siendo Vos una pura criatura, ser constituida Verdadera Madre del Hijo de Dios y mi amabilísimo Redentor Jesucristo. ¡Con cuánta docilidad oísteis y practicasteis toda la vida las palabras de vuestro Hijo y mi Dios! Pues recordad, dulcísima Reina, que esta misma palabra Os designó por Madre nuestra en el tiempo más borrascoso de vuestra preciosa existencia en el mundo, para que aleccionada con los trabajos inmensos de vuestro Unigénito moribundo, y con las penas amarguísimas que sufría a su vista vuestro tierno y dulcísimo corazón, Os compadezcáis de nuestras aflicciones, dispensándonos en ellas vuestros consuelos y vuestras misericordias. Hacedlo así en la presente ocasión, clementísima Madre nuestra, pues agobiados de nuestras culpas, nos ponemos ante esta sagrada imagen de vuestro divino Hijo, deseosas nuestras almas de oír sus palabras llenas de piedad y sabiduría para llorar nuestros pecados, y aspirar por este medio a su amistad y gracia. Ilustrad Vos nuestro entendimiento y comunicad a nuestros corazones los suaves movimientos de que el vuestro sacratísimo se halla enriquecido, para que siendo Vos nuestra guía y nuestro modelo de sumisión a la voz de vuestro divino Hijo, merezcamos oír con reverencia y docilidad sus palabras, y sean con ella santificadas nuestras almas hasta exhalar el último suspiro en vuestros benditísimos brazos, y alabaros eternamente por nuestra dulcísima Madre y poderosísima protectora en la vida feliz de la gloria. Amén Jesús.

Se rezarán tres Aves Marías a María Santísima para el mismo intento. Hasta aquí será común para todos los días.
    
DÍA PRIMERO
PRIMERA PALABRA: Hijas de Jerusalén no lloréis por mí, llorad por vosotras y por vuestros hijos (Evangelio de San Lucas).
Alma cristiana, oye mi palabra de vida y verdad. Si tu llanto cuando me ves caminar macilento y debilitado con la santa cruz, te produce una compasión natural, semejante a la que manifestaron las hijas de Jerusalén, tus lágrimas no me serán aceptas, ni a ti provechosas. Tus pecados son los que me han preso, azotado, coronado de espinas, escupido, abofeteado y condenado a morir en esta cruz que abruma mis hombros y cuyo peso me obliga a caer hasta tocar mis labios con el suelo. La divina justicia exige esta satisfacción en Mí, que soy vástago verde y fructuoso de sus  complacencias eternas, ¿y qué venganza no tomará de ti misma, siendo un leño seco en el árbol de su divina caridad? Si no lloras por ti en el tiempo que te dispensa su misericordia, se presentarán cuando menos lo pienses los días de furor de un Dios omnipotente, que vendrá a residenciarte, cuya aproximación te llenará de horror, miedo y espanto y te estimulará a decir a los montes: venid y caer sobre esta criatura y vosotros, elevados collados, encubrirme en vuestros senos, mientras pasa la venganza de un Dios justiciero. ¡Ay de ti, alma, si no previenes con lágrimas de compunción y con frutos dignos de penitencia la llegada de tu Dios! Yo, que soy tu Redentor, y que experimento en esta situación la mano fuerte de mi tierno y querido Padre por los pecados  ajenos, que son tus propias culpas, te advierto con toda la sensibilidad de que es capaz mi divino y dulcísimo corazón, que mires por ti misma, y no des lugar a sufrir una indignación omnipotente. Esta habría ya ejecutado contigo sus rigores si Yo no hubiera interpuesto los méritos infinitos de mis sufrimientos. Pero ¿Es posible, alma redimida con mi sangre preciosísima, que tu permanezcas en esa insensible indiferencia viéndome caminar hacia el Calvario, sin derramar tus ojos una sola lágrima por tus pecados, que son los verdaderos enemigos que me rodean, que me insultan y apalean, deseosos de verme en la cima del monte Calvario, donde voy a morir por mi infinito amor para contigo? Ea, pues, si así es tu determinación, acaba con ello, no me dejes llegar a lo alto de esa montaña que tenemos a la vista; ven, y en este mismo sitio en que me lloran las compasivas hijas de Jerusalén, dame tu una muerte inhumana cruelísima. ¿Tendrás valor para ejecutar esa fiereza con el Hijo de un Dios Omnipotente, y heredero legítimo de la viña de tu alma? No, ciertamente; pues en este caso dame tu corazón. No admito término medio en este momento: o me das la muerte con las manos tu voluntad rebelde y obstinada, o me das la vida entregándome sin dilación todo tu corazón  compungido y lloroso. ¿Qué partido eliges, alma cristiana redimida por Mí, tu Dios y tu Señor?

 

Contestación afectuosa del alma a su dulcísimo Jesús
Amado Redentor mío, vuestra palabra es viva y eficaz, y más penetrante que una espada de dos filos para mi alma. ¿Cómo, pues, resistirse esta a vuestra justísima demanda de entregarse toda a Vos? No. Dios mío, mi existencia, la redención y la salvación la debe esta miserable criatura a las misericordias inefables de ese tierno y  dulcísimo corazón. ¡Vos cargado con la cruz de mis infidelidades, angustiado y lloroso por mi bien,  y al mismo tiempo permanecer mi alma insensible a vuestras penas! ¡Ah! Esto no puede ser. Dad a mis ojos torrentes de lágrimas para llorar día y noche los extravíos de mi corazón. Si me fuera permitido por vuestra suma bondad lavar con mi sangre la lepra inmunda de mis culpas. ¡Cuán complacida se miraría esta alma conmovida con vuestra suavísima y amabilísima palabra! Pero así, Padre piadosísimo, nada valdría su sacrificio no estando unido con el vuestro de infinito valor. Vos así lo deseáis, y supuesto que para ello me pedís mi corazón, yo Os lo entrego por las bellísimas manos de vuestra inmaculada Madre, que al veros tan afligido en el camino del Calvario Os ha salido al encuentro para ofrecerse a sí misma con todos sus afectos, y mitigar por este medio vuestras penas y tormentos. Virgen purísima y Madre amabilísima de mi Dios, acoged este mi pobrecillo corazón, y uniéndole al vuestro santísimo, presentadlos a vuestro Unigénito para que sufriendo el mío solamente la justicia inexorable que merece por sus culpas, el de mi Dios y el vuestro inocentísimos gocen toda suavidad y gloria que les son debidas. Vedme ya, Señora,  llorando mis pecados, y mi alma toda traspasada con la dulcísima palabra que su Creador y Salvador divino la dirigido en las hijas de Jerusalén. Desde este momento, Madre dulcísima, me resuelvo a complacer a mi buen Jesús, y sometiendo mis hombros a la pesadísima cruz que le agobia, no pensaré ni obraré cosa alguna en toda mi vida, que no vaya encaminada a cumplir su voluntad santísima.  Recibid, Dios mío, estos afectuosos sentimientos de mi espíritu, ofrecidos por vuestra inmaculada e inocentísima Madre; por esa criatura benditísima, la más digna de vuestras miradas y complacencias,  y haced que vigorizados mis santos propósitos con vuestra poderosa gracia, los ejecute constantemente hasta exhalar el último suspiro, en vuestros santísimos brazos, para gozaros eternamente en la gloria. Amén Jesús.
    
Se alabará a las tres divinas Personas por el inefable misterio de la Redención humana:
  • Mi alma alaba y engrandece a Vos, Padre Eterno, porque la disteis a vuestro Unigénito, objeto de vuestras tiernas y soberanas complacencias, para que satisficiese a vuestra justicia por mis pecados. Todo espíritu del Cielo y de la tierra con todas las criaturas bendiga a mi Dios. Amén Jesús. Padre nuestro, Gloria Patri.
  • Mi alma alaba y engrandece a Vos, Verbo Eterno, por la infinita caridad con que me ofrecisteis a satisfacer por mis culpas a un Dios justísimamente irritado. Todo espíritu del Cielo y de la tierra con todas las criaturas bendigan y alaben a mi Dios. Amén Jesús. Padre nuestro, Gloria Patri.
  • Mi alma alaba y engrandece a Vos, Espíritu Santo Eterno, porque obrasteis el misterio de la Encarnación del Verbo Eterno en el tálamo virginal de María Santísima, para que así fuese mi divino Redentor. Todo espíritu del Cielo y de la tierra con todas las criaturas bendigan y alaben a mi Dios. Amén Jesús. Padre nuestro, Gloria Patri.
Ahora, alentando la confianza en Dios nuestro Señor, se hará la petición de las gracias que se desean conseguir por medio de esta Novena, y después se dirá la siguiente

ORACIÓN
Piadosísimo Salvador mío, palabra divina procedente del entendimiento infinitamente fecundo del Eterno Padre, que Os constituye una persona divina y un Dios con Él, y que unido a la humana naturaleza me anunciasteis los misterios sublimes de la divinidad, y los preceptos de la más pura moral que jamás había escuchado el mundo; Vos, Dios mío, de quien el altísimo Dios dio testimonio de que erais su Hijo muy amado, ordenándome al mismo tiempo oír su voz y obedecer vuestras dulcísimas palabras; Vos, Señor, cuyos sagrados labios articularon siempre voces de suavidad y de vida, que llenaron de asombro a los doctores de la ley, que colmaron de bienes a los Zaqueos y santificaron a las Magdalenas, vedme aquí postrado en vuestra adorable presencia, y ardiendo en vivos deseos de escuchar las tiernísimas palabras que me dirigís en vuestras mayores penas, cuando Os veo identificado con la santa cruz que pone fin a vuestra vida. ¡Ah! ¿Cómo podrá olvidar mi alma jamás vuestro testamento? ¿Cómo no cumpliré yo la voluntad de un Padre como Vos, que muere por darme la vida? Cómo me apartaré de un pastor que me alimenta con su propia sustancia, y que por colocarme en su aprisco ha dejado en los Cielos a los santos ángeles, ovejas dóciles y sumisas a su  voz? No, Dios de mi corazón; constantemente oiré vuestros encantadores acentos, y mi alma toda se entregará a cumplir vuestra adorable voluntad. Hablad, Señor, os diré con vuestro Samuel, que vuestro siervo oye; y con vuestro apóstol San Pablo no cesaré de clamar: Dios mío y redentor piadosísimo, decidme, ¿qué queréis haga? Vuestra grandeza y majestad, vuestros beneficios y vuestras ternuras para conmigo merecen justamente este obsequio reverencial y afectuoso, y una gratitud tan generosa que ocupe todo mi pensamiento, y se lleve tras de sí a toda mi alma. Hacedlo así, Padre misericordiosísimo, y cuantos momentos me resten de vida encaminadlos  a vuestro santísimo querer, para que no solicitando por esta Novena y todas mis acciones sino el cumplido efecto de vuestra voluntad adorable, consiga oír con candoroso respeto vuestras suavísimas palabras, y practicar sin interrupción vuestros saludables consejos, para poder alabaros eternamente en vuestra gloria, donde con el Padre y el Espíritu Santo vivís y reináis por los siglos de los siglos. Amén Jesús.
   
Antífona: Mis ovejas oyen mi voz, yo las conozco y ellas me conocen a mí, y nadie me las arrebatará por los siglos.
Te adoramos Cristo y te bendecimos.
Porque por tu cruz redimiste al mundo.
    
ORACIÓN
Oh Dios, que con la humillación de tu Hijo, elevaste al mundo abatido; concede a tus fieles una perpetua alegría, para que hagas gozar de una felicidad sin fin a los que libraste de los peligros de la muerte eterna. Por Nuestro Señor Jesucristo. Amén.

 

 

DÍA SEGUNDO

Todo se hará como el día primero exceptuando la palabra y la contestación, que serán particulares para cada día.
 
PRIMERA PALABRA DE JESUCRISTO EN LA CRUZ: Perdónalos, Padre mío, porque no saben lo que hacen (San Lucas)
Mírame ya, alma cristiana, en el tálamo de delicias a que me ha conducido mi amor para contigo. ¡Qué dulcísimas son las penas que ocasiona la verdadera dilección! En el Cielo, el seno de mi Padre es el centro de mis placeres, pero habitando entre los hombres, esta cruz es el trono de mis complacencias, y desde ella, cual tierno pelícano, voy a sufrir la muerte para dar la vida a los hijos de mi corazón. Obsérvame atentamente en la dolorosa situación a que me han reducido tus infidelidades. Mi semblante apacible y hermosísimo sin facciones de hombre, acardenalado con las bofetadas, envilecido con las asquerosas salivas, y denegrido con los raudales de sangre que lo enlutan. Mi sacrosanta cabeza sumamente atormentada con las punzantes espinas. Mis manos y pies fijos con duros y gruesos clavos. Todo mi sagrado cuerpo desnudo con ignominia y descoyuntado sin piedad. Afligido, desconsolado, insultado y hecho un varón de dolores, me encuentro en esta cruz a que me ha conducido la más grosera ingratitud. Sin embargo, soy manso y humilde de corazón, y por lo tanto no puedo desamparar al hombre, autor de todos los trabajos que me oprimen. En nada reputo mis indecibles penas y tormentos si con ellos llego a conseguir que el hombre se reconcilie con su Dios, y que, arrojando de su alma a Lucifer, reine en ella su Creador omnipotente. Y así, ¡oh alma redimida con mi sangre preciosísima!, mírame que, como olvidado de mis tormentos y aun de mi mismo, se despliegan mis labios a impulsos de mi corazón, y penetrando mis palabras la densa atmósfera de penas que me rodea, llega mi voz hasta el trono de mi Padre, suplicando el perdón de mis enemigos, a quienes excuso por su ignorancia. Oye, pues, alma, mis tiernas y cariñosas palabras. ¡Padre mío, perdona a esos pecadores su horrendo deicidio, pues no saben lo que se hacen! Aquí ves, alma cristiana, cumplido mi precepto de amar a los enemigos, y que deseando su salvación, mi voz, que siempre es oída de mi Padre, ha abogado en su favor.

¡Ah, si mis acentos y mis ejemplos fueran para ti en todo tiempo el norte donde encaminaras el rumbo de tus ansias y de todas tus acciones durante tu navegación por el mar borrascoso de este mundo! Levanta tu vista, alma aprisionada con las cadenas de la ira, del orgullo y de la venganza; mira el ejemplo de tu Dios, y llénate de rubor y confusión. Tú fuiste por quien clamé a mi Padre, supuesto que tus pecados fueron los que me colocaron en este suplicio. ¿Y tienes valor para vivir en tus iras y venganzas? ¿Y no te horrorizas, alma altanera, de ponerte a mi vista llena de tus aversiones, impaciencias y desagradable voluntad con los que te han injuriado, acaso por ignorancia, o creyendo dispensarte favores y beneficios? De poco servirá que ayer me hayas entregado tu corazón, si no me le ofreces lleno de humildad y mansedumbre para con los que te han injuriado. Arroja de él todo espíritu de resentimiento, y a semejanza de la cruz será para el mío dulcísimo  el tálamo de sus más exquisitas delicias, y el origen de toda su felicidad.

Contestación afectuosa del alma a su dulcísimo Jesús.
Amorosísimo Jesús mío, la soberbia que precipitó a mi primer padre me ha arrojado infinitas veces en el abismo de la impaciencia, del furor y de la venganza. Me confundo a vuestra vista, Padre piadosísimo. ¡Vos paciente y sufrido con vuestro enemigos; digo poco: Vos lleno de amor y caridad con los pérfidos que Os han fijado en esa cruz, cuyos tormentos Os privarán muy presto de la vida, al paso que yo, criatura vil y pecadora, me dejo conducir de la ira y del resentimiento con los que solo en mi aprensión me han injuriado! Así lo he verificado hasta el presente, mas no será así en lo que me reste de mi vida. Vuestra palabra, como lo testifica vuestro Profeta, es una saeta de fuego para los corazones; y esta alma redimida con vuestra sangre santísima, y estimulada con vuestros ejemplos, la amará poniéndola en la más completa ejecución. Vos ofrecéis a vuestro Padre el sacrificio de vuestra vida por mis pecados, por cuyo favor es mi intención en esta vuestra santa Novena ofreceros todo mi corazón. Para que este reconocimiento debido a vuestra grandeza y a la infinita caridad con que amáis a los hombres, y en particular a esta pobrecilla alma, sea aceptado de Vos, desde este instante arrojo de mi corazón todo resentimiento que hasta aquí haya tenido a mis prójimos, les perdono de toda voluntad sus injurias, y les amo y amaré como a mí mismo. Descansad, Dios mío, en mi corazón como en vuestro más delicioso tálamo, para que así aprenda del vuestro santísimo y suavísimo a ser humilde y manso en todas las injurias que pueda recibir de mis perseguidores. Estampad en mi alma, pues sois su dueño único y absoluto, vuestra sagrada imagen sacrificada en esa cruz por mi amor. Habladla Vos siempre palabras mientras dura mi peregrinación en este valle de lágrimas, y estimulándola con los auxilios de vuestra poderosa gracia a su cumplimiento, abrazadla en la hora de mi muerte, dándola el ósculo santo de vuestra paz, amistad y amor que la haga feliz con Vos, que vivís y reináis con el Padre y el Espíritu Santo por toda la eternidad en vuestra gloria. Amén Jesús.

Todo lo demás, hasta concluir, como el primer día.

 

DÍA TERCERO

Todo se hará como en los días precedentes hasta la segunda palabra

En verdad te digo que hoy estarás conmigo en el Paraíso (San Lucas)

 

¡Qué asombro, alma cristiana, no debe producir en ti el verme crucificado entre dos ladrones, y que uno de ellos asociándose a mis enemigos en su impiedad sacrílega, me insulta en mis tormentos y se burla de mi divinidad! A este estado me ha traído el amor que te tengo. Yo, que formo las delicias de mi Padre, a cuya diestra se halla establecido mi trono, recibiendo en él las alabanzas de los ángeles, me veo por ti en esta cruz reputado por caudillo de salteadores y asesinos, vilipendiado e insultado de los hombres más ingratos que ha producido la naturaleza. Sin embargo, mi corazón amante permanece tranquilo en tan gran borrasca de ingratitud y perfidia, y la sangre que corre de mis llagas ante el trono del Altísimo empieza ya a obtener el efecto de aplacar su indignación, y que las puertas del Cielo franqueen a los hombres su entrada en la visión beatífica. Si, alma cristiana, mi corazón dulcísimo encaminó un rayo de luz a uno de los malvados crucificado por sus delitos, y correspondiendo a mis llamamientos, en un momento se convierte en un apóstol y defensor de mi inocencia, publicando a voces mi divinidad. ¿Ni tú, dice a su compañero en los crímenes, viendo su osada malicia asociada a la de mis enemigos y perseguidores; ni tú temes a Dios, viéndole en el mismo suplicio que va a terminar con tu infame vida? Nosotros, a la verdad, justamente morimos por merecerlo así nuestras perversas obras, mas este hombre Dios, de quien tu blasfemas y a quien tan injustamente insultas, ningún mal ni delito ha cometido. Y volviéndose a Mí, con un corazón contrito y con el espíritu más afectuoso, clama en alta voz: Señor y Dios mío, acordaos de mí cuando lleguéis y Os veáis en vuestro reino. ¡Ah! Mi corazón rebosa de complacencia al oír estas palabras de un alma arrepentida; y sin dejar para más tarde darle su remedio, la digo lleno de afectuosas y paternales ternuras: Te aseguro en verdad, alma afligida y llorosa, que con tanta valentía acabas de vindicar mi honor en presencia de mis enemigos, que hoy mismo estarás conmigo en el Paraíso. Ve aquí, alma cristiana, cumplida mi promesa de reconocer por mío, delante de los ángeles, al que me confesare delante de los hombres. El buen ladrón acredita una fe valiente en presencia de mis enemigos, y en el mismo día recibe el premio debido a sus esfuerzos. ¿Y no te llenas de rubor, alma redimida con mi sangre preciosísima, enriquecida con mis auxilios y estimulada con mis recompensas? ¿Cuál es tu fe? ¡Ah! Una fe tímida y cobarde, a quien un despreciable respeto humano basta para llenarte de cuidados, cubrirte de rubor y dejarme con infidelidad. ¿De qué servirán tus protestas  de haberme entregado tu corazón desnudo de sus venganzas, si en las ocasiones que se ofrecen de vindicar mi honor, te avergüenzas de Mí, pasándote con tu cobardía al campo de mis perseguidores? En el día del juicio se levantará contra ti el buen ladrón y te condenará. Pero no, alma cristiana, Yo derramo mi sangre santísima por ti; esta fineza de mi amor merece sin duda tu correspondencia; soy tu capitán y tu Dios, y tú me serás fiel en la defensa de mi honor y de mi gloria, confiésame con valentía delante de los hombres, y serás conmigo muy pronto y por toda la eternidad en el Paraíso de mi Gloria.

Contestación afectuosa del alma a su dulcísimo Jesús y Redentor adorable

Con razón, Dios mío, deseaba la Esposa enamorada de los sagrados cánticos, que resonasen en sus oídos vuestras dulcísimas palabras, cuyos ecos suavísimos transportaban toda su alma. No es otro el efecto que experimenta mi pobre espíritu, cuando cercado de dolores e insultado por una vil turba de asesinos me prometéis vuestra gloria; sí,  mi corazón, superior a todo humano respeto y a la muerte misma, vindica con valentía vuestra inocencia y suprema majestad contra los hombres ingratos a vuestros inefables beneficios. Vos sois mi Padre amabilísimo, ¿y podrá una hija vuestra, tan favorecida de vuestra piedad, mirar con indiferencia vuestros insultos? Sois mi Redentor piadosísimo, ¿y podré permitir que impunemente se Os maltrate, y de nuevo se Os crucifique? Sois, últimamente, mi esposo, mi Dios y todas mis cosas, ¿y toleraré que Os desprecien, Os nieguen y Os persigan los que Os deben respeto, culto y amor? ¡Ah! Muera yo mil veces en este momento a vuestros pies, si mi alma ha de ser un soldado cobarde en la defensa de vuestra majestad. Os amo con todo mi corazón, y con vuestra gracia Os amaré constantemente hasta morir por Vos y por vuestra honra. Dadme, poderosísimo Dios, la fortaleza necesaria para celar vuestros intereses, despreciando lodo respeto humano contrario a vuestro servicio, a fin de que confesando con esfuerzo vuestro santo nombre en presencia de vuestros calumniadores, merezca ser reconocida por Vos delante de los cortesanos del Cielo, oyendo de vuestros dulcísimos labios aquellas suavísimas y consoladoras palabras: Ven, alma bendita de mi Padre a poseer el reino que te tengo prometido desde el principio del mundo.

Lo demás, hasta concluir, como el día primero.

 

 

DÍA CUARTO

Todo se hará como en los días precedentes hasta la tercera palabra

 

Mujer, ve ahí a tu Hijo, y al discípulo, ve ahí á tu Madre. (San Juan.)

 

¡Cuán ingenioso es mi amor para contigo, alma cristiana! Mi vida mortal durará ya muy poco en este mundo, y mi infinita dilección para contigo discurre nuevos medios para favorecerte. ¡Ah, qué sensible es para el tiernísimo corazón de mi dulcísima Madre el que va a manifestar en este instante mi voz! Como que al parecer van a articular mis palabras la renuncia de mi filiación, para sustituirte a ti en los cariños de tan santísima criatura, la más perfecta de mi omnipotencia y sabiduría, la más distinguida en mis caricias, y la que más que todas las criaturas juntas me agrada, me complace y me ama. Mírala en prueba de ello aquí, al pie de mi cruz, firme al mismo tiempo que su alma muere de dolor. Su corazón se encuentra sumergido en un mar de angustias, ya porque va a perderme, y ya principalmente, por lo mucho que me ama. ¿No es acreedora tan fina amante y tan queridísima y Santísima Madre, a recibir de Mí, su divino Hijo, algún consuelo supuesto que es por Mí por quien padece? Pero ¡oh indecible e imponderable amor mío para contigo, alma cristiana! Me olvido en cierto modo de Mí mismo, y me constituyo atormentador de mi Santísima Madre, para con tan portentosos medios hacerte la hija de su adopción en sus dolores y angustias. Dejo hasta cierto punto de ser su Hijo, no llamándola mi Madre, para que te sustituya en sus afectos. Oye lo que le digo, y el encargo que le hago de tu misma alma en la persona de Juan, mi amado discípulo: Mujer, ve ahí a tu Hijo; y tu Apóstol distinguido en mis ternuras, ve ahí a tu Madre, ¡Qué dolorosa conmutación esta para mi dulcísima Madre! Mas si en otro tiempo tuvo alguna dificultad, fundada en su humildad, para pronunciar aquel dichoso fiat, que la eleva a la encumbrada dignidad de Madre de Dios, ahora que mi voluntad la designa o señala en angustias y dolores por tu Madre de dolores, ahora que te concibe entre penas, y ahora, finalmente, que media una infinita distancia entre el Hijo que se la despide para ir a su Padre y el que entra a subrogarle por adopción, no se detiene ni titubea un instante en admitir a tu alma por su querida hija, amarla con ternura y estrecharla en su pacientísimo y amable corazón. No sé, alma cristiana, que tú puedas pedir más, ni yo tenga que darte una prueba más irrefragable de mis caricias. Mi Madre, María Santísima, lo es ya tuya. La Hija predilecta del Eterno Padre, la Madre purísima del Verbo divino, tu Redentor y Padre, la Esposa del Espíritu Santo más querida, esta es tu Madre. Sí, la Emperatriz de los Cielos y tierra, aquella criatura la más hermosa que salió de las manos del Altísimo, y cuyo corazón no conoce semejante, exceptuando el mío divino, en su caridad, sensibilidad y ternuras, esta mi Madre queridísima y objeto digno de todas mis complacencias,  esta misma es la que te he dado por tu madre, tu amparo, tu protección, tu vida, tu corazón y tu alma… ¡Ah! ¿Conoces, alma cristiana, tu dignidad de hija de María Santísima de los Dolores, supuesto que entre los mayores que sufrió su corazón, te concibe, te produce, te cuida, te defiende y te ama? ¿Correspondes tu a las ternuras de su maternidad soberana? Mi amado discípulo, luego que oye mi palabra, la reconoce por su divina Madre, la asiste con solicitud, la acompaña sin interrupción, y experimenta en retorno las caricias de su compasiva y amabilísima Madre. ¿Qué no debe producir en ti  su rubor ¡oh alma! esta conducta de mi Apóstol? ¿Amas tú a tu Madre María Santísima? ¿Sabes que me concibió en sus entrañas, y el fino amor que desde la eternidad la profeso? ¿Pues cómo la estimas en tan poco, habiéndotela yo dado como la joya más preciosa de mi amor? ¿Qué es lo que ejecutas en su santo servicio? ¿No es para ti una madre tierna, que todos los instantes te busca cuidadosamente, te regala con sus amores, te admite a sus tiernos abrazos y a los más íntimos afectos de su amante corazón? ¿Pues cómo ¡oh alma cristiana! no te desvives tú por tan hermosísima y apacible Madre? Ea, alma piadosa, María Santísima, mi dulce Madre te quiere y recibe por hija; reconócela por madre tuya, y todos los instantes de tu vida empléalos en alabarla, en servirla, complacerla y amarla con toda la intensidad de que es capaz tu corazón.

 

Contestación afectuosa del alma a su dulcísimo Jesús.

 

Piadosísimo Redentor mío, que instruyéndome desde la cátedra de la cruz me enseña vuestra palabra la singular honra que dispensáis a mi pobrecilla alma, dándola por madre suya a la que es vuestra propia y natural, y la afección bondadosa con que la Reina del Cielo la ha adoptado por su hija, tomándola en lugar vuestro y regalándola con sus ternuras. ¡Qué olvido tan culpable ha sido el de mi alma en esta gloria a que la elevó vuestro infinito amor para con ella! ¡Qué malísimamente he correspondido a las caricias de una Madre que me ama tan cordialmente, y que emplea toda su solicitud en guardar, proteger y enriquecer con sus tesoros a la hija que Vos mismo formasteis en su amable corazón entre los mayores dolores y angustias! Ya reconozco mi culpa, Padre amorosísimo, y la lloro con toda la amargura de que es capaz mi corazón contrito por vuestra gracia. María Santísima es mi Madre. ¡Ah! Estas serán las palabras que continuamente pronunciará mi lengua; y a madre tan bella y clementísima acudiré con la mayor confianza en todas mis urgencias y necesidades. Mas, Dios mío, si mi alma ha de ser hija verdadera de María Santísima, preciso es que, Vos le comuniquéis aquel rendimiento y puntualísima obediencia que la prestasteis Vos toda vuestra vida. Necesario es, Padre dulcísimo, que vuestro afectuoso y tiernísimo corazón se traslade a mi pecho, si he de amarla en lugar vuestro, como Vos lo queréis, y cual conviene a una hija que haya de formar las complacencias de tan Santísima Madre. Comunicadme, dueño mío, la infinita caridad de vuestro espíritu, para amar a la Santísima Virgen María y servirla cual se merece tan excelsa y soberana Emperatriz de ángeles y de hombres. Y Vos, piadosísima Señora, recibid a mi alma desde este instante por vuestra más fervorosa hija; en vuestras bellísimas manos se entrega mi corazón; Vos seréis siempre el dulce objeto de mis deseos, de mis palabras y de mis acciones; a Vos como a mi tiernísima madre encaminaré todas mis súplicas; por Vos y para Vos viviré siempre en el mundo, y en vuestros santísimos brazos se recogerá mi alma en la muerte, para que la conduzcáis a las moradas de la gloria donde habita vuestro Unigénito, que con el Padre y el Espíritu Santo vive y reina por todos los siglos de los siglos. Amén.

 

Lo demás, hasta concluir, se hará como el día primero.

 

 

DÍA QUINTO

Todo se hará como en los días anteriores hasta la cuarta palabra

 

 

Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado? (San Mateo y San Marcos.)

 

¡Qué responsabilidad tan terrible, alma cristiana, la que acarrea el pecado! Yo soy esencialmente la suma santidad e inocencia, mas por haberme comprometido a satisfacer por tus culpas, me encuentro en este momento en la mayor aflicción y angustia. Desde que fui concebido en el purísimo tálamo de mi Santísima Madre la Virgen María, jamás se ha apartado de Mí la memoria de esta cruz en que me ves clavado y lleno de dolores. Mi vida toda ha estado sembrada de penalidades, sobresaltos y persecuciones, y aun en la noche pasada experimentó mi alma una mortal congoja en el huerto de las Olívas, quedando triunfante a costa de mi sangre. Mas como si todo esto fuera nada, soy al presente el blanco donde descarga sus iras un Dios omnipotente que, atento a vindicar a su suprema Majestad ofendida, parece que se desentiende de que el mismo que le desagravia es su Hijo muy amado, y el objeto de todas sus complacencias. Sí, alma redimida con mi preciosa sangre, y con los trabajos y penas de tu Dios; no es solo mi cuerpo el que padece en este infame suplicio, mi alma se mira llena de imponderable angustia, y cual si fuera ella el verdadero delincuente, no encuentra en mi Padre sino un Dios terrible, que la obliga hasta agotar el amargo cáliz de su justa indignación. ¡Cuánto cuesta, oh alma, tu redención! Tu amor me embriaga hasta el extremo de padecer más y más por ti; y por otra parte, la severidad que mi Padre ejerce conmigo, me es sumamente aflictiva, y por lo tanto, sin decaer de ánimo para tolerar los tormentos, dirijo una mirada benigna hacia el Cielo, y desplegando mis labios cárdenos, balbucientes y moribundos, clamo a mi Eterno Padre: Acordaos, Padre dulcísimo, que soy vuestro querido Hijo, engendrado de vuestra substancia antes del lucero de la mañana; vuestra propia honra vilipendiada y mi infinita caridad para con los hombres me han conducido a este estado tan lastimero. Sabéis, Señor, que ni soy ni he podido ser jamás el ofensor, soy solamente el fiador, el abogado y el Redentor de vuestra misma naturaleza, aunque unida a la humana por vuestra voluntad santísima, y puesta en ejecución por el Espíritu Santo. Y siendo esto así, ¿cómo, Dios mío, Dios mío, me habéis desamparado?

Alma cristiana, ¿no te enternecen estas voces de tu Dios? Yo, que soy el apoyo y sostén de todos los atribulados, me veo desamparado de mi Padre, y constituido, por lo tanto, en lo más acerbo y terrible del padecer; ¿y miras tu con ojos enjutos mis angustias?  Mi corazón amante todo lo sufre, todo lo tolera gustoso para labrar con mis esfuerzos tu eterna felicidad; ¿y tú al mismo tiempo me desamparas y abandonas? Que mi Padre así lo ejecute, ya sabes que mi eximia e inmensa caridad para con los hombres le estimulaba a manifestarme esta justa y santísima severidad. Que Yo mismo me someta a tan imponderable aflicción…  Te consta que el deseo de hacer más copioso y superabundante tu rescate, me obliga a suspender en mi alma todos los consuelos que infaliblemente le comunicaría mi divinidad. Mas para desampararme tú ¡oh alma!, ¿qué móvil o principio puede impeler tu corazón? ¡Ah! Tu desordenado amor propio te aleja de seguir mis pasos y acompañarme en mis penas y afrentas. Este abandono tan ingrato me atraviesa el alma, viendo la infame preferencia que das a tus desabridos contentamientos sobre tu Redentor. ¿Y es posible esta conducta tan desatenta para con mi amor? Unos transitorios deleites, ¿merecen más que tu Padre y tu Dios? Alma cristiana, confúndete al ver tu pérfida ingratitud con tu más tierno amante. Yo te busco y te amo, y tú, por no dejar tus regalos y comodidades, me desoyes, te huyes y me abandonas en esta cruz. ¡Cuánta es tu ceguedad y tu rebeldía si no te das por entendida de mis palabras! Préstame, pues, algún consuelo en mi triste situación; no me niegues tu compañía en mis duros trabajos, y acude con prontitud a unirte a mi alma en el desamparo en que la ha constituido mi Padre por tus enormes delitos.

 

Contestación afectuosa del alma a su dulcísimo Jesús

 

Mi dulcísimo Jesús, que ofreciendo a vuestro Eterno Padre el sacrificio de vuestra vida en satisfacción de mis culpas sufristeis la pena de veros desamparado, y que vuestros hermosos labios le encaminasen una amorosa queja, nacida de un corazón rendido a su santísima voluntad, y deseoso de padecer más por mi alma apegada a los gustos y complacencias de la tierra; yo soy  el delincuente, Dios santo y justo en todas vuestras obras, no este vuestro Unigénito, que por su eterna dilección para conmigo sufre en esta cruz vuestro desamparo.  Castigadme a mi, y consolad a este vuestro Santísimo Hijo, igual a Vos, y objeto de vuestro divino e infinito amor. Aceptad, Dios mío, mis palabras, y librando de sus penas a mi Divino y adorable Redentor, ejecutad con mi alma los justos rigores de vuestra severidad. Pero, ¡ay Salvador mío!, ¿qué es lo que digo? ¿Qué valdría mi satisfacción si yo fuese la víctima? Yo concebido en pecado y lleno de pecados, ¡qué  sacrificio tan impuro para desarmar las iras de un Dios ofendido! Vos sois mi verdadero Redentor y Vos, que sois de un valor infinito, el que podéis satisfacer mis infinitas deudas. Estas os han traído a esta cruz, y ellas os han causado el angustiado desamparo que experimentáis de vuestro Eterno Padre, y del que yo me he desentendido hasta aquí por contentar los caprichos de un amor bastardo hacia mi propia felicidad. Yo lo confieso con lágrimas, Padre amorosísimo; y  postrada en vuestra presencia mi alma, os pide perdón de tan grosera ingratitud; no os desamparará ella mientras le dure la vida; y para empezar desde este momento a ejecutarlo, sacrifica a vuestros sagrados pies todos los gustos y complacencias que pudiera disfrutar en este mundo, y se abraza con vuestra cruz, con vuestras penas y sufrimientos. Sus regalos y sus alegrías, en lo sucesivo, las formarán vuestros tormentos, y nunca se mirará más complacida que cuando, a vuestra imitación, se vea desamparada de toda consolación terrena, y Vos, para hacerla una copia vuestra, la probéis con el fuego de vuestros tiernos amores. Recibid, Salvador mío, en vuestro desamparo, estos santos deseos que arden en mi alma; proporcionen ellos, por vuestra misericordia, algún consuelo a vuestro piadosísimo y amante corazón; y haciendo que el mío se una con el vuestro, siempre os agrade  en la vida y os alabe en el Cielo, donde con el Padre y el Espíritu Santo vivís y reináis por los siglos de los siglos. Amén Jesús.

Lo restante, hasta concluir, como el día primero.

 

 

 

DIA SEXTO

Todo se hará como en los días anteriores hasta la quinta palabra

 

Sed tengo. (San Juan.)

 

Yo soy tu Dios, alma cristiana,  y también soy verdadero hombre. En toda mi vida te he dado pruebas de esta católica verdad, y así el Tabor como el Calvario atestiguan constantemente las dos naturalezas que se hallan en uno solo y tu único Redentor. Allí fue una manifestación gloriosa de un Dios santo y omnipotente, y aquí, en el Calvario, la de un hombre afligido, angustiado y mortal. En el Tabor se comunicaron a mi alma y a mi cuerpo efectos y  reverberos de mi Divinidad, de cuya felicidad disfrutarán siempre, a no impedirlo mi voluntad para poder padecer por tu amor; mas en el Calvario casi me dejo ver como un puro hombre, sujeto a todas las flaquezas de la mortalidad. Sí, contémplame, alma, en este estado, y me hallarás acongojado, cargado con todas las miserias que oprimen al hombre puesto en un suplicio atroz. Pero, ¡ay! que aun al malvado condenado a morir por sus crímenes se le dispensan con toda prodigalidad la piedad, la misericordia y los servicios que demanda la humanidad triste y acongojada. No así conmigo. Mis enemigos son insensibles a mis padecimientos. Si me acompañan, es para inventar nuevos tormentos, para repartir entre sí mis vestiduras y hacer mofa de mi sufrimiento. Ninguno hay entre ellos que se compadezca de Mí, y si he de refrigerar la sed mortal que me abrasa y consume, forzoso es que se la manifieste. Despliego, pues mis labios, que en todos los tiempos han comunicado a los hombres palabras de vida y sabiduría, y con tono amigable y tierno les digo: Sed tengo. ¡Qué horror, alma cristiana, debe causarte la conducta que observan mis perseguidores cuando escuchan mi lánguida y moribunda voz! ¡Ah! Ellos ponen en una caña una esponja empapada en vinagre, y entre injurias y denuestos la aplican a mi boca para que ninguna parte de mi cuerpo quedase sin especial tormento. ¿Oíste jamás una fiereza tan atroz de corazones humanos? Mas si tan mala acogida tuvo mi palabra en mis enemigos, ¿te darás tú, oh alma por quien padezco y por quien muero; te darás tú por entendida de la verdadera sed que padezco y que me devora por tu salvación? Llevado de esta misma sed pedí de beber en otro tiempo a un alma pecadora, que atraída por mis dulces palabras reconoció sus delitos, me confesó por su Dios, y se convirtió en un apóstol para anunciar mi nombre a los habitantes de Samaria. Mas ¡ay! que la sed que te demuestro entre el cansancio de mis tormentos, y entre las fatigas de mis penas en esta cruz, ni aun consigue que tengas sed de justicia y santificación, que deseo introducir en ese tu corazón. Pero, ¡alma cristiana! ¿Permanecerás insensible a las ternuras de mi corazón? Veme aquí que he venido en tu busca, y que angustiado con la fragosidad del terreno por donde he llegado a este sitio, me veo obligado a no estar sentado en la pradera que ofrece la inmediación de un gran pozo, que provee de aguas a una vasta población, sino extendido, pendiente y clavado en una cruz, desde la cual te digo: Sed tengo, ¿me das de beber? ¿Serás en esta ocasión semejante a mis enemigos, que en vez de refrigerar mis fauces llenarás de acíbar mi corazón? Alma cristiana, sed tengo: pero el agua que yo quiero recibir de ti es que me reconozcas por tu Dios, por tu adorable Redentor, que vengo en tu busca para santificarte, para comunicarte mis dones, y para hacerte un apóstol que anuncie mi nombre, que defienda mi honra y publique mis eternas misericordias. Ármate, pues, como valiente soldado de mi espiritual milicia, y en cuantas ocasiones te se ofrecieren, procura celar mi honor aunque te cueste la vida, que no será perderla, sino adquirirla dichosa y sempiterna.

 

Contestación afectuosa del alma a su enamorado Jesús.

 

Clementísimo Jesús mío: con justa razón ansiaba la sagrada Esposa vibrasen en sus oídos vuestras dulcísimas palabras, pues que ellas comunican el fervoroso amor y la vida. Dichosa mi alma, oh Padre amorosísimo, si instruida por lo que acaba de oír de vuestros tiernísimos labios, llega a convencerse de que la sed que os aflige y martiriza es la de mi salvación. Sí, Dios mío, así lo reconozco y confieso, al mismo tiempo que me confundo al ver cuán descuidada ha vivido mi alma en daros el consuelo que la demandáis, contribuyendo con santas obras y celando con denuedo vuestro honor y vuestra gloria contra vuestros encarnizados enemigos. El ejemplo de fervor que practicó la Samaritana me llena de rubor, siendo así que vuestra solicitud para ir en su busca se aumenta incomparablemente cuando tratáis de mi eterna felicidad. Yo os adoro, dulce Jesús de mi vida, por las inefables misericordias que en todo tiempo practicáis con esta alma ingrata. Hacedla participante de vuestra sed para pagaros con amor la gran deuda de vuestro amor con quien tan poco sabe agradecer vuestras finezas. Revestid, Dios mío, a mi corazón de invencible fortaleza en los caminos de la más acrisolada justicia. Desatad mi lengua para que pueda publicar vuestras grandes maravillas, y defender vuestra honra contra vuestros calumniadores. Encended en mi corazón las llamas abrasadoras de vuestra dilección, para que sintiendo vuestras penas y tormentos, participando de vuestra insaciable sed de mi propia santificación, y anunciando al mundo vuestras grandezas y misericordias, pueda mi alma algún día alabarlas y engrandecerlas por toda una eternidad de eternidades en la gloria, que con el Padre y el Espíritu Santo disfrutáis por los siglos de los siglos. Amén.

 

DÍA SÉPTIMO

 

Todo se hará como los días anteriores hasta la sexta palabra.

Todo está ya consumado. (San Juan)

 

Alma cristiana, apenas el hombre introdujo el pecado en el mundo, cuando a pocos instantes anunció su remedio el Altísimo a los hombres. Mis profetas anunciaron con mucha anticipación las circunstancias sublimes de mi santísima vida con los tormentos y angustias de mi sagrada pasión, y si en estos momentos registras dos libros santos, mas bien que un anuncio o profeta hallarás la verdadera historia de todas mis acciones, y la perfectísima ejecución de cuanto me ordenó mi Padre que practicase desde el pesebre hasta la cruz. Su nombre sacrosanto lo he dado a conocer a los mortales; no he perdonado algún trabajo ni fatiga para evangelizar su reino; las injurias que ocasionó al Omnipotente el pecado del hombre, quedan ya  plenísimamente satisfechas, sin que todas las culpas que puedan cometer los humanos hasta la consumación de los siglos sean capaces de sobrepujar al infinito mérito de la víctima que hoy ofrezco de Mí mismo a mi Eterno Padre. El príncipe infame de las tinieblas ya lo he arrojado de su tirano dominio, y sujetado con cadenas a la puerta de los abismos, no pudiendo introducir en sus infernales cavernas sino a los que se obstinan en su imperio de maldad. Ya, finalmente, todas las sombras y figuras que me simbolizaron en la ley de Moisés, recibieron su pleno conocimiento, y para acreditar su caducidad y que cede el lugar a la que Yo mismo he fundado entre los hombres, el velo del templo se ha rasgado de alto a bajo. Todas estas verdades son las que te manifiesto cuando, lleno de intensos dolores y amargas penas, abro mis divinos labios para decirte: Todo está consumado; como si te dijera: mi Eterno Padre está ya cumplidamente satisfecho y pagado, y tu redención verificada y realizada. La ley dura de Moisés no te agobiará con sus enormes preceptos, y sola la de mi amor e infinita caridad será la que arreglará tus acciones. Pero, alma cristiana, ¿ponderas tu dignamente estos beneficios que te dispensa mi infinita misericordia? Ya es verificada tu redención, y sin embargo, ¿tú te empeñas en vivir siempre esclavizada del pecado y de Lucifer? Yo te he reconciliado con mi Padre y tu Dios por los merecimientos de mis angustias, y con el sacrificio de mi sangre y de mi vida, ¿y tú cada vez más obstinada y rebelde contra tu Creador y Señor? Yo aliviándote de la carga de los preceptos promulgados por la ley de Moisés, y ¿tú poniéndote cada día nuevo peso de obligaciones mundanas y de capricho? Dándote yo unos mandamientos suaves y comprometiéndome al mismo tiempo a ayudarte a su cumplimiento y, ¿tú sin embargo los desprecias, los quebrantas y le separas de Mí, tu Dios, tu Redentor y tu Padre? Yo he cumplido hasta los últimos ápices la voluntad de mi Padre, que me envió a ser tu médico, tu maestro y tu reparador, ¿y tú no quieres cumplir la mía y mis instrucciones? Pues teme ¡oh alma! aquel terrible momento en que, como severo juez, vendré a residenciar tus infidelidades. Entonces oirás la misma palabra de mis labios: todo está concluido y acabado. Se te acabó el tiempo de ejecutar tu voluntad contraria a la mía, y ahora recibirás el castigo o recompensa, según hayan sido tus obras. ¿Te ha dominado la vanidad, la soberbia y la hipocresía? Pues yo revelaré ahora, a presencia de todo el universo tu atroz perfidia. ¿Han sido las vergonzosas pasiones de la gula, de la maledicencia, de la injusticia y la lascivia las que han empañado el candor de tu alma? Pues un fuego inextinguible castigará eternamente tu perversidad. ¿No me amaste, y despreciaste los beneficios que ejecuté por tu redención? Pues para siempre serás separada de Mí. Todo quedará concluido en aquel instante. Yo me quedaré en mi gloria con los escogidos, y tú irás a ser compañera por toda la eternidad de Lucifer y de todos los condenados. Alma cristiana, reflexiona atentamente estas verdades, y si no quieres experimentar tan lamentables desdichas, abrázate con esta cruz en que acabo de consumar tu redención. Mira mi inmenso amor para contigo hasta dónde me ha conducido; ve como mi sangre preciosísima corre en ríos caudalosos para lavarte de todas tus iniquidades; y si ella es tan poderosa para aplacar las iras de mi Eterno Padre, ¿no lo será también para suavizar la dureza de tu corazón? Ea, date prisa, pues ya el amor va a poner fin a mi vida. No puedo ya resistir al incendio de caridad que me devora por tu eterna felicidad. Todo lo que mi Padre exigía por satisfacción de sus ofensas, y cuanto me mandaba la infinita caridad con que te amo, está ya verificado, concluido y consumado. Ni se me pudo pedir más, ni Yo he tenido otra cosa que poder ofrecer por ti.

 

Contestación afectuosa del alma a su  dulcísimo Jesús.

 

Misericordiosísimo Jesús, que luchando ya con las agonías de la muerte os dignáis pronunciar las dulces palabras de mi mayor consuelo, de hallarse mi alma reconciliada con vuestro Eterno Padre por la eficacia de vuestros infinitos méritos, contraídos con todas vuestras acciones, y en especial por vuestra sacrosanta Pasión, por vuestra sangre preciosísima derramada con tan inaudita prodigalidad, y por el sacrificio de Vos mismo, ofrecido en esa santa cruz. Benditas sean vuestras entrañas de clemencia para con una criatura tan ingrata como lo soy yo en vuestra presencia adorable. ¡Ay Dios y Padre mío, qué confusión la  mía cuando Os veo que lleno de infinito amor para conmigo, protestáis en alta voz que la voluntad del Altísimo, con respecto a mi eterna salud, se halla cumplida con la mayor exactitud; al mismo tiempo que mi alma puede decir con toda verdad que aún no ha empezado a ejecutar la vuestra! Tantos días, tantos meses y tantos años empleados en bagatelas, en infidelidades y en desacatos contra Vos, sin poder contar un solo momento en que con seguridad pueda decir que lo ha empleado en serviros, en complaceros y en amaros. ¿Qué será de mí, Padre piadosísimo, cuando en el instante de muerte os presentéis corno un recto juez a residenciar mi inicuo proceder? ¡Ah, ¡qué terribles podrán ser entonces para mi alma las palabras que ahora acaba de escucharos con tanta consolación y alegría! Pero no sea así, Dios de bondad y clemencia, y para evitar tan triste desventura, desde esta hora pronuncio, con toda la sinceridad de que es capaz mi pobre corazón, vuestras mismas regaladas palabras: todo está ya concluido. Sí, mundo engañador, que innumerables veces me has extraviado con tus encantos, rotos quedan ya nuestros pactos, ni jamás volveré a engolfarme en tus delicias. Te detesto, soberbio Lucifer, cuyas inicuas maquinaciones y consejos continuamente me condujeron a ofender a Dios, mas jamás ya volveré a escuchar tus falaces promesas y para siempre queda ya abjurado por mi alma tu tiránico dominio. Pecado, huye de mí por toda la eternidad que vivirá mi alma, te haré cruda  guerra a ejemplo de mi divino Redentor.  Dios mío, compadeceos de mi miseria, pronunciad  una sola palabra, y mi alma quedará sana de todas sus dolencias, y fortalecida con vuestro poder articulará un adiós eterno a toda clase de vicios y malas costumbres. Mi corazón ansía por Vos, y por cumplir vuestra voluntad santísima, así como Vos ejecutáis perfectamente la de vuestro  Padre.  Tengan ya fin en mí los pecados; concluya mi alma de ofenderos, para que de este modo, cumpliendo vuestro querer en todos los momentos de mi vida, oiga en mi muerte vuestras dulces y consoladoras palabras: Ya se acabó para ti el mundo, ven a gozar para siempre las felicidades de mi gloria, donde vivís y reináis con el Padre y el Espíritu Santo. Amén. Jesús.

Lo restante, hasta concluir, como el día primero.

 

 

DÍA OCTAVO

 

Todo se hará como en los días que preceden, hasta la séptima palabra

 

Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu. (San Lucas)
Mis padecimientos, alma cristiana, mis íntimos dolores, la muchísima sangre que han vertido mis llagas, y sobre todo, mi amor para contigo, me aproximan ya al desfallecimiento y a la muerte. Toda la naturaleza se estremece cuando ve a su Creador rodeado de los síntomas que presagian su muerte cercana e inevitable. El sol pierde sus luces, 1a tierra se cubre de tinieblas, y toda criatura se mira llena de tristeza, de temblor y espanto; mi alma sola es la que conserva toda la tranquilidad de su santificación y justicia; aunque pocos momentos antes se miró desamparada de mi Eterno Padre, en este instante de mi fallecimiento se me presenta lleno de sus acostumbradas caricias y ternuras. ¡Oh Padre mío dilectísimo y Dios Omnipotente! Tú siempre me amaste, y yo eternamente soy el objeto digno de vuestras inefables complacencias. Treinta y tres años hace que vine a este mundo, sin dejar por esto de habitar en vuestro seno, y en todos los momentos no he hecho otra cosa que ejecutar vuestra voluntad adorable. Concluí la obra de la redención humana, Os he dado a conocer a los mortales, y vuestro reinado lo dejo establecido en los corazones hasta el fin de los siglos. Yo Os he clarificado  volviéndoos la honra de que Os había despojado el pecado y el infierno, clarifícame pues ahora Tú, Padre mío, en tu presencia y estimación, cuales he disfrutado antes de que existiera el mundo y todas las criaturas. Dios, igual a Vos, y uno mismo con Vos, me enviasteis a la tierra, y Dios Hombre me vuelvo al Cielo. Mi corazón va lleno de santos afectos para con los que me disteis y entregasteis. Esta mi Madre Santísima y purísima, aunque la dejo ya encargada a mi amado discípulo, que la mirará como se merece tan excelsa y divina Madre, sin embargo, ella ocupa todo el espacio de mis deseos, de mi amor y de mis ternuras. Mis apóstoles, estas almas que rodean mi cruz, todos los justos, los pobrecillos pecadores por quien es tanto sufro y tolero, todos me llenan de compasión y clemencia, y todos juntos se encuentran dentro de mi corazón, sin que pueda alejarme de ellos, a quienes por el contrario abraza mi alma con toda la amabilidad de que es capaz. Ya, pues, Padre mío, desfallezco de amor. La caridad infinita y eterna que nos une me impele hacia Vos, conduciendo en mi compañía todos los corazones. Ea, pues, Padre dulcísimo y santísimo, recibidme cuando me encamino a Vos cubierto de los ricos despojos de mis insignes victorias. Padre mío, en tus manos santísimas encomiendo mi espíritu. Alma cristiana, muero por tu amor, adiós… ¡Ay! Entre las densas tinieblas, que en este instante cubren toda la tierra y que hacen profundamente silencioso el Calvario, oye, alma cristiana, los arrullos tristes y desconsolados de esa mística tortolilla, cuyos ecos hacen romper las piedras, no pudiendo sufrir el eco que despide el más esforzado corazón. Hijo mío dilectísimo, exclama María Santísima, ¿habéis muerto ya? ¿Y quedo yo todavía con vida? Jesús dulcísimo, Unigénito del Padre y mío, ¿no existís ya sobre la tierra? ¡Ah! ¡Corro a abrazarme con vuestros sagrados pies para registrar si aún conservan algún movimiento. Dios mío, dulcísimo hijo Jesús, soy vuestra tierna Madre, ¿me conocéis? ¿Vivís todavía? ¡Dios inmortal…  Murió mi Jesús, y yo desfallezco de pena y dolor. Alma cristiana, mira a  tu Dios, a tu Redentor y a tu Padre.  Él ha expirado entregando su alma y la tuya en las manos del Altísimo. Une tu corazón con el mío para que lloren juntos la muerte de mi Jesús; acompañémosle en espíritu ante el trono del Omnipotente, y muriendo a este mundo y sus concupiscencias, aspira a conseguir la muerte de los justos. Yo me hallo constituida por mi Unigénito Santísimo tu Madre y tu Maestra, y tu eres mi hija y discípula. Oye los gemidos de tu afligidísima Madre, y practica constantemente mis instrucciones de vida y salud.  Mi Hijo Jesús ha muerto por tu amor y tu alma la ha resignado juntamente con la suya en las manos de su Eterno Padre. En tan seguro depósito se halla colocado tu tesoro, trabaja por conducir a él frutos copiosísimos de santa negociación; niégate a los placeres de la tierra y aspira sin cesar por la morada que guarda tus riquezas. Compadécete de mis penas y angustias, siente con íntimo dolor el haber sido la causa de la muerte de tu Dios y procura vivir de tal modo, que en la hora de tu muerte puedas confiadamente entregar tu alma en las manos de mi Unigénito y dulcísimo Jesús, y que este tu piadosísimo Redentor te reciba y reconozca por suya.

 

Contestación afectuosa del alma de su dulcísimo Jesús.
Inocentísimo Jesús, que expirando entre crueles penas y dolores entregasteis vuestro espíritu y el de todos los escogidos en manos de vuestro Eterno Padre, oh Dios y dueño de mi alma, ¿cómo puedo yo vivir viéndoos muerto por mi amor? Hasta el último momento habéis acreditado vuestra constancia, y confirmado con vuestra conducta la divinidad de vuestra doctrina, muriendo como Pastor amabilísimo para dar vida a esta oveja descarriada de vuestro redil. Yo me confundo viendo gemir a toda la naturaleza en vuestra muerte, al paso que mi corazón permanece duro e inflexible a las finezas de vuestra inmensa caridad. Virgen purísima y Madre dolorosísima, prestad a mi espíritu los sentimientos santísimos que abundan en el vuestro. Sienta mi corazón las imponderables angustias que abisman al vuestro santísimo y suavísimo. Yo he sido la causa de la muerte de vuestro Unigénito, y de todos vuestros pesares, justo es que sufra la pena debida a mi perfidia y que experimente la amargura de impiedad. Mi alma se postra ya ante su Redentor difunto, y estimulada con vuestros ejemplos, llora con amargura de corazón todos sus pecados. ¡Ay Madre dulcísima! no me desamparéis, mirad a mi alma, huérfana de su mejor Padre, que os ha subrogado en su lugar pocos momentos antes de su fallecimiento. Por Vos, afligidísima Reina, le entrego mi espíritu, y Vos, como mi Maestra divina, enseñadme a hacer en todo su adorable voluntad. Detesto con horror todas mis culpas, y uniendo enteramente mi corazón con el vuestro, deseo sentir y llorar la muerte de vuestro benditísimo Jesús en vuestra compañía, mientras me dure la vida, para merecer por vuestra mediación en la muerte que me reciba y estreche en sus brazos, reconociéndome por oveja suya, sellada con su sangre y atraída por sus ternuras. Conducidme, pues, piadosísima Madre, a tan gran felicidad y ventura, a fin de que entrando a la vista de mi Dios a engrandecer sus misericordias, tenga también poderosísimos motivos de alabar eternamente al Señor por vuestras piedades, y en unión íntima con Vos adorar a vuestro Unigénito, que con el Padre y el Espíritu Santo vive y reina en el Cielo por los siglos de los siglos. Amén Jesús.

Lo demás, hasta concluir, como el día primero.

 

 

DÍA NONO

 

Todo se hará como el día primero, hasta la

ALOCUCIÓN DEL CORAZÓN DE JESÚS MUERTO EN LA CRUZ
¡Qué fiereza tan atroz la de mis enemigos, alma cristiana! Ni el sentimiento que manifiestan todas las criaturas, ni las opacas tinieblas que cubren toda la tierra, ni la presencia augusta de mi Santísima Madre llena de dolor y de amarguras, ni el verme yerto cadáver… nada, pues, los contiene en su obstinada malicia de maltratarme. Un impío soldado enristra la lanza y arrimándose a esta cruz me traspasa este mi divino costado, y en premio de su perfidia el agua y sangre que sale de mi costado le da vista. Míralo, alma cristiana: esta herida tan profunda que registras en mi pecho, es la puerta por donde quiero te introduzcas hasta mi paciente, amable y tiernísimo corazón. El se halla muerto, es verdad; pero también lo es que él se encuentra unido a mi divinidad, siempre viva, inmortal y eterna. Ea, pues, no te detengas, eleva tu espíritu a tu Redentor; penetra hasta la recámara de mi compasivo y omnipotente corazón, grabando en el tuyo las sentidas palabras que quiero comunicarte. Sí, alma cristiana, Yo soy caridad infinita, bien sumo, y por lo tanto comunicado y comunicable; esto en la eternidad, y aquello en el principio del tiempo; lo primero con una acción siempre eterna y siempre en Mí mismo; y lo segundo saliendo de Mí y produciendo todos los seres. Entre estos robaste todas mis atenciones desde la eternidad, y te amé; mas mi amor para contigo podía serte menos inteligible, por lo mismo que era infinito e inmenso. Para certificarte, pues, de mis inefables ternuras, me hice hombre, y desde aquel momento tuve este corazón que, embriagado de tu dilección, todo lo ha arrostrado por quererte, por amarte y por ganarte para mi gloria. Obsérvalo todo llagado de las flechas del más fino amor: su compasión, su clemencia, su bondad y su dulzura, las produce la caridad sin límites que lo devora, que lo abrasa y lo derrite por tu felicidad. Nunca hubo ni jamás se hallará un corazón que amase tanto, y todo este amor es a ti misma, como la joya que más desea, por quien incesantemente suspira, y a quien ha buscado en la borrasca de la más deshecha persecución y tormentos. Míralo con atenta consideración, tómalo en tus parricidas manos, obsérvalo muerto con el puñal de tus infidelidades, y hallarás que toda la ingratitud tuya para conmigo en nada ha podido menoscabar las tiernas sensibilidades de mi amor. Admírate, llénate de asombro viendo a este corazón de todo un Dios cómo se deja caer en tus manos como en su centro, cómo se deja estrechar de tus brazos cual de su más íntimo amigo, diciéndote: hija mía,  dame tu corazón. El mío no ha podido morir en cuanto unido inseparablemente a la divinidad, y si está muerto en cuanto lo es de un verdadero hombre, es para granjearse tu voluntad, para atraerse tus cariños, para ser el único dueño de tu corazón. Yo no he podido hacer más por ti, ni mi corazón ha podido darte más pruebas de amistad, de benevolencia y amor. Te amé siempre, me hice hombre por ti, me quedo sacramentado para ti hasta la consumación de los siglos, he vertido toda mi sangre entre dolorosos tormentos, y he muerto por ti siendo Dios inmortal. Vuelve, alma cristiana, a mirar y remirar a mi corazón; aplica tus oídos a esa voz que forma la palpitación que le ha dejado la muerte al arrancarle la vida, y oirás que ella es la palabra de un Dios amante que aboga por ti a su Eterno Padre, para que te perdone tus pecados, para que te convierta a su servicio, y para que te infunda santos afectos para que me franquees las puertas de tu corazón. Ea, hija mía, no seas tarda y pesada de corazón. Yo quiero habitar en ti como en mi templo. Yo te he rescatado con mi sangre, te he ganado con mis tormentos y te he amado con intensión y con constancia. No me niegue tu albedrío la entrada en tu corazón, y no retrase tu voluntad la unión de dos amantes corazones. Unámoslos, pues, sea uno solo nuestro corazón, y viva no ya el tuyo carnal, miserable y terreno, sino el mío, que es todo caridad, bondad, virtud y santidad. ¡Ah! ¡Qué dichosas y por bien empleadas doy, mis palabras si ellas consiguen ganar a tu corazón! ¡Qué dulce me será la memoria de mis sufridos trabajos si ellos han conseguido ganar a tu alma, perdida por el pecado y esclava de Lucifer por su soberbia! Los ángeles celebrarán nuestro triunfo, y nuestros corazones, llenos de santas complacencias, se gozarán eternamente, el tuyo vencido de mis palabras y de mi amor, y mi dulcísimo corazón de haber conseguido el triunfo de sus desvelos, de sus penas y de su caridad infinita para hacerte feliz por toda la eternidad.

Contestación afectuosa del alma al Sagrado Corazón de Jesús.
Dios mío, Jesús mío, triunfó dichosamente en este feliz instante vuestro corazón. Vos anunciasteis que siendo elevado en la cruz llevaríais tras de Vos todas las cosas. Mi corazón, convidado y atraído por el vuestro dulcísimo y santísimo, corrió ya a formar con él una unión más íntima que la de David y Jonatán, sin que algún contratiempo ni las criaturas todas puedan contrariarla ni entibiarla. ¡Benditas sean las finezas de vuestra infinita dilección para con esta alma miserable y pecadora! Solo vuestro amor inmenso es el que ha podido triunfar de su obstinación. Venciste, Padre amabilísimo, y mi alma se reputa por muy  gloriosa al verse aprisionada con las suavísimas cadenas de vuestros inefables y divinos afectos. ¡Oh Jesús mío! ¡Oh corazón amante! Permitid que este corazón, que siempre os ha sido ingrato y desconocido, se inmole víctima de suavidad en las aras de vuestro amor. Arda él perennemente en las llamas que consumen y liquidan a ese pecho sagrado de mi Dios. Purifíquese mi espíritu con vuestro contacto de toda la materia de iniquidad que contrajo con las culpas. Mueran en mi pecho los incendios de las pasiones, y sea todo en mí oro purísimo de caridad santísima para con un Dios que me eleva a su unión y dichosa participación. Os protesto, Padre dulcísimo, que no quiero vivir, ni morir, ni pensar, ni decir, ni hacer, sino unido con el vuestro este pobrecillo corazón. Vos así lo queréis también, y para conseguirlo habéis venido a esta cruz, en ella suspira y expira ese corazón, centro de las delicias de vuestro Padre, e imán que lleva y absorbe en sí a mi alma con todos sus afectos. Ea, pues, Dios mío, vivan eternamente unidos por vuestra infinita misericordia nuestros corazones. Hable el vuestro al mío palabras de vida sin intermisión, y sea el mío un fiel ejecutor de los amorosos designios de vuestra adorable voluntad. Y Vos, Virgen Santísima, que asistís traspasada de dolor a vuestro Unigénito ya difunto; Vos, que presenciáis las finezas de su dilección para con esta alma delincuente; Vos, que veis finalmente la unión que hace de mi pobrecillo corazón con el suyo dulcísimo y santísimo, afianzadle para mi dicha con vuestra soberana protección. Estrechad nuestros corazones con esas blanquísimas manos bienhechoras; unidlos fuertísimamente con la odorífera goma de vuestras amabilísimas lágrimas, y haced que vuestra voluntad santísima para favorecerme en esta dicha sea tan eficaz, como lo fue para que el Hijo del Eterno Padre comunicase su divinidad a la humanidad santísima que vistió en vuestras virginales y purísimas entrañas. Sed Vos. Madre amabilísima, el conducto precioso por donde el dulcísimo corazón de vuestro Unigénito Jesús comunique al mío sus incendios y santos afectos, para que mereciendo por Vos una íntima y perseverante unión y correspondencia de toda mi alma con el espíritu de mi adorable Redentor, merezca habitar mi corazón en el de mi Salvador mientras dure esta penosa peregrinación de la vida, y alabar su infinita caridad y vuestras maternales caricias en la gloria, en la que con el Padre y el Espíritu Santo vive y reina por los siglos de los siglos. Amén.

Lo demás, hasta concluir, se hará como el día primero.

 

PROTESTA HUMILDE DEL ALMA QUE ESCRIBE LA NOVENA

 

Señor:

 

Nunca la pluma puede ser intérprete fiel de los afectos del alma. Esta verdad es la que me coloca a vuestras sagradas plantas, para solicitar de Vos el perdón de haber emborronado con mi pluma la claridad y eficacia que descubre mi alma en vuestras palabras de vida, título y advocación con que os honráis en esta vuestra sagrada imagen. No miréis, Padre dulcísimo, a la insipiencia con que he intentado entrar en los sublimes arcanos de vuestra sabiduría, y cuyos acentos todos someto gustosa y desimpresionadamente al juicio de vuestra Santa Iglesia, sujetándome ciegamente a su decisión, y a la que deseo con las más vivas ansias vivir unida todos los momentos de mi existencia. Atended, amabilísimo Jesús de la Palabra a que todas las que he estampado en este sitio no han tenido otro norte en mi intención que contribuir, en cuanto me es dado, al aumento de vuestro culto, y a resarcir en alguna parte la infinita deuda a que yo os soy deudora. ¿Cuántas de vuestras esposas, más abrasadas que yo en vuestro amor, hubieran expresado mejor las espirituales inteligencias de vuestras palabras divinas? Esto es lo que me llena de consuelos en medio del temblor con que presento este tributo ante el trono de vuestra cruz a nombre de todas ellas, persuadida de que sus merecimientos en vuestro acatamiento me atraerán la indulgencia que desmerece mi osadía. Echad, pues, dulce Salvador mío, una mirada compasiva sobre esta grey escogida que redimisteis con vuestra preciosísima sangre. Compadeceos de ella por quien moristeis en este santo árbol de la vida, y acogiendo en vuestro sagrado costado esta Novena consagrada a vuestro culto, retribuid a vuestra Esclava vuestras especiales caricias, y los afectos tiernos de vuestro clementísimo corazón, para que acierte siempre a cumplir vuestra santísima voluntad.

A vuestras divinas plantas humildemente postrada suplica vuestra indulgencia y protección

 

Vuestra más indigna Esclava y sierva.

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