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viernes, 16 de junio de 2023

EL SUEÑO DE SAN JUAN

   
EL SUEÑO
  
Recúbuit in Cœna super pectus ejus [En la Cena se reclinó sobre su pecho] (Juan XXI, 20).
   
Ve Jesús a sus discípulos 
Al rededor de la mesa,
Para celebrar la Pascua,
Que en sus páginas ordena 
La Vieja Ley, que agoniza 
Cuando comienza la Cena. 
Jesús, que amándolos siempre, 
Hasta el fin amarlos piensa, 
Se ciñe blanca toalla,
Y las rodillas en tierra,
Lava los pies uno a uno,
Y hasta diz que se los besa; 
Con el agua con que lava 
Sus dulces lágrimas mezcla
Y en tan solemnes raoineníos 
Les dice de esta manera:
   
—Con deseo he deseado 
Celebrar mi última Cena 
Con vosotros, para daros 
De mi amor la sacra enseña: 
Amáos como Yo os he amado; 
Si tanto posible fuera.—
Y luego de pan y vino 
Bajo la mera apariencia,
Les da su Cuerpo y su Sangre, 
Que a Juan de dicha enajenan. 
Juan embriagado de Sangre, 
Que adormece sus potencias,
Cual trovador sobre el arpa. 
Su blanca frente recuesta, 
del Corazón de Jesús 
Sobre la mística hoguera. 
¡Quién como Juan!, los latidos 
Del pecho de Dios resuenan 
En su alma, que abatida, 
Siente, goza, duerme y sueña. 
Sueña que le nacen alas 
De águila y con ellas vuela

Desde Jesús hasta el Padre,
El de incomprensible esencia; 
Fijo en ese eterno Sol,
Ve un río de Luz eterna,
Y de ese Sol y esa Luz 
Ve cual brilla y centellea 
De eterno fuego un diluvio. 
Que eternamente se incendia;

Desde el eternal abismo, 
Abaja el vuelo a la tierra.
El río de Luz es Verbo,
Luz que brilla en las tinieblas, 
Verbo encarnado que toma 
La humana naturaleza,
Y que él ve Crucificado
De una montaña en la cresta, 
Uniendo en gigante abrazo 
Con amor cielos y tierras.
   
EL CORAZÓN ABIERTO
   
Unus mílitum láncea latus ejus apéruit [Uno de los soldados abrió su costado con una lanza] (Juan XIX, 34).
   
Y sueña ver a Adán, no el de la tierra, 
Sino el Adán del cielo santo y fuerte, 
Dormir sueño de amor en una sierra; 
Mas ¡ay!, en brazos de la dura muerte.
   
Las flores del edén, por almohada, 
Le dejaron tan sólo las espinas;
Su tálamo es la cruz, do despiadada, 
Ingrata humanidad, tú le reclinas.
  
Sus brazos extendió para abrazarte 
Su rostro inclina para darte un beso; 
Sangre y vida ya dió por rescatarte:
Di si ha podido hacer algo más de eso.
      
—Duermo, mas ved mi Corazón despierto—
Dicen sus labios de marchita flor,
—Si mi cuerpo quedó clavado y muerto, 
Aún vive y vela mi infinito amor.—
   
Todo acabado está; a la tierra dura 
Ya bautiza la sangre del Criador,
Que de sus pies y manos brota pura, 
Sin apagar la sed de tanto ardor.
   
Manando sangre está: por cada herida 
De rico néctar derramó un tesoro;
¿De qué fuente ha brotado tanta vida 
Que da en ancho raudal púrpura y oro?
   
Con los clavos y espinas ya se agota; 
Ya el racimo espriniióse a maravilla; 
Sobre el Calvario está la última gota 
De ese vino, de vírgenes semilla.
    
¡Oh sayones! mineros de esa mina,
¿Qué hacéis fuera? Por dentro escudriñad. 
Abrid el Corazón, arca divina,
Y sus presos rubíes derramad.
   
¡Oh!, derrámate ya, fuente sellada,
Que al mundo de tu luz la sed consume; 
Abre tus puerlas, sí, huerta cerrada,
Y deja que aspiremos iu perfume.
   
Al dar Longinos la cruel lanzada, 
La misteriosa piedra, abierta, rota, 
Cual por la vara de Moisés tocada,
Da de agua y sangre la postrera gota.
   
Si amor cerró sus ojos, purpurina 
Abrió la llaga de su pecho tierno,
De do nace la Iglesia, Eva divina, 
Mística Esposa del Durmiente eterno.
    
Nace fragante cual florido brote 
Del árbol celestial de la pasión:
Y Él su dolor y gloria le da en dote,
Y a su pecho le da su Corazón.
   
Al despertar, entre amorosos besos 
Dice a la Esposa con celeste calma:
—Ven, carne de mi carne y de mis huesos, 
Tendremos sólo un Corazón y un Alma.—
   
Y nace el Cristianismo bendecido 
De aquel beso dulcísimo de unión.
Que se adormece como en blando nido 
De Jesús sobre el tierno Corazón.
   
Y en la fuente de amor que abrió la lanza, 
Cual llave de oro, presuroso bebe 
La fe, la caridad y la esperanza,
Con que el caduco mundo se renueve.
   
La Tebaida de arenas y de piedra,
Con sus raudales, se convierte en huerto, 
Que se extiende por Asia cual la hiedra, 
Que viste con su vida un árbol muerto.

La tierra ya produce Serafines,
Y cual Jazmín la soledad florece;
Justo es, oh cielo, que a escuchar te inclines
Los cantos de la Aurora que aparece.
   
Las sombras se repliegan al abismo,
Y al universo alumbra nueva luz;
Porque es foco radiante el Cristianismo, 
Que ha salido del pecho de Jesús.
   
Crepúsculo del reino donde se ama, 
¡Oh mar de amor!, anega las naciones, 
¡Oh Sol del cielo!, tu calor derrama,
Y enciende los helados corazones.
  
Cor Jesu, charitátis víctimam, veníte adorémus [Venid, adoremos el Corazón de Jesús, victima del amor].
  
Como gigante, el curso dirigiendo 
De su amor, se levanta Sol naciente, 
Para salvar la humanidad, haciendo 
Del ocaso del Gólgota, su Oriente.
  
Luz despide su carro de victoria
Y desde un infinito hasta otro va:
Y un día le habla a otro de su gloria,
Y esta noche a la noche que vendrá.
   
El Sol, antes que extienda por la tierra 
De sus rubios cabellos el tesoro,
Dora la erguida cumbre de la sierra,
De donde baja suelto en rizos de oro.
  
Y antes de abrir sus alas centelleantes, 
Enciende este Coloso del amor,
Con su radiante luz, almas gigantes, 
Como vislumbres del futuro albor.
   
Los héroes del amor en misteriosa 
Procesión, Juan contempla desfilar; 
Como eslabones de cadena hermosa, 
Que va los corazones a enlazar.
  
Reina de esa cohorte de almas bellas, 
Que refleja la luz del Sol del cielo,
Es María, la luna, que entre estrellas, 
De la creación consuela el triste duelo.
   
P. JACINTO VERDAGUER, El sueño de San Juan: Leyenda del Sagrado Corazón de Jesús (Juan Francisco Muñoz y Pabón, traductor), 3.ª edición. Sevilla, Imprenta y Librería de Sobrino de Izquierdo, págs. 23-41.

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