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domingo, 4 de junio de 2023

MES EUCARÍSTICO DE SAN JOSÉ – DÍA CUARTO

Tomado del Mes de San José, el primero y más perfecto de los Adoradores, Santiago de Chile, Pequeña biblioteca eucarística, 1911. Imprimátur por Mons. Manuel Antonio Román Madariaga, Vicario general del Arzobispado de Santiago de Chile.

DÍA CUARTO – RIQUEZA DE SAN JOSÉ 

San José es el más favorecido de todos los santos. Dios, en vista de la dignidad a que iba a elevarlo, hubo de usar para con él de una liberalidad enteramente divina; de otra manera hubiera podido quejarse de que el Señor no le diera lo necesario para sostener su rango. Sabemos que Dios otorga sus gracias en razón al estado a que llama. Excediendo aún la medida de lo necesario, dispensa gracias superabundantes, gracias de representación: Dios trata a sus santos con honor; siempre observa en la repartición de sus gracias lo que podríamos llamar el decoro divino. 

El Padre celestial no tuvo sobre la tierra más que un santo que lo representase: comprenderéis, pues, que debió darle todo lo que reclamaba su honor de padre, para que lo representase dignamente; Dios Hijo, que requería un padre nutricio digno de Él, agregó sus propias riquezas y todos sus dones; y el Espíritu Santo, cuya fecundidad iba a actuar bajo el manto y la protección de San José, lo adorno con sus más sublimes gracias. 

San José ha recibido la primera gracia de predestinación. Todos los dones de la inteligencia y del corazón, todos los dones, naturales y sobrenaturales, le fueron otorgados, en la medida más abundante. San José era noble, de la sangre de David, que fue elegido rey por voluntad de Dios. 

Su inteligencia fue esclarecida con luces particulares, para que pudiese comprender la grandeza del misterio de que iba a ser depositario durante treinta años. ¡Y su corazón, de qué dulzura, de qué amor, se hallaba penetrado! Después del Corazón de María no hay, ni habrá jamás, corazón más amante. No es preciso que os hable de su cuerpo: era perfecto, y la majestad más dulce irradiaba en toda su persona. 

Pero Dios quería que San José participase de la vida de su divino Hijo: lo cubrió, pues, con un manto de humildad; le hizo salir de Jerusalén, lo confinó en una ciudad desprestigiada ante la opinión, que se consideraba imposible que de ella saliese nada bueno: y allí lo dejó morir en la obscuridad. 

Si grande es San José a los ojos de Dios, más aun lo es y lo será ante los hombres: hay que estudiarlo y hacer crecer en nuestros corazones el culto más filial para con él. 

Aspiración. — San José, que habéis alimentado al que nos alimenta con su Sagrado Cuerpo, ruega por nosotros.

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