Tomado del Mes de San José, el primero y más perfecto de los Adoradores, Santiago de Chile, Pequeña biblioteca eucarística, 1911. Imprimátur por Mons. Manuel Antonio Román Madariaga, Vicario general del Arzobispado de Santiago de Chile.
DÍA DÉCIMOTERCIO – VIDA OCULTA DE SAN JOSÉ
Una de las mayores gracias que Dios puede conceder a un alma, es la de inspirarle la devoción a San José, es lo mismo que descubrirle el tesoro de gracias de Nuestro Señor; y cuando Dios quiere elevar un alma a un alto grado de santidad, le da un gran amor a este buen santo.
Sólo Nuestro Señor puede hacernos conocer a San José, revelarnos sus virtudes; pues el llevó una vida enteramente oculta. Parece que Dios quiso rodearlo de silencio, soledad y recogimiento a fin de ocultarlo a las miradas del mundo. Durante treinta años San José mantuvo oculto el tesoro que custodiaba: no dejó vislumbrar, ni siquiera por una manifestación de respeto extraordinario, quién era Nuestro Señor; para ello fue precisa una virtud, prudencia y sabiduría muy admirables. Él practicó el silencio interior y exterior, haciendo consistir para sí mismo la virtud, en el silencio y en un silencio de muerte.
Vivió en Nazaret en la soledad más absoluta; y del mismo modo solitario en Belén y en Egipto. El amor busca la soledad, y para la vida interior ella es necesaria. Solo con Nuestro Señor, San José no hacía caso del mundo: el mundo estaba muerto para él y él para el mundo. Un alma que no está contenta y a quien falta algo poseyendo a Nuestro Señor, se puedo considerar como muy desdichada. Si se nos hubiere invitado a pasar una hora en Nazaret, con Jesús, María y José, estoy cierto que hubiéramos dejado todo, para no perder ni un minuto de esta bendita hora; de igual manera San José consideraba como la mayor pena, cuando se veía obligado por su trabajo a dejar por algunos instantes, la casita habitada por el Niño Jesús.
San José silencioso y solitario se mantenía siempre recogido en Jesús y en María; no saliendo nunca de ese centro divino. Somos aún demasiado terrestres para comprender el recogimiento de San José; él vivía de amor; contemplaba a Nuestro Señor y veía en Él todo lo que tenía que hacer, del mismo modo que Jesucristo contempla sin cesar a su Padre celestial y en Él encuentra la forma de sus pensamientos, de sus juicios, de sus acciones, en una palabra, de toda su vida.
Nosotros, no menos felices que José en Nazaret, tenemos a nuestro lado a nuestro Señor Jesucristo, en el Santísimo Sacramento; sólo que nuestros pobres ojos no lo ven; mas hagámonos interiores y podremos contemplarle. San José es la mejor puerta para penetrar en el corazón de Nuestro Señor; Jesús y María quieren satisfacer sus deudas para con San José, que se abnegó por ellos; y su mayor felicidad consiste en cumplir el menor de sus deseos. Entrad por él, que él os introducirá por la mano en el santuario interior de Jesús Sacramentado.
Aspiración. — San José, que marchabais siempre en la presencia de Dios, ruega por nosotros.
SAN JOSE ora pro no bis!
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