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viernes, 30 de junio de 2023

MES EUCARÍSTICO DE SAN JOSÉ – DÍA TRIGÉSIMO

Tomado del Mes de San José, el primero y más perfecto de los Adoradores, Santiago de Chile, Pequeña biblioteca eucarística, 1911. Imprimátur por Mons. Manuel Antonio Román Madariaga, Vicario general del Arzobispado de Santiago de Chile.

DÍA TRIGÉSIMO – DICHOSA MUERTE DE SAN JOSÉ

San José es patrón y abogado de la buena muerte. Pueden estar seguros de morir bien aquellas que se encomiendan a él. Es modelo perfecto de los que quieren morir en el Señor. 

San José no ejerció el ministerio de la predicación; pero se consumió en el servicio de Jesús y mereció morir entre sus brazos. Pasó largos años en el servicio de Jesús, siendo el complemento de la Sagrada Familia. 

Cuando llegó su hora postrera, Jesús mismo quiso anunciar a su padre esta noticia. San José no solamente se sometió, sino que bendijo la voluntad de Dios. Jesús y María estaban a su lado y le asistían. 

¡Qué hermoso sería poder conocer lo que se dijeron en esos momentos! ¡Cuántas virtudes se hallaron reunidas! ¡Jesús! ¡María! ¡El santo Patriarca! ¡Ah!, ¡todas las expresiones edificantes que han pronunciado los santos moribundos, brotaron primero sin duda de los labios de San José! 

¡Grande era, sin embargo, la tristeza de Jesús y de María en tal trance! Y ¿cómo no había de ser así?… ¡Amaban a San José con tanta ternura! Jesús lloró sobre la tumba de Lázaro, ¿y ellos no habían de llorar sobre la de San José?…

La muerte representa siempre un sacrificio; y también la muerte de los santos, aunque preciosa en el concepto del Señor, es dolorosa sobre la tierra. Al disponer Jesús para la muerte a su padre adoptivo, le consolaba o inspirábale confianza, pues nadie hay que no tema a la muerte, aún los santos en su profunda humildad. Y María, ¿con qué palabras tan suaves le consolaría?… ¡Ah!, oremos siempre para ser asistidos como San José en nuestra muerte, por Jesús y por María. 

San José consiente en su muerte, la acepta; y esta aceptación corona su vida oculta y sus sublimes virtudes. El Hijo a quien había cuidado con tanto amor, se convierte súbitamente en su juez. ¡Oh!, ¡cuán indulgente debió mostrarse Jesús para con su padre adoptivo! 

Ven, oh siervo bueno y fiel. Ve a anunciarme en el limbo, refiere allí cuanto has visto. Pronto iré a libertarte. ¡Oh!, ¡qué fallo de amor! 

Cuando sonó la hora de la redención, ¿qué fruto tan escogido debió aplicarle Jesús? ¡Cuán alto cerca del de su Hijo se eleva el trono de San José! Suplicadle que sea vuestro intercesor. El santo a quien invocamos especialmente durante nuestra vida, será sin duda alguna nuestro particular protector en la hora de la muerte. ¿Quién podrá serlo mejor que San José?…

Aspiración. — Alcánzanos, ¡oh San José!, la gracia de morir como tú, unido con Jesús Eucaristía por medio del sagrado Viático. 

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