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jueves, 29 de junio de 2023

MES EUCARÍSTICO DE SAN JOSÉ – DÍA VIGESIMONOVENO

Tomado del Mes de San José, el primero y más perfecto de los Adoradores, Santiago de Chile, Pequeña biblioteca eucarística, 1911. Imprimátur por Mons. Manuel Antonio Román Madariaga, Vicario general del Arzobispado de Santiago de Chile.

DÍA VIGESIMONOVENO – VIDA DE SAN JOSÉ EN MEDIO DE LA SAGRADA FAMILIA

Jesús era el centro del amor de María y de José. Allí donde está el cuerpo se reúnen las águilas; donde está tu tesoro allí está tu corazón. De suerte que poseer a Jesús formaba toda la dicha de la Sagrada Familia. No se apegaban a Belén, a Nazaret, ni a Egipto, su corazón no podía desear nada más, cuando poseía a Jesús. 

¡Cuán presuroso y con qué santo gozo volvía San José a la casa donde habitaba el divino Niño! ¡Cómo evitaba perder el tiempo lejos de Él! ¡Bien sabía que Jesús era el amor divino encarnado! Así también mi hogar, mi familia, mi centro ha de ser Jesús Sacramentado, a cuyo lado tengo la dicha de morar. A semejanza de José, sólo ahí debo hallar el lugar de mi reposo. 

Jesús era el fin de la vida de María y de José. Sólo para Él vivían y trabajaban. 

¡Con qué placer trabajaba San José para ganar el pan para el tierno Niño y su divina Madre! ¡Qué dicha le proporcionaba recibir el pobre salario de su trabajo!, y cuando encontraba alguna dificultad, ¡cuán dulce le era vencerla con la mira de Jesús! 

Del mismo modo, Jesús ha de ser el fin de mi vida, puesto que soy un verdadero José de su estado sacramental. Jesús ha de ser la ley, el gozo y toda la felicidad de mi vida; ¿puede darse en efecto, vida más hermosa que la del Santísimo Sacramento?…

Jesús era el constante alimento de la vida de unión de María y José. Ellos se sentían felices al contemplarle, escucharle, verle trabajar, obedecer, orar. ¡Todo lo hacía con tal perfección! Su felicidad era inefable, sobre todo cuando admiraban su interior, sus intenciones, sus sentimientos, el móvil de sus acciones; cuando le veían escoger las ocasiones de practicar la pobreza, la obediencia, la mortificación; cuando contemplaban sus humillaciones voluntarias, su anonadamiento y al verle referir toda la gloria a su Padre celestial, sin reservarse nada como hombre. 

Jesús, María y José no tenían más que una vida; una sola cosa deseaban: glorificar al Padre celestial. 

He ahí lo que también debo yo hacer. Para ello me es preciso entrar en la unión de María y José; compartir su vida, la vida de familia, la vida íntima e interior, cuyo único secreto se encuentra en Dios. 

¡Qué felicidad ser llamado a esa vida! Mi dicha será vivir con María y José, del amor de Jesús Eucaristía.

Aspiración. — Alcánzanos, ¡oh San José!, el vivir contigo unidos a Jesús Eucaristía. 

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