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miércoles, 28 de junio de 2023

NOVENA EN HONOR A SAN LORENZO DE BRINDIS

Novena dispuesta por el Beato Diego José de Cádiz y publicada en Barcelona por los herederos de Bartolomé y María Ángela Giralt en 1760, con licencia eclesiástica.

ADVERTENCIA PREVIA
Cristiano Lector: dos Novenas de San Lorenzo de Brindis han salido ya a luz en nuestra España: una en la Provincia y Reino de Aragón dispuesta por el Muy Rev. P. Fray Lamberto de Zaragoza, bien conocido en el Orbe literario, por sus muchos, y eruditos escritos y otra en nuestra Andalucía por un Religioso del Convento de Capuchinos de Granada, suficiente cada una de ellas para los fines a que se ordenan de dar culto al Santo, y solicitar su intercesión para con Dios. Pero habiendo apetecido algunos devotos que se formase otra con mayor extensión, y en los terminos que va esta, ha sido necesario condescender a su piadosa instancia; porque sus intentos en ella no dejan lugar a las excusas, por ser a la verdad los más justificados.

Son estos la mayor Gloria de Dios; el aumento de los cultos de su bienaventurado Siervo; y la común utilidad de los Fieles. Para ello se ponen nueve devotas Consideraciones, una para cada día en que de las principales virtudes del Santo, que en ellas se proponen se deducen después oportunos documentos y poderosas reflexiones para toda clase, estado y condición de personas. No es solo el fin de conseguir su protección el que para hacer esta Novena debe a todos inclinarnos, el principal ha de ser nuestro espiritual aprovechamiento en la imitación de sus virtudes: la emmienda o mejora de nuestras costumbres; y el más exacto cumplimiento de nuestras respectivas peculiares obligaciones. De este modo y por estos medios conseguiremos sin duda su poderosa intercesión, para el más seguro y favorable despacho de nuestras peticiones y ruegos.
    
Por este propio motivo, va señalado en cada día un ejercicio particular, correspondiente a la virtud de que se trata en él; para que adiestrándonos algún tanto en su imitación, gustemos los sazonados frutos de sus ejemplos, merezcamos su patrocinio y la misericordia del Todopoderoso; pues ya se sabe que esta se nos concede a proporción de nuestras disposiciones, y de lo que hacemos en su debido obsequio y culto.
   
Mas porque atendida nuestra humana fragilidad, los ejercicios espirituales son tanto menos frecuentados cuanto más tienen de difusos, cansan la devoción y no la causan; pues ni todos son igualmente devotos, ni los que lo son están siempre desocupados, y de un mismo modo fervorosos, será bien noten los menos advertidos, que cuando por algún motivo razonable quiera hacerse con brevedad esta Novena, puede omitirse así el leer las Consideraciones, como el decir los elogios del Santo, y reducirse a las oraciones solamente, en el modo que va señalado en ella: quedando, para los que tienen tiempo y desean mayor fruto, el hacerla con toda la extensión que aquí va puesta.

El tiempo más propio para hacerla es principiandola el día veinte y ocho de Junio para concluirla el seis de Julio, vispera de su Festividad, o ese mismo día para concluirla en su Octava, como tiempo más a propósito para darle este culto, y merecer su intercesión. Pero también lo es oportunisimo el de alguna tribulación y necesidad; no menos que cualquier otro en que se halle interiormente movido para procurar por este medio el provecho de su alma. Sea todo a mayor honra y gloria de la Santisima Trinidad, de la siempre Inmaculada Virgen María nuestra Señora, y de todos sus Santos. Amén. Vale.
   
DEVOTA NOVENA EN HONOR Y OBSEQUIO DE SAN LORENZO DE BRINDIS, GENERAL QUE FUE DEL ORDEN DE MENORES CAPUCHINOS DE NUESTRO SERÁFICO PADRE SAN FRANCISCO, LEGADO APOSTÓLICO EN DISTINTAS OCASIONES, EMBAJADOR MUCHAS VECES Y DOS A LA CATÓLICA MAJESTAD DEL SEÑOR FELIPE III
  

Alabada sea la Santísima Trinidad.
   
En hora competente, puesto de rodillas delante de alguna Imagen de San Lorenzo, se persignará, y hará el Acto de Contrición común, procurando excitarse a sus cuatro precisos requisitos. 1. Dolor y detestación de les pecados cometidos. 2. Propósito firme de la emmienda. 3. Resolución de confesarse, y de cumplir la penitencia que le impongan. 4. Segura esperanza del perdón, por la bondad de Dios, y por los méritos infinitos de Nuestro Redentor Jesucristo.
  
Por la señal ✠ de la Santa Cruz, de nuestros ✠ enemigos, líbranos Señor ✠ Dios nuestro. En el nombre del Padre, y del Hijo ✠, y del Espíritu Santo. Amén.
   
ACTO DE CONTRICIÓN
Señor mío Jesucristo, Dios y hombre verdadero, Criador y Redentor mio, por ser Vos quien sois y porque os amo sobre todas las cosas, me pesa de todo corazón de haberos ofendido: propongo firmemente de nunca más pecar, y de apartarme de todas las ocasiones de ofenderos, y de confesarme y cumplir la penitencia que me fuere impuesta, y de restituir y satisfacer si algo debiere: ofrézcoos mi vida, obras y trabajos en satisfacción de todos mis pecados; y así como os lo suplico, así confío en vuestra bondad y misericordia infinita me los perdonaréis, por los merecimientos de vuestra preciosísima Sangre, Pasión y Muerte, y me daréis gracia para enmendarme y para perseverar en vuestro santo servicio hasta la muerte. Amén.
   
DÍA PRIMERO – 28 DE JUNIO
 
Será muy conveniente que en este primer día procure confesar y comulgar el que haya de hacer esta Novena, para que con esta previa disposición sean más gratos al Santo sus obsequios, mejor oídas del Señor sus peticiones, y los frutos más copiosos para su Alma.
  
CONSIDERACIÓN: Pureza Virginal de San Lorenzo, con que desde su niñez virtuosa se hizo dechado de toda santidad para la juventud.
    
«Bonum est viro, cum portáverit jugum ab adolescéntia sua» (Será feliz aquel que desde sus primeros años procure llevar el yugo de la Ley Santa del Señor). Jeremias en sus Trenos, Cap. 3., ver. 27.

I. Considera, Cristiano, cómo el bienaventurado Padre San Lorenzo de Brindis, emulando la pureza de los Ángeles comservó siempre en su Cuerpo y en su Alma la Castidad virginal, en tanto grado, que más que hombre en carne parecía uno de aquellos soberanos espiritus del Cielo. Bien sabido es que esta admirable virtud no puede criatura humana alguna poseerla si no le es dada de Dios; y que para conservarla le es necesario armarse con la penitencia, al modo que en el Rosal lo está la Rosa con las espinas. La Virginidad le fue comunicada y concedida a este Varón Angélico como un Don preciosísimo, por la Purísima Reina de las Vírgenes María Santisima nuestra Señora, en grado superior a todo humano conocimiento: y la conservó siempre tan intacta, que llegaron a persuadirse los que le trataban, que Dios por un especial privilegio le había confirmado en ella, como a los Apóstoles en su gracia. Para más bien asegurar la posesión de este tesoro, que sabía por la fe llevaba en el vaso fragil del barro quebradizo de su carne, usaba de todos los arbitrios que le dictaba la razón, y se valía de cuantos medios le subministraba su fervoroso espíritu: ayunaba, tomaba sangrientas disciplinas, y debilitaba sus fuerzas con varios generos de mortificación y de penalidad: afligía su cuerpo con el trabajo, refrenaba sus sentidos con la penitencia, y se cautelaba cuidadoso de cuanto pudiese ocasionar la más leve mancha a su pureza.
  
Sus primeros años llenos del ejemplo de todas las virtudes y de singulares portentos, no menos que la maravilla de haberle visto su piadosa madre cuando le llevaba en sus entrañas en forma de un globo de luz, o pequeño sol refulgentisimo testifica con toda claridad fue prevenida su Alma muy de antemano con bendiciones de dulzura de la Divina diestra que, preservándole de toda culpa mortal, le disponían para una consumada santidad en el resto de su vida. Su juventud, y adolescencia pasada en la tarea de los estudios, y en los devotos ejercicios de mortificación e interior trato con Dios, junto con la temprana fuga que hizo del Mundo vistiendo el hábito en la Religión de los Capuchinos en su más florida edad, para llevar desde entonces el suabe yugo de la Ley Santa del Señor, nos evidencia su amor a estas virtudes, su empeño por conservarla, y su eficaz deseo de conseguir sus ventajosos premios en la Bienaventuranza.

II. ¡Cuántos documentos pueden deducir de aquí los jóvenes para su necesaria instrucción! El camino de estos, o la conducta de su vida el tiempo de su adolescencia le fue del toda desconocido al sapientisimo Salomón. Considere pues el joven lo mucho que tiene de que temer, y reflexione la urgente necesidad en que se halla de encaminar sus pasos por la senda recta de los divinos Mandamientos, para no precipitarse desde los primeros pasos de su vida. Es la mocedad aquella edad peligrosa en que más que en otra alguna tiene su mayor riesgo la virtud, y vive más expuesta el Alma a su total ruina. En ella tienen mayor fuerza las pasiones, mayor incentivo los vicios, y nuestros enemigos mayor actividad contra nosotros. La liviandad, la sensualidad, y la concupiscencia le agitan con sus recios movimientos: la irascible lo avasalla, la ignorancia lo dirige, y la necia inconsideración, con la torpe inconstancia gobierna todas, o las más de sus acciones. En ella se expone a los riesgos sin temor, se arroja a los peligros sin recelo y sin miedo alguno se empeña temerarion en los lances más ciertos de su propia perdición. En ella es poco segura la vida, engañosa la salud, y la robustez nada constante: en ella es amable el deleite, repugnante la mortificación, y la virtud fastidiosa: y en ella vive el joven más expuesto a perder a Dios, a perder su gracia, y a perderse a sí por una eternidad. Si tuerce desde entonces sus pasos por la senda de los vicios, estos se apoderarán de él hasta el extremo de no dejarle ni en su mayor ancianidad. La libertad, la indevoción, y la desobediencia a sus padres y mayores son sus más familiares delitos: estos la causa de su horrible confusión, y estos en muchos el motivo de su immatura muerte, y de su condenación irreparable.
   
De antecedentes tan ciertos deben inferir los jóvenes su ncesidad de precaver estos males con la fuga de las pasiones, con la maceración de su carne, y con la mortificación de sus sentidos; medios sin los cuales ni se evitan los pecados, ni se doman las pasiones, ni puede la incontinencia refrenarse. La sujeción a sus padres, la ocupación en alguna tarea honesta de los estudios, o de aprender, y usar algun oficio para excusar la ociosidad, y el entregarse a la acertada dirección de un prudente Sacerdote son los medios de su seguridad, y de hacer grandes progresos en todas sus empresas. El pudor, la honestidad y la virtud han de serles inseparables, si no quieren perecer con aquellos necios que refiere la Sabiduria lloraron su eterna infelicidad, por haber pasado livianamente los años de su juventud. Aprendan pues de San Lorenzo de Brindis a temer los males, a evitar los riesgos de aquella peligrosa edad, y a dirigir sus pasos por la senda recta de los Divinos Mandamientos, para que principiando desde luego a imitación suya una vida cristiana y llevando a ejemplo suyo el yugo suave de la Ley Santa del Señor, se hagan como él acreedores a los immensos premios de una feliz eternidad.

Esto se meditará un breve rato, y luego se dirá la Oracion siguiente. 
    
ORACIÓN PARA TODOS LOS DÍAS
Gloriosísimo y bienaventurado Padre mío San Lorenzo de Brindis, que habiendo parecido en el mundo aun antes de nacer en él como Sol clarísimo que venía a disipar las sombras del error y del pecado, fuisteis prevenido desde la primera edad con multiplicadas gracias, y especiales dones del Cielo, para que como árbol misterioso diéseis después el más sazonado frutó de todas las virtudes, hasta llegar en su más alta cumbre a uniros con el Summo Bien por perfecta caridad; yo os doy mil enhorabuenas por las singulares prerogativas y particulares privilegios con que el Todopoderoso se dignó de enriqueceros; y porque puesto ya como la Ciudad sobre el monte en la eminencia de los Altares comunicáis a todos la luz clarisima de vuestros maravillosos ejemplos, ofreciendo a vuestros devotos la eficacia de vuestra intercesión, y también porque ahora con los demas Santos y Amigos de Dios gozáis el ventajoso premio de vuestras heroicas obras en la Bienaventuranza.
   
℣. Ruega por nosotros, gloriosisimo Padre San Lorenzo.
℟. Para que seamos dignos de alcanzar lo que por vuestra intercesión pedimos. Amén.
  
ORACIÓN PARA EL DÍA PRIMERO
Oh Amado y bienaventurado Padre mío San Lorenzo, Cedro siempre incorruptible de la más pura virginidad, que por el amor a esta Angélica virtud os retirasteis del siglo desde vuestra niñez, os escondisteis siendo joven en la Religión, y huíais siempre cauteloso del trato arriesgado con las criaturas: Siendo tanto vuestro esmero en conservarla, que jamás el mundo con sus halagos, la carne con sus estimulos, ni Asmodeo con sus immundas representaciones pudieron manchar ni levemente sus candores, que como don Celestial debisteis a la siempre Immaculada Virgen María nuestra Señora, y conservásteis intacto con su favor hasta la muerte; alcanzadme de la Majestad de mi Dios los más eficaces auxilios asi para observar la castidad que es propia de mi estado, como para vencer las tentaciones que contra ella me pongan mis enemigos. Conseguidme también la gracia final, con los Santos Sacramentos de la Iglesia dignamente recibidos, para que muera yo con la muerte de los justos; y además el favor que especialmente os pido en esta Novena, si fuere del agrado de mi Dios, y conviniere para el bien de mi Alma. Amén.
    
Aquí se rezarán tres Padres Nuestros y tres Aves Marías gloriadas, pidiendo a la Santisima Trinidad por la intercesion de San Lorenzo, y en memoria de su Virginal pureza nos conceda esta misma virtud, el remedio de nuestras necesidades, y una santa muerte.
   
Despues se dirá la siguiente Oración para todos los días.

ORACIÓN A LA SANTÍSIMA TRINIDAD
Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo; mi Dios, mi Criador y mi Salvador amabilísimo, en quien somos, vivimos y nos movemos: principio fontal de todo bien, y fin único deseadisimo de nuestras almas, que téneis vuestras delicias con los hombres, sois glorificado en el Coro de los Santos, y os hacéis maravilloso en ellos por los especiales dones con que los enriquecéis, y gracia abundantísima con que los los santificais; dadnos la caridad con que os amaron, la fidelidad con que os sirvieron y la perfección con que os agradaron; para que imitándolos en la práctica más alta de todas las virtudes, conservemos sin mácula en nosotros la imagen y semejanza de vuestra siempre adorable Trinidad. Perdonad, Señor, nuestras culpas olvidad nuestras ingratitudes y concedednos vuestra gran misericordia, npara que llorando nuestros pecados y correspondiendo a vuestros soberanos auxilios, os sirvamos en santidad y justicia todos los días de nuestra vida logremos acabarla en vuestra dichosisima amistad, y después alabaros, glorificaros y bendeciros con el Seráfico Trisagio Santo, Santo Santo, Dios Padre Dios Hijo, Dios Espíritu Santo por la interminable duración de una feliz eternidad en la patria de la Gloria. Amén.

Ahora se rezará un Ave María a la Sacratísima Virgen nuestra Señora, por la felicidad de la Santa Madre Iglesia, por el descanso de las benditas Almas del Purgatorio, y porque nos asista en la hora de la muerte.
   
ELOGIO Y DEVOTA DEPRECACIÓN A SAN LORENZO DE BRINDIS
  
Pues con vos tan liberal
Fue el Divino Redentor, 
Ruega, Lorenzo, al Señor
Nos libre de todo mal. 
     
Glorioso Dios en sus Santos, 
Desde el claustro materno 
Os predestinó ab ætérno 
Para ser uno de tantos. 
Un resplandor Celestial 
Fue indicio de este favor 
Ruega, Lorenzo, al Señor
Nos libre de todo mal. 
     
  Tu predicación ferviente 
Desde los más tiernos años 
Presagió en frutos extraños 
De tu virtud la eminente. 
Que Por esto será immortal 
De tu nombre el buen olor.  
Ruega, Lorenzo, al Señor
Nos libre de todo mal. 
     
Virtudes, Gracias y Dones
Vuestro Espíritu adornaron,
Y siempre os condecoraron
Con todas sus perfecciones.
Culpa grave aun venial
No manchó vuestro interior. 
Ruega, Lorenzo, al Señor
Nos libre de todo mal. 
     
Ángel fuiste en la pureza
Entre mundanas horruras,
Sin que sus heces impuras
Manchasen vuestra limpieza.
Privilegio fue especial
Vuestro Virginal pudor. 
Ruega, Lorenzo, al Señor
Nos libre de todo mal. 
     
A ti solo parecido 
De la humildad en el cuanto 
Nunca te honró el mundo tanto 
Como fuiste tú abatido. 
De aqui la chusma infernal 
El mirarte con horror. 
Ruega, Lorenzo, al Señor
Nos libre de todo mal. 
     
Raro ejemplo de Paciencia
Nos dejó tu tolerancia 
Cual Tobías en su constancia 
A toda su descendencia. 
Esta virtud esencial 
A ninguna fue inferior. 
Ruega, Lorenzo, al Señor
Nos libre de todo mal. 
     
Tu Prudencia serpentina
Fue para el mundo admirable
Y a todos recomendable
Con crédito de divina.
Nunca le fue desigual
El columbino candor. 
Ruega, Lorenzo, al Señor
Nos libre de todo mal. 
     
El Celo santo de Elías
Tus entrañas abrasaba,
Y a todos comunicaba
El mismo fuego en que ardías.
No te intimidaba el mal
Celando el divino honor.  
Ruega, Lorenzo, al Señor
Nos libre de todo mal. 
     
En vigor y Fortaleza 
Santa, esforzada y prudente 
Sansón fuiste que hizo frente. 
A la herética fiereza: 
Todo su furor fatal
Se rindió a vuestro valor.  
Ruega, Lorenzo, al Señor
Nos libre de todo mal. 
     
El Divino Sacramento 
Amabas con tal ternura, 
Que por gustar su dulzura 
Olvidabas tu sustento. 
Ningún achaque mortal 
Entibiaba vuestro amor.
Ruega, Lorenzo, al Señor
Nos libre de todo mal. 
     
Vuestra Caridad sin modos
En amor de Dios ardía, 
Y del prójimo os hacía 
Ser un todo para todos. 
Nunca declinó de tal 
Vuestro Seráfico ardor.  
Ruega, Lorenzo, al Señor
Nos libre de todo mal. 
     
De Apostoles y Doctores,
Patriarcas y Profetas,
Se vieron en Vos completas.
Las gracias y los honores. 
A ellos fuisteis desigual, 
Ya Vos mismo superior. 
Ruega, Lorenzo, al Señor
Nos libre de todo mal. 
     
Fuiste Virgen como Abel,
Nuevo Job en la paciencia,
Salomón segundo en Ciencia, 
Y en piedad otro Samuel.
Tu Espíritu principal 
Tuvo de Pablo el fervor. 
Ruega, Lorenzo, al Señor
Nos libre de todo mal. 
     
En prodigios Eliseo, 
David fuiste en las Campañas, 
Macabeo en las hazañas,
Y en constancia un Mardoqueo. 
Daniel en lo legal, 
Y Moisés en el Tabor.  
Ruega, Lorenzo, al Señor
Nos libre de todo mal. 
     
Si en el Púlpito salías, 
Gedeón en lo Soldado, 
Un Querubín abrasado 
En el Altar parecías. 
Esdras fuiste especial 
Del Templo restaurador.  
Ruega, Lorenzo, al Señor
Nos libre de todo mal. 
     
Fuiste Sol que ennobleciste
Con el ejemplony doctrina 
La Religión Capuchina, 
Y àma todo el Orbe luz diste. 
Nuevo condimentoby Sal 
Fue en la Iglesia tu esplendor. 
Ruega, Lorenzo, al Señor
Nos libre de todo mal. 
     
El Cielo con tres Coronas
Viviendo os ha laureado
Y de honor han coronado
Las tres Divinas Personas.
De ser Vos fueron señal
Virgen, Mártir, y Doctor. 
Ruega, Lorenzo, al Señor
Nos libre de todo mal. 
     
Postrados en tu presencia
Con piedad, amor, y Fe,
Pedimos a Dios nos dé
Por tus ruegos su clemencia.
Con afecto cordial
Imploramos tu favor. 
Ruega, Lorenzo, al Señor
Nos libre de todo mal. 
     
Pues con vos tan liberal
Fue el Divino Redentor, 
Ruega, Lorenzo, al Señor
Nos libre de todo mal. 
     
Antífona: He aquí el hombre que despreció el mundo, y triunfando de las cosas terrenas, conquistó con sus obras y palabras las riquezas del Cielo.
℣. El Señor condujo al Justo por caminos rectos.
℟. Y le mostró el reino de Dios.
  
ORACIÓN
Oh Dios, que conferiste el espíritu de sabiduría y fortaleza a tu Confesor San Lorenzo, para ayudarlo a realizar árduas tareas para gloria de tu nombre y la salvación de las almas, concédenos por su intercesión aquel mismo espíritu, para de conocer lo que debemos hacer y, una vez conocido, ponerlo en obra. Por Jesucristo nuestro Señor. Amén.
   
En el nombre del Padre, y del Hijo ✠, y del Espíritu Santo. Amén.
   
DÍA SEGUNDO – 29 DE JUNIO
Por la señal…
Acto de contrición.
   
Este día será el ejercicio en reverencia de la humildad del Santo abstenerse de todo género de porfías, aunque tenga razón en lo que dice.
  
CONSIDERACIÓN: Profunda humildad de San Lorenzo, con que dio ejemplo a los Sabios y a los Nobles del Mundo.
    
«Non est exaltátum cor meum: néque eláti sunt óculi mei. Néque ambulávi in magnis; néque in mirabílibus super me. Si non humíliter sentiébam!» (No se ha envanecido mi corazón, ni engreído jamás mis pensamientos. No me he ensoberbecido en las empresas grandes, ni apetecido las que eran superiores a mi condición y estado. Siempre he sentido y pensado humildemente de mí). Salmo 130, verso 1.

I. Considera, Alma devota, la humildad verdaderamente profundísima de San Lorenzo de Brindis, con que en medio de las mayores alabanzas de los hombres, de los más honrosos empleos del mundo y de los más señalados favores del Cielo, supo siempre conservarse en el mayor abatimiento. Eran frecuentísimos los aplausos que hacían a su virtud no solo la gente popular y menos advertida, sino también los grandes Señores, Príncipes y Potentados del siglo, los Cardenales, Obispos y Prelados Eclesiasticos, con los Sumos Pontífices que le trataron y conocieron sus relevantes prendas. Las Ciudades más populosas se despoblaban cuando llegaba o hacía tránsito por ellas el Santo, y en numerosas Tropas salían a recibirle con las mayores demostraciones de veneración y de respeto le aclamaban por Santo publicando sus prodigios, y le pedían su bendición, que recibían arrodillados como si fuese de un Ángel venido del Cielo.
  
El Mundo se esmeró en condecorarle con los más honrosos empleos. Los Sumos Pontífices le nombraron repetidas veces su Legado: Los Emperadores, Reyes y Soberanos de la Europa lo enviaban frecuentemente por su Embajador a las Cortes extranjeras y su Religión le confirió las mayores Prelacías, fiándole su total dirección, y entregándose a su más acertado gobierno. Apenas se hallará otro Santo, dice la historia de su admirable vida, que haya sido tan aplaudido de los hombres, ni recibido tantos inciensos, ni tan continuas celebraciones. ¡Pero, oh prodigio de la Gracia en crédito de la humildad de San Lorenzo! Entre tan desmedidos obsequios jamás se elevó su pensamiento con la más leve complacencia o ligera vanidad, porque ni perdía de vista lo que era en su propia estimación y concepto, ni olvidó los motivos más poderosos de su profunda humillación. Pero ¿qué mucho se conservase abatido entre las prosperidades mundanas, cuando aun con los soberanos dones de que le dotó extraordinariamente el Cielo, como fueron los de sabiduría, de consejo, de fortaleza, de lenguas, de lágrimas, de milagros, de profecía, con otros muchos, y entre los más estupendos favores de visiones, revelaciones, y raptos, jamás dejó su corazon de humillarse, porque nunca olvidó su propia nada, ni el conocer era un efecto puramente gratuito de la Divina liberalidad? Por esto ni se entumecía soberbio su corazón con los honores, ni apeteció cosa alguna que excediese a la condición humilde de su estado, y de su raro anonadamiento, ni dejó en tiempo alguno de sentir bajísimamente de sí propio. ¡Oh humildad a todas luces grande! 

II. Mucho tienen sin duda, que aprender en ella los Sabios, que llegan a poseer el apreciable tesoro de la Ciencia, porque si o poseyéndola se eensoberbecen, o por no comunicarla la inutilizan, son reos para con Dios de gravisimos pecados. La Ciencia, como dice el Apóstol, inclina el corazón del hombre a la hinchazón y soberbia, si no le acompaña la caridad, virtud inseparable de la humildad verdadera. ¿Qué es un Sabio engreído con sus letras sino un Lucifer con su Ciencia ensoberbecido? ¿Un Sabio a lo del mundo, instruido en sus perversas máximas, errores y doctrinas de carne y sangre, es más que un hombre lleno de estolidez, de orgullo y de ignorancia? ¿Y un Sabio de tales circunstancias podrá no ser el objeto de la indignación de Dios, de su aborrecimiento y de su reprobación? Mas un Sabio que, o por negligencia o por envidia, reserva para sí solo su saber sin comunicarlo como debe a los demás, ¿no es igualmente reprehensible que el Siervo perezoso, y tan acreedor a las maldiciones de los Pueblos como el labrador que esconde su trigo en el tiempo de hambre? Sí; pues junten a su Ciencia la humildad, y la caridad si no quieren ser computados entre los ignorantes y necios, y experimentar con ellos una eterna confusión. Reflexionad bien, oh Sabios, estas verdades, y dadles con digna ponderacion todo el peso que se merecen.
   
Consideren también los Nobles que su decantada nobleza pone sus Almas en tanto mayor riesgo de perderse, cuanto lo es en ellos la facilidad de gobernarse por las razones de estado, y de vivir con lujo, soberbia y arrogancia: consideren, que los timbres de su casa, lo ilustre de su ascendencia, y lo esclarecido de su origen es una mera vanidad de vanidades, cuyo ser no es otro que los que aparenta el humo en su mayor corpulencia, o la nube que se forma de pequeños levísimos vapores; y consideren por último ha de llegar el tiempo en que, al modo de la estatua de Nabucodonosor, verán reducidos a pavesas los aparentes metales de sus mayores distinciones. Humíllese el noble, reconociendo a la nada por principio de su ser, a la corrupción por su Padre, y por Madre y hermanos a los gusanos más immundos. Acuérdese que si engreído con el honor de su calidad se olvida de su natural vileza, será comparado a un estólido jumento, y aun tratado como tal en la Divina presencia. Adviertan estos, y entendamos todos de los ejemplos de San Lorenzo, que sin la humildad ni seremos sabios, ni seremos grandes, ni tendremos entrada en el Reino de los Cielos…

Después de haberse meditado esto un rato, se dirá la Oración «Gloriosísimo y bienaventurado Padre mío, &c», que se pone en el primer día, y concluida se dirá la siguiente:
  
ORACIÓN PARA EL DÍA SEGUNDO
Oh Humildísimo, glorioso Padre y Protector mío San Lorenzo, Vid misteriosa cargada de sazonados frutos de la humildad más profunda, que en medio de los mayores aplausos de los hombres, de los más altos empleos con que os honraba el Mundo, y de los favores más señalados con que Dios os ennoblecía, supisteis conservar vuestro corazón libre de toda vana complacencia, y enriquecer vuestra Alma con todos los grados de la más heroica humildad; por este sumo abatimiento de vuestro bendito corazón entre los riesgos de tanta prosperidad, os ruego humildemente me consigáis de la Majestad de mi amabilísimo Criador, que a imitación vuestra desprecie yo la vanidad del siglo, y deteste sus máximas con que inclina a la soberbia de la vida a todos sus amadores, para que siendo verdaderamente humilde como me lo manda, alcance los frutos y premios de esta necesarisima virtud, y con ellos la gracia de una feliz muerte con los Santos Sacramentos de la Iglesia dignamente recibidos; y además el favor que os pido en esta Novena, si es de su divino agrado y conviene para el bien de mi Alma. Amén.
   
Aquí se rezan tres Padre Nuestros y Ave Marias gloriados, pidiendo a la Santísima Trinidad por la intercesión de su humildísimi Siervo San Lorenzo nos conceda la práctica de esta virtud, el remedio de nuestras necesidades y una buena muerte.
   
Luego se dirá la Oración «Santísima Trinidad, &c.»: se reza un Ave María a Nuestra Señora por todas las necesidades de la Santa Madre Iglesia y en sufragio de las benditas Almas del Purgatorio, y se concluirá con el Elogio, la Antífona y la Oración.
       
DÍA TERCERO – 30 DE JUNIO
Por la señal…
Acto de contrición.
   
Este día, en honor de la Paciencia de San Lorenzo, será el ejercicio no lamentarse de los males que se padecen, ni disculparse si fuere injustamente reprehendido.
  
CONSIDERACIÓN: Da ejemplo a los atribulados San Lorenzo con su heroica Paciencia.
    
«In ómnibus tribulatiónem pátimur, sed non angustiámur: aporiámur, sed non destitúimur: persecutiónem pátimur, sed non derelínquimur: dejícimur, sed non périmus» (En todo padecemos tribulación, pero no nos angustiamos: somos summamente afligidos, mas no caemos de ánimo: padecemos persecución, sin ser desamparados: nos miramos abatidos, mas no por eso perecemos). San Pablo en su segunda Carta a los de Corinto, cap. 4, ver. 8.

I. Considera, Alma piadosa, la insigne Paciencia de San Lorenzo, y los grandes ejemplos que nos dio de ella tanto en las tribulaciones corporales, como en las aflicciones del espiritu. Las enfermedades, las persecuciones, los desprecios con otros diversos males que gravan el cuerpo y lo molestan, descubrieron en él los sublimes grados de su heroica tolerancia. Firme su ánimo en las adversidades, ni se daba por sentido en las injurias, ni se defendía en las persecusiones, ni en las ocasiones de molestarle los intensísimos dolores de estomago, piedra y gota daba a su naturaleza el pequeño alivio de quejarse. Fue su padecer casi incesante: se vio más de una vez amenazado, y mal tratado de muerte: fue calumniado de diversos modos, vulnerada gravemente su estimación y oscurecido el buen nombre de su fama, aun entre los mismos que antes le habían conocido y venerado como a un oráculo de la Sabiduría, como a un prodigio de la Gracia, y a un espejo de santidad. Pero, ¡oh paciencia maravillosa! No huno jamás adversidad alguna que turbase la paz de su interior, que commoviese su animo, ni que le separase aun levemente de la conformidad más perfecta de su voluntad con la de Dios. Esta era la que le hacía no sole resignarse en sus trabajos, como el Santo Job, sino alegrarse también con el Apóstol San Pablo en sus mayores tribulaciones.
  
Las del espíritu exceden sin comparación a las del cuerpo, tanto más cuanto lo es noble, y delicada esta principal porción del hombre que padece. Los desamparos de Dios, las tentaciones repetidas, los interiores desconsuelos, tedios, tristezas y obscuridades del Alma son el fuego en que, al modo que se prueba el oro en el crisol, examina el Señor la virtud de sus escogidos. Con este durísimo tormento, que no dudan comparar alguna vez los Místicos con los que padecen los condenados en el Infierno, fue probada la constancia de San Lorenzo de Brindis en distintos tiempos de su vida; pero hallado siempre fiel en la tentación como Abrahán, se hizo digno como él de las divinas promesas, que están aseguradas. para los que a ejemplo de Jesucristo y por su amor gustan alguna parte del amarguísimo cáliz de sus penas. ¡Amable virtud! Pues con ella le es de consuelo al Justo la más dura adversidad de aquí el decir este gran Siervo, de Dios com San Pablo: «En todo padecemos tribulación, pero no nos angustiamos: somos summamente afligidos, mas no caemos de ánimo: padecemos persecución, sin ser desamparados: nos miramos abatidos, mas no por eso perecemos»: Sin duda porque a todo era superior su paciencia, por la grandeza de su espíritu.

II. Consideren aquí ya los Atribulados la necesidad de su paciencia en los trabajos, y los ventajosos premios que les están prevenidos. La adversidad igualmente que la prosperidad viene de Dios; para entrar en el Cielo nos es preciso pasar por muchas tribulaciones, y Jesucristo nuestro Redentor va delante de nosotros con su Cruz, para enseñarnos con su ejemplo la necesidad de imitarle en el padecer, para acompañarle después en los gozos de la Patria. Las penalidades de la Cruz son el camino para el Cielo: en él solo ha de verse coronado el que aquí legítima y constantemente peleare; y puede decirse que a esto somos precisamente llamados comɑ los hijos del Zebedeo, a la secuela de Jesucristo en su Santa Iglesia. Estos son los motivos más poderosos que nos propone la Fe, para que toleremos con paciencia los trabajos, pues faltando ella ni cumpliremos la voluntad del Señor, ni nos haremos dignos de sus prometidos premios.
   
Estos son en la vida mortal la paz, el gozo y la seguridad; y en la eterna el descanso, la alegría y el premio especial correspondiente al tanto de la tribulación que ahora nos aflige. Pero es forzoso padecer, como dice San Pedro, no como facinerosos o malhechores, sino como Cristianos, que si sufren la persecución es por la justicia, y si toleran la adversidad es por conformarse con su ejemplar Jesucristo. Por esto se complacía en las suyas el Apóstol, seguro que ninguna de ellas podía separarlo de su último dichoso fin. Pongan su vista los atribulados en San Lorenzo, y aprenderán de su paciencia la resignación con que deben vivir en cualquiera especie de trabajo en que se hallen.

Después de haberse meditado esto un rato, se dirá la Oración «Gloriosísimo y bienaventurado Padre mío, &c», que se pone en el primer día, y concluida se dirá la siguiente:
  
ORACIÓN PARA EL DÍA TERCERO
Oh Amabilísimo Padre, Protector y Abogado mío San Lorenzo, Laurel siempre constante de la más invicta paciencia; cuya gran firmeza no pudieron commover ni las enfermedades más prolijas, ni las persecuciones más duras, ni la más penosa adversidad; porque firme vuestra voluntad y unida siempre a la de Dios, ni la tribulación, ni la angustia, ni el hambre, ni la desnudez, ni los peligros, ni la contradicción, ni la espada, ni la muerte, ni la vida, ni lo alto, ni lo profundo, ni otra alguna cosa criada fue capaz de separaros de lo que juzgábais ser del divino beneplácito, estimando en más vuestras penas y trabajos que las mayores felicidades de esta vida; yo os suplico por esta tan heroica tolerancia, qne me la alcancéis del Señor para todas las tribulaciones que se digne enviarme; dándome una perfecta conformidad con sus siempre acertadísimas disposiciones. Alcanzadme también los auxilios más eficaces de su divina gracia, para la hora de mi muerte; y ahora el especial favor que os pido en esta Novena, si es para su mayor gloria y conviene para el bien de mi Alma. Amén.
   
Aquí se rezan tres Padre Nuestros y Ave Marias gloriados, pidiendo a la Santísima Trinidad por los méritos San Lorenzo la virtud de la Paciencia, el remedio de nuestras necesidades y una buena muerte.
   
Luego se dirá la Oración «Santísima Trinidad, &c.»: se reza un Ave María a Nuestra Señora, por la felicidad de nuestra Santa Madre Iglesia, por el consuelo de los atribulados, y por el descanso de las benditas Almas del Purgato, y en sufragio de las benditas Almas del Purgatorio, y se concluirá con el Elogio, la Antífona y la Oración.
   
DÍA CUARTO – 1 DE JULIO
Por la señal…
Acto de contrición.
   
Este día se tendrá por ejercicio media hora de lección espiritual sobre las obligaciones del estado, o sobre la Doctrina Cristiana.
  
CONSIDERACIÓN: Dio San Lorenzo, con su celestial Prudencia, singulares documentos a los Jueces, a los Prelados, y demás personas constituidas en dignidad o empleos grandes.
    
«Dedit ei Deus sapiéntiam, et prudéntiam multam nimis, et latitúdinem cordis, quási aréam, quæ est in líttore maris» (Dios le concedió una sabiduría y prudencia extremadamente grande; y un corazón tan generoso y dilatado como las immensas arenas del mar, que se hallan extendidas por sus playas). Libro tercero de los Reyes, cap. 4, ver. 29.

I. Considera, Alma Cristiana, que el bienaventurado Siervo de Dios San Lorenzo fue dotado, como en otro tiempo Salomón, del Don de Sabiduría y celestial Prudencia, para que tanto en lo personal cuanto en lo gubernativo dispusiese con acierto lo más conveniente y oportuno. La perfección encumbrada de sus obras en la práctica de todas las virtudes, evidencia los actos y oficios de su casi divina prudencia, en consultar consigo o pensar con reflexión la bondad de sus acciones: juzgar de los medios más proporcionados; y resolver su ejecución, en todo caso acertada. Para esto se propuso por ejemplar la vida de Jesucristo; porque sabía ser este el camino seguro para la perfección y union con Dios; y un medio sin el cual ni esto, ni la salvación puede alcanzarse. La negación de su propia voluntad, la mortificación de sus pasiones, y el interior trato con Dios por el continuo ejercicio de la oración fueron los medios por donde este Varón prudente llegó a la más eminente santidad, y obtuvo la firmeza de su ánimo en no desistir de esta empresa hasta verla consumada.
  
La rectitud siempre caritativa, la suavidad nunca demasiada, y el celo de la observancia regular, en todo tiempo sabio y moderado con sus súbditos, hace ver su Prudencia económica en el gobierno de su Religion, las muchas veces que tuvo en ella el cargo de Prelado. En los negocios gravísimos que los Papas, Emperadores y Reyes fiaron a su discreción y agigantado talento; el feliz éxito de todos los asuntos de que se encargaba cuando en calidad de Legado Apostólico, o de Embajador de los Soberanos se presentaba en sus Cortes; y los efectos siempre favorables de sus resoluciones dadas a los Príncipes sobre los negocios más intrincados de sus Gabinetes, a los Generales en sus militares asambleasny a los Ejércitos en las Campañas no nos permiten dudar de lanPrudencia política de este prudentúsimo ilustrado Religioso. Dios lo enriqueció con los preciosos Dones de su soberano espíritu, particularmente con los de ciencia, entendimiento y consejo para que a mayor honra y gloria suya emprendiese confiado cosas árduas y grandiosas, que a la prudencia humana parecerían inaccesibles o tal vez temerarias. ¡Oh Prudencia verdaderamente maravillosa!

II. Considera también la sobrada materia que para la imitación y admiración ofrece San Lorenzo en esta virtud a los Superiores, a los Jueces y a los que se hallan constituidos en alguna dignidad. Estos, con los demás que por sus empleos están precisados a manejar asuntos arduos y de la mayor importancia, necesitan de mucha prudencia para no errar en ellos… La inconstancia, la negligencia y la inconsideración o falta de reflexión de los Prelados para resolver junto con su precipitación en el obrar, son otros tantos vicios, que como feos borrones manchan el decoro de su dignidad. Las astucias, la nimia adhesión a las temporalidades, y el dirigirse por los dictámenes de una prudencia carnal, son pecados igualmente nocivos, que detestables en todos los que gobiernan. Una imprudencia en un Superior o en un Juez es suficiente a perder su Alma, y la de todos aquellos que viven a su cargo.
   
Consideremos asimismo no hay mayor imprudencia que fiarnos de nosotros mismos, pagarnos de nuestro saber y guiarnos por nuestro propio juicio, siendo los asuntos arduos, difícil su resolución y facil el consultarlos. Dios nos prohíbe que estribemos en nuestra propia prudencia, nos reprueba que juzguemos suficiente nuestra capacidad para discernir en los asuntos graves; y quiere busquemos el buen consejo en quien pueda dárnosle acertado. Los ancianos, los sabios y los temerosos de Dios son los que pueden darnos dictamen, y a quien por sus letras, por su experiencia y por su virtud debemos sujetar el nuestro; no a los que por faltarles estas circunstancias carecen de la precisa suficiencia para dirigir los negocios de entidad. La oración, para pedir a Dios la luz de los aciertos: la rectitud de intención en los fines particulares de cada uno: y la desconfianza propia son actos inseparables de la prudencia cristiana, que en los Superiores y en los que manejan negocios de importancia se juzgan como precisos para no errar en sus resoluciones. ¡Ay de los que sd juzgan verdaderos sabios, y de los que en su propia estimación se tienen por prudentes!, dice Isaías. Sin duda, porque como enseña el Apóstol, Dios ha de perderlos con su ciencia, y con su prudencia habrá de reprobarlos. Pidan pues siempre estos tales, como pidió Salomón, y pídamos los demás al Señor la ciencia, inteligencia y prudencia, que necesitamos, para que a ejemplo de San Lorenzo desempeñemos las obligaciones de nuestro estado, y no seamos computados con los ejecutores de la iniquidad, cuando en la eternidad reciban el justo castigo de su culpable omisión y reprehensible imprudencia.

Después de haberse meditado esto un rato, se dirá la Oración «Gloriosísimo y bienaventurado Padre mío, &c», que se pone en el primer día, y concluida se dirá la siguiente:
  
ORACIÓN PARA EL DÍA CUARTO
Oh Bendito Padre, fidelísimo y prudentísimo Siervo del Señor San Lorenzo, Ciprés misterioso que exaltado en el monte Sion de la Santa Iglesia sois espejo clarísimo de divina prudencia y celestial sabiduría, con cuyos preciosos dones enriqueció Dios vuestra alma para la acertada dirección de los negocios más graves; resultando siempre de vuestras prudentes y sabias resoluciones la mayor honra y gloria de su Santo nombre, y el bien y espiritual utilidad de las Almas; yo os suplico me alcancéis del Todo Poderoso el Don de entendimiento para saber separar lo precioso de lo vil, una luz clara con que pueda conocer los medios necesarios para mis aciertos; y alguna parte de vuestra soberana prudencia, para que obre en todo lo más conforme a su santísima voluntad, sin desagradarle jamás en cosa alguna. Haced también, ¡oh bienaventurado Padre mío!, que en el trance y punto de mi muerte me asista con el eficaz auxilio de la gracia final, habiéndome yo antes dispuesto con los Santos Sacramentos de la Iglesia, dignamente recibidos; y además la que especialmente os pido en esta Novena, si conviene para su mayor gloria, y para el bien de mi Alma. Amén.
   
Aquí se rezan tres Padre Nuestros y Ave Marias gloriados, pidiendo a la Santísima Trinidad por la intercesión de San Lorenzo la práctica de las virtudes, una santa muerte, y el acierto de los Prelados, Jueces y demás personas constituidas en dignidad, particularmente el Sumo Pontífice, nuestro supremo Padre y Pastor.
   
Acabados, se dirá la Oración «Santísima Trinidad, &c.», y después se rezará el Ave María, pidiendo por la intercesión de la Virgen Santísima nuestra Señora la felicidad de la Santa Iglesia, el alivio de las benditas Almás del Purgatorio, y el remedio de los que se hallan en algún peligro de ofender a Dios. Y se concluye con el Elogio, la Antífona y la Oración.
   
DÍA QUINTO – 2 DE JULIO
Por la señal…
Acto de contrición.
   
El ejercicio de este día será hacer especial Oracion al Señor por la conversión de los Infieles, Herejes y pecadores, y por los que trabajan en reducirlos a la penitencia y a la Fe.
  
CONSIDERACIÓN: Con su Apostólico Celo enseña San Lorenzo a los Predicadores y Padres de familia el que deben tener en sus oficios.
    
«Zelo zelátus sum pro Dómino Deo exércituum, quia derelíquerunt pactum tuum fílii Ísraël» (He celado ardientemente el honor de Dios y Señor de los Ejércitos, contra todos aquellos que, debiendo observar su Santa Ley, han llegado a separarse de ella). Libro tercero de los Reyes, cap. 19, ver. 10.

I. Considera, Cristiano, que el fundamento, raíz y principio de las demás virtudes es la Fe sobrenatural y divina; y el celo de propagarla lo que descubre el fondo de una verdadera santidad. San Lorenzo vivía como Varón justo de la Fe: con ella se alimentaba su espíritu, con ella fomentaba sus fervores, y con ella suavizaba la dura pero dulce pena de carecer de la vista y posesión del Sumo Bien en la Bienaventuranza. Fue tan firme su Fe, que jamás padeció tentacionescontra ella; tan alta, que le favorecía Dios con soberanas ilustraciones de sus más profundos arcanos; y tan perfecta, que pudo obrar con ella estupendas. maravillas, propagarla entre los Infieles y Herejes, exponer su vida y derramar su sangre con singular consuelo de su espiritu, por su ferviente deseo del Martirio.
  
Sus repetidas Misiones a los Judíos en Roma, Praga, Viena y otras partes: sus correrías Apostólicas por el Palatinado, por la Sajonia, por Salisburgo, y otras Provincias infestadas de la Herejía: sus frecuentes disputas y doctísimos escritos contra los Predicantes Herejes convencen lo ardiente de su celo por la Fe; y que este, como a otro Matatías, commovía sus entrañas al ver los muchos que se apartaban de su confesión, y como a otro Pablo lo abrasaba en vivísimos deseos de ganarlos todos para Jesucristo. El celo de Elías contra los Profetas de Baal y contra el Rey Acab que los protegía, se vio más de una vez en San Lorenzo, cuando por el honor de Dios y por las verdades de su Fe hizo frente y confundió con su predicación y con su pluma a Policarpo Laysera, y a otro famoso Ministro Hereje, insignes Predicantes, sin temer la prepotencia del Príncipe Elector de Sajonia, soberbio Luterano que los patrocinaba, ni acobardarse con las amenazas de cuantos por estos motivos se conjuraban contra él, ni menos desistir de la empresa hasta lograr una completa victoria de los enemigos de la Religión Católica; pudiendo decir con el Santo Elías: «He celado ardientemente el honor de Dios y Señor de los Ejércitos, contra todos aquellos que, debiendo observar su Santa Ley, han llegado a separarse de ella».
    
II. Consideren aquilos Predicadores la necesidad de esta virtud en ellos, para ejercer dignamente su sagrado ministerio. Este celo debe ser en ellos fervoroso y ordenado. Fervoroso, que sin dispensarse de trabajo alguno, como fiel Siervo del Señor, procure introducir a todos los pobres, enfermos y descaminados pecadores al convite, o participación de la Divina Gracia. Ordenado de suerte que reforme en sí primero lo que ha de corregir en los demás, y demuestre en sus obras lo que con la voz ha de ensenarles. Así obrando y enseñando será grande en el Reino de los Cielos; y por el contrario infeliz para con Dios y abominable entre los hombres si une a lo sano de la doctrina lo reprehensible de sus acciones, y a la santidad de sus consejos lo escandaloso de su vida. ¡Terrible cargo el suyo, si por su mala conducta, o por culpable desidia, se perdiere alguna Alma o perseverare en su pecado; porque la suya habrá de padecer el daño que en otras hubiere motivado!
   
Consideren por último los Padres de Familia que no será mejor su suerte si por faltarles este celo sobre sus domésticos viven sus hijos relajados, y toda su familia sin arreglo. El desvelarse sobre su arreglada dirección, y el conducirlos a la virtúd con sus ejemplos, es una de las partes más esenciales de la obligación de un Padre con sus hijos y todos los pecados que estos, y sus descendientes hasta la cuarta generación cometen, le serán a aquellos inputados en el Tribunal de Jesucristo. La nimia tolerancia en los Padres es culpa que en ellos y en sus hijos produce las más funestas consecuencias. El fin desastrado de los hijos de Helí y la muerte intempestiva de este hacen ver que la omisión en un Padre es suficiente a ocasionar la ruina de su Casa, y la perdición de muchas Almas. ¡Ah!, Padres de Familia, ¡qué de males os esperan en la eternidad por vuestra reprehensible negligencia! Aprendan todos en el celo de San Lorenzo a evitar tantos daños, y asegurar para los otros y para sí los apetecibles premios de la Gloria.

Después de haberse meditado esto un rato, se dirá la Oración «Gloriosísimo y bienaventurado Padre mío, &c», que se pone en el primer día, y concluida se dirá la siguiente:
  
ORACIÓN PARA EL DÍA QUINTO
Oh Fidelísimo y siempre vigilante Siervo del Señor San Lorenzo, Plátano fecundo de celestiales frutos por el ardiente celo con que atendiendo al honor de Dios, al decoro de su Santa Iglesia, y a la propagaciín de su Católica Fe trabajábais incansable entre los Infieles, Herejes y Católicos, ya con la predicación, ya con las disputas, y ya con los escritos por atraerlos a todos al conocimiento de la verdany secuela de la virtud; sin que ni los trabajosnni las dificultades que se interponian, ni los más evidentes riesgos de perder la vida os intimidasen, ni menos os hiciesen retroceder de vuestros santos intentos; alcanzadme de la Majestad de mi Dios el velo debido de su honra y gloria, con que en mí y en los demás que estuvieren a mi cargo evite sus ofensas; una fe constante, una esperanza firme y una caridad fervorosa en mi vida y en mi muerte, para que logre acabar en su amistad y gracia como lo deseo: y por último el favor que especialmente os pido en esta Novena, si fuere de su divino agrado, y conviniere para el bien de mi Alma. Amén.
   
Aquí se rezan tres Padre Nuestros y Ave Marias gloriados, pidiendo a la Santísima Trinidad  por la intercesion de San Lorenzo la conversión de los Infieles y Herejes, la extirpación de sus errores, y que a todos nos conserve en su Santa Fe hasta la muerte.
   
Luego se dirá la Oración «Santísima Trinidad, &c.»: se reza un Ave María a nuestra Señora, para que nos alcance una santa muerte, la conservación de la Fe Católica en nuestra Patria, y el descanso de las Benditas Almas del Purgatorio. Y se concluye con el Elogio, la Antífona y la Oración.

DÍA SEXTO – 3 DE JULIO
Por la señal…
Acto de contrición.
   
El ejercicio de este día será el hacer alguna mortificación corporal, dejando de comer aquello que más gusta, o refrenando de algún modo los sentidos, especialmente la lengua.
  
CONSIDERACIÓN: Da ejemplo a los Soldados y Militares San Lorenzo con su invicta Fortaleza.
    
«Fortitúdo, et decor induméntum ejus» (La fortaleza y el decoro en la grandeza de sus obras son el vestido que le adornan). Proverbios 31, verso 25.

I. Considera, Cristiano, la heroica invencible Fortaleza de San Lorenzo de Brindis, y los muchos ejemplos que nos dio de ella en su prodigiosa vida. Es la fortaleza una virtudnque inclina la voluntad no solo a la tolerancia de los trabajos precisos para la consecución de algun fin bueno, sino también a despreciar los peligros de perder la propia vida cuando, y donde para emprender alguna obra ardua se juzgue conveniente. No tienen número las incomodidades y molestias que sufrió este gran Siervo de Dios en los muchos y dilatados viajes que hizo a diversos climas, Provincias y Reinos de la Europa con el cargo de Legado del Papa, de Embajador a varios Soberanos, y de General de su Orden, con diferentes motivos todos graves y de la mayor importancia; pero nada fue bastante a rendir su animo, ni a que desistiese de su intento. Era este siempre la honra y gloria de Dios, la exaltación de su Santa Fe, y el mayor bien de las Almas. No emprendía obra alguna, ni se encargaba de negocio que no fuese de esta clase; y como llevaba consigo en todo caso la razón, la equidad y la justicia, se revestía de un valor tan esforzado, y de una esperanza en Dios tan firme, que jamás desfalleció en sus empresas, aunque se le presentasen los mayores obstáculos o las dificultades al parecer más insuperables. Esta constancia le produjo los frutos del éxito más feliz, y siempre favorable de todos sus asuntos, sin que ni uno solo jamás se le frustrase.
  
Muchas veces desatendiendo el evidente peligro a que exponía su vida, se entraba en los Pueblos de los Herejes para predicarles: se presentaba dentro de sus casas a los que sabía le buscaban, y habían amenazado con la muerte; y se incorporaba en los Ejércitos de los Católicos en sus más sangrientas batallas. Iba en estas delante de las tropas exhortando a los Soldados a que peleasen esforzdos contra los Turcos o contra los Herejes, y andaba en medio de las balas, y del fuego de la Artillería sin recibir daño alguno en su persona, con admiración hasta de sus mismos enemigos, y no pequeño fruto de sus Almas. Toda su vida es un precioso entretejido de estas ingentes maravillas y gloriosos triunfos; evidenciándose en esto, que la fortaleza de su espiñíritu, y el decoro y grandeza de sus obras son al modo de un precioso vestido que adornan o hermosean su bendito agigantado espíritu.
   
II. Consideren aquí los Militares y Soldados Católicos cuánta necesidad tienen de esta cristiana fortaleza para soportar lo penoso de su empleo, y no acobardarse en los peligros que le cercan. Tiene el Soldado como de prestado la vida, y dista siempre un solo paso de la muerte; son las penalidades el pan de que se sustenta, y sus mas temibles contrarios los placeres. Que la vida deliciosa ha sido en todo tiempo ajena de los Militares lo ha demostrado el Capitán Urías con su ejemplo; y Gedeón en los Soldados que elige hace ver lo impropio que es en ellos el regalo. Si en él vivieren, perderán el vigor de su militar espiritu, les serán intolerables las incomodidades de su vida, y no podrán resistir esforzados el horror de tantos riesgos. En efecto: no hay hombre más cobarde que un Militar en pecado, ni Soldado más valiente que el que lleva a Dios consigo. En David tenemos evidenciada esta verdad: él huye temeroso de Absalón su hijo, después de cometido el adulterio; pero él vence al Gigante cuando sale en el nombre del Señor a la campaña. Una sola culpa basta para perder muchas batallas; y pocos Soldados buenos sobran para rendir muchos ejércitos. La fe, la obediencia y el testimonio de una conciencia sana hacen a un Militar tan invencible, que aun muriendo se acredita vencedor, porque lo es entonces él de sí mismo. Estas proezas son todo su honor y todo su decoro; y estas con la fortaleza de que nacen son el hermoso vestido que lo adornan mucho más que el honroso uniforme con que se halla distinguido. Por el contrario, la pusilanimidad o cobardía en huir los peligros que son propios de su estado, y la osadia, o temeridad en buscarlos o aceptarlos sin motivo racional que los justifique, como sucede en todo desafío, siempre detestables por ser barbaros, impíos e inhumanos, son dos vicios contrarios à la fortaleza, y otros tantos feísimos borrones los más indecorosos a un Soldado, y que por serlo lo acreditan indigno de este recomendable nombre.
   
Pero siendo todos nosotros Soldados de Jesucristo, porque militamos indistintamente bajo el Estandarte o bandera de su Cruz, es forzoso nos armemos con esta moral virtud para vencer las huestes enemigas. Es milicia la vida del hombre sobre la tierra, es continua su lucha con los espirituales iniquísimos enemigos de su Alma; y será mientras viva su pelea contra el fuerte armado Lucifer, que como León rugiente intenta devorarlo. Las armas con que ha de resistirsele no son carnales, o de natural fuerza y de propia industria o de poder humano; son precisamente espirituales, dice San Pablo, que reciben de Dios su virtud o irresistible poderío, como la gracia con que el Señor infaliblemente nos asiste en las tentaciones: la Fd en sus infalibles promesas y el uso de su divina palabra en hacer cuanto nos manda. Si de esta suerte, o con tales armas peleáremos, ciertamente venceremos. Pero temamos, que también los Santos han temido. Sigamos todos la heroica fortaleza de San Lorenzo; para que siendo con él ahora vencedores, nos dé el Señor después el maná escondido y el nombre nuevo que nos promete para su Bienaventuranza.

Después de haberse meditado esto un rato, se dirá la Oración «Gloriosísimo y bienaventurado Padre mío, &c», que se pone en el primer día, y concluida se dirá la siguiente:
  
ORACIÓN PARA EL DÍA SEXTO
Oh Admirable y esclarecido Padre y Protector mío San Lorenzo, Roble firmísimo de celestial fortaleza así para tolerar las incomodidades más penosas en la prosecución de vuestros ministerios, como en la constancia de alánimo para superar las grandes dificultades que se os ofrecían en vuestras gloriosas empresas; pues nunca ni la pusilanimidad ni la osadía ofuscaron aun levemente la heroicidad de vuestras acciones: ni en ellas os rindieron jamás los trabajos ni os intimidaron los peligros, ni la conjuracion más violenta os hizo desfallecer, porque procurando en todas la mayor gloria de Dios y la salvación de las Almas quedábais siempre vencedor, robustecido de la divina gracia, que para todo os asistía; yo os suplico por vuestros grandes merecimientos me alcancéis del Señor la fortaleza que necesito contra mis enemigos, y para tolerar las penalidades de esta vida y observar con firmeza las obligaciones de mi estado, consiguiéndome para todo su santisima gracia, particularmente para la hora de mi muerte, y al presente la especial que los pido en esta Novena, si ha de ser para gloria suya y para el bien de mi Alma. Amén.
   
Aquí se rezan tres Padre Nuestros y Ave Marias gloriados, pidiendo a la Santísima Trinidad por la intercesión de San Lorenzo  la paz entre los Príncipes Cristianos, victoria contra Infieles, y Herejes; que nos libre de caer en tentación y de vivir y morir en pecado mortal.
   
Luego se dirá la Oración «Santísima Trinidad, &c.»: se reza un Ave María a Nuestra Señora pidiéndole su asistencia para la hora de nuestra muerte, para todas las tentaciones y tentados, y por el descanso de las benditas Almas del Purgatorio; y se concluirá con el Elogio, la Antífona y la Oración.
   
DÍA SÉPTIMO – 4 DE JULIO
Por la señal…
Acto de contrición.
   
Este día se oirá una Misa con toda la devoción posible; y si fuere día de fiesta se oirán dos, una para cumplir con el precepto, otra por el ejercicio de la Novena.
  
CONSIDERACIÓN: Su ardiente devoción al Santísimo Sacramento del Altar enseña a los Sacerdotes el digno modo de celebrar el tremende Sacrificio de la Misa, y a los Fieles el de asistir a ella.
    
«Sacrifícia ipsíus consúmpta sunt igne quotídie» (Sus Sacrificios todos los días fueron abrasados con fuego del Cielo). Eclesiástico, cap. 45, verso 17.

I. Considera, Alma devota, la singular cordialísima devoción de San Lorenzo al Santísimo Sacramento del Altar, que acreditaba en su ardiente deseo por recibirle, y en la extremada piedad con que ofrecía el incruento sacrificio de la Misa. Desde sus primeros años se le advirtió una particular inclinación a estar en las Iglesias donde se veneraba, mantenerse largas hotas haciendo oración en su presencia y asistir con la mayor compostura a los Sacerdotes mientras celebraban los divinos Misterios. Ansiaba por comulgar con frecuencia, aunque se humillaba con el conocimiento de su vileza. Cuando lo conseguía, se preparaba con prolija y fervorosa oración, y con muchos actos de virtudes: permanecía después largo espacio de tiempo en dar gracias a su divino Huésped, y procuraba unírsele por perfecta caridad, hasta transformarse en él cuanto le era posible; llegando a padecer frecuentes y admirables éxtasis, que no podía ocultar de la vista de las gentes. Creció con la edad este fervor, y con él un especial empeño de no quedarse día alguno sin decir Misa o sin recibir la comunión porque parece, no podía vivir sin aquel Pan de los Ángeles. Era a Dios tan agradable esta solicitud eficaz de su amante Siervo, que se la premió con aparecérsele visiblemente y darle por su mano la Sagrada Comunión un día que no pudo celebrar. ¡Grande favor! ¡Estupenda maravilla! 
  
Pero lo que excede a toda ponderación de este dignísimo Sacerdote, y nunca podrá suficientemente declararse, es la piedad con que ofrecía el Sacrosanto Sacrificio de la Misa. Gastaba en él cuatro, siete, nueve, diez, y tal vez doce horas: muchas de estas era visto arrebatado en el aire cercado de luces, y exhalar de su cabeza tanto humo como si ésta o su pecho fuesen algún horno encendido; derramaba arroyos de lágrimas y un río de sudor en tanta copia, que humedeciendo los Sagrados Ornamentos y otros muchos lienzos, que a este intento le ponían, era necesario torcerlos y enjugarlos para que pudiesen servir en otro dka. Durante la Misa se suspen dian los agudísimos dolores de la gota, se veía pasar del estado de moribundo al de perfecta sanidad, y se atropellaban los milagros en estas ocasiones, para significar el Señor cuánto le complacían los sacrificios de este su fidelísimo Siervo. En ellos recibió soberanos favores de la Reina de los Cielos: en ellos le regalaba en forma de agraciado Niño su amabilísimo Redentor Jesús; y en ellos por último se evidenció de mil maneras, que al modo de los del Santo Aarón eran siempre consumidos en el fuego Celestial de divinas influencias. 

II. ¡Sacerdotes del Señor! ¿Serán tales como estos nuestros Sacrificios en la aceptación de Dios? ¿Nuestro amor al augustísimo Sacramento, el celo por su culto, y el deseo de recibirle puede en alguna manera compararse con el de nuestro Santo Lorenzo? Igual al suyo es nuestro caracter, igual nuestra obligacion, igual debiera ser también nuestro fervor. ¿Pero lo es acaso nuestra reigiosidad, nuestra gratitud y nuestra correspondencia al beneficio que igualmente que él habemos recibido? ¡Ay de nosotros si sobrando un solo sacrificio para la santificación de infinitos mundos, no lo son por nuestra culpa tantos como ofrecemos para la nuestra propia! Pensemos, oh Padres, estas verdades a los pies de Jesucristo Crucificado, atendiendo al ejemplar que tenemos a la vista.
   
Consideren además todos los Fieles, que ellos también son en alguna manera Sacerdotes no para consagrar el Cuerpo del Señor, sí para ofrecerle con su Ministro en aquel Santo Sacrificio, que a nombre y por el bien de todos se celebra, Por esto deben emular sus Almas la pureza de los Ángeles, porque esta es la que en el Sacerdote se requiere: debe su intencion ser la más santa, porque la del Ministro es la del mismo Jesucristo: debe su mente ocuparse en piadosas reflexiones, porque todo es misterioso cuanto allí se representa. Un Cristiano  indevoto, distraído o vanamente ocupado mientras la Misa es como un Idólatra, que negando a Dios el culto que le es debido, se le da a las estatuas muertas o vanos ídolos de sus vagos pensamientos. Detestable necedad, que siendo al Señor injuriosa, es para el que la incurre perjudicial y nociva sobre todo encarecimiento. ¿Qué otro es este pecado, que el que cometieron los Hebreos y Gentiles que con estulta indiferencia miraban la muerte de Jesucristo nuestro Dios en el Calvario? ¡Ah, cuántos motivos para temer, donde son tantos los que para nuestro consuelo se franquean! Aprendamos todos de San Lorenzo, y amemos al Señor Sacramentado con toda la verdad de nuestra Alma, acordándonos que dice San Pablo que será anatematizado y maldito el que a Jesucristo no lo ama.

Después de haberse meditado esto un rato, se dirá la Oración «Gloriosísimo y bienaventurado Padre mío, &c», que se pone en el primer día, y concluida se dirá la siguiente:
  
ORACIÓN PARA EL DÍA SÉPTIMO
¡Oh Bendito Padre y amado Abogado mío San Lorenzo! Fragante Aromo de la devoción más tierna al Divinísimo Sacramento del Altar, que ardiendo vuestro corazón en vivos incendios de su amor, y abrasándose en fervorosas ansias por recibirle, lográbais que este verdadero Pan del Cielo fuese vuestra vida espiritual y corporal, gustar en su misma fuente las celestiales delicias, y que viviendo vos en Cristo y Cristo en vos, se os comunicasen con abundancia los admirables efectos de la Sagrada Comunión; alcanzadme de su Divina Majestad este propio beneficio, y que sea digno de recibirle con frecuencia en el tiempo de mi vida, pero especialmente para la hora de mi muerte; en la que también os pido y espero me favorezcáis con vuestro poderoso patrocinio, y que ahora logre yo el favor que por vuestra intercesión solicito en esta Novena, si es del agrado de Dios, y para el bien de mi Alma. Amén.
   
Aquí se rezan tres Padre Nuestros y Ave Marias gloriados, rogando a la Santísima Trinidad por la intercesión de San Lorenzo, pureza de conciencia para recibir en vida la Sagrada Comunión, y este con los demás Santos Sacramentos para la hora de nuestra muerte.
   
Luego se dirá la Oración «Santísima Trinidad, &c.»: se reza un Ave María a nuestra Señora por las necesidades de la Santa Iglesia, y por el alivio de las Almas de los venerables Sacerdotes difuntos; y se concluye, como en los demás días, con el Elogio, la Antífona y la Oración.
   
DÍA OCTAVO – 5 DE JULIO
Por la señal…
Acto de contrición.
   
Este día, en reverencia de la caridad de San Lorenzo, se dará una limosna a un pobre, según la posibilidad y medios de cada uno.
  
CONSIDERACIÓN: En la Caridad con el prójimo de San Lorenzo se propone a los Ricos un eficaz documento para que la usen con los necesitados y pobres.
    
«Óculus fui cœco, et pes cláudo. Pater eram páuperum» (Yo fui vista para el ciego, pies para el baldado, y padre de los pobres). Job, cap. 29, ver. 15.

I. Considera, Alma, cuánta fue a la caridad de San Lorenzo con sus prójimos, pues olvidándose de sí en la necesidad, solo atendía a remediar la de sus hermanos: El amor que les tenía, le obligaba a que se hiciese un todo para todos, por remediar a cada uno en su indigencia. En las temporales de enfermedades,npobreza, u otras calamidades semejantes era tal su compasión, que lloraba con el triste, enfermaba con el enfermo, y al modo del Santo Job, no acertando a contenerse, partía con el hambriento su pan, y aun tal vez se lo quitaba de la boca para dárselo; porque desde la niñez había crecido con cél la misericordia, ya le acompañaba desde las entrañas de su Madre. cuando por medios humanos no podía socorrerlos, ocurría a los divinos, valieméndose del Don de hacer milagros, que Dios le había conferido, daba salud a los enfermos, vista a los ciegos, pies a los baldados, habla a los mudos, y vida a los muertos. Vencía frecuentemente su caridad a la humildad de su corazón en estos casos, pues por más que su desco de abatirse le gritase, su compasivo amor al prójimo le inclinaba a obrar en su favor algún prodigio, cuando no encontraba otro arbitrio para su consuelo.
  
En las necesidades espirituales fue siempre su caridad más fervorosa y más admirables sus efectos. Ardía su corazón en vivas ansias de salvar a todos, y por lograrlo no omitía medio alguno de cuantos para este fin juzgaba convenientes. Los Judíos, los Herejes y los pecadores experimentaron bien los esfuerzos de su caridad; y el sinnúmero de los que se convirtieron acredita la eficacia de su predicación y el fuego de sus palabras. Los gravísimos trabajos que padeció, los malos tratamientos que sufrió, y las repetidas veces que con jubilo de su espíritu vio expuesta su vida a los mayores peligros, testifica que como otro Pablo todo lo toleraba gustoso por la felicidad de los escogidos, para que ninguno se perdiese. Por esta caridad dejaba los consuelos de su espíritu en las delicias de la contemplación; por ella quisiera como el Apóstol ser amatematizado y muerto, y por ella logró rendir el último aliento de su vida muriendo en la ocasión de hallarse con el cargo de Embajador, solicitando el consuelo de sus prójimos necesitados. ¡Oh Varón verdaderamente admirable!, pues no rehusó las molestias de una vida laboriosa, ni temió el morir por el bien de sus hermanos, pudiendo decir que fue vista para el ciego y pies para el baldado, Padre de los pobres, y remedio para todos.

II. Vuelve ya, Cristiano, dentro de ti, reflexiona sobre este especial precepto de la Ley de Jesucristo, y acaba de conocer que a él tiene Dios ligada la salvación. Los Ricos, o los que abundan en bienes de fortuna no pueden salvarse si con pronta liberalidad no socorren a los pobres. Si cuando estos padecen hambre, pemurias y desnudez, ellos endurecen sus entrañas, yndejan de remediarlos, pierden la Gracia de Dios, se hacen indignos de su mise ricordia y acreedores a tlias mas temibles maldiciones de los Pueblos. Los Ricos, que al modo del Epulón niegan al pobre Lázaro el pan que necesita, padecerán la más rabiosa sed en el fuego del Infierno, sin esperanza de poderla mitigar ni con una sola gota de agua, por mucho que la pidan. ¡Qué infelices! Pueden, y deben los Ricos redimir sus culpas, satisfacer por sus pecados, atesorar, y aun asegurar el Cielo con limosnas; y por no dar al pobre lo que en realidad es suyo, compran al bajo precio de su miseria el colmado fruto de su eterna condenación. Así será, porque quien olvidando a los pobres atesora para sí caudal en esta vida, tendrá a la polilla y a los gusanos por sus herederos, y verá sepultada su Alma con sus tesoros en los abismos. Estas son, ¡oh Ricos insensatos!, las miserias de que os dice el Apóstol Santiago habéis de lamentaros ahora, y las que por vuestra dureza os harán gemir después en la eternidad. ¡Ah! Ricos, ¡qué difícil ha sido, es, y será siempre vuestra salvación!
   
Pero reflexiona por último, Cristiano, que el precepto de amar al prójimo a todos indistintamente nos obliga, y que si no todos pueden dar limosna porque no todos tienen para ello; no hay uno solo a quien falten los arbitrios para perdonar y amar a su enemigo, para dar a todos buen ejemplo y para corregir en oportuno tiempo con mansedumbre a los que yerran, que son los actos más precisos e importantes de esta virtud. La enividia, el odio, la enemistad, los juicios temerarios, los injustos pleitos, las murmuraciones y los escandalos son pecados que destruyen la caridad, hacen enemigo de Dios al que los comete, y lo arrastran infelizmente a la eterna perdición. Toda la Ley en solo este mandato se compendia: todas sus obligaciones con esta sola se cumplen; y todos los premios a su debida observancia se prometen. Debemos amar al prójimo como a nosotros mismos que a nuestros intereses temporales, y más que a nuestra propia vida natural; porque debemos amarlo como nos amó Jesucristo, que dando su vida por posotros nos dejó enseñado debemos igualmente darla pos nuestros hermanos, si para el mayor bien suyo, así fuese necesario. ¡Oh caridad, a cuánto nos obligas! Infeliz de aquel, que gobernado por otras leyes, no vive según el espiritu de esta! Aprendamos de San Lorenzo, y en la práctica de esta virtud conseguiremos pasar de la muerte del pecado a la vida de la Gracia, para reinar con Dios en las perpetuas eternidades.

Después de haberse meditado esto un rato, se dirá la Oración «Gloriosísimo y bienaventurado Padre mío, &c», que se pone en el primer día, y concluida se dirá la siguiente:
  
ORACIÓN PARA EL DÍA OCTAVO
Benignísimo Padre y amable consolador mío San Lorenzo, Oliva fertilísima de sazonados frutos por la caridad con el prójimo, a quien comunicábais liberalmente los de vuestro compasivo Corazón en tantas obras de misericordia, cuantas eran las necesidades que llegaban a vuestra noticia, pues a ejemplo del Divina Redentor, pasábais por los Pueblos faavoreciendo y consolando a todos, porque a imitación suya solicitábais el común remedio y la salvación del Mundo aun a costa de vuestra propia vida, que expusisteis gustoso no una sola vez por tan importante fin; yo os suplico me consigáis del Señor una caridadbverdadera para con todos mis prójimos, de modo que olvidando los agravios que me hicieren, disimulando los defectos en que incurran, y amándolos como su Majestad me manda, merezca el perdón de mis pecados, su divina aceptación, y la retribución eterna que apetezco, Alcanzadme los eficaces auxilios de su Gracia para la hora de mi muerte, y para el tiempo que me restare de vida, y por último el favor que os pido en esta Novena, a mayor gloria suya, y para el bien de mi Alma. Amén.
   
Aquí se rezan tres Padre Nuestros y Ave Marias gloriados, pidiendo a la Santísima Trinidad por los méritos de San Lorenzo nos conceda la gracia de esta virtud, con la de una santa muerte, y el remedio de las necesidades de nuestros prójimos vivos y difuntos.
   
Luego se dirá la Oración «Santísima Trinidad, &c.»: se reza un Ave María a Nuestra Señora por las necesidades de la Santa Iglesia, y por el descanso de las benditas Almas del Purgatorio; y se finalizará con el Elogio, la Antífona y la Oración.
   
DÍA NOVENO – 6 DE JULIO
Por la señal…
Acto de contrición.
   
El ejercicio de este día será confesar y comulgar en reverencia de San Lorenzo, pidiendo estos Santos Sacramentos para la hora de nuestra muerte, y el favor especial que se le ha suplicado en esta Novena.
  
CONSIDERACIÓN: De su ardiente amor de Dios deben todos aprender, pero especialmente los Ancianos, el modo de disponerse para morir santamente.
    
«In omni ópere dedit confessiónem Sancto et excélso in verbo glória» (En todas sus obras glorificó al Señor le alabó, y amó con todo su corazon). Eclesiástico, cap. 47, verso 9.

I. Considera, Cristiano, el ardiente amor a Dios en que se abrasaba San Lorenzo de Brindis, y los muchos testimonios que nos dio de ello en su ejemplar vida y en su preciosa muerte. Fue toda su vida un continuado ejercicio de esta virtud. Su puericia no solo innocente, sino la más edificante la huida que hizo del siglo a la Religión en su mocedad: el rigor con que maceraba su cuerpo y refrenaba sus sentidos: el continuado ejercicio de la oración: el interior altísimo trato con Dios, sin perderle jamás de vista, ni en el tropel de los negocios, ni en los mayores bullicios de las gentes, la exactísima observancia de los Divinos Mandamientos, de las leyes estrechísimas de su estado, y de las más delicadas máximas del Evangelio: y por último la perfecta entrega de su voluntad en la del Señor, dirigiéndolo todo a su mayor honra y gloria, por agradarle y por llegar a la cumbre de la perfección, para unirse al Sumo Bien; son indicios manifiestos de la perfecta caridad con que lo amaba. El ardiente celo con que trabajaba por evitar las ofensas de su Amado, en dilatar la gloria de su Santo Nombre, y en propagar su Fe por todo el Mundo lo acreditan igualmente. Pero lo evidencian sobre todo, el maravilloso Don de lágrimas, en que a la fuerza de los mayores incendios se liquidaba su amante Corazón: el copioso humo que se veía salir de su Cabeza cuando oraba o decía Misa, despidiendo rayos de celestial luz su semblante, como otro Moisés cuando bajó del Monte: y los freuentes raptos y profundos éxtasis en que gozaba su espíritu las íntimas dulcísimas comunicaciones de su amabilísimo Criador. Este agregado de proezas, y este conjunto de portentos evidencia que en todas sus obras glorificé al Señor, y que cual otro David le alabó, y amó con todo su corazón.
  
Pero aún más. Es fuerte el amor como la muerte; porque si esta rinde con su guadaña al más robusto, aquel lo vence todo, sin que ni aun la misma muerte pueda resistirle. En prueba de esto el justo no solo no la teme, sino que la desea, la apetece, y en ella cuando se le llega su hora se complace. San Lorenzo, alegre con el aviso celestial que tuvo de su muerte, ansiaba a la similitud del Apóstol, por verse libre de las prisiones de su cuerpo, y estar con Jesucristo unido al Sumo Bien por perfecta inamisible caridad en la Bienaventuranza. Para más asegurarla, procuró disponerse con nuevos fervores para aquel último trance, cual si nada hubiese hecho hasta entonces en orden a este fin. En él, después de un suavísimo dilatado éxtasis, en que le reveló Dios algunos arcanos de su providencia, y entre ellos la seguridad de su salvación, entregó dulcemente, y con el mayor reposo su bendito espíritu en manos de su amabilísimo Criador, para amarle por siglos infinitos. ¡Oh, cuán preciosa fue en su soberana presencia la muerte de este Santo!
     
II. ¡Ah! Todos morimos, y al modo que el agua derramada sobre la tierra, se verán reducidos nuestros cnerpos al polvo de que fueron formados. En tal estado ya no podremos gozar de las presentes delicias: no podremos tampoco llorar con frufruto nuestras culpas; ni menos hallar arbitrios para merecer los premios de una feliz eternidad. Es necesario obrar bien, dice Jesucristo nuestro Dios, mientras nos dura el día de la vida; porque en llegando la noche de la muerte, o del tiempo que a ella se le sigue, no tendremos facultades para hacerlo. Es la muerte un eco de la vida; y a la manera que este vuelve a nuestros oídos la voz que pronuncian nuestros labios, así nuestra muerte habrá de ser, o buena, o mala conforme lo hayan sido nuestras obras antes de ella. Es de fe, que la muerte de los pecadores ha de ser no solo mala, sino pésima; expresándosenos en esto lo sumo de su infelicidad, que no puede llegar a ser peor. Así mueren los deshonestos, los vengativos, los codiciosos, y los demás pecadores, que en tiempo no se prepararon con la emmienda de sus vicios, y dejan para aquella última hora el mejorar de costumbres, y el confesar sus pecados. Así mueren muchos Grandes y Nobles, muchos Jueces y Ministros en sus gravosos empleos, y muchos Negociantes en sus ilícitos comercios, sin ajustar cuentas, sin satisfacer las deudas, sin declarar sus trampas, sin remediar sus injusticias, sin hacer sus testamentos, y sin recibir debidamente aun en su última enfermedad los Santos Sacramentos. Y así finalmente mueren los que sordos a las voces de los divinos auxilios no correspondieron a tan poderosos llamamientos. ¡Oh, cuánto mejor les fuera a estos infelices no haber nacido en este Mundo, que haber así pecado contra Dios! No tiene duda, que todos debemos velar continuamente, esperando en todas las vigilias, o edades de nuestra vida, la venida del Señor, para responderle prontos cuando nos llame con la muerte a su presencia, pero con mayor especialidad deben así aguardarle los Ancianos, porque su avanzada edad los tiene ya immediatos al sepulcro. No hay pecador más abominable para Dios que un anciano corrompido y olvidado de su muerte: no hay conversion más dificil que la suya, ni juicio más temible y a que siga una condenacion más inevitable. Sus vicios capitales suelen ser la obstinación y la pereza: con esta nunca se resuelve a poner los medios para su emmienda necesarios, y con aquella dificulta más cada día el remedio de su Alma. ¡Ah! Si una vida justificada suele tal vez claudicar en la vejez, como se vió en Salomón, ¿qué esperanza deja de corregirse en sus culpas el que hasta la senectud ha vivido relajado? Conozcamos nuestro yerro; temamos nuestro peligro y tratemos de esperar la hora de nuestra muerte, prevenidos con el óleo de la caridad, de la penitencia, y de las demás obras buenas, con que supo esperarle y salió a recibirle Sab Lorenzo. Amémosle como él sobre todas las cosas, con todo nuestro corazón, y con todas nuestras fuerzas, para no desmerecer en aquella ultima terrible hora el eficau auxilio de su Gracia, sin el qmcual ni aun los justos pueden morir santamente. 

Medítese esto algún espacio, y luego se dirá la Oración «Gloriosísimo y bienaventurado Padre mío, &c», que se pone en el primer día, y concluida se dirá la siguiente:
  
ORACIÓN PARA EL DÍA NOVENO
Felicísimo Padre, Protector y Abogado mío San Lorenzo, mística Palma, que exaltada en la eminente cumbre del más alto Monte de la perfección Evangélica, por las maravillosas ascensiones o pasos gigantes de vuestro generoso Espíritu, con que disponiendo en vuestro magnanimo corazón subir a lo más encumbrado de la santidad, merecisteis llegar hasta uniros íntimamente con Dios en esta vida por medio de una perfecta caridad; y logrando agradarle en todas vuestras obras, porque en ellas procurábais glorificarle, y cumplir felizmente su santísima voluntad; os hicisteis digno, subiendo de virtud en virtud, de acabar vuestra vida con la preciosa muerte de los Justos, y ver eternamente al Dios de los Dioses en la feliz Sion de la Bienaventuranza y os suplico humildemente me alcancéis de la Majestad de mi Dios, que sepa amarle con toda mi corazón, y agradarle en todas mis obras, para que cumpliendo puntualmente su santísima voluntad en el tiempo de mi vida, consiga los eficaces auxilios de su Gracia para la hora de mi muerte, junto con los Santos Sacramentos de la Iglesia dignamente recibidos: Ahora el especial favor que a mayor gloria suya y bien de mi Alma solicito por vuestra intercesión en esta Novena; y después el gozarle con vos en la Patria de la Gloria por todos los siglos de los siglos. Amén.
   
Aquí se rezan tres Padre Nuestros y Ave Marias gloriados, pidiendo a la Santísima Trinidad por los méritos de San Lorenzo nos conceda la práctica de esta virtud, una perfecta contrición de nuestras culpas, y los efcaces auxilios de su divina Gracia en la hora de nuestra muerte.
   
Luego se dirá la Oración «Santísima Trinidad, &c.»: se reza un Ave María suplicando a Nuestra Señora asista a los que se hallan en el artículo de la muerte; y consiga eterno descanso a las benditase Almas del Purgatorio; y se concluirá con el Elogio, la Antífona y la Oración.

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