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miércoles, 30 de agosto de 2023

POR QUÉ EL LATÍN ES LA LENGUA DE LA LITURGIA ROMANA

LA LENGUA DE LA LITURGIA  
Hoy día son pocos los fieles que saben latín. Al principio, la lengua  latina era la lengua viva del pueblo en el occidente cristiano; al principio, por tanto, la liturgia tenía la misma lengua del pueblo. El latín ha dejado de  ser la lengua del pueblo, pero la Iglesia no quiere que se pierda el uso de  esta lengua en la liturgia, porque tiene motivos serios para ello. ¿Cuáles son éstos?
  
1. Antes de todo, la Iglesia necesita una lengua universal, porque  universal es ella. Y para hacer patente por doquiera su unidad necesita una lengua única, común a todos. La lengua de la Iglesia no es ni el alemán, ni el francés, ni el inglés, sino  el latín, que en la actualidad ya no es de ningún pueblo, y por lo mismo no  hiere la sensibilidad nacional de nadie.  Hay otro motivo más profundo por el que la Iglesia aconseja el latín: el  de conservar la pureza de nuestra fe. Supongamos, por ejemplo, que el Papa Silvestre II, al enviar la corona  a San Esteban, le hubiese dado permiso de celebrar las funciones litúrgicas en húngaro. ¿Qué habrían hecho, con este permiso los antiguos  húngaros? ¡Qué apuro para ellos! ¡Cómo expresar en su idioma primitivo  los pensamientos más difíciles de la filosofía y de la teología, tantas  sutilezas, que muchas veces no son más que diferencias de matiz, pero  que en los dogmas pueden tener una importancia suma!
     
Pero supongamos que se hubiese logrado expresarlo todo en la antigua  lengua húngara, de hace mil años. ¿Cómo estaríamos hoy? O tendríamos  que usar las primitivas traducciones, y entonces todo el mundo se reiría  durante la misa, o habríamos de traducir continuamente, en consonancia  con la evolución de la lengua, el texto de la misa; y entonces habría tantas costumbres y tantos textos húngaros como iglesias. Este cambio continuo,  ¿no sería en detrimento de la piedad? ¿No sacudiría la fe que tenemos en  la invariabilidad de nuestra doctrina? ¿No quitaría a nuestro culto la fuerza  y el encanto misterioso que le da justamente el lustre de la antigüedad?
    
Y llegamos a la tercera razón por la cual la Iglesia no quiere renunciar a  la lengua latina: el de su antigüedad en la liturgia. La humanidad estuvo cegada durante cierto tiempo por la fiebre de la  innovación. Habla que innovar a toda costa. «Nada de lo antiguo es bueno, y  todo lo nuevo trae la salvación», ésta era la divisa. Hoy día —después de amargos experimentos—, ya estamos desengañados. Ya sabemos que «no  todo lo que brilla es oro», y estamos convencidos además de que «no  todo lo nuevo es bueno». Concedemos que el hombre no puede ser anticuado,  que no puede detenerse en las costumbres anticuadas de épocas pasadas; pero constatamos también que el afán por la innovación puede echar por la borda tradiciones antiguas valiosísimas.  El hombre de hoy sabe apreciar de nuevo el pasado, y esto es un  fenómeno alentador. Hay quienes se pavonean con la antigüedad de su  linaje. Otros coleccionan con esmero recuerdos de nuestros antepasados.  Pues bien; la lengua latina de la liturgia tiene dos mil años. ¿No nos emociona que en la santa misa escuchemos las mismas oraciones que  nuestros mayores, cristianos de hace mil y dos mil años? «Christe, áudi nos! Christe, exáudi nos!». «Cristo, óyenos. Cristo, escúchanos». ¿Quién pronunció estas palabras? Nuestros primeros mártires, al sentir en su cuerpo los zarpazos de fieras hambrientas en la  arena del circo romano, mientras el público aplaudía. «Dóminus vobíscum!». «El Señor está con vosotros». Et cum spíritu  tuo». «Y con tu espíritu». ¿Quién pronunció estas palabras? Nuestros  mayores, los primeros mártires del cristianismo, cuando por la noche, en las catacumbas, en aquellos corredores subterráneos de Roma, hincados  de rodillas, rodeaban al Papa que celebraba la misa y esperaban  temblando el momento de ser acometidos por los verdugos que los perseguían...
    
¿Se puede renunciar con ligereza a esta preciosa herencia?  Conservemos el latín. Tenemos motivos más que suficientes para estar  orgullosos de su permanencia!!

Mons. TIHAMÉR TÓTH (Canónigo Mag. Antonio Sancho Nebot, traductor). A Tízparancsolat/Los 10 Mandamientos, cap. XXV, II.

5 comentarios:

  1. >o habríamos de traducir continuamente, en consonancia con la evolución de la lengua, el texto de la misa; y entonces habría tantas costumbres y tantos textos húngaros como iglesias.
    Qué tendría eso de malo?
    >¿No quitaría a nuestro culto la fuerza y el encanto misterioso que le da justamente el lustre de la antigüedad?
    "No lo entiendo y por eso es misterioso y eso es bueno" es esa la lógica que se está usando acá? No le veo ningún sentido a eso. Supongo que no entender qué se está hablando está bien visto entonces?
    >¿No nos emociona que en la santa misa escuchemos las mismas oraciones que nuestros mayores, cristianos de hace mil y dos mil años?
    Y a mí qué me importa? Son galimatías, yo no sé que significa lo que están diciendo esos antecesores, ellos son como gente de otro país para uno. Compartimos la fe y por eso no hay enemistad entre ellos y nosotros, más allá de eso no hay nada que nos una.

    Francamente debo recalcar, que no me importa si es en latín o no, yo asistiría igualmente entienda o no lo que digan. Que todas las palabras sean vaciadas de significado y se conviertan en puro aire caliente a los oídos no me molesta, si bien Jesús dijo que no oremos como los gentiles que dicen cosas que no tienen significado, la misa sí tiene significado es solo que es uno el que no lo entiende.

    El acto principal alrededor del cual se construye toda la misa son las palabras de consagración, todo lo demás es relleno que no afecta la piedad, está en lo correcto esto? O me equivoco en algo acaso? Hágamelo saber.

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    1. Ninguna ceremonia de la Iglesia es superflua o fuera de lugar. Pensar así es de modernistas y por eso es que apareció el Novus Ordo, que se ha cargado todos los ritos orientales y occidentales.

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    2. Por qué?
      Por qué razón no puede ser la misa en cualquier idioma?
      Dijo alguna vez el Papa que sólo podía ser en latín?

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    3. Porque la Unidad es una de las notas de la Iglesia verdadera, y en este aspecto ella se refleja en un mismo idioma litúrgico en el rito. Y si vamos al terreno práctico, en las lenguas vivas, las palabras pueden cambiar de significado o peor, se adultera el sentido. Para muestra, el uso del “pro omnes” en la consagración, el cambio de “deudas” a “ofensas” en el Padre nuestro o el “de la misma naturaleza” en vez de “consustancial” en el Credo.

      Ni siquiera los cismáticos han cambiado sus idiomas litúrgicos (griego koiné, eslavo eclesiástico, siríaco, copto, geʽez, armenio clásico), para no hablar de las religiones falsas (los Vedas hindúes se leen en sánscrito y no en hindi o inglés, la Torá de los judíos se lee en hebreo bíblico –y con signos vocálicos o niqqudot, que no se usan en el hebreo moderno–, o árabe clásico en el Corán). ¿Acaso los católicos teníamos necesidad de dejar el latín en la liturgia por los idiomas vernáculos? Ni siquiera Pío XII –que es el que inició la demolición litúrgica con el infame y digno de anatema “Salterio de Béa” en el 45 y la Reforma de la Semana Santa 1951-1956– o Juan XXIII Roncalli se les cruzó por el pensamiento tal cosa. Ni en Sacrosánctum Concílium se propuso EXPLÍCITAMENTE la liturgia en vernáculo. Solo Montini y Bugnini fueron los que impusieron a la cañona ese capricho protestante y galicano de la liturgia simplificada y en vernáculo (como se propuso en el herético Sínodo de Pistoya, y condenado por Pío VI en “Auctórem Fídei” como proposiciones «Temeraria, ofensiva a los piadosos oídos, contumeliosa a la Iglesia, y que favorece a las injurias que profieren los herejes contra ella» y «Falsa, temeraria, pertubativa del orden establecido para la celebracion de los misterios, y muy expuesta a producir muchos males»), y las consecuencias saltan a la vista a 60 años de distancia.

      Finalmente, la Liturgia significa los misterios de la Fe, a los cuales la mente iluminada por la Gracia debe asentir. No son para escrutarse ni evaluarse con la ciencia de este mundo, que enceguece y aparta de la fe; mucho menos para hacer espectáculo.

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    4. Ya veo, éste argumento sí lo puedo entender. Gracias por responder.

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