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miércoles, 27 de septiembre de 2023

MES DE LA DIVINA PASTORA – DÍA VIGESIMOSÉPTIMO

Tomado de La Divina Pastora, o sea El rebaño del Buen Pastor Jesucristo guiado, custodiado y apacentado por su divina Madre María Santísima, escrito por fray Fermín de Alcaraz (en el siglo Fermín Sánchez Artesero) OFM Cap., Misionero Apostólico, e impreso en Madrid por don Leonardo Núñez en 1831, con aprobación eclesiástica. Por cada Consideración, Afecto y Oración hay concedidos 280 días de Indulgencia por el Nuncio Apostólico, el Arzobispo de Santiago de Compostela y otros Prelados.
 
DÍA VIGESIMOSÉPTIMO
«Ego vitam ætérnam do eis: et non períbunt in ætérnum, et non rápiet eas quísquam de manu mea» Joann., cap. 10. v. 28. Yo doy a mis ovejas la vida eterna; y no se perderán jamás, y ninguno las arrebatará de mi mano.
    
La Divina Pastora forma su familia de sus propias ovejas: las sella con su propio nombre; y este sello es un signo de salvación eterna, contra el cual no tiene fuerza alguna el dragón infernal, sobre lo cual,
   
1º Considera lo primero, que mirando a nuestro modo el orden de los decretos del Omnipotente en la formación de sus criaturas, vemos que nuestra Pastora Divina fue la primogénita ante todas ellas: y que si María hizo nacer la luz indefectible Jesucristo, por cuya consideración fueron creadas todas, parece que esta Señora no debió estar excluida en el modo posible de esta regalía peculiar del Verbo encarnado. Esto supuesto, figúrate, alma mía, formada esta Virgen según los decretos de la voluntad Divina, clasificada con toda la dignidad que sobre todas las criaturas se la debía por el sublime objeto con que era producida; y por consiguiente, con todo el lleno de imperio y de dominio sobre todo lo que Dios había de obrar fuera de Sí. En el momento era ya preciso que el Creador, que todo lo hizo y dispuso sabiamente, la señalase la familia o servidumbre que era debida al obsequio y servicio de esta Reina sobre todas las reinas del Universo, y que esta familia se escogiese entre aquellas criaturas que el Dios, que todo lo penetra, veía ser de una voluntad mas pronta para servir a esta su Reina y Señora. Esto era así conducente, para que esta Señora conservase toda la dignidad de Soberana, y para facilitarle el más pronto y rendido obsequio de sus sirvientes y domésticos, a los cuales, con este fin se les hace entender que todo los bienes y gracias que les dispensa la mano generosa del Omnipotente por sus servicios, deben recibirlas por mano de la Señora a quien sirven. Advierte, alma mía, que esta familia destinada por Dios para tanto bien y para honor tan estimable, son las ovejas que moran en el redil místico de esta Pastora. Esta elección no la entendimos nosotros enteramente, hasta que fijando el Señor sobre nosotros sus ojos de misericordia y haciéndonos conocer la Divina Pastora cuán suave y dulce es el yugo que nos impone, nos acogimos gustosos a su rebaño, para no salir de los límites que Ella señala a sus ovejas. Esto las da cierta seguridad, de que al formar el Omnipotente el libro de la vida, se escribieron en él los nombres de las ovejas de María, de quienes dice ella misma en persona de su Hijo: Que nadie será capaz de quitárselas de la mano. Esta firmísima confianza que debes tener, siendo oveja de María, se confirma sabiendo que en sus manos depositó su Hijo el tesoro inagotable de sus méritos: que por respeto de Madre, nada se le niega de cuanto pide; y que por su Esposo, se la manda echar raíces entre sus escogidos (Eccles., cap. 24, v. 13): por cuya razón, dice San Anselmo (En San Antonino, pág. 4, tít. 15), que así como es imposible que se salven aquellos de quienes aparta María sus ojos, así no pueden menos de ser glorificados aquellos de quienes no aparta su vista. ¿Y en quién mejor pone sus ojos esta Señora, que sobre sus ovejas, sobre quienes vela de continuo cual solicita Pastora?
  
AFECTOS
¡Ovejas de María! Al considerar la dicha que os cabe desde que el Dios misericordioso os eligió para componer la familia, formar la corte y prestar un debido y razonable obsequio a la Reina de los cielos y la tierra, Madre del Verbo Eterno, vuestras almas deben inundarse de un gozo y alegría que os enajene de todas las glorias del mundo. Sois ovejas de María, la que haciendo de vosotras esta honrosa elección, inclinó a la voluntad Divina a que escribiese entre los predestinados a todos los que habían de ser sus domésticos. Vosotras sois, en clase de ovejas, las más humildes y pequeñas entre sus familiares; pero gozaros de que entre las ovejas de esta Señora, los últimos son los primeros, y los primeros son los últimos. Gloríense aquellos que constituyen su gloria en la privanza y elección de los grandes y poderosos monarcas de la tierra, vuestra gloria consiste en ocupar el lugar último entre los habitantes de la casa de María, para servirla tanto más fiel y santamente, cuanto es mayor la condición humilde en que os halláis.
   
No se aminore vuestra confianza, creyendo que por esto no os sea lícito aspirar a la dignidad excelsa de hijas de María; antes bien, la clase humilde de ovejas debéis mirarla como un escalón para subir a ella, así como a vuestra Pastora el reconocerse y llamarse sierva del Señor la hizo más digna de ser Hija del Padre Eterno, Madre del Verbo increado y Esposa del Espíritu Santo: «porque miró Dios (dice esta Señora) la humildad de su sierva, obró en mí cosas grandes el Omnipotente, y me aclaman feliz todas las generaciones». Siendo ovejas de la Madre del buen Pastor, estad seguras de vuestra eterna dicha, porque ni el honor del Hijo, ni la naturaleza de la Madre, pueden permitir que sus ovejas sean entregadas al Lobo infernal. Tiene esta Señora sobre su familia un derecho especial dado a ella por su Hijo, y en su virtud erige un tribunal de misericordia para juzgarla; y así, si el rigor de la justicia Divina, que ha de juzgar a la santidad misma, cerrase la puerta del cielo, tenemos abierta esta ventana, por donde se nos franqueará la entrada a los que pertenecemos a su rebaño.
      
2º Considera lo segundo, que los Pastores tienen siempre cuidado de imprimir un sello sobre todas sus ovejas para conocer las que son suyas e impedir el que, equivocándose con las ajenas, pueda alguno alegar derecho para apropiárselas. María, como sapientísima y diligente Pastora, hace lo mismo con las ovejas de su rebaño, para que nadie pueda quitárselas de su mano. Este sello lo vio el Profeta del Apocalipsis y así dijo: «Vi al Cordero sobre el monte Sion, y con él ciento y cuarenta y cuatro mil personas que tenían escrito en sus frentes su nombre y el de su Padre, los cuales cantaban un Cantar nuevo delante de su trono, cuyo cántico nadie lo puede cantar sino los que siguen al Cordero, y que son escogidos de entre los hombres, como primicias de Dios y del Cordero» (Apoc., cap. 13, v. 1, 3, 4). Deduce de aquí, alma mía, cuánta sea la dicha de las ovejas que se ven marcadas con el sello de la Madre de este Cordero de Dios, y cuánta la seguridad que pueden tener de su elección y glorificación. El mismo Profeta dice que el Cordero que está en medio del solio será su Pastor, y los llevará a las fuentes de aguas vivas, y no tendrán que temer el hambre, la sed, ni los calores del estío (Idem, cap. 7, v. 16, 17). Con la esperanza de tanta felicidad prometida a las ovejas marcadas por la Madre del buen Pastor, es justo que todos se apresuren a agregarse al rebaño de esta Señora, y tengan por dicha el verse sellados con el sello de esta Pastora. Considera además, que el sello que distingue a las ovejas de María, es por parte de ellas un signo de fidelidad a su Pastora, así como por parte de esta Señora es un signo de protección tan temible al Lobo infernal, que aun viéndolo a lo lejos, lo estremece, lo ahuyenta y lo hace huir hasta confundirlo en el abismo. «Te tomaré a mi cargo, dice esta Señora a su oveja, como siervo mío, y pondré en ti mi sello porque te elegí» (Ageo, cap. 2, v. 4). Es signo de fidelidad, y como tal debemos llevarlo en nuestro corazón y en nuestro brazo, para no olvidarnos de la gratitud a su amor, y tener siempre presente que pertenecemos a su rebaño. Por lo cual, debemos nosotros testificar nuestra obediencia y fidelidad a esta Señora, diciéndola también: «Te reconoceré por Señora mía, y te pondré en mi brazo, como señal de mi fidelidad, porque te elegí por curatriz y Pastora de mi alma. Llevando, pues, las ovejas de esta Señora esculpido por sello estas dulcísimas palabras: «Ave María», atestiguan su fidelidad a su Señora, de cuya servidumbre, lejos de avergonzarse, nada reputan por más glorioso. Con este signo se hallan las ovejas más seguras en el rebaño de María, que Daniel en el lago de los Leones, sellado por el sello del Rey y de sus grandes (Daniel, cap. 6, v. 16, 17); y por lo tanto, participan del privilegio de los hijos de Dios, a quienes no puede dañar el maligno Lucifer (Ep. 1. Joann., c. 1, v. 18). Es la porción escogida y más ilustre entre los rebaños de Cristo (San Cipriano, Sobre el hábito de las Vírgenes), a quienes mirando el Supremo Pastor con esta señal, conoce que son suyos, y nadie puede quitárselos (Ep. 2. a Tim., cap. 2, v. 19).
  
AFECTOS
Cuando yo paro mi consideración en el rebaño de la Madre del buen Pastor, y lo miro marcado con su dulcísimo nombre, encerrado en su aprisco y custodiado por multitud de Ángeles, que al mismo tiempo asisten al servicio de esta Reina, se eleva mi alma, y se transporta de gozo y de contento. Me parece veo el Sancta Sanctórum, más respetable y santo que el de la ley antigua: marcado yo con esta señal de salud, no temo ya ni a la perversidad del mundo, ni a la malicia de los pecadores ni al furor de los demonios. En vano se conjurarán todos juntos contra mí: aunque se arrojen sobre mí como fieras para devorarme, triunfaré de todos ellos, marcado como estoy con el nombre de mi Pastora: mi alma se hará invulnerable a sus golpes: con este escudo seré fuerte en mi debilidad, opulento en mi indigencia y grande en mis humillaciones: con él pondré en vergonzosa fuga a mis enemigos: el eco solamente del dulce Nombre de María los llenará de terror, y él será el broquel con que lograré tantas victorias cuantas sean las batallas que me presenten.
   
¡Oh, qué asilo para mi alma de tanta seguridad! Tenedme, Pastora amantísima, atado y ligado como esclavo sin libertad en vuestro rebaño: abrid a mi alma la puerta de este aprisco, para que en él viva yo con seguridad: introducidme en vuestra santa casa, y sea yo del número de los que componen vuestra familia, en donde vuestros hijos se ven defendidos de los escollos del mundo, están a cubierto de las pasiones, y ven lecciones prácticas de todas las virtudes. El ejercicio de todas ellas, hará el alimento de mi alma hasta el último suspiro de mi vida, y así mereceré entrar en el torrente de dulzura y de alegría con que son glorificados los Ángeles y los Santos. ¡Con qué placer dejará entonces mi alma la habitación de barro en que ha estado detenida en este mundo, para entrar en aquel reposo, eterno preparado para los que os aman! Éste será el complemento de los favores que espero de Vos, como oveja vuestra; y no obstante que yo me juzgo indigno de él, me atrevo, supuesta vuestra bondad, a prometerme de seguro su consecución: vuestra palabra es el apoyo firme de mi esperanza: Vos me tenéis dicho: «Los que me obsequian, conseguirán la vida eterna».
              
ORACIÓN
Virgen Santísima, en quien reunió el Omnipotente tal cúmulo de dones y de gracias, que haciéndoos para sí Hija, Madre y Esposa, os hizo para nosotros Emperatriz, Reina y Señora, reuniéndolo todo en el nombre y título de Madre del buen Pastor: yo me constituyo gustosamente desde este día vuestro humilde siervo, suplicándoos que os dignéis admitirme en el número de las ovejas que componen vuestra grey, y como tal, borréis el sello de esclavitud con que el Demonio tenía marcada mi alma, y la pongáis otro sello, cuyos suavísimos acentos salieron de los labios del Ángel, que os saludó diciendo: «Ave María». Imprimid en mi alma este sello con tal fuego de amor y caridad, que no se borre hasta el último instante de mi vida, en que presentándome al tribunal supremo y viéndome vuestro Santísimo Hijo marcado con el Ave María, me reconozca por oveja vuestra, y me coloque a su derecha, para gozar de las delicias eternas de la gloria. Amén.
   
Se reza un Padre nuestro, cinco Ave Marías, y un Gloria Patri.

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