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jueves, 28 de septiembre de 2023

MES DE LA DIVINA PASTORA – DÍA VIGÉSIMOCTAVO

Tomado de La Divina Pastora, o sea El rebaño del Buen Pastor Jesucristo guiado, custodiado y apacentado por su divina Madre María Santísima, escrito por fray Fermín de Alcaraz (en el siglo Fermín Sánchez Artesero) OFM Cap., Misionero Apostólico, e impreso en Madrid por don Leonardo Núñez en 1831, con aprobación eclesiástica. Por cada Consideración, Afecto y Oración hay concedidos 280 días de Indulgencia por el Nuncio Apostólico, el Arzobispo de Santiago de Compostela y otros Prelados.
 
DÍA VIGÉSIMOCTAVO
«In páscuis ubérrimis pascam eas, et in móntibus excélsis Ísraël erunt páscua eárum: ibi requiéscent in herbis viréntibus, et in páscuis pínguibus pascéntur» Ezeq., cap. 34, v. 14. En pastos muy fértiles las apacentaré, y estarán sus pastos en los altos montes de Israel: allí sestearán entre la verde hierba, y quedarán saciadas con los abundantes pastos.

En este día se nos manifiestan la variedad y naturaleza de los pastos con que la Madre del buen Pastor alimenta a sus ovejas, sobre lo cual,

1º Considera lo primero, que como el nombre de Pastora se origina de apacentar, y como el que es pastor debe proporcionar pastos saludables a su grey, por lo mismo esta nuestra legítima y verdadera Pastora, cumple diligentemente con esta obligación propia de su oficio, y asegura que apacentará por sí misma a sus ovejas, las proporcionará pastos fértiles y abundantes, producidos entre la frondosidad de los altos montes de Israel, en donde, y con los que quedarán saciadas y satisfechas. Estos pastos pingües, saludables y gustosos, con que la Divina Pastora dice que alimenta a sus ovejas, son de varias calidades, según que lo exige la necesidad de ellas mismas. No son estos manjares materiales con que puedan recrear sus sentidos y deleitar su concupiscencia, pues las ovejas de María usan de una comida y bebida invisible, que no puede verse por los hombres, a la manera que dijo San Rafael a Tobías (Tob., cap. 12, v. 19). Sus propias virtudes son primeramente las que nos ofrece como bebida y comida, propia de Ángeles (Novara, cap. 9, v. 2). Pues al decir de San Bernardo (Sermón 76 sobre los Cánticos): «El solícito pastor debe procurar a su grey pastos de sus buenos y propios ejemplos para que se nutra, porque los ajenos no la engordan». En este campo ameno y delicioso, en el cual no pue de entrar el germen venenoso que pudiera inficionar sus producciones, por ser el huerto cerrado por mano del Omnipotente, es en donde las ovejas de María encuentran hierbas saludables, dulces y sabrosas, con que se robustecen sus almas al tiempo que se recrean: tal es su abrasada caridad para con Dios y el prójimo. Encuentran otras amargas con que purifican los vicios de la digestión, contraídos por los gustos dañosos de los sentidos: tales son su paciencia, resignación y conformidad en las adversidades de la vida. Otras substanciosas que las fortalecen para emprender cosas arduas y difíciles, como las practicó esta verdadera Mujer fuerte. Y otras finalmente de fácil digestión, acomodadas a la debilidad y flaqueza de ciertas ovejas, que por lo mismo excitan su compasión y su misericordia. Considera además, que necesitando las ovejas aguas puras y limpias, para facilitar la digestión de estos pastos, ella misma se hace fuente abundante, con que se riega la tierra estéril del corazón humano, y produce frutos sazonados de virtudes (Ricardo, lib. 9). Estas aguas las comunica nuestra Pastora por el conducto de la palara divina, que procura se les anuncie por los operarios del Evangelio, cuya palabra recibida y conservada en el corazón, tan cuidadosamente como la guardó esta Madre de Dios, produce a su tiempo frutos en paciencia y en todo género de virtudes.
  
AFECTOS
El redil, ¡oh Divina Pastora!, en donde viven tus ovejas olvidadas e ignoradas del mundo, y desconocidas en la tierra, les ofrece una suerte verdaderamente feliz, porque en él se remedian todas sus necesidades. Desde aquel abrigo santo en que fijan su morada: en este Santuario de tu maternal misericordia, en donde se alimentan con los pastos suavísimos de tus virtudes, cobran ánimo y robustez para subir al monte santo del Señor. De allí sale el río de aguas puras y refrigerantes, con que apagada la sed ardorosa de las pasiones, curan de sus males y se preservan de los asaltos de la muerte. ¡Agua abundante de dulzura, y de paz, que llena de gustos santos a los que la beben! ¡Y pastos saludables, que mantienen robustas a cuantas almas viven bajo la protección pastoral de María! ¡Ah, dulcísima Pastora! ¡Con qué profusión distribuyes a mi alma estos alimentos preciosos! Yo me deleito en su abundancia, y es tal la fortaleza que con ellos adquiero, que ya me atrevo a desafiar a todos los enemigos de mi salvación: aunque todos se reúnan contra mí, no me son ya temibles.
    
Y a la verdad, ¿a quién podrán ya temer aquellas almas a quienes Vos, como Pastora, apacentáis y sustentáis? Vos, Pastora Santísima, veláis sobre ellas durante la noche, las cuidáis desde el amanecer, y en todo el día vais en pos de ellas sin perderlas de vista. Vos combatís, y ahuyentáis al dragón infernal, cuando pretende inquietarlas: las colmáis de vuestros dones, y reguláis sus pasos en todos sus caminos: con los manjares que como Pastora les proporcionáis, corroboráis su natural flaqueza, y curáis los males de su viciada complexión. Si ellas se acobardan, las dais vigor: y si se detienen en seguiros, las animáis para que os sigan: si se ven caídas, Vos las levantáis, y así finalizan gloriosamente su carrera. ¡Oh, Divina Pastora!, las ovejas apacentadas por Vos, recogen con alegría los frutos de vuestra protección sobre ellas. ¡Felices, pues, y dichosas las que moran en tal rebaño! ¡Y más felices, cuando entren en los tabernáculos eternos, libres ya de experimentar las debilidades de la humana condición, y dejando en el mundo a sus enemigos confundidos con sus planes de perdición.
   
2º Considera lo segundo, que según San Bernardo, está ordenado por Dios, que todo cuanto su liberal mano dispensa a los hombres, pase primero por las de María: por consiguiente, no solo los pastos ya dichos, con que nos hemos de sostener, han de ser distribuidos por esta diligente Pastora; sino que también hemos de recibir de su mano el principal alimento de nuestras almas, del cual el que no come y bebe, ni puede tener vida ni entrará en los rediles de la gloria. Este alimento sobresustancial en que está depositada nuestra vida, en quien debemos considerar el prodigio de todas las maravillas del Dios Omnipotente, el compendio de todos sus beneficios y la prenda segura de sus promesas, es el Sacramento augusto de la Eucaristía, el cual por una especial razón lo debemos juzgar recibido de mano de esta purísima Pastora. Habiendo tenido esta Señora en la Encarnación de aquel verdadero Agnus Dei una parte tan principal, como que de su propia sangre y sustancia se formó el cuerpo que real y verdaderamente reside en el Augusto Sacramento: y habiéndola tenido igualmente en el sacrificio de este Cordero inocente, que desde los Altares se nos da por alimento de nuestras almas, como que ella misma lo ofreció por víctima de expiación y lo acompañó en su sacrificio, padeciendo igual muerte en su espíritu; no puede dudarse de que esta Pastora es el Arca sacrosanta en que está encerrado este pan de los Ángeles, y que cuando se abre para distribuirlo a sus hijos, es con intervención suya, como dispensadora que es de los dones del Altísimo. Pondera aún más: que ningún otro pastor, fuera de su Divino Hijo, llevó el amor a sus ovejas hasta el extremo de alimentarlas con su propia carne y sangre, como lo hace nuestra caritativa Pastora, siendo (como lo es) la carne de Jesucristo parte del cuerpo virginal de María. De la carne de esta Señora, dice San Agustín, recibió carne el Verbo Eterno, y por esto cuando éste se nos da a comer para nuestra salud, nos da María su propia carne (Comentario sobre el Salmo 98). Es una misma carne la que nació de la Virgen María, y la que se nos da consagrada con la apariencia de pan (Luis de Blois, Sobre la Eucaristía, cap. 1); y siendo el Hijo parte del Padre y de la Madre (Artistóteles, Ética, cap. 4), es consiguiente que los que reciben el Cuerpo y la Sangre del Hijo, reciben también una gran porción de la sustancia de la Madre. Intérnate, alma mía, más y más en esta consideración, y conocerás que aun los pastos con que nuestras almas se alimentan en todos los otros Sacramentos, son pastos nacidos en los altos montes de la eminente santidad de María. Todo el decoro y gravedad de los Sacramentos de la Iglesia, dice San Bernardino de Siena (Tomo I, sermón 61), consiste, se perfecciona y nace de la carne virginal de María, y así son parte de su propio cuerpo: el fundamento de esta sentencia es, que todos los demás Sacramentos se ordenan, como a su último término, a la Eucaristía, que es el más excelente entre los Sacramentos.
  
AFECTOS
Advertid, ovejas de María, cuánto debéis a esta clementísima Pastora, Madre del buen Pastor, y cuán fervorosas deben de ser las gracias que la debéis dar, después de haberlas rendido también a este Señor. Aquel mismo Cuerpo que esta purísima Pastora engendró en su vientre, que se formó y se nutrió en su seno virginal, que dio a luz sin detrimento de su pureza e integridad, que envolvió en pobres paños y colocó en un pesebre, y que sustentó con su maternal sustancia; este mismo es el que nos ofrece para nuestro alimento, teniéndolo depositado en nuestros Altares, para que nunca padezcamos hambre de él. ¡Ah, no son bastante las lenguas de los hombres para engrandecer debidamente su solicitud pastoral! ¡Quién pudiera persuadirse, que para alimentarnos como ovejas suyas, había de ofrecernos este pasto delicioso, producido en sus mismas entrañas! Alabad la generosidad y magnificencia de vuestra Pastora, que os ofrece por comida a aquel Verbo Eterno, que después de tomar forma humana, dice de Sí mismo: «Yo soy el pan vivo que descendí de los cielos: el que me come, jamás verá la muerte» (De San Pedro Damián, Sermón de la Natividad de María).
   
Sí, piadosa Pastora, después que nos agregaste a tu rebaño, y te hiciste nuestra Madre, no permites (como hacen muchas otras madres) que seamos entregados a mujeres extrañas para sustentarnos y criarnos, sino que tú misma tomas la molestia de tenernos en tus brazos, y con un amor que supera al de las madres más cariñosas, nos das por alimento el Cuerpo y Sangre de tu Hijo: por consiguiente, nos alimentas de tu propia sustancia, y así viviendo de la vida de Jesucristo, vivimos también de tu espíritu, y de tu vida. ¡Qué oveja de María rehusará ya el acercase para recrearse en estos dulces pastos, preparados para ellas por el amor de su Pastora, y producidos de su misma carne y sangre! Llegad, pues, sin recelo, ovejas de María, bebed de esta agua saludable, y comed de estos pastos sabrosos, pues en ellos encontrareis tanto bien, y tanta gracia, que seáis una cosa con vuestro Pastor.
            
ORACIÓN
¡Oh, clementísima Pastora! Siendo yo como soy la menor entre vuestras ovejas, no recelo ser despedida cuando me acerco a alimentar mi alma con los pastos que ofrecéis a vuestro rebaño. Yo reputaría esto por un atrevimiento de parte mía, considerando lo indigna que soy de tanto bien por la multitud de mis pecados; pero se anima mi pequeñez, cuando os oigo decir (Cánt., cap. 5, v. 1): «Comed, amados míos, y bebed hasta saciaros de mis manjares»; y pues me convidáis con un amor más que de Madre, excitad en mi alma el hambre espiritual, para que llegando hambriento, y desocupado mi espíritu de todo manjar terreno, me sacie de los del cielo, y de un solo bocado reciba la gracia, la salud y la vida eterna. Amén.
   
Se reza un Padre nuestro, cinco Ave Marías, y un Gloria Patri.

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