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domingo, 29 de octubre de 2023

BEATO ÁNGEL DE ACRI


La fama de San Leonardo de Puerto Mauricio como misionero popular en Toscana y el norte de Italia, a principios del siglo XVIII, cruzó las fronteras de su orden y de su patria. En cambio, es menos conocido otro franciscano que predicó en Calabria por aquel entonces: el Beato Ángel Acri, aunque en su época, fue tan famoso en el sur como San Leonardo en el norte. Ángel nació como Lucas Antonio, en Acri, en la diócesis de Bisignano en 1669, hijo de Francisco Falcone y de Diana Enrico, un matrimonio humilde y piadoso. A los dieciséis años, luego de conocer al venerable fray Antonio de Olivadi (en el siglo José Antonio Punteri), ingresó como postulante en el convento de los capuchinos, pero la austeridad de aquella era demasiado para sus fuerzas, de suerte que tuvo que volver al mundo. Como ello no le satisficiese, consiguió al cabo de algún tiempo que se le diera oportunidad de probar su vocación en la misma orden y volvió a fracasar. Entonces, un tío suyo que era sacerdote, le dijo que Dios quería seguramente que se casase y viviese en el mundo, pero Ángel no se dejó convencer, pues se sentía profundamente atraído por la vida religiosa y experimentaba una aversión invencible por la vida del mundo. Así pues, en 1690, volvió a ingresar en el convento de los capuchinos, no sin antes una huida y decir de rodillas ante un crucifijo: «¡Asísteme con tu gracia!». Con la ayuda de la oración, logró superar las dificultades y así, al cabo de un noviciado que podríamos calificar de tormentoso, hizo la profesión y empezó los estudios sacerdotales.
   
Sus superiores pensaron que necesitaba todavía una severa disciplina y le trataron con gran rigor. Por otra parte, el beato sufría de violentas tentaciones contra la castidad. Venció ambas pruebas, y esto le hizo tanto bien, que se dice que fue arrebatado en éxtasis durante su primera misa. En 1702, sus superiores le dedicaron finalmente a la predicación. Su primera aparición en público fue durante la cuaresma en San Jorge Morgeto. El beato había preparado con gran cuidado su sermón pero una vez en el púlpito, le falló la memoria, y ello le produjo tal impresión de desaliento, que se volvió al convento antes de que la cuaresma terminase. Al reflexionar sobre su fracaso y pedir a Dios que le ayudase, le pareció un día que una voz le decía: «No tengas miedo. Yo te daré el don de la predicación». «¿Quién eres?», preguntó el beato. «Soy el que es», respondió la voz. «En adelante, predica simplemente, como si estuvieses conversando, para que todos puedan entenderte». Siguió el consejo el P. Ángel: hizo a un lado todos los libros de oratoria, todas las elegancias del lenguaje y las argucias del pensamiento y, en adelante, preparó sus sermones con la Biblia y el crucifijo.
   
Inmediatamente, empezó a tener gran éxito entre el pueblo. Pero en aquélla época, San Alfonso María de Ligorio y los redentoristas no habían popularizado aún en Italia la predicación sencilla, de suerte que las personas de alcurnia menospreciaban la sencillez y familiaridad de la predicación del P. Ángel. El beato llegó a ganarse la benevolencia de estos últimos en una forma casi dramática. En efecto, en 1711, el cardenal Francisco Pignatelli le invitó a predicar la cuaresma en Nápoles. Su primer sermón provocó la hilaridad maliciosa entre los nobles y en los dos días siguientes la iglesia estuvo casi vacía. El párroco trató de disuadir al beato de proseguir sus sermones; pero el cardenal Pignatelli no cedió. Este incidente despertó cierta curiosidad, de suerte que, al día siguiente, la iglesia estaba repleta. Al terminar su sermón, el P. Ángel pidió a los presentes que orasen por el alma de una persona que se hallaba en la iglesia e iba a morir. Cuando la multitud salía de la iglesia, comentando esas palabras, un abogado muy conocido, que se había burlado mucho de la predicación del beato, cayó muerto de un síncope. Este y otros hechos no menos notables dieron gran fama en Nápoles al P. Ángel. En adelante, las iglesias en que predicaba estaban siempre repletas, y muchos de los que acudían a oírle, por curiosidad, recibían la gracia de Dios y caían de rodillas.
   
El beato predicó misiones populares en Nápoles y, sobre todo, en Calabria, durante los siguientes ventiocho años y convirtió a miles de personas a penitencia y mejor vida. Dios confirmaba su predicación con muchos milagros, particularmente con curaciones. Además, se cuentan del P. Ángel ejemplos de agilidad y bilocación sobrenaturales. Poseía el poder de leer los corazones y recordaba a las gentes los pecados que habían olvidado o callado en sus confesiones. En Nápoles predijo varias veces el futuro con gran exactitud. Predicó hasta que quedó ciego, seis meses antes de morir, pero pudo seguir celebrando misa hasta su muerte, que ocurrió en el convento de Acri, el 30 de octubre de 1739. Se cuenta que tres días después de su muerte, por orden del padre guardián, movió el brazo y fluyó sangre de él, lo mismo que se refiere del Beato Buenaventura de Potenza. Ángel de Acri fue beatificado en 1825.

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