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lunes, 15 de enero de 2024

BEATO FRANCISCO DE CAPILLAS, PROTOMÁRTIR DOMINICO EN CHINA


Los dominicos llegaron a China después de los jesuitas, en el siglo XVII, y a la Orden de Predicadores pertenece el honor de haber dado el primer sacerdote y obispo chino, Gregorio Luó Wénzǎo (羅文藻, 1616–1691), y el primer beato martirizado en China, Francisco Fernández de Capillas. Francisco había nacido de una humilde familia en la provincia de Valladolid, y a los diecisiete años había entrado en la orden de Santo Domingo. Se ofreció como voluntario para la misión de Filipinas, y recibió el sacerdocio en Manila en 1631. Durante diez años trabajó bajo el sol tropical de Cagayán, en Luzón, considerando este campo apostólico como una especie de preparación para la misión más ardua a la que se sentía llamado. Con miras a cumplirla, empezó a practicar grandes austeridades, como la de dormir sobre una cruz de madera las cortas horas que reservaba para el descanso, y la de exponer voluntariamente su cuerpo al aguijón de los insectos que infestaban la región. Finalmente, en 1642, fue elegido para acompañar a uno de los primeros misioneros, el P. Francisco Díez O.P., que a la sazón pasaba por Formosa para continuar el apostolado que había comenzado en la provincia china de Fujián. El P. de Capillas aprendió la lengua, y su obra misional parece haber tenido un éxito inmenso. En Fu’an, Moyán, Tingteu y otras ciudades obtuvo numerosas conversiones.
   
Desgraciadamente, en aquella época se desataron los grandes disturbios revolucionarios que iban a sacudir todo el imperio chino. La dinastía Ming se extinguió, y los tártaros de Manchuria, cuyo auxilio se había solicitado para sofocar la rebelión, acabaron por convertirse en dueños del país. Fujián resistió bravamente a los tártaros, los cuales lograron apoderarse de Fogán, pero ahí fueron sitiados por el virrey chino. Según parece, durante el sitio de la ciudad, el P. de Capillas consiguió introducirse en ella para asistir a sus convertidos. Los mandarines de la antigua administración se habían mostrado tolerantes y aun abiertos con los cristianos, pero los nuevos amos de la región se oponían brutalmente a la religión extranjera. El P. de Capillas fue arrestado y juzgado como espía del ejército que sitiaba la ciudad, cruelmente torturado y finalmente decapitado, el 15 de enero de 1648. Hay que hacer notar, a propósito de todos los misioneros que murieron en aquella época y de los que se podría dudar si dieron su vida por la fe o por motivos políticos, que, si bien los PP. Ferrando y Fonseca admiten en su «Historia de los Dominicos en Filipinas» que la acusación formal por la que fue condenado el P. Fernández de Capillas fue la de «rebeldía», pero la Santa Sede le beatificó en 1909 como verdadero mártir.

Por lo que toca a este santo dominico, no estará de más citar un párrafo de Sir Robert K. Douglas:
«¿Por qué os preocupáis tanto –preguntó una vez el emperador Kangshi a un misionero– de la vida futura que no conocéis?». Y, expresando la opinión de la sabiduría humana, le argüyó que sería más prudente pensar en la vida presente que en la futura. Es posible que al decir esto tuviese presente las últimas palabras de Fernández de Capillas, que había sufrido el martirio en 1648: «Yo nunca he tenido otra casa que el mundo –había dicho el mártir a su juez–, ni otro lecho que la tierra, ni otro alimento que el pan que cada día me ha dado la Providencia, ni otra razón de vivir que trabajar y sufrir por la gloria de Jesucristo y por la felicidad eterna de los que creen en su nombre».
   
Ver Antoine Touron, Histoire des hommes illustres de l’Ordre de Saint Dominique, vol. VI, pp. 732-733; y especialmente Juan Ferrando y Joaquín Fonseca, Historia de los PP. Dominicos en las Islas Filipinas, vol. II, pp. 569-587, Cf. R. K. Douglas, China, en la serie Story of the Nations, pp. 61-62. Sobre otros mártires de China, ver 17 de febrero, 26 de mayo, 9 de julio y 11 de septiembre.   

ORACIÓN
Oh Dios, que fortaleciste la fe de tu bienaventurado mártir Francisco con  admirable constancia, concede propicio a tu Iglesia que, auxiliada por sus oraciones, merezca celebrar en todas partes nuevos triunfos de la fe. Por J. C. N. S. Amén.

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