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martes, 13 de febrero de 2024

SANTA CATALINA DE RICCI, VIRGEN DOMINICA

   
El siglo XVI fue fecundo en Santos en varias naciones, entre ellas Italia. El 23 de Abril de 1522 nacía en Florencia la futura Santa Catalina, aunque el ser bautizada le fue impuesto el nombre de Alejandra Lucrecia Rómula. Sus padres, que se llamaban Pedro Francisco de Ricci y Catalina Bonza, eran buenos cristianos y pertenecientes más bien a la aristocracia de la ciudad. Poco después de nacer Alejandra, murió su madre y su padre pasó a segundos nupcias.
   
La pequeña Alejandra tanto por su padre como por la madrastra fue tratada y educada con todo cuidado. Ya desde niña aparecieron en ella virtudes que después darían más copioso fruto cuando se hiciera mayor.
   
Cuando tenía diez años fue internada por su padre en el monasterio benedictino de San Pedro de Monticelli donde estaba de religiosa su tía Luisa de Ricci. Muy pronto quedaron profundamente admiradas las religiosas al descubrir las muchas y profundas virtudes que adornaban su alma. Alguna religiosa medio la espiaba para ver si su virtud, sobre todo la que manifestaba cuando se encontraba ante el Señor en oración, si era algo natural o pasajero. Pasaba largas horas postrada ante el Santísimo Sacramento y meditaba en la Pasión del Señor, en cada uno de los pasos que nos recuerdan los Evangelios. Cuando ya sea religiosa, será ésta una de las notas más destacadas de su rica vida espiritual.
   
A los trece años volvió a la casa paterna siguiendo casi la misma vida que llevara en el internado. Su padre, según costumbre de la época, le propuso un lisonjero porvenir ya que tenía proyectado unirla en matrimonio con uno de los jóvenes de familia más noble de la ciudad. Alejandra agradeció a su padre sus buenos deseos, pero le contestó resueltamente que no entraba en sus planes el contraer matrimonio ya que se había ya desposado con Jesucristo al que le había hecho voto de virginidad.
   
Conoció a dos religiosas dominicas del convento de San Vicente de Prato, que iban por la calle recogiendo limosna, y la joven les pidió que le dieran toda clase de explicaciones del género de vida que en el convento llevaban. Después de bien enterada de ello, pidió permiso a sus padres y con su bendición ingresó en aquel mismo monasterio el 1535, cuando tan sólo contaba trece años. Vistió el hábito de la Orden dominica y al año siguiente emitió los votos religiosos ante su tío Timoteo de Ricci, confesor del convento, con gran gozo de su alma y de todas las religiosas, ya que todas sabían apreciar el gran regalo que les había hecho la Divina Providencia al enviarles esta perla de criatura.
   
Al poco de profesar, el Señor vino a visitarla enviándole una terrible y múltiple enfermedad, ya que fueron varias las dolencias que a la vez afligían su débil cuerpo. Las mismas religiosas y los médicos quedaban admirados de cómo era posible que pudiera resistir tanto dolor de todo tipo. Se le apareció un Santo de su Orden, hizo sobre ella la señal de la cruz y quedó curada por varios años. Durante estos atroces tormentos tenia una medicina que si no la curaba, por lo menos le daba paz y alivio: Era el meditar en la Pasión del Señor, en los muchos dolores que Él sufrió por nosotros... Meditaba paso a paso, en toda su viveza y a veces se le manifestaba el Señor bien con la Cruz a cuestas, bien coronado de espinas o clavado en la Cruz. Ante estos dolores del Maestro, Catalina –que así se llamó desde que vistió el hábito dominico–encontraba fuerzas para cargar con su propia cruz...
   
Recibió muchos dones y regalos del cielo: Revelaciones, gracias de profecía y milagros... Luces especiales en los más delicados asuntos de los que ella nada sabía. Por ello acudieron a consultarla Papas (Marcelo II, Clemente VIII, León XI y San Pío V), cardenales y grandes de la tierra como el benefactor Filippo Salviati, igual que personas sencillas y humildes, incluso con Santa Magdalena de Pazzi y San Felipe Neri (con quien mantuvo correspondencia y a quien se le apareció milagrosamente en Roma). A todos atendía con gran bondad y humildad ya que se veía anonada por sus miserias y se sentía la más pecadora de los mortales. El 2 de febrero de 1590 expiró en el Señor.
   
El cuerpo de la santa se venera en la basílica dedicada a San Vicente Ferrer en Prato.

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