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martes, 4 de junio de 2024

MES EN HONOR A SAN PEDRO APÓSTOL – DÍA CUARTO

Dispuesto por el padre Charles Alphonse Ozanam, Misionero Apostólico y Canónigo honorario de Troyes y Évreux, publicado en francés en París por Victor Palmé en 1863, y en italiano en Nápoles por Ferrante y Cía. en 1864.
  
MES DE SAN PEDRO, O DEVOCIÓN A LA IGLESIA Y A LA SANTA SEDE
  
MEDITACIONES SOBRE LA IGLESIA

Antes de la Meditación, recita un Pater noster y un Ave María con la Jaculatoria: San Pedro y todos los Santos Sumos Pontífices, rogad por nosotros.
  
MEDITACIÓN IV: SOBRE LA IGLESIA MILITANTE: NECESIDAD DE SU EXISTENCIA
1.º El Creador del mundo y fundador del imperio de las almas ha establecido un orden hermosísimo para el Cielo y el Purgatorio, de modo que no podía entonces dejar de dar a la tierra otras leyes y modos de gobierno que ya habían sido suficientes durante mucho tiempo, para ponerlo en armonía con las partes restantes del plan general y magnífico que se propuso en su mente. La tierra iba a ser la cuna de las almas, el lugar de su educación y de sus pruebas; el Cielo no estaba destinado más que a ser fuente de ayuda divina y recompensa de las almas que luchan en la tierra: presuponía, por tanto, la existencia de una sociedad primordial de hombres, que debía ser, por así decirlo, el semillero de los elegidos. El Purgatorio suponía a su vez, por un lado, la tierra y las fragilidades de la tierra que en él se expían; y por el otro, el Cielo, al que regresan limpios e inmaculados los Santos, a quienes sólo mantiene cautivos por un tiempo. Todo en el plan divino está conectado y armonizado. Pero, ¿podría este consorcio de hombres, que el Creador creó esparcidos por la superficie de la tierra, permanecer alguna vez a merced de sí mismo y de sus caprichos, sin reglas, sin luz, sin un gobierno capaz de verlo con seguridad en su objetivo? 
  
2.º La Sabiduría Divina no lo quiso: dio leyes al hombre y a la sociedad humana, y estableció un gobierno que las hace cumplir. El reino de Dios no es de este mundo (Es decir, el reino de Dios, o su imperio sobre las almas, no tiene como finalidad los bienes perecederos de este mundo, sino la bienaventurada eternidad. También quiere decir que nadie puede alcanzar esta feliz meta si no toma medios diametralmente opuestos a los que se utilizan habitualmente en el mundo para alcanzar la felicidad terrenal. No importa en absoluto, como quisieran un gran número de falsos intérpretes, que Jesucristo prohibió a su Iglesia servirse de medios externos y materiales, habiendo Él mismo dado el ejemplo contrario, tomando un cuerpo para salvar a los hombres, e instituyendo los Sacramentos, que son signos sensitivos); su imperio de las almas es enteramente espiritual, y por tanto no solo las leyes y el poder que Él ha establecido, mandándose regular y dirigir no sólo los actos internos, sino también los actos externos de los hombres, que están formados ellos mismos de alma y cuerpo, estas leyes y este poder no iban a ser solamente espirituales, sino que tenían que participar de la naturaleza de los seres a cuya utilidad estaban destinados. Ésta es la razón por la que la ley divina no se contenta con mandar la adoración en espíritu y en verdad, sino que manda el culto externo. Además, para la preservación del orden y la armonía en la sociedad de los hombres, prescribe algunos deberes que deben cumplir unos con otros, y también algunas reglas de conducta personal. Por lo tanto, Dios quiso también que el Jefe del gobierno espiritual que Él constituía fuera un hombre, y que fueran hombres los ministros destinados a auxiliarle en la sabia e importante administración. ¿Puede uno entonces sorprenderse en la actualidad de que los medios utilizados en este gobierno tengan algo espiritual y temporal al mismo tiempo, y que, aunque destinados a un fin completamente sobrenatural, contengan algo humano?
   
3.º Éstos son verdaderamente los fundamentos sobre los cuales la divina Sabiduría ha establecido aquí abajo su Iglesia; y desde que el tiempo comenzó a existir ha sabido mantener un maravilloso equilibrio con esta unión, a diferencia de la sabiduría humana, del espíritu con la materia, de lo celeste con lo humano y terrestre. No destinar la vida del hombre a otro sino que aprovechar las cosas temporales y materiales para darles, con sus virtudes, sobrenaturalidad y espiritualización, para así hacer del hombre mismo un hombre celestial, elegido, y tal que fuera digno de estar unido para siempre a Dios, que es espíritu por excelencia; de ello se deduce que la Iglesia, que debe ver al hombre en esta vida y sostenerlo, debe también servirse de medios tanto materiales como espirituales, tanto para operar sobre los sentidos y penetrar en su alma, como para ayudarlo y enseñarle a vencer la carne, o todo lo que le apetece, y así reducirlo a vivir una vida cristiana y espiritual. En efecto, ¿acaso los medios no quieren ser proporcionados a la naturaleza de aquellos entre quienes se utilizan o al objetivo que se pretende alcanzar?
   
ELEVACIÓN EN TORNO A LA NECESIDAD DE LA IGLESIA MILITANTE
I. ¡Oh, qué pequeña me parece la mente del hombre, y qué oscura y limitada la pretendida sabiduría del mundo, cuando me vuelvo a contemplar los vastos designios y la profunda sabiduría de Aquel que fundó la Iglesia! ¿Quién sino Vos, oh Dios mío, habría sabido concebir tal plan e introducir proporciones tan armoniosas entre estas partes de la Iglesia universal? ¿Cielo, Purgatorio y tierra? Y además, ¿qué otra inteligencia, aparte de la vuestra, habría podido descubrir medios tan maravillosos con los que habéis podido elevar al hombre de la tierra al cielo? Bendito seáis por siempre, oh Señor, porque no desdeñasteis a vuestra pobre criatura, y porque bajasteis a ella vuestra infinita majestad y grandeza, para enseñarle cómo podía liberarse de los nudos que la mantienen atada a la tierra y a los sentidos, para así alzar el vuelo y descansar dentro de Vos en lo más alto del Cielo.
   
II. Sin falta, ese poquito que aún permanece en la dignidad ancestral del hombre ante el pecado de su primer padre, fue adelantado para que pudiera comprender que su estado actual, que la servidumbre de los sentidos y la seducción que sobre ellos ejercen los objetos materiales, eran un castigo, una condición irregular, de la que era necesario escapar. Comprendió bien que nada allí abajo podría satisfacer el ardor de sus deseos. Sus nobles aspiraciones lo llevaron por encima de los burdos instintos de la carne; pero la oscuridad de su mente le impidió incluso reconocer los medios para escapar de esta miserable humillación; y suponemos que incluso si hubiera llegado a reconocerlas con sus propias luces, su extrema debilidad y los atractivos de sus pasiones terrenas habrían sido un obstáculo insuperable para plasmarlas en la práctica. Vos habéis tenido misericordia del hombre caído, oh Dios mío, y Os has dignado darle una madre, que aligere sus pasos, le sostenga en el camino resbaladizo, le defienda de sus enemigos: Le habéis dado leyes, que son para él una luz, un gobierno lleno de caridad, que lo hace fuerte, y continuamente extiende su mano para guiarlo, asistirlo, protegerlo en el camino peligroso y duro de la vida, hasta que haya alcanzado su meta final, el bien supremo: le disteis la santa Iglesia.

III. Aquí no es sólo mi corazón el que derrama sentimientos de gratitud y amor; es mi razón, que se extravía y se pierde en el océano sin orillas de vuestra infinita sabiduría y poder. Vos, con sólo crear al hombre, ya habíais obrado un milagro permanente, un misterio, en el que la ciencia humana siempre ha fracasadl al intentar sondearlo: habías unido lo más íntimo de una sustancia espiritual con una sustancia material, un alma con un cuerpo. Unión tan perfecta que nunca se modifica una de las dos sustancias sin que la otra también se vea afectada por la modificación. Después de la primera caída, el alma, antes soberana, se había convertido en esclava del cuerpo y de la materia. Era necesario devolverle su corona y su cetro. ¿Qué habéis hecho para devolverle su antigua dignidad y su autoridad original? Realizasteis un milagro aún mayor, que no fue el de la unión del alma con el cuerpo. Vuestro divino Espíritu descendió a la tierra, habló a los hombres en la ley de la naturaleza desde las alturas del Sinaí, y luego habló a través del Verbo encarnado; se dignó confiar sus inspiraciones a los patriarcas, a los legisladores de vuestro pueblo, a sus jueces, a sus reyes, a la tribu de Leví y, finalmente, a los pontífices de la nueva ley. En resumen, la divinidad se comunicó a la humanidad y supo encontrar la manera de iluminar, sostener y proteger al hombre y a la humanidad en su conjunto, para devolver al espíritu el dominio supremo perdido sobre la materia. ¡Ay! Señor, comienzo, gracias a vuestras divinas luces, a comprender vuestro maravilloso plan. Sí, Os fue necesario serviros de los hombres y de las cosas temporales para operar sobre los seres materiales, aunque al mismo tiempo espirituales; y veo bien cómo, animando a estos hombres y estas cosas temporales con tu divino espíritu, lograsteis restaurar al alma humana su energía primitiva, su antigua autoridad sobre el cuerpo y los sentidos, y habéis acabado haciendo del hombre un ser espiritual y sobrenatural. Sí, oh Señor, en la actualidad creo entender lo que era necesario para los hombres, que tuvieran una escolta segura, un apoyo omnipotente, leyes y gobierno, que respondieran a su naturaleza; que tuvieran ayuda humana y material proporcionada a sus necesidades, para poder abrazarla y ser abrazados por ella; una ayuda divina, que pudo traerlos hasta Vos. ¡Por fin una Iglesia tierna, caritativa y divina, como la que Vos nos habéis dado!

Se repite la Jaculatoria: «San Pedro y todos los Santos Sumos Pontífices, rogad por nosotros», añadiendo el Credo Apostólico:
   
Creo en Dios, Padre Todopoderoso, Creador del cielo y de la tierra. Creo en Jesucristo, su único Hijo, Nuestro Señor: que fue concebido por obra y gracia del Espíritu Santo, nació de Santa María Virgen; padeció bajo el poder de Poncio Pilato, fue crucificado, muerto y sepultado: descendió a los infiernos, al tercer día resucitó de entre los muertos, subió a los cielos y está sentado a la derecha de Dios, Padre todopoderoso. Desde allí ha de venir a juzgar a los vivos y a los muertos. Creo en el Espíritu Santo, la santa Iglesia católica, la comunión de los santos, el perdón de los pecados, la resurrección de la carne y la vida eterna. Amén.

JACULATORIAS
  • «Salva, ¡oh Señor!, a tu pueblo, y llena de bendiciones tu heredad» (Salmo XXVII, 9).
  • «¡Oh Dios de los ejércitos!, vuélvete hacia nosotros, mira desde el cielo, y atiende y visita esa viña» (Salmo LXXIX, 15).
PRÁCTICAS
  • Mantente cada vez más cerca de la Iglesia católica, huyendo de la herejía y del indiferentismo religioso.
  • Promueve la exaltación y propagación de la Iglesia en todos los modos que puedas, mediante la limosna, mediante la difusión de buenos libros, mediante asociaciones con las obras de propagación de la fe, o de la sagrada infancia: en fin, por todos esos medios que nuestro amor a Jesucristo podrá inspirarnos, y en particular por la oración diaria.
℣. Tú eres Pedro.
℟. Y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia.
  
ORACIÓN
Oh Dios, que acordaste a tu bienaventurado Apóstol San Pedro el poder de atar y desatar, concédenos, por su intercesión, ser libertados de las cadenas de nuestras culpas. Por Jesucristo Nuestro Señor. Amén.

2 comentarios:

  1. nos llamamos iglesia militante... pero no somos por ventura sólo milicos de teclado?

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    1. Esa es una buena pregunta para reflexionar. Aunque también ese es un frente en el que hay que pelear.

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