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domingo, 9 de junio de 2024

MES EN HONOR A SAN PEDRO APÓSTOL – DÍA NOVENO

Dispuesto por el padre Charles Alphonse Ozanam, Misionero Apostólico y Canónigo honorario de Troyes y Évreux, publicado en francés en París por Victor Palmé en 1863, y en italiano en Nápoles por Ferrante y Cía. en 1864.
  
MES DE SAN PEDRO, O DEVOCIÓN A LA IGLESIA Y A LA SANTA SEDE
  
MEDITACIONES SOBRE LA IGLESIA

Antes de la Meditación, recita un Pater noster y un Ave María con la Jaculatoria: San Pedro y todos los Santos Sumos Pontífices, rogad por nosotros.
  
MEDITACIÓN IX: EN TORNO DE LA FUNDACIÓN DE LA IGLESIA.
1.º No sólo un libertador temporal era lo que la humanidad necesitaba para resucitar, para que se produjera en ella una restauración profunda y duradera; ella necesitaba nuevas leyes, una fuente permanente de ayuda que soportara su debilidad de generación en generación, y un gobierno capaz de hacer que esas leyes fueran observadas y de reiniciar estas ayudas con cuidado. Necesitaba, en una sola palabra, la Iglesia. Una vez más, los profetas no se contentaron con predecir; anunciaron además la Iglesia, que sería el medio utilizado por el Salvador para salvar el fruto de sus trabajos y difundir sus infinitos beneficios en todo tiempo y lugar. Esta Iglesia, como hemos visto, ya había sido profetizada en cifras. De hecho, San Pablo nos dice que todo lo que pasó entre los judíos es figura de lo que pasa entre los cristianos (1.ª Corintios X, 1. 6; 11). Los Santos Padres están de acuerdo en considerar a Jesucristo y la Iglesia simbolizados en todo el Antiguo Testamento. San Agustín, entre otros, se expresa así: «Todo el Antiguo Testamento se esconde en el Nuevo: los Patriarcas, sus alianzas, las palabras, las acciones, los hijos, toda su vida fueron una profecía continuada de Jesucristo y de los Iglesia; toda la nación judía, todo su gobierno entero, fueron una gran profecía de Jesucristo y del reino cristiano» (De la catequesis a los rústicos). Orígenes, Tertuliano y San Juan Crisóstomo utilizan el mismo lenguaje.
  
2.º El profeta Oseas anuncia que la Iglesia, el reino de Jesucristo, se extenderá a todas las naciones, incluso a aquellas que hasta ese momento no habían sido parte del pueblo de Dios (Oseas II, 23. 25; I, 10). Miqueas predice, a su vez, que la generación del Redentor es eterna; que él convertirá a las naciones; que su imperio no tendrá fin (Miqueas V, 4, 5). «Llegará el tiempo, dijo Jeremías de parte del Mesías, en que haré una nueva alianza con la casa de Israel y la de Judá; entonces escribiré mis leyes en sus corazones, y todos me conocerán desde el menor hasta el mayor» (Jeremías XXXI, 31). Ezequiel añade por boca del Pastor supremo: «Haré alianza de paz con mis ovejas, mi alianza será eterna. Los multiplicaré, y en medio de ellos estableceré mi santuario para siempre. Mi tabernáculo estará con ellos» (Ezequiel XXXVII). El Profeta Hageo clama en el nombre del Señor: «Dentro de poco tiempo, colapsaré el Cielo y la tierra, el mar y el universo entero; haré temblar a todos los pueblos, y VENDRÁ EL DESEADO DE LAS NACIONES» (Hageo II, 8). Finalmente está Malaquías, que habla así: «Esto es lo que dice el Señor: mi cariño ya no es por ti (Israel); y ya no aceptaré más ofrendas de vuestras manos; porque desde el oriente hasta el occidente mi nombre es grande entre las naciones, y en todo lugar se me ofrece sacrificio, y se me presenta ofrenda limpia en mi nombre, porque mi nombre es grande entre las naciones, dice el Señor de los ejércitos» (Malaquías I). A medida que se acercaba el acontecimiento del Mesías y su Iglesia, una luz extraordinaria se extendió por todo el mundo. Fue como los primeros rayos de la Estrella de Jacob; aparece, y Cicerón, pagano como es, anuncia una ley eterna, universal, ley de todas las naciones y de todos los tiempos: un Señor común, que sería Dios mismo, cuyo reino estaba por comenzar. (De la república, 3).
     
3.º Todas estas profecías evidentemente anuncian que la nueva alianza que Dios está a punto de confirmar con los hombres en la venida del Redentor tendrá un carácter tan especial, que la distinguirá de la antigua: es decir, abarcará a todas las naciones, toda la humanidad, en lugar de un solo pueblo; que sus nuevos vínculos, que unirán al hombre con su Creador, ya no serán temporales, como bajo la ley antigua; pero que nunca terminará. Proclaman que cesarán los sacrificios del Antiguo Testamento y que en adelante se ofrecerá una nueva víctima de pureza indescriptible, no sólo en el templo de Jerusalén, como antes, sino entre todas las naciones y sobre toda la superficie de la tierra. Pero, ¿qué significa esta ley, que será escrita en todos los corazones, y hará conocer al Dios verdadero a todos los hombres, desde el menor hasta el mayor? ¿No es ese el evangelio? ¿Cuál es esta nueva asociación que se formará entre Dios y todas las naciones que llenan la superficie del globo, esta asociación universal? ¿No es la Iglesia? ¿Qué es esta víctima sin mancha y este sacrificio ofrecido en todas partes, desde donde sale el sol hasta su ocaso? ¿No es el sacrificio por excelencia de la Iglesia, el Sacrificio Eucarístico, en el que es sacrificado Jesucristo, el Cordero de Dios? Por tanto, la futura creación de la Santa Iglesia ha sido predicha de manera sobrenatural y divina, sin que quede más duda al respecto.
   
ELEVACIÓN SOBRE LA PREDICCIÓN DEL ESTABLECIMIENTO DE LA IGLESIA
I. ¿Qué medios maravillosos no han empleado vuestra indulgencia y bondad, oh Dios mío, para triunfar sobre la ceguera de los hombres? ¿Cómo puede ser que todavía haya quien quiera cerrar los ojos a la luz viva que Vos no habéis dejado de brillar para superar sus dudas e iluminar sus tinieblas? Desde hace cuatro mil años vuestro divino Espíritu ha hecho oír continuamente su poderosa voz. Habló a través de figuras, de señales y de prodigios; y la existencia de este pueblo fue una continua profecía en acción: el Espíritu de Dios inspiró al más grande de sus reyes, y su elocuente voz cantó las infinitas misericordias de Dios sobre los hombres, el Mesías prometido, de quien él mismo era imagen viva, el establecimiento del reino de Dios sobre todas las naciones de la tierra, es decir, de la Iglesia, y en particular las continuas batallas que ella deberá sostener. Finalmente, a medida que se acercan los tiempos en que estas promesas debían cumplirse, las nubes que aún cubrían la realidad con sus misteriosas sombras se desgarran, el lenguaje divino se vuelve más claro y más explícito. Durante más de cuatrocientos años tuvo como órganos un seguimiento ininterrumpido de hombres, cuya eminente santidad y ardiente celo por el cumplimiento de la ley y la gloria de Dios daban a sus oráculos tal carácter de verdad, que no podían dejar rastro de duda en las mentes. Por otra parte, el cumplimiento exacto de sus predicciones sobre acontecimientos menos lejanos no dejaban la menor incertidumbre respecto de aquellos que habían anunciado que tendrían lugar en una época más remota.

II. Parece que frente a semejante rayo de luz; que ante la historia de un pueblo, cuya existencia maravillosa se extiende durante cuatro mil años: la historia, en la que se puede reconocer en notas tan claras el dedo de Dios, dirigiendo constantemente, y con una lógica invencible, los acontecimientos que lo justifican, hacia uno propósito, la venida del Mesías y el establecimiento de la Iglesia; y parece, ¡oh Señor!, que los hombres, que aún se sientan en tinieblas y sombras de muerte, gustan de cerrar los ojos a la divina claridad, que vuestra compasiva caridad se ha dignado hacer brillar con tan grande esplendor para educarlos. Pero lo que las hace aún más imperdonables es que durante todos estos años las profecías del Antiguo Testamento siguen cumpliéndose literalmente ante sus ojos, y sus ojos siguen sin ver la verdad. En vano, según los oráculos divinos, el templo de Jerusalén está destruido y por tanto no ha podido ser reconstruido, a pesar de los esfuerzos de un príncipe poderoso e impío; en vano el Imperio Romano, a pesar de su fuerza y ​​de su gigantesca extensión, cayó ante la sangre de los mártires; y el apacible trono de San Pedro se levantó sobre las ruinas del de los Césares; en vano se predica el Evangelio a todas las naciones, y se ofrece desde la mañana hasta la tarde el sacrificio augusto del Cordero sin mancha, como lo habían anunciado los profetas; ¡nada puede vencer la obstinación de su ceguera! ¡Ah! Dios mío, es porque la fe no es ya una pura convicción humana; es un don de vuestras manos, que sólo concedéis a los humildes y a los hombres de buena voluntad.

III. ¿Qué es el hombre, oh Señor, cuando lo abandonáis a sí mismo? Parecería que al distanciarse de Vos, todas las admirables facultades que le has dotado le son a su vez retiradas y lo reducen en materia de religión al estado de idiotez. Su inteligencia se debilita, su razón se nubla. Pero lo que es aún más deplorable, y lo que hace imperdonable su ignorancia, es que su voluntad se ha corrompido bajo el dominio de sus sentidos, que lo dominan y lo mantienen esclavizado. Le gustaría saber la verdad, siente dentro de sí una tendencia íntima que le empuja a buscarla, pero pronto un amor desorganizado por sí mismo le impide tener demasiado claro los sacrificios que son consecuencia de ello, y lo que no sabe, no tiene el coraje de enfrentarlo. Prefiere entonces una duda perezosa, de la que no deduce ninguna consecuencia práctica que pueda perturbar su dicha despreocupada. Que los Profetas publiquen también sus oráculos, que luego serán confirmados con los hechos más sensacionales; que hasta los imperios más poderosos desaparezcan a la voz de Dios como la arena del desierto; que Dios envíe apóstoles hasta los confines de la tierra, para que lleven el conocimiento del verdadero Dios y la civilización a los pueblos bárbaros: en todo esto sólo descubre la obra de un destino ciego, de la política o de la voluntad humana, y sus miradas apagadas por un frío egoísmo no le permiten mirar más allá del estrecho horizonte que lo rodea. Pero cuanto más abusa el hombre de la luz que le habéis dado, Dios mío, más parece aumentar vuestra paciencia, y tal vez ya hayáis marcado el día en que las ilusiones se desvanecerán para dar paso a la verdad, y la Última hora de salvación para el miserable indiferente y el ciego voluntario

Se repite la Jaculatoria: «San Pedro y todos los Santos Sumos Pontífices, rogad por nosotros», añadiendo el Credo Apostólico:
   
Creo en Dios, Padre Todopoderoso, Creador del cielo y de la tierra. Creo en Jesucristo, su único Hijo, Nuestro Señor: que fue concebido por obra y gracia del Espíritu Santo, nació de Santa María Virgen; padeció bajo el poder de Poncio Pilato, fue crucificado, muerto y sepultado: descendió a los infiernos, al tercer día resucitó de entre los muertos, subió a los cielos y está sentado a la derecha de Dios, Padre todopoderoso. Desde allí ha de venir a juzgar a los vivos y a los muertos. Creo en el Espíritu Santo, la santa Iglesia católica, la comunión de los santos, el perdón de los pecados, la resurrección de la carne y la vida eterna. Amén.

JACULATORIAS
  • «¡Oh Dios de mi corazón, eres la herencia mía por toda la eternidad!» (Salmo LXXII, 16).
  • «publicaré tus alabanzas en medio de tu Iglesia» (Salmo XXI, 23).
PRÁCTICAS
  • Dirigir nuestras acciones, nuestros pensamientos y nuestros afectos a la gloria de Dios, uniéndolos a los de Jesucristo, y abriendo así una gran fuente de mérito para las mismas acciones indiferentes. Para ello podemos tomar un propósito solemne desde el comienzo del día y, recordándolo, renovarlo a medida que este avanza.
℣. Tú eres Pedro.
℟. Y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia.
  
ORACIÓN
Oh Dios, que acordaste a tu bienaventurado Apóstol San Pedro el poder de atar y desatar, concédenos, por su intercesión, ser libertados de las cadenas de nuestras culpas. Por Jesucristo Nuestro Señor. Amén.

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