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lunes, 3 de junio de 2024

MES EN HONOR A SAN PEDRO APÓSTOL – DÍA TERCERO

Dispuesto por el padre Charles Alphonse Ozanam, Misionero Apostólico y Canónigo honorario de Troyes y Évreux, publicado en francés en París por Victor Palmé en 1863, y en italiano en Nápoles por Ferrante y Cía. en 1864.
  
MES DE SAN PEDRO, O DEVOCIÓN A LA IGLESIA Y A LA SANTA SEDE
  
MEDITACIONES SOBRE LA IGLESIA

Antes de la Meditación, recita un Pater noster y un Ave María con la Jaculatoria: San Pedro y todos los Santos Sumos Pontífices, rogad por nosotros.
  
MEDITACIÓN III: SOBRE EL PURGATORIO, O SOBRE LA IGLESIA SUFRIENTE
1.º Para entrar al Cielo, a este Santuario de la santa Iglesia; para ser admitido en el seno de este grupo elegido de espíritus ya limpios, es necesario haber logrado aquí abajo un triunfo sobre la carne y los sentidos; es necesario estar completamente libre de cualquier afecto terrenal y material, y, por así decirlo, no vivir más que para el alma; ya que sólo ella puede formar parte de ese divino reino de los espíritus; y aunque el cuerpo tome parte en él, esto no sucederá a menos que el cuerpo ya haya sido conquistado de alguna manera y hecho espiritual por el dominio que el alma casi soberana habrá ejercido sobre él.
    
Para entrar en la Gloria, después de haberse manchado con el pecado, era necesario haber soportado los dolores de una expiación completa; pero, entre los cristianos, incluso entre los mismos justos, son muy pocos los que, en su última hora, se encuentran en estas condiciones indispensables. Sus alma en este momento supremo no son dignas de la felicidad eterna ni de los tormentos eternos. La justicia divina debe, por tanto, encargarse de la obra de purificarlas, para luego abrirles sus tabernáculos celestiales. Esta doctrina está tan de acuerdo con la naturaleza humana que, tan pronto como el hombre comenzó a morir, se inició también una especie de culto a las tumbas y oración por los difuntos. En todos los tiempos, en todos los lugares, en todas las religiones, todos los pueblos del universo han creído que los muertos eran aliviados por los sufragios de los vivos. Tal creencia, que primerame te fue de los judíos pasó a ser la de los cristianos de todos los tiempos. Por eso el santo Concilio de Trento pudo decir con toda verdad que «la Iglesia Católica, instruida por el Espíritu Santo y por las Sagradas Escrituras y por la antigua tradición de los Padres, enseña que hay un Purgatorio y que las almas allí encerradas, son liberadas por los sufragios de los fieles». 
  
2.º Sin embargo, mientras estos elegidos son puestos a la prueba final, no son abandonados; y si la justicia no puede ceder enteramente sus derechos a la caridad infinita, esta última es bastante ingeniosa a la hora de encontrar formas de satisfacer a ambos. La Iglesia universal, aunque dividida en tres provincias distintas, forma no menos un inmenso y único imperio, del cual Dios es la Cabeza, y Jesucristo el Mediador, y el lazo es en realidad la Sangre adorable del Salvador, que cimenta todas las partes de este gigantesco edificio, y su gracia y caridad unen a todos los que lo componen. Ahora bien, como esta caridad no es sólo un sentimiento, sino que es una caridad verdadera y sincera, no nos quedamos solos para deplorar los sufrimientos de las almas que son purgadas, ni sólo para gemir por sus dolores, sino que también intenta todos los medios para liberarlos «Con admirable economía, dice el P. Ventura, la sabiduría y la bondad divinas se han reunido en nosotros y para nosotros, pobres viadores de la tierra, como en una misteriosa piedra angular, el sublime palacio del Cielo y la prisión profunda del Purgatorio, para formar un solo edificio y una sola casa. Puestos, pues, entre la Iglesia que reina y triunfa en el cielo, y la Iglesia que sufre y se humilla en el lugar de la expiación, la misma fe, la misma esperanza, la misma caridad, que nos hacen conciudadanos de los Santos, familiares, aliados, hijos de Dios, nos hacen aún más asociados, compañeros y amigos de las almas del Purgatorio: así como estamos en comunicación directa con el Cielo, lo estamos igualmente, y aún más estrechamente, con el Purgatorio. Y es por esto que, mientras recibimos ayuda por intercesión de los Santos, que gozan de la felicidad celestial, liberamos con nuestros sufragios, como viajeros en la tierra, a las almas sometidas a expiación; y mientras la misericordia divina se digna, ante la oración de los santos, descender aquí para perdonarnos nuestros pecados y soportar nuestras debilidades; la Sangre de Jesucristo, aplicada por nuestros sufragios, penetra en el abismo, y se esparce sobre las almas del Purgatorio, para borrar sus inmundicias y suavizar sus dolores. De esta manera nos convertimos de alguna manera en el muro intermedio, la piedra angular y primaria, a través de la cual el Cielo, la tierra y el Purgatorio se unen entre sí. De este modo, los verdaderos cristianos, que profesan la misma fe, los hijos de la verdadera Iglesia, que se encuentran en estado de gracia, aunque divididos por el espacio, están asociados entre sí y puestos en comunicación, y constituyen una sola y única. Iglesia, un solo cuerpo místico, del cual Jesucristo es la cabeza, un solo edificio, del cual Jesucristo es el fundamento» (La Escuela de Milagros, u Homilías sobre las principales obras de Jesucristo. Homilía 55.ª, sobre el Purgatorio).
   
3.º ¡Es verdaderamente un espectáculo conmovedor, esa relación estrecha de fe y de afecto, que intercede entre la tierra y el Purgatorio! ¡Oh, la tierna solicitud con la que la santa Iglesia militante, como madre afectuosa, vela por sus hijos más allá del tiempo, en la eternidad! Después de haberlos asistido durante toda su vida, después de haberlos santificado y recogido su último suspiro; quiere más, que esas mismas personas que permanecen aquí abajo en el exilio, aún inseguras de su destino futuro, todavía encerradas en la prisión de su cuerpo y encadenadas a la tierra, se esfuercen por introducir a sus hermanos fallecidos a través de oraciones en la celeatial patria; para asegurarles la felicidad eterna, para derribar el muro que los separa de Dios, y para romper los lazos que compiten para que esas almas vuelen al Cielo. Ella también les abre, después de la muerte, el rico tesoro espiritual cuya administración le confió Jesucristo, su divino Dsposo. Por ellos ofrece el adorable sacrificio, la Sangre misma de su divino Esposo, y se les aplica a través de las indulgencias, las satisfacciones sobreabundantes del Salvador. Exhorta fervientemente a los fieles que todavía están en la tierra a mortificarse, a practicar la limosna y cualquier otra forma de buenas obras, para satisfacer lo más rápidamente posible las deudas de estas almas que ahora no pueden liberarse por sí mismas, ya que, después de a la hora del juicio, a nadie le está permitido merecer ni demeritar más; porque estas almas desoladas no tienen otra esperanza que la de nuestros sufragios, ni tienen de quién esperar ayuda sino de nosotros; su destino está puesto sólo en nuestras manos (P. Ventura, ibid). ¡Admirable sabiduría, admirable caridad de la Iglesia, que, al mismo tiempo que procura el alivio y la liberación de estos pobres prisioneros de la justicia divina, proporciona también a los que aún vagan por la tierra medios ingeniosos y eficaces para comprender su propia santificación!
   
ELEVACIÓN EN TORNO AL PURGATORIO, O LA IGLESIA SUFRIENTE
I. ¡La Iglesia me exhorta a pedir para vosotros, familiares míos, amigos míos, hermanos míos, un lugar de refrigerio, de luz y de paz! Soportáis, pues, en este lugar de expiación, los tormentos del fuego. ¡Estás sepultados en una oscuridad espantosa, entre angustias incluso peores que las que tal vez se apoderaron de vosotras en la agonía! Los demonios, con toda probabilidad, no vienen a avivar el fuego que os devora, ni a hacer sonar en vuestros oídos sus gritos de desesperación. Sólo la mano de la justicia divina pesa sobre vosotros, pero ella sola basta para haceros soportar tales dolores, por eso los de aquí abajo sólo merecen darme una idea muy lánguida. ¡Pobre de mí! ¡A pesar de las revelaciones de la fe, nunca habíais podido comprender hasta qué punto las faltas, que en comparación llamamos ligeras, podían haber ultrajado la infinita santidad de Dios y exigido tal reparación! No habíais comprendido del todo el poder de una vida mortificada, ni el valor que un acto de penitencia, aunque sea de un pequeño momento, podría tener para salvaros, al menos en parte, de las horribles torturas, de las cuales ahora sois víctimas. Pedidme esta inteligencia y contad con mi devoción por vosotras.

II. ¡Oh Señor! ¿Cuál es la justicia de los hombres comparada con la vuestra? La primera considera una despreocupación perdonable lo que a vuestros ojos es un crimen que merece los castigos más rigurosos. A menudo, los hombres más culpables logran escapar de sus búsquedas más frenéticas. Además, unas veces la primera exagera el castigo, otras, por el contrario, inflige menos de lo que exigiría la infracción de las leyes. Ella revela su incapacidad e impotencia en cada momento. Pero no hay nada que escape a Vos, moderador supremo del inmenso imperio de las almas. Escudriñáis las entrañas y los corazones, vuestra infinita sabiduría pesa todo en la balanza de su infalible justicia. No es culpa, no es debilidad lo que vale la pena pretender ser, ningún alma, a pesar de su sutileza, podría jamás escapar de vuestro poder ilimitado, como bellamente dijo el Rey Profeta: «Si subo al cielo, allí estás tú; si bajo al abismo, allí te encuentro. Si al rayar el alba me pusiere alas, y fuere a posar en el último extremo del mar, allá igualmente me conducirá tu mano, y me hallaré bajo el poder de tu diestra. Tal vez, dije yo, las tinieblas me podrán ocultar; mas la noche se convertirá en claridad para descubrirme en medio de mis placeres. Porque las tinieblas no son oscuras para ti, y la noche es clara como el día; oscuridad y claridad son para ti una misma cosa. Tú eres dueño de mis afectos; desde el vientre de mi madre me has tomado en cuenta».

III. Una vez más, Dios mío, si vuestra justicia es terrible, vuestra caridad es infinita, y Os habéis dignado no romper ni con la muerte los lazos de afecto que nos unen aquí abajo a nuestros vecinos, a nuestros amigos, a nuestros hermanos en Jesucristo. Con nuestras oraciones, con nuestras buenas obras, con algún sacrificio que podamos imponernos, podremos aliviarlos: nuestras obras de expiaciónpodrán saldar sus deudas; podremos acelerar su entrada a la gloria. No, no todo habrá terminado entre ellos y nosotros después de la hora fatal de la muerte, porque a partir de ese momento no se levantará ciertamente un abismo insuperable entre nosotros y aquellos que nos son queridos, sino que podremos seguir teniendo relación con ellos y también podremos serles útiles. ¡Qué consejo tan admirable! ¡Qué sublimes consuelos! ¡Sed bendito por siempre, oh Señor!

Se repite la Jaculatoria: «San Pedro y todos los Santos Sumos Pontífices, rogad por nosotros», añadiendo el Credo Apostólico:
   
Creo en Dios, Padre Todopoderoso, Creador del cielo y de la tierra. Creo en Jesucristo, su único Hijo, Nuestro Señor: que fue concebido por obra y gracia del Espíritu Santo, nació de Santa María Virgen; padeció bajo el poder de Poncio Pilato, fue crucificado, muerto y sepultado: descendió a los infiernos, al tercer día resucitó de entre los muertos, subió a los cielos y está sentado a la derecha de Dios, Padre todopoderoso. Desde allí ha de venir a juzgar a los vivos y a los muertos. Creo en el Espíritu Santo, la santa Iglesia católica, la comunión de los santos, el perdón de los pecados, la resurrección de la carne y la vida eterna. Amén.

JACULATORIAS
  • «Dales, Señor, el descanso eterno, y brille para ellos la luz perpetua».
  • «De las puertas del Infierno, libra, Señor, sus almas» (De la liturgia de la Iglesia).
PRÁCTICAS
  • Evita los pecados veniales totalmente deliberados, que merecen las penas del Purgatorio.
  • Trata de hacer obras satisfactorias, como oraciones, limosnas, ayunos, etc., para expiar tus pecados; y cuida de ganar las santas indulgencias, que son tan poderosas para purgarnos de nuestros pecados.
  • Ofrece sufragios por las almas del Purgatorio en el mejor manera posible.
℣. Tú eres Pedro.
℟. Y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia.
  
ORACIÓN
Oh Dios, que acordaste a tu bienaventurado Apóstol San Pedro el poder de atar y desatar, concédenos, por su intercesión, ser libertados de las cadenas de nuestras culpas. Por Jesucristo Nuestro Señor. Amén.

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