Traducción del artículo publicado por Giorgio Agamben para QUODLIBET.
NOTA PREVIA: La verdadera Iglesia Católica, en tanto como Cuerpo Místico de Cristo, no puede morir jamás, aun cuando institucionalmente se vea reducida a su más mínima expresión.
RÉQUIEM PARA OCCIDENTE
A fines del siglo XIX, Moshé/Moritz Steinschneider († 1907), uno de los fundadores de los estudios judaicos, declaró, no sin escándalo de muchos bienpensantes, que lo único que se podía hacer por el judaísmo era asegurarle un funeral digno. Es posible que desde entonces su juicio se haya aplicado también a la Iglesia y a la cultura occidental en su conjunto. Lo que realmente ha sucedido, sin embargo, es que el funeral digno del que hablaba Steinschneider no se ha celebrado, ni entonces para el judaísmo ni ahora para Occidente.
Parte esencial del funeral en la tradición de la Iglesia católica es la misa llamada de Réquiem, cuyo Introito comienza precisamente con las palabras: Réquiem ætérnam dona eis, Dómine, et lux perpétua lúceat eis. Hasta 1970, el misal romano prescribía además para la misa de réquiem la recitación de la secuencia Dies iræ. Esta elección era perfectamente consecuente con el hecho que el mismo término que definía la mísa para los difuntos provenía de un texto apocalíptico, el Apocalipsis de Esdras, que evocaba junto a la paz el fin del mundo: réquiem æternitátis dabit vobis, quóniam in próximo est ille, qui in finem sǽculi advéniet, «Os dará la paz eterna, porque está cerca aquel que viene al final de los tiempos» (4.º Esdras II, 34). La abolición del Dies iræ en 1970 va de la mano del abandono de todas las instancias escatológicas por parte de la Iglesia, que se ha conformado así completamente a la idea de progreso infinito que define la modernidad. Lo que se deja caer sin el valor de explicitar sus razones –el día de la ira, el último día– puede ser recogido como un arma a utilizar contra la cobardía y las contradicciones del poder en el momento de su fin. Es cuanto planeamos aquí hacer, intentando celebrar sin intención paródica, pero fuera de la Iglesia, que pertenece al número de los difuntos, un funeral abreviado para Occidente:
Dies iræ, dies illaSolvet sæclum in favílla:Teste David cum Sibýlla.¡Oh día de ira aquélEn que el mundo se disolverá,Atestiguándolo David y la Sibila!
¿De qué día se trata? Ciertamente del presente, del tiempo que estamos viviendo. Cada día es el día de la ira, el último día. Hoy el siglo, el mundo está ardiendo, y con él también nuestra casa. De esto debemos ser testigos, como David y como la Sibila. Quien calla y no da testimonio, no tendrá paz ni ahora ni mañana, porque es precisamente la paz lo que Occidente no puede ni quiere ver ni pensar.
Quantus tremor est futúrus,Quando judex est ventúrus,Cuncta stricte discussúrus!¡Cuán grande será el terror,Cuando el Juez vengaA juzgarlo todo con rigor!
El terror no es futuro, es aquí y ahora. Y aquel juez somos nosotros, llamados a pronunciar el juicio, la krisis sobre nuestro tiempo. A la palabra «crisis», de la cual no se hace sino hablar para justificar el estado de excepción, restituimos su significado original de juicio. En el vocabolario de la medicina hipocrática, krisis designaba al momento en el cual el médico debe juzgar si el médico morirá o sobrevivirá. Del mismo modo discernimos lo que del occidente muere y lo que aún está vivo. Y el juicio será severo, nada escapará de él.
Tuba mirum spargens sonumPer sepúlcra regiónum,Coget omnes ante thronum.Mors stupébit et natúra,Cum resúrget creatúra,Judicánti responsúra.La trompeta, al esparcir su atronador sonidoPor la región de los sepulcros,Reunirá a todos ante el trono de Dios.La muerte se asombrará y la naturaleza,Cuando resucite la criatura,Para responder ante el Juez.
No podemos hacer resurgir los muertos, pero al menos podemos preparar con toda atención el instrumento maravilloso de nuestro pensamiento y de nuestro juicio, y haciéndolo después resonar sin temor, liberar la naturaleza y la muerte de las manos del poder que con ellas nos gobierna. Sentir temblar en nosotros la naturaleza y la muerte, y presagiar aquí y ahora otra vida posible y otra muerte, es la única resurrección que nos interesa.
Liber scriptus proferétur,In quo totum continétur,Unde mundus judicétur.Judex ergo cum sedébit,Quidquid latet, apparébit:Nil inúltum remanébit.Abriráse el libro en que está escritoTodo aquello de que el mundoHa de ser juzgado.Luego que el Juez se hubiere sentado,Aparecerá todo lo oculto;Nada quedará sin venganza.
El libro escrito es la historia, que es siempre la historia de la mentira y la injusticia. De la verdad y la justicia no hay historia, sino aparición instantánea en la krisis decisiva de toda mentira y toda injusticia. En aquel punto la mentira no podrá encubrir más la verdad. La justicia y la verdad se manifiestan, manifestando la falsedad y la injusticia. Y nada escapará a la fuerza de su venganza, a condición de restituir a esta palabra el significado etimológico que tiene en el proceso romano, en el cual el vindex es aquel que vim dicit, que muestra al juez la violencia que fue hecha a aquel que solo en este sentido él “vindica”.
Quid sum miser tunc dictúrus?Quem patrónum rogatúrus,Cum vix justus sit secúrus?¿Qué he de decir entonces yo miserable?¿A qué valedor acudiré,Cuando aun el justo apenas estará seguro?
El justo que presta su voz al juicio está en algún modo involucrado en el juicio y no puede llamar a otros en su defensa. Nadie puede testificar por el testigo, él está solo con su testimonio –en este sentido no está seguro–, y está dentro de la crisis de su tiempo –y aun así da su testimonio–.
Confutátis maledíctis,Flammis ácribus addíctis:Voca me cum benedíctis…Lacrimósa dies illa,Qua resúrget ex favíllaJudicándus homo reus.Arrojados los malditosA las llamas eternas,Llámame con los benditos…¡Oh día de lágrimas aquelEn que saldrá del polvoEl hombre para ser juzgado como reo!
Aunque el himno sobre el día de la ira forma parte de un llamamiento a la paz y a la piedad para los muertos, se mantiene la distinción entre los prescitos y los bienaventurados, es decir, entre los verdugos y las víctimas. En el último día, los verdugos, como están haciendo ahora sin tal vez advertirlo, se derrotan de hecho por sí solos, dejan caer las máscaras que cubrían su injusticia y sus mentiras, y se arrojan a las llamas que ellos mismos han encendido. El último día, el día de la ira, cada día es un día de lágrimas para ellos, y es quizás porque son conscientes de ello por lo que fingen estar tan sonrientes. Sólo el consentimiento y el miedo de muchos mantiene ese día en suspenso. Por eso, aunque nos sepamos impotentes ante el poder, tanto más implacable debe ser nuestro juicio, que no podemos separar del réquiem que celebramos. Señor, no les des la paz, porque ellos no saben lo que es.
11 de Julio de 2024
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