185. 1.º Debes pedir la Sabiduría con fe viva y firme, sin titubear: Tienes que «pedir con fe, sin titubear lo más mínimo» [Stgo. 1, 6], pues quien tiene una fe vacilante no debe esperar alcanzarla: «No se piense ese individuo que va a recibir nada del Señor» [Stgo. 1, 5-7].
186. 2.º Debes pedirla con fe pura, sin apoyar la oración en consolaciones sensibles, en visiones o revelaciones extraordinarias.
Aunque esto pueda ser bueno y valedero –como lo fue para algunos santos–, no deja de ser peligroso apoyarse en ello. La fe es menos pura y meritoria cuanto más se fundamenta en estas gracias extraordinarias y sensibles.
Razón más que suficiente para animarnos a pedirla al Señor con toda la fe y ardor posibles, la constituye cuanto nos revela el Espíritu Santo acerca de la grandeza y hermosura de la Sabiduría, de los deseos que Dios tiene de dárnosla y de la necesidad que tenemos de poseerla.
187. La fe pura es el principio y el fruto de la Sabiduría en el alma; a mayor fe corresponde mayor Sabiduría, y a mayor Sabiduría, mayor fe.
El justo –o el sabio– no vive sino de la fe [Ver Hab. 2, 4; Rom. 1, 17; Gál. 3, 11; Heb. 10, 38. Sobre las visiones y gracias extraordinarias, ver El Secreto de María 68], sin ver, sentir, gustar ni vacilar. «Dios lo ha dicho o prometido»; éste es el fundamento de todas sus plegarias y acciones, aunque naturalmente le parezca que Dios no tiene ojos para ver las miserias, ni oídos para escuchar las plegarias, ni brazos para aplastar a sus enemigos, ni manos para prestar ayuda, y aunque se vea asaltado por distracciones, dudas y tinieblas interiores, por ilusiones en la imaginación, hastío y tedio en el corazón, tristeza y agonía en el alma.
El sabio no pide ver cosas extraordinarias –como las vieron los santos–, ni experimentar dulzuras sensibles en la oración y prácticas de piedad. Implora con fe la divina Sabiduría, seguro de que la alcanzará [Stgo. 1, 5-7]; sí, mucho más seguro que si descendiera un ángel del cielo a revelárselo, porque Dios ha dicho: «Todo el que pide recibe» [Luc. 11, 10]. Todo el que pide debidamente a Dios, recibe lo que pide: «Si vosotros, que sois tan malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre del cielo dará el Espíritu Santo –el Espíritu de Sabiduría– a los que se lo piden?» [Luc. 11, 13].
SAN LUIS MARÍA DE MONTFORT, Amor a la Sabiduría Eterna, cap. XV.
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