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sábado, 7 de septiembre de 2024

SAN CLODOALDO, PRÍNCIPE Y ABAD


San Clodoaldo era nieto del Rey Clodoveo y Santa Clotilde. Después de la muerte del Rey, en 511, el reino fue dividido entre sus cuatro hijos. El segundo, Clodomiro de Orléans, murió trece años más tarde (524) en un batalla contra su primo, el Rey Gondomar de Borgoña (que acababa de asesinar a San Segismundo), dejando tres hijos para compartir sus dominios, el menor de los cuales era Clodoaldo.
    
Los huérfanos habían sido criados en París, por su abuela, Santa Clotilde, que les prodigó cuidados y cariño, mientras el reino era administrado por el tío de los niños, Childeberto de París. Cuando Clodoaldo tenía ocho años, Childeberto complotó con su hermano Clotario de Soissons, para apoderarse de la tierra mediante la eliminación de sus sobrinos. Mediante un emisario, le dio a su madre la elección entre matar a sus nietos o encerrarlos en un monasterio. El enviado de Childeberto tergiversó tanto la respuesta de Clotilde, que dio la impresión de que ella se había decidido por la muerte de los pequeños.
   
Clotario se apoderó del mayor Teobaldo, de diez años, y lo apuñaló. Lleno de miedo, el segundo, Guntario, buscó refugio junto a su tío Childeberto, cuyo corzón había quedado tan conmovido y afectado por el brutal asesinato de su sobrino Teobaldo, que trató de protegerlo. Pero Clotario desaprobó tal flaqueza. Arrancó a Guntario de los brazos de Childeberto y también lo mató. Cuando sus dos hermanos fueron asesinados, Clodoaldo, para salvarse, escapó y vivió escondido en Provenza. Los tíos sufrieron la misma suerte que habían impuesto a sus sobrinos. Se dice que Clodoaldo cortó su cabello con sus propias manos, parra demostrar su renuncia al mundo.
   
Cuando Clodoaldo tuvo la edad suficiente, decidió que ya había visto demasiado del mundo, la corte y la política. Pese a tener posibilidades de reconquistar su reino, renunció toda pretendión al trono haciéndose tonsurar voluntariamente, convirtiéndose así en monje. Luego se escondió en una ermita en donde aprendió a dominar sus pasiones mediante la oración y la penitencia. 
   
Mas tarde, se puso bajo la disciplina de San Severino, un ermitaño que vivía cerca de París. Bajo la experimentada guía de su maestro, el ferviente novicio hizo grandes progresos en la perfección cristiana; pero sintiéndose perturbado por la proximidad de París, centro de poder, en donde él era conocido, volvió a Provenza, donde pasó algunos años y realizó varios milagros. Viendo que, pese a lo remoto de su ermita, no ganaba nada, pues eran muchos los que acudían a él en busca de guía y consejos, volvió a París, en donde fue recibido con alegría. A requerimiento de la gente, el Obispo Eusebio de París, lo ordenó sacerdote en 551.
   
Después de un tiempo, fundó y fue Abad del monasterio de Nogent-sur-Seine cerca de Versalles, que ahora es una iglesia colegiada de canónigos regulares llamada San Clodoaldo. Hasta su muerte, a la edad de treinta y seis años (560), San Clodoaldo distribuyó generosamente sus riquezas entre los pobres y enseñaba infatigablemente a la gente que habitaba alrededor de Nogent.
  
REFLEXIÓN
Decía Juan Pico della Mirandola, humanista del siglo XV: «Algunos piensan que la mayor felicidad de un hombre en este mundo es gozar de las dignidades y poderes, y vivir entre las riquezas y esplendores de una corte. Vosotros sabéis que ya he tenido mi parte de todo esto; pero os aseguro que mi alma ya no puede encontrar verdadera satisfacción más que en el retiro y la contemplación. Estoy convencido de que si los césares pudiesen hablar desde sus tumbas, declararían que Pico es más feliz en su soledad que ellos lo fueron en el gobierno del mundo; y si los muertos pudiesen volver a la vida, eligirían los dolores de una segunda muerte antes que arriesgar su salvación de nuevo en los puestos públicos».
   
ORACIÓN
Oh Dios, por quien se humilló el bienaventurado Clodoaldo en el mundo, y lo exaltaste con el oficio del sacerdocio y el esplendor de las virtudes: concédenos, con su ejemplo, servirte dignamente, y por su intercesión prosperar siempre y meritoriamente. Por J. C. N. S. Amén.

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