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domingo, 8 de septiembre de 2024

UNA NUEVA ARQUITECTURA PARA UNA NUEVA LITURGIA

El padre Grégoire Célier FSSPX publicó en la edición de Marzo de 2024 de la “Carta a nuestros amigos sacerdotes” (Fraternidad Sacerdotal San Pío X – Distrito de Francia) un estudio sobre la remodelación de iglesias y capillas tras la abolición de la Santa Misa y la introducción del Novus Ordo.
   
Se trata de una antología de textos publicados entre 1965 y 1985 por reconocidos “especialistas” y publicaciones especializadas, mostrando desde el vamos que el Vaticano II significó totalmente una ruptura con la Iglesia anterior, y ello debía materializarse en la disposición y mobiliario las iglesias para coincidir con la nueva liturgia y doctrina.
   
Por primera vez, presentamos la traducción COMPLETA al español de este artículo.
   
La cuestión de la inserción de la liturgia resultante del Concilio en las iglesias construidas antes de dicho Concilio permite comprender sus fundamentos, implicaciones y resultados.
   
Interior de la iglesia de la Santísima Trinidad en la colina de San Jorge (Viena, Austria), diseñada por Fritz Wotruba Kocsi († 1975) en estilo brutalista.
   
Por el P. Grégoire Célier FSSPX.
   
La reforma litúrgica ha sido uno de los elementos más importantes de las evoluciones consecutivas al concilio Vaticano II, si no el más significativo. Una cita de Pablo VI, el 13 de Enero de 1965, entre muchas otras posibles, lo recuerda oportunamente: «La nueva pedagogía religiosa que la actual renovación [= degradación] litúrgica pretende instaurar forma parte y es casi la fuerza motriz del gran movimiento consagrado en los principios constitucionales de la Iglesia de Dios y facilitado y hecho más imperativo por el progreso de la cultura humana» (Pablo VI, Audiencia general, 13 de Enero de 1965).
   
Por tanto, es bueno mirar atrás sobre esta reforma litúrgica para comprender mejor sus fundamentos, implicaciones y resultados. Proponemos hacer esto aquí a través del “edificio de la iglesia”. De hecho, la cuestión de la inserción de la liturgia resultante del Concilio en las iglesias construidas antes de dicho Concilio es particularmente actual para evaluar el cambio producido por la reforma.
   
Para ello, hemos utilizado las reflexiones y comentarios de los mejores especialistas litúrgicos que escribieron después del Vaticano II. Nos permitirán identificar los problemas que surgieron a medida que comenzaron a celebrarse las nuevas formas litúrgicas y, a su vez, comprender lo que sugiere la reforma litúrgica posconciliar. Habiendo sido publicados estos textos durante las dos décadas (1965-1985) de la implementación de la reforma litúrgica, no sorprende que estén escritos en el presente o el futuro y no en el pasado.
   
Relación contenedor-contenido
Los autores enfatizan primero que una iglesia, como cualquier otro edificio, refleja a través de su arquitectura los diseños de quienes la construyeron. Construido para una determinada liturgia, un determinado ceremonial, una determinada teología, expresa necesariamente sus valores. A través de su trazado, crea un clima particular, favorable al despliegue de la forma de expresión religiosa que rigió su diseño. En consecuencia, «sería un sinsentido interesarse por la liturgia sin preocuparse por el diseño de los lugares donde se celebra. Porque existe una profunda afinidad entre el espacio dispuesto artísticamente, y la liturgia que se desarrolla» (Émile Vauthier, “L’aménagement des églises”/“El diseño de las iglesias”, en Esprit et Vie – L’Ami du clergé 27, 5 de Julio de 1984, pág. 393).
  
Ahora, un edificio es por naturaleza un objeto estable que resiste el paso del tiempo. «Un edificio no se modifica a la manera de un rito» (Guy Oury, “L’aménagement des églises – Un aspect du renouveau liturgique”/“El diseño de las iglesias – Un aspecto de la renovación litúrgica”, en L’Ami du clergé 6, 10 de Febrero de 1966, pág. 89). Lleva, por tanto, la envoltura de que un período de la vida de la Iglesia había puesto en marcha para avanzar con tranquilidad, en un tiempo en el que, tal vez, la vida de la Iglesia ha cambiado profundamente, lo que puede provocar una distorsión entre el contenedor y el contenido. Después del Vaticano II, precisamente, debido a una rápida y radical evolución ritual (y teológica), hubo que desplegar una liturgia bastante nueva en espacios arquitectónicos creados según otros cánones y para otros usos. Porque «la mayor parte de nuestros lugares de culto han sido concebidos y construidos a veces hace muchos siglos, para dificultades diferentes a las nuestras» (“Simple dialogue à propos de l’espace liturgique”/“Diálogo sencillo sobre el espacio litúrgico”, en Communautés et Liturgies 6, Noviembre-Diciembre de 1978, pág. 545). Los edificios antiguos pues se han revelado más o menos desadaptados a las nuevas normas de la celebración cristiana.
    
En esta óptica, «se plantea una pregunta doble: cómo usar los lugares de culto tal como nos lo dejaron y cómo concebir los nuevos más adaptados a nuestro modo de vida urbana y a la situación de la Iglesia actual» (“Simple dialogue à propos de l’espace liturgique”/“Diálogo sencillo sobre el espacio litúrgico”, en Communautés et Liturgies 6, Noviemnbre-Diciembre de 1978, pág. 546).
   
El monumento da cierta idea de Dios
La pregunta, desde el comienzo, es la siguiente: «¿Cómo obtener que la liturgia de hoy se desarrolle en medio de un marco previsto para la liturgia de otras épocas?» (“Le congrès d’art sacré d’Avignon”/“El congreso de arte sacro de Aviñón”, en Notes de pastorale liturgique 137, Diciembre de 1978, pág. 63). Porque, como señalara el padre [posteriormente cardenal, N. del T.] Congar a propósito de la Basílica de San Pedro de Roma (pero su nota se aplica de forma equivalente a las otras iglesias), «ya está inscrita toda una eclesiología en la disposición de los lugares» (Yves Congar OP, Vatican II. Diario del Concilio, primera sesión, Cerf-Plon, 1963, pág. 23).
    
El padre Quellec explica de una manera muy clara lo que está en juego: «La configuración exterior de un edificio, la distribución y organización de sus espacios internos, el estilo de los objetos allí distribuidos, forman ya una imagen más o menos clara del Dios que allí encontramos. (…) Nuestra manera de ocupar el espacio de nuestras iglesias, de disponer el mobiliario, de disponer el santuario, así como la elección de una cruz, un icono o un altar, implica que nos referimos, lo queramos conscientemente o no, a diversas imágenes de Dios. Se ha señalado a menudo que la imagen de Cristo en la Eucaristía es muy diferente según que el altar se parezca a una simple mesa o a una tumba monumental (…) Cabe señalar que, en la mayoría de los casos, no tuvimos la oportunidad de tomar decisiones que revelaran una espiritualidad: recibimos la iglesia, casi tal como es, de quienes la diseñaron y organizaron. Hay que señalar también que, con la misma frecuencia, se produce una especie de hiato entre la sensibilidad y las ideas religiosas de los contemporáneos y aquellas que presidieron la construcción de un edificio» (Jean-Yves Quellec OSB, “Le Dieu de nos églises”/“El Dios de nuestras iglesias”, en Communautés et Liturgies 4, Septiembre de 1981, págs. 275 y 278).
   
Por ejemplo, «los retablos de altar del siglo XVII, concebidos para la adoración según el Concilio de Trento, representan una determinada visión de la fe. Hoy tenemos una visión diferente de la Presencia Real» (Philippe Boitel, “Une église peut-elle être un musée?”/“¿Puede la iglesia ser un museo?”, en Informations catholiques internationales 402, 15 de Febrero de 1972, pág. 5). «Desde la época de la Contrarreforma, la reserva sagrada a menudo ha estado vinculada al altar mayor con el que aparecía como centro vital del edificio. Pero la actual renovación de la celebración litúrgica, al restaurar el valor específico de cada momento de la celebración, ha vuelto a poner de relieve los otros modos de presencia del Señor» (“Vêtements, objets, espaces liturgiques”/“Ornamentos, objetos y espacios litúrgicos”, en Notes de pastorale liturgique 105, Agosto de 1973, pág. 26).
   
Dos modelos de iglesias salidos de dos eclesiologías diferentes
«El primer concepto de Iglesia, el de la Iglesia anterior al Concilio Vaticano II, corresponde, por ejemplo, a una arquitectura eclesiástica en la que el santuario es desproporcionadamente grande, bien separado del pueblo, dominando a todos los fieles, un cuerpo insignificante (en el verdadero sentido de la palabra) con una cabeza hidrocefálica. Por el contrario, a la teología del Vaticano II corresponde una arquitectura en la cual el santuario y la nave se integran en un plano totalmente armonioso» (Lucien Deiss, Los ministerios y los servicios en la celebración litúrgica, éditions du Levain, 1981, pág. 8)
   
Sin embargo, la arquitectura sacra «debe presentar una imagen de la Iglesia que sea totalmente coherente con lo que se esfuerza en dar, en este caso, la liturgia» (Roger Béraudy, “Introducción”, en Espacio sacro y arquitectura moderna, Cerf, 1971, pág. 7). Esto es porque, «ni siquiera la disposición de los lugares de culto ha sufrido los efectos de la renovación» (Charles Wackeinheim, La misa, entre la rutina y la magia, Centurion, 1982, pág. 23).
   
La reforma litúrgica implica también una modificación de los edificios
La única solución posible consiste, redefiniendo la disposición de volúmenes y objetos, en ordenar el espacio arquitectónico. Pero esta reconversión resulta difícil, debido a la inercia característica del edificio. «Celebrar en un edificio antiguo plantea problemas técnicos, de protección y relacionados con la evolución de la liturgia: desde el Vaticano II, la predicación y las celebraciones eucarísticas por ejemplo, no requieren los mismos movimientos que antes» (“Le congrès d’art sacré d’Avignon”/“El congreso de arte sacro de Aviñón”, en Notes de pastorale liturgique 137, Diciembre de 1978, pág. 64).
  
«Dado que la reforma litúrgica supuso modificaciones en la distribución de los espacios, debemos ver claramente que estos cambios no están exentos de problemas, especialmente cuando se producen en edificios diseñados según otra lógica. Por ejemplo, hoy ocupamos puntos de este espacio donde no estaba previsto que se pronunciaran palabras. Entonces, en lugar de eso, hacemos violencia. La arquitectura violada ya no resuena en la asamblea. Sólo puede hacerlo –sólo puede responder– si permanecemos en el lugar correcto» (Paul Roland, “Libre propos sur l’espace liturgique”/“La libre expresión en el espacio litúrgico”, en Communautés et Liturgies 4, Septiembre de 1981, pág. 296).
  
Sin embargo, estas modificaciones entrañan verdaderas dificultades
«El problema de la reconversión de las iglesias tradicionales, como se comprenderá suficientemente, no es de fácil ni sencilla solución. La forma de nuestras iglesias antiguas no se presta inmediatamente a los cambios deseados por el Concilio» (Jean Huvelle, “Réforme liturgique et aménagement des églises”/“La reforma litúrgica y el diseño de las iglesias”, en Revue diocésaine de Tournai, 1965, pág. 236). Por ejemplo, «una vez instalado el altar definitivo [= mesa] [de cara al pueblo], habrá que considerar la supresión, la reubicación o cualquier otra opción para el antiguo altar. Tal operación no puede hacerse sin el consejo de un arquitecto competente. Frecuentemente la arquitectura de una iglesia ha sido concebida en función del altar detrás del coro. Cambiar el altar no solo modifica el mobiliario, sino transformar las líneas arquitectónicas» (Thierry Maertens y Robert Gantoy, La nueva celebración litúrgica y sus implicaciones, Publications de Saint-André-Biblica, 1965, pág. 57).
   
«Las iglesias difícilmente se prestan a usos distintos de aquellos para los que fueron diseñadas: en la mayoría de ellas, el conjunto está diseñado para asambleas “largas”. Desde hace algún tiempo, el plan de las iglesias ha cambiado: están diseñadas para asambleas “amplias”, donde podemos vernos, escucharnos y comunicarnos. A veces podemos organizar una iglesia antigua desde esta perspectiva: siempre es difícil» (“Bâtir une célébration”/“Construir una celebración”, en Célébrer 151, Abril de 1981, pág. 14). «Es cierto que nuestras hermosas iglesias, alargadas y llenas de un bosque de columnas, favorecen más la oración solitaria que la reunión de un pueblo; las nuevas iglesias, por el contrario, nos impiden aislarnos» (Henri Denis, El espíritu de la reforma litúrgica, Société nouvelle des imprimeries de la Loire Républicaine, 1965, pág. 27).
    
Desde luego, no es viable el statu quo ante
Como la calidad de la celebración según las nuevas normas  litúrgicas depende de un ambiente apropiado, no es posible dejar las cosas como están. El padre Gélineau señala en efecto «la dificultad demasiado evidente que se halla al querer inscribir la liturgia posterior al Vaticano II en los espacios y volúmenes concebidos para un tipo de liturgia muy diferente» (Joseph Gélineau SJ, Liturgia para mañana. Ensayo sobre la evolución de las asambleas, Cerf, 1976, pág. 29).
   
Los liturgistas no se dan por vencidos: «También hay que subrayar que se invita a los sacerdotes a seguir adaptando sus iglesias a las necesidades de la liturgia. En particular, se les recomienda que coloquen el Santísimo Sacramento en una capilla separada de la nave principal de la iglesia, y que den un nuevo lugar a los tesoros del arte sacro si deben ser retirados de su ubicación actual» (“L’instruction sur le culte eucharistique montre que la mise en œuvre de la réforme est fermement poursuivie”/“La instrucción sobre el culto eucarístico muestra que se persigue firmemente la implementación de la reforma”, en Informations catholiques internationales 290, 15 de Junio de 1967, pág. 8).
   
Conviene pues considerar la modificación de la disposición de las iglesias, en tanto sea necesario y posible, para adaptarlas a la nueva liturgia. Se notará que, desde el vamos, ciertas disposiciones son más favorables que las otras. «Una iglesia semicircular, donde todos pueden verse y sentirse unidos, permite sin duda una mejor aplicación de la reforma postconciliar [= Novus Ordo] que una larga nave construida según otros cánones estéticos y religiosos» (Jean-Claude Crivelli, Asambleas celebrantes: una práctica de los signos salvíficos, Comisión suiza de liturgia, 1980, pág. 11).
   
Los arreglos necesarios
Mas como en muchas ocasiones este no es el caso, se debe pensar en «la transformación de la distribución interior de las iglesias en todo el mundo, con miras a la renovación de la celebración de la eucaristía» (Pierre Jounel, “Le missal de Paul VI”/“El misal de Pablo VI”, en La Maison Dieu 103, 3.er trimestre de 1970, pág. 32). Por tanto, es necesario instalar el altar de cara al pueblo [1] , disponer el ambón, reubicar la reserva eucarística y redistribuir los asientos. «Este espíritu nos ha llevado a ir más lejos: la elección de bancos en lugar de sillas (para evitar las vueltas y el ruido que esto provoca), la eliminación de los reclinatorios (los fieles permanecen de pie o sentados durante la acción litúrgica)» (Thierry Maertens y Robert Gantoy, La nueva celebración litúrgica y sus implicaciones, Publications de Saint-André-Biblica, 1965, pág. 21).
    
Resumido, se debe reconsiderar el diseño general de la domus ecclésiæ. «Esta prescripción severa respecto de los altares laterales [a saber, su supresión] se aplica a fortióri a los numerosos objetos de devoción que siguen adornando tan a menudo los muros y las columnas de nuestras iglesias: vía crucis, estatuas, confesionarios indiscretos, etc. Si tienen su lugar en capillas separadas del espacio principal la iglesia, dispersan a la asamblea puesto que ella, en la eucaristía, es llamada a dar un signo de unidad» (Thierry Maertens y Robert Gantoy, La nueva celebración litúrgica y sus implicaciones, Publications de Saint-André-Biblica, 1965, pág. 21).
   
«De hecho, las iglesias, incluso si están clasificadas como monumentos, son sólo incidentalmente museos. Primero cumplen una función religiosa específica. Por tanto, es normal que su disposición y su mobiliario respondan a las necesidades de la liturgia, y más particularmente de la liturgia del momento. Pero esto implica nuevas formas de reunirse; requiere muebles verdaderamente móviles; lleva al abandono del uso de ciertos objetos litúrgicos; al agrupar parroquias, se deja iglesias sin uso. Todo esto tiene importantes consecuencias prácticas y hay que reconocer que las iglesias antiguas no siempre se prestan a desarrollos deseables» (Philippe Boitel, “Une église peut-elle être un musée?”/“¿Puede la iglesia ser un museo?”, en Informations catholiques internationales 402, 15 de Febrero de 1972, pág. 4). «La reforma exige nuevas creaciones: la disposición de las iglesias, con el altar de cara a los fieles, el lugar donde se celebra la palabra de Dios, la sede del celebrante, la capilla del Santísimo Sacramento, una nueva concepción del confesionario» (“Entevista al cardenal James Robert Knox”, en La Documentation catholique 1674, 20 de Abril de 1975, pág. 368).
   
Las transformaciones expresan la nueva eclesiología conciliar
«¿Al modificar el rito, la reforma incluirá también una nueva concepción de la estructura de nuestras iglesias? Sí, y en diferentes aspectos. En primer lugar, al enfatizar el sentido comunitario de la Misa como asamblea del pueblo de Dios, la reforma exige que todos puedan seguir el rito que se desarrolla en el altar. Por un lado, se tiende, pues, a eliminar todas las pantallas (columnas, pilares, etc.) que impiden una visión clara del altar, lo que hoy es posible gracias a la evolución de las técnicas arquitectónicas. Por otra parte, sitúa el altar en el centro no geométricamente, sino idealmente, y lo prefiere decidida y correctamente orientado hacia el pueblo. Además, al enfatizar el servicio de la asamblea, la reforma obliga a buscar lugares adecuados para el celebrante, sus ministros, los lectores, el ambón, etc. Reduce, por las mismas razones, los altares laterales, perjudicando la unidad de la asamblea y simplificando así los ornamentos que terminaron aplastando el altar» (Cardenal Giacomo Lercaro, “Nouvelle étape de la réforme liturgique: le pourquoi du comment”/“Nueva etapa de la reforma litúrgica: el por qué y el cómo”, en Informations catholiques internationales 235, 1 de Marzo de 1965, pág. 26).
   
No es de sorprender esta necesidad de un rediseño arquitectónico, porque si el contenedor influye sobre el contenido, a su vez el contenido debe reaccionar ante el contenedor. «La Iglesia posconciliar conoce una profunda mutación, y es normal que los edificios de las iglesias sufran las consecuencias» (Philippe Boitel, “Quelles églises pour demain?”/“¿Cuáles iglesias para el mañana?”, en Informations catholiques internationales 388, 15 de Julio de 1971, pág. 22). Efectivamente, «la reforma litúrgica impone a muchos un nuevo diseño de los lugares de culto» (“Dimanche et mission pastorale dans un monde paganisé”/“El domingo y la misión pastoral en un mundo paganizado”, en Notes de pastorale liturgique 57, Agosto de 1965, pág. 10).
    
«Que [la renovación de la liturgia] tenga un impacto en los lugares de culto y que éstos se encuentren parcialmente inadecuados debido a la evolución experimentada por la liturgia, no puede sorprender a nadie. En la medida en que las acciones sagradas hayan cambiado, en la medida en que se haya puesto el énfasis en una participación más total de los fieles, los edificios construidos en otros tiempos y con una perspectiva diferente también deberán adaptarse para responder a su nueva destinación» (Guy Oury, “L’aménagement des églises – Un aspect du renouveau liturgique”/“El diseño de las iglesias – Un aspecto de la renovación litúrgica”, en L’Ami du clergé 6, 10 de Febrero de 1966, pág. 89).
   
Esta es la nueva expresión eclesiológica que se manifiesta naturalmente en esta otra estructuración del espacio sacro. «Es evidente que la reforma litúrgica no puede limitarse a algunos cambios en el contenido de los textos leídos por los ministros o en los gestos de los celebrantes. (…) Ella transforma la relación entre el celebrante y los fieles. Distribuye de una manera nueva para nosotros, aunque profundamente tradicional, las funciones respectivas del celebrante, de los ministros, de la schola, del pueblo. De ello se deduce que exige una disposición de los lugares de celebración muy diferente de lo que era hasta ahora» (Conferencia Episcopal Francesa – Comisión episcopal de liturgia, “Le renouveau liturgique et la disposition des églises”/“Renovación litúrgica y disposición de las iglesias”, en Notes de pastorale liturgique 58, Octubre de 1965, pág. 41, o La liturgia, Documentos conciliares V, Centurion, 1966, pág. 201).
   
De ahí el nuevo diseño de los lugares
Porque «la construcción y la disposición de las iglesias hoy se pueden hacer a la luz de una concepción mucho más completa y elaborada del espacio litúrgico» (Frédéric Debuyst, “Quelques réflexions au sujet de la construction d’espaces liturgiques”/“Algunas reflexiones sobre la construcción de espacios litúrgicos”, en Communautés et Liturgies 4, Septiembre de 1981, pág. 285).
    
El padre Roguet, buen juez, había discernido muy pronto el inevitable advenimiento de esta sensible encarnación de la renovación: «Ciertas reformas, que parecían referirse sólo a la disposición de los textos y de los ritos, modificarán imperceptiblemente ciertos accesorios de nuestras iglesias e incluso algunas de sus estructuras arquitectónicas» (Aimon-Marie Roguet OP, “Le signe du vin”/“El signo del vino”, en Notes de pastorale liturgique 66, Febrero de 1967, pág. 43). Esto es lo que todos pudieron comprender algo más tarde. «La reforma litúrgica apunta con todas sus fuerzas a la participación plena y activa de todo el pueblo. Para que esto sea posible, se requiere una arquitectura adecuada. (…) La renovación litúrgica [= decadencia] y la forma en que la Iglesia se sitúa en el mundo requieren un nuevo tipo de arquitectura» (François Agnus, “Architecture et renouveau liturgique”/“Arquitectura y renovación litúrgica”, en Notes de pastorale liturgique 76, Octubre de 1968, pág. 46).
   
Las nuevas iglesias que se construyan deben ser móviles y transitorias
«El carácter monumental y definitivo de lo que estamos construyendo no se presta bien a la movilidad actual, sensible en la propia Iglesia: los problemas, a menudo insolubles, que plantea la adaptación de las iglesias antiguas a las necesidades actuales, aunque sólo sean nuevas formas de celebración litúrgica, es probable que surjan, dentro de cinco o diez años, para las iglesias que acabamos de construir (…) En las condiciones actuales, parecería normal diseñar este lugar de encuentro, imagen de las actividades comunitarias, como un lugar multifuncional. lugar, utilizable para fines distintos de las ceremonias litúrgicas. Así, una domus ecclésiæ, por ejemplo, podría construirse en una o dos plantas de un gran edificio y, además de algunas salas pequeñas (una de las cuales podría utilizarse como oratorio para la oración privada y las visitas al Santísimo Sacramento) y los despachos del personal permanente, contendría una gran sala que podría utilizarse para diversos fines (conferencias, reuniones, celebraciones, recepciones, liturgia, etc.) utilizando un mobiliario verdaderamente móvil» (Pierre Antoine, “L’église est-elle un lieu sacré?”/“¿La Iglesia es un lugar sagrado?”, en, Études, Marzo de 1967, págs. 442–444).
   
Porque «Está claro que hoy debemos abandonar el concepto más o menos pagano y triunfalista del templo, donde predominan los elementos de monumentalidad y espacio sagrado, y redescubrir el concepto cristiano de asamblea, donde prevalecen los valores de humildad, interioridad y relaciones personales. Las iglesias volverían a ser entonces iglesias domésticas y no santuarios del Altísimo» (Dieudonné Dufrasne, “Contribution à une spiritualité du samedi saint”/“Contribución a una espiritualidad de sábado santo”, en Paroisse et Liturgie 2, Marzo-Abril de 1972, pág. 115).
    
«Hay que hacer oír una advertencia. Actualmente la liturgia está en la encrucijada: no podemos decir cuáles serán las formas de culto en el futuro. Por esta razón, no podemos planificar iglesias basándonos únicamente en la concepción actual de la liturgia sin correr el riesgo de dejarlas obsoletas para cuando estén terminadas. Según avanza el movimiento litúrgico, resultarán nuevas ideas para el culto (…). En última instancia, los edificios religiosos deben ser edificios modernos para el hombre moderno» (John Gordon Davies, “La tendance de l’architecture moderne et l’appréciation des édifices religieux”/“La tendencia de la arquitectura moderna y la apreciación de los edificios religiosos”, en Espace sacré et architecture moderne, Cerf, 1971, pags. 94, 95 y 99). «Lo que supone que un edificio religioso está, por vocación, inacabado: menos perfectible que evolucionado, disponible, al menos hasta cierto punto. (…) ¿No deberíamos prepararnos para desarrollos y reconversiones impredecibles incluso dentro de la vida útil probable de nuestras construcciones?» (Denis Aubert, “De l’église à tout faire à la maison d’église – Expériences à Taizé”/“De la iglesia polivalente a la casa de iglesia – Experiencias en Taizé”, en Espace sacré et architecture moderne, Cerf, 1971, págs. 110 y 112).
    
La Iglesia es llamada a transformarse de manera permanente
En efecto, «Si la Constitución [sobre la Liturgia] se respeta en su letra y en su espíritu, la liturgia ya no corre el peligro de quedar fijada o inmovilizada. Como un árbol cuyas raíces son fuertes y cuya savia es nutritiva, dará en sus ramas, que son vivas y se extienden, nuevas flores y nuevos frutos» (Mons. Henri Jenny, “Introducción en La liturgia, Centurion, 1966, p. 41).
    
Es en este sentido que el cardenal Lercaro, entonces presidente del Consílium ad exsequéndam Constitutiónem de Sacra Litúrgia, orientó las conclusiones en su mensaje al simposio de artistas realizado el 28 de Febrero de 1968 en Colonia. «Sin duda alguna, afirmó, una cosa está muy clara: las estructuras arquitectónicas de las iglesias deben cambiar tan rápidamente como cambian hoy las condiciones de vida y los hogares de los hombres. Debemos tener presente, incluso cuando construimos un lugar de culto, la naturaleza extremadamente transitoria de estas estructuras materiales cuya función entera es de servicio en relación con la vida de los hombres. De este modo, evitaremos que las generaciones futuras se vean condicionadas por iglesias que hoy consideramos de vanguardia, pero que para ellos correrían el riesgo de convertirse en meros edificios obsoletos. Hoy, por nuestra parte, experimentamos este condicionamiento: sentimos la dificultad con la que las maravillosas iglesias del pasado se adaptaron a nuestra sensibilidad religiosa, con qué fuerza de inercia se opusieron a las indispensables reformas de la acción litúrgica. (…) No presumamos de construir iglesias para los siglos venideros, sino contentémonos con construir iglesias modestas y funcionales que respondan a nuestras necesidades y ante las cuales nuestros hijos se sentirán libres de plantearse otras nuevas, de abandonarlas o de modificarlas según les sugieran su tiempo y su sensibilidad religiosa» (Giacomo Lercaro, “Mensaje al Simposio de artistas realizado en Colonia el 28 de Febrero de 1968”, en La Maison Dieu 97, 1.er trimestre de 1969, págs. 16–17, o en Espace sacré et architecture moderne, Cerf, 1971, págs. 25–26). Esta reflexión de su presidente correspondía perfectamente a los objetivos del Consílium de liturgia y de su secretario, Mons. Annibale Bugnini CM, como atestiguan los dos textos de su revista oficial, con los cuales concluimos: «La obra de reforma litúrgica no está terminada y, según el espíritu del concilio, no debe tener fin. La liturgia, como también la Iglesia vista en su aspecto humano, está inevitablemente sujeta a una continua reforma, surgida de la vida eclesial, para que la Iglesia se adapte verdaderamente a los tiempos actuales, a la cultura actual y al momento histórico» (Anschaire J. Chupungco OSB, “Costituzione conciliare sulla sacra liturgia. 15.º anniversario”/“Constitución conciliar sobre la sagrada liturgia. 15.º aniversario”, en Notítiæ 149, Diciembre de 1978, pág. 580). «La reforma litúrgica continuará sin límite de tiempo, espacio, iniciativa, persona, modalidad y rito, para que la liturgia permanezca viva para los hombres de todos los tiempos y de todas las generaciones» (“Rinnovamento nell’ordine”/“Renovación en el orden”, en Notítiæ 61, Febrero de 1971, pág. 52).
   
NOTA
[1] «El altar sólo lo adoptaremos de cara al pueblo definitivo y a las consecuencias que conlleva después de una catequesis que pueda centrarse bien en el sentido de la asamblea, bien en el de la presencia de Dios en la comunidad. Podríamos explicar a los fieles que la asamblea cristiana no es sólo una asamblea de hombres vueltos hacia su Dios, porque Dios se encarnó en ella y es en sí misma donde debe descubrirlo» (Thierry Maertens y Robert Gantoy, La nueva celebración litúrgica y sus implicaciones, Publications de Saint-André-Biblica, 1965, pág. 16).

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