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viernes, 18 de octubre de 2024

BERGOGLIO AFIRMA QUE LA IGLESIA DESCONOCÍA LA DIVINIDAD DEL ESPÍRITU SANTO

Traducción del artículo publicado en NOVUS ORDO WATCH.
   
FRANCISCO: «¡LA IGLESIA NO ESTABA SEGURA DE QUE EL ESPÍRITU SANTO FUERA DIOS HASTA QUE LA “EXPERIENCIA” LO CONFIRMÓ!
La última tontería teológica del “Papa”…
  
   
Es miércoles y, por tanto, hora de otra Audiencia General en la Ciudad del Vaticano.
   
En su papel de “Papa Francisco”, el apóstata argentino Jorge Mario Bergoglio no dejó de soltar más tonterías teológicas a sus devotos seguidores como parte de su “catequesis” en la audiencia. El tema de la reflexión de hoy fue el Espíritu Santo en la vida de la Iglesia, y el pseudopapa aprovechó la oportunidad para enseñar una idea blasfema a sus oyentes:
«En los tres primeros siglos, la Iglesia no sintió la necesidad de dar una formulación explícita de su fe en el Espíritu Santo. Por ejemplo, en el Credo más antiguo de la Iglesia, el llamado Credo de los Apóstoles, tras proclamar: “Creo en Dios Padre, creador del cielo y de la tierra, y en Jesucristo, que nació, murió, descendió a los infiernos, resucitó y subió a los cielos”, se añade: “[Creo] en el Espíritu Santo” y nada más, sin ninguna especificación.
    
Pero fue la herejía la que impulsó a la Iglesia a especificar esta fe. Cuando comenzó este proceso –con San Atanasio, en el siglo IV– fue la experiencia vivida por la Iglesia de la acción santificadora y divinizadora del Espíritu Santo la que la condujo a la certeza de su plena divinidad. Esto ocurrió en el Concilio Ecuménico de Constantinopla del año 381, que definió la divinidad del Espíritu Santo con estas conocidas palabras que aún hoy repetimos en el Credo: “Creo en el Espíritu Santo, Señor y dador de vida, que procede del Padre [y del Hijo], que con el Padre y el Hijo recibe una misma adoración y gloria, y que habló por los profetas”» (Antipapa Francisco, Audiencia general, Vatican.va, 16 de octubre de 2024; subrayado añadido).
En este segundo párrafo, especialmente en la parte subrayada, encontramos al menos los siguientes errores graves:
  • que la Iglesia Católica no estuvo segura de que el Espíritu Santo fuera verdaderamente Dios, la Tercera Persona de la Santísima Trinidad, durante los primeros 300 años;
  • que la Iglesia recibió esta certeza sólo en el siglo IV;
  • que la Iglesia recibió esta certeza sólo por experiencia (a posterióri) y, por tanto, no del Depósito de la Fe transmitido por los Apóstoles
Respondamos a este último desastre bergogliano.
    
Decir que la Iglesia Católica no estaba segura durante los primeros cientos de años de si el Espíritu Santo es divino y la Tercera Persona de la Santísima Trinidad, significaría que los Apóstoles no enseñaron y transmitieron explícitamente uno de los dogmas más importantes de la Iglesia, un dogma tan fundamental y esencial que uno no podría ni puede salvarse sin un conocimiento explícito de él: «…el misionero está obligado a explicar al adulto, aun al moribundo, que no sea totalmente incapaz, los misterios de la fe, que son necesarios con necesidad de medio, como son principalmente los misterios de la Trinidad y de la Encarnación» (Papa Clemente XI, Respuesta del Santo Oficio al Obispo de Quebec, 25 de enero de 1703; Denz. 1349a; subrayado añadido).

«La trinidad de personas en la unidad de la esencia divina está establecida por la tradición perpetua y genuina de la Iglesia antes del Concilio de Nicea», confirma el P. José María Dalmau y Puig de la Bellacasa SJ, en su libro Sobre Dios Uno y Trino, que es el vol. IIA de la colección Sacræ Theologíæ Summa de los jesuitas españoles publicada a mediados de los años 1950 (Tesis 27, p. 279; cursiva añadida).
   
La supuesta “incertidumbre” de 300 años de la Iglesia con respecto al Espíritu Santo queda refutada además por el claro testimonio de la misma Sagrada Escritura, como explica el P. Dalmau:
«1. Lo que se dice en Juan 14, 16 sobre el Espíritu Santo lo coloca en la comunidad de vida con el Padre y el Hijo. La plenitud y la perfección de la obra de Cristo se le atribuyen de un modo claramente divino. El Espíritu Santo procede del Padre (15, 26) y del Hijo recibe el conocimiento por una procesión eterna (16, 13); será enviado por el Padre a petición del Hijo, y por el Hijo mismo cuando ya haya sido glorificado, y permanecerá eternamente con los Apóstoles (14, 16); es el Espíritu de la verdad que os enseñará todas las cosas (14, 17.26), incluso aquellas que los Apóstoles no pueden soportar ahora (16, 12).
   
2. La acción del Espíritu Santo en la vida espiritual es completamente divina. La vida divina del hombre es fruto del Espíritu (Rom. 8, 11); por el Espíritu de Dios que habita en nosotros (Gál. 5, 19-23); estamos en Cristo e hijos de Dios por el Espíritu Santo (Rom. 8, 14; Ef. 1, 13); todo lo que sucede en Cristo, sucede también en el Espíritu: la justificación, la santificación, el sellamiento (1.ª Cor. 6, 11; Rom. 15, 16; Ef. 1, 13; 4, 30), y en otros lugares passim [es decir, en muchos lugares]; distribuye carismas (1.ª Cor. 12, 4-6): este texto es entendido por algunos intérpretes como acerca del Espíritu Santo, que también es llamado Dios y Señor; pero si, lo que parece más probable, el texto es trinitario, entonces claramente el Espíritu Santo es colocado en el mismo orden divino que el Padre y el Hijo. De aquí se sigue que somos templos del Espíritu Santo (1.ª Cor 6, 19-20). ¿No sabéis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, que está en vosotros y que habéis recibido de Dios?Glorificad, pues, a Dios en vuestro cuerpo; donde o bien el Espíritu Santo es llamado Dios, o (si el v. 20 se debe referir al Padre) al menos el Espíritu Santo tiene un templo, que es algo divino. Además, la acción del Espíritu Santo en el cuerpo de la Iglesia, como se describe en los Hechos de los Apóstoles, es completamente divina, libre e independiente» (P. José María Dalmau y Puig de la Bellacasa SJ, Sobre Dios Uno y Trino, vol. IIA de Sacræ Theologíæ Summa, trad. por el P. Kenneth Baker SJ [Saddle River, Nueva Jersey: Keep the Faith, 2016], n. 313, págs. 267-268; cursiva agregada).
El autor enumera evidencia bíblica adicional sobre la divinidad del Espíritu Santo, pero las porciones citadas serán suficientes para nuestros propósitos.

Además, el mismo San Atanasio (c. 296-373) al que alude Francisco refuta también esta absurda idea bergogliana de una Iglesia insegura de su Dios. En una de sus cartas al monje Serapión, el santo testifica que la doctrina de la Santísima Trinidad (y, por tanto, la divinidad del Espíritu Santo) fue predicada y creída por la Iglesia desde el mismo principio:
«Consideremos, pues, esta tradición desde el principio, la doctrina y la fe de la Iglesia católica, que el Señor transmitió, los Apóstoles predicaron y los Padres conservaron… Por tanto, la santa y perfecta Trinidad es lo que se reconoce en el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo» (San Atanasio, Primera Epístola a Serapión, n. 28; traducción del P. Kenneth Baker SJ, tomada de Sacræ Theologíæ Summa, vol. IIA, n. 328, pág. 281.)
La atrevida tesis de Francisco recuerda al modernismo: «Historiadores del dogma de la escuela liberal, como [el luterano Adolf von] Harnack, sostienen que antes del Concilio de Nicea no había en la Iglesia una doctrina definida y fija sobre la Trinidad…», escribe el P. Dalmau (Sobre Dios uno y verdadero, n. 327, pág. 280).
   
Es cierto que Francisco no está diciendo que la divinidad del Espíritu Santo se inventó en el siglo IV; lo que afirma es que la Iglesia no estaba segura de si el Espíritu Santo era verdaderamente Dios hasta entonces. Pero esto implicaría precisamente lo que sostenía Harnack, es decir, que «no había una doctrina definida y fija en la Iglesia sobre la Trinidad…» en los primeros cientos de años.
   
Por último, decir que la Iglesia Católica no recibió certeza con respecto a la naturaleza del Espíritu Santo (y por lo tanto de la Trinidad) hasta el siglo IV, y decir que esta certeza vino de la “experiencia” de la acción del Espíritu Santo —como si la Iglesia primero tuviera que “esperar y ver qué sucede” durante unos pocos cientos de años antes de conocer la verdad sobre el Dios que la estableció— es implicar que no se basa en el Depósito de la Fe «una vez entregado a los santos» (Judas, cap. único, 3), sino que constituye más o menos una nueva revelación que la Iglesia recibió además de ese Depósito.
    
Sin embargo, el Primer Concilio Vaticano enseñó cuáles constituyen las únicas dos fuentes de la revelación divina, y la “experiencia de la Iglesia a lo largo del tiempo” no es una de ellas:
«Ahora bien, esta revelación sobrenatural, según la fe de la Iglesia universal declarada por el santo Concilio de Trento, “se contiene en los libros escritos. y en las tradiciones no escritas, que recibidas por los Apóstoles de boca de Cristo mismo, o por los mismos Apóstoles bajo la inspiración del Espíritu Santo transmitidas como de mano en mano, han llegado hasta nosotros” [Concilio de Trento, Sesión IV (8 de Abril de 1546):  Aceptación de los Libros Sagrados y las tradiciones de los Apóstoles]» (Concilio Vaticano I, Constitución dogmática Dei Fílius sobre la Fe Católica, cap. II; Denz. 1787; subrayado añadido).
Así, el Papa San Pío X (reinó entre 1903-1914) dejó en claro que es modernismo decir que la revelación divina —la pública que constituye el Depósito de la Fe dado por Cristo a los Apóstoles— continuó después de la muerte del último Apóstol (San Juan): «La revelación, constituyendo el objeto de la fe católica, no se completó con los Apóstoles» (Error n.º 21, condenado en el Decreto Lamentábili sane éxitu del Papa San Pío X).
   
Además, en el Juramento Antimodernista impuesto por el mismo Papa a todo el clero, párrocos, confesores, etc., el católico jura:
«En cuarto lugar, recibo sinceramente la doctrina de la fe que los Padres ortodoxos nos han transmitido de los Apóstoles, siempre con el mismo sentido y la misma interpretación. Por esto rechazo absolutamente la suposición herética de la evolución de los dogmas, según la cual estos dogmas cambiarían de sentido para recibir uno diferente del que les ha dado la Iglesia en un principio» (Juramento Antimodernista; en el Decreto Sacrórum Antístitum del Papa San Pío X; subrayado añadido).
Por lo tanto, es imposible que la Iglesia haya recibido revelación adicional después de que San Juan murió en la isla de Patmos alrededor del año 100 d.C.
   
Sin embargo, para el “Papa” Francisco, esta idea de que la Iglesia recibe revelación adicional a través de su “experiencia” de “caminar juntos” a través de la historia, es esencial para su actual revolución modernista.

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