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viernes, 25 de octubre de 2024

MES DE LOS SANTOS ÁNGELES – DÍA VIGESIMOQUINTO

Dispuesto por el padre Alejo Romero, y publicado en Morelia por la Imprenta Católica en 1893, con licencia eclesiástica.
  
MES DE OCTUBRE, CONSAGRADO A LOS SANTOS ÁNGELES, EN QUE SE EXPONEN SUS EXCELENCIAS, PRERROGATIVAS Y OFICIOS, SEGÚN LAS ENSEÑANZAS DE LA SAGRADA ESCRITURA, LOS SANTOS PADRES Y DOCTORES DE LA IGLESIA.
 
ORACIÓN PREPARATORIA PARA TODOS LOS DÍAS
Soberano Señor del mundo, ante quien doblan reverentes la rodilla todas las criaturas del cielo, de la tierra y del infierno; miradnos aquí postrados en vuestra divina presencia para rendiros los homenajes de amor, adoración y respeto que son debidos a vuestra excelsa majestad y elevada grandeza. Venimos a contemplar durante este mes las excelencias, prerrogativas y oficios con que habéis enriquecido en beneficio nuestro a esos espíritus sublimes que, como lámparas ardientes, están eternamente alrededor de vuestro trono, haciendo brillar vuestras divinas perfecciones. Oh Sol hermoso de las inteligencias, que llenáis de inmensos resplandores todo el empíreo, arrojad sobre nuestras almas un destello de esos fulgores, a fin de que, conociendo la malicia profunda del pecado, lo aborrezcamos con todas nuestras fuerzas, y se encienda en nuestros corazones la viva llama del amor divino, para que podamos camina por los senderos de la virtud, hasta llegar a la celestial Jerusalén, donde unamos nuestras alabanzas a las de los angélicos espíritus y bienaventurados, para glorificarlos por toda la eternidad. Amén.
   
DÍA VIGÉSIMOQUINTO – ASISTENCIA DEL ÁNGEL CUSTODIO EN LA HORA DE NUESTRA MUERTE
   
MEDITACIÓN
PUNTO 1º. Considera, alma mía, que si en todo el tiempo de nuestra vida tenemos necesidad de los auxilios del Ángel de la guarda; sobre todo en la hora de nuestra muerte se hace más imperiosa esta necesidad, porque entonces crecen asombrosamente los peligros del alma. Desde nuestro nacimiento ha venido sosteniendo nuestro Ángel custodio una lucha encarnizada con el ángel malo; y el éxito de esta lucha tiene que decidirse en los últimos momentos de la vida. El demonio, agota todos los recursos que su rabia le inspira para llevar al lugar de los tormentos eternos a un alma que no pudo perder quizá durante la vida, porque sabe que pocos instantes le quedan; pero el Ángel del Cielo está allí a nuestro lado defendiéndonos de las iras de satanás y desbaratando todas sus astucias y artificios malignos. El furor del demonio en esa hora, no puede ser más poderoso que el celo de nuestro Ángel; y basta sólo la voluntad y buena disposición de nuestra parte como la docilidad a sus santas inspiraciones, para que el enviado de Dios salga en la lucha vencedor. Verdad es que el demonio nos combate por el lado más flaco, porque conoce nuestras debilidades; y así nos pone las tentaciones más horrendas del vicio a que sabe hemos si lo más inclinados; acrecienta a nuestros ojos la malicia del pecado, la ingratitud a los beneficios recibidos, la tibieza en el uso de los Sacramentos, el desprecio a las obras de piedad; nos pinta, en una palabra, con los más vivos colores, la vida pasada, hace aparecer sin límites la severidad de la justicia divina y oculta la misericordia para que se pierda la esperanza cayendo en desesperación, amortigua la fe y casi extingue la caridad. La influencia satánica se extiende hasta en la enfermedad misma, si Dios lo permite, ya privándonos del juicio o del uso de los sentidos para inutilizar los buenos actos y todo medio de conversión y penitencia; y halagando con vanas apariencias a los médicos, a los deudos, a los amigos, para dar tregua a la administración de los sacramentos, y, si es posible, privar del todo al pobre moribundo de los últimos consuelos de la religión. Todo esto no es tan raro como se cree, son frecuentes los casos, nadie se exime de luchar más o menos con el demonio en la hora terrible de la muerte, y San Agustín afirma que nadie sale de esta vida sin verse cara a cara con el demonio.
    
PUNTO 2º. Considera, que, si son tan terribles las acometidas de satanás en los momentos de la muerte, serian aún más horrorosas si el Ángel de nuestra guarda no desplegara allí todo su poder y todo su celo en favor nuestro, pues él ahuyenta a los demonios y los tiene como atados para que no puedan hacernos daño; nos da fuerza contra las tentaciones, comunicándonos auxilios divinos. Nos muestra la justicia divina, pero no como satanás para desesperarnos, sino para infundirnos un saludable temor; nos descubre los tesoros de la divina misericordia para aumentar nuestra confianza. No nos oculta la fealdad de los pecados, pero aviva nuestra fe, la cual nos asegura de que un solo acto de arrepentimiento basta para borrarlos todos. Por último, nos pone delante de los ojos en toda su hermosura los méritos de Jesucristo, la ternura maternal de María, las buenas obras que durante la vida hicimos en obsequio suyo, y nos hace sentir más vivamente su presencia; todo esto para endulzar y suavizar el más amargo de los trances de la vida humana. Mas no se limitan los cuidados de nuestro Ángel a esto únicamente, sino que inspira a las personas ausentes que nos visiten para que nos hablen del peligro que corre nuestra alma, o nos traigan un sacerdote a la cabecera para que nos imparta los últimos auxilios de la religión, y lo iluminen sugiriéndole los consejos que ha de darnos más aptos para convertirnos y consolarnos. San Felipe Neri refiere que Dios le hizo ver en cierta ocasión a los Ángeles sugiriendo al oído de dos hermanos suyos, las palabras que decían a dos moribundos que estaban asistiendo. No puede dudarse que esto mismo pase con todos los que auxilian a los agonizantes; pero no siempre ha de haber almas como la de San Felipe que claramente lo vean. Pidamos, pidamos, pues, a nuestro Ángel nos imparta sus auxilios en esa terrible hora y no cesemos de dirigirle desde hoy nuestras oraciones para aquel trance.
    
JACULATORIA
Santo Ángel de mi guarda, defendedme de las asechanzas de satanás en la hora de mi muerte.
    
PRÁCTICA
Practicad con frecuencia el ejercicio de la buena muerte, que se halla en muchos libros de devoción y tiene concedidas numerosas indulgencias y ofrecedlo al Sagrado Corazón de Jesús por manos de vuestro santo Ángel custodio. Se rezan tres Padre Nuestros y tres Ave Marías con Gloria Patri, y se ofrecen con la siguiente:
   
ORACIÓN
Amabilísimo Ángel de mi guarda, tierno protector mío, que habéis de acompañarme hasta la hora en que mi alma sea arrancada de mi cuerpo; vos conocéis mejor que nadie los peligros a que seré expuesto en ese terrible trance, por eso desde hoy os suplico me dispenséis en esa hora vuestros poderosos auxilios; sí, os ruego que deis entonces fuerza a mis trémulas y torpes manos para estrechar contra mi pecho el crucifijo y no en el lecho del dolor; que prestéis luz a mis apagados y amortecidos ojos para que fijen en él sus miradas lánguidas y moribundas; que a mis labios fríos y balbucientes, les deis poder de pronunciar el santo nombre de Jesús; que a mis oídos, próximos a cerrarse para siempre a las conversaciones humanas, les comuniquéis virtud de abrirse para oír de los divinos labios la sentencia irrevocable de mi eterna suerte, que alejéis de mí los espíritus infernales; y, finalmente, que recojáis las últimas lágrimas de penitencia que derrame, ofreciéndolas al Dios de las misericordias, como un sacrificio de expiación, para que mi alma sea recibida en su seno amo amoroso, donde sea feliz eternamente en vuestra compañía. Amén.
 
EJEMPLO
Estando San Ignacio de Loyola en el monte Casino, queriendo rogar a Dios por la salud del devoto P. Diego de Hazes, que conoció estaba enfermo, vio de repente el alma de dicho Padre, que fue el primero que murió de la Compañía, llena de resplandores de gloria, que la llevaban al Cielo muchos Ángeles: lo cual sucedió en el mismo lugar que a San Benito aconteció otra revelación semejante en la muerte de San Germán, Obispo de Capúa. Estando enfermo el P. Juan Coduri, uno de los compañeros de San Ignacio, fue a decir misa por él su santo Padre a la Iglesia de San Pedro de Monte Áureo; más en el camino levantando los ojos al Cielo, vio el alma ele dicho P. Coduri muy resplandeciente, entre coros de Ángeles que la subían al Cielo; y vuelto San Ignacio a su compañero, le dijo: «Tornemos a casa, que ya ha muerto el maestro Juan Coduri» (Vida de San Ignacio por el P. Juan Eusebio de Nieremberg).
     
ORACIÓN A LA REINA DE LOS ÁNGELES PARA TODOS LOS DÍAS
Oh, María, la más pura de las vírgenes, que por vuestra grande humildad y heroicas virtudes, merecisteis ser la Madre del Redentor del mundo, y por esto mismo ser constituida Reina del universo y colocada en un majestuoso trono, desde donde tierna y compasiva miráis las desgracias de la humanidad, para remediarlas con solicitud maternal; compadeceos, augusta Madre, de nuestras grandes desventuras. El mundo no ha dejado en nosotros más que tristes decepciones y amargos desengaños; en vano hemos corrido en pos de la felicidad mentida que promete a sus adoradores, pues no hemos probado otra cosa que la hiel amarga del remordimiento, y nuestros ojos han derramado abundantes lágrimas que no han podido enjugar nuestros hermanos. Por todas partes nos persiguen legiones infernales incitándonos al mal, y no tenemos otro abrigo que refugiarnos bajo los pliegues de vuestro manto virginal, como los polluelos perseguidos por el milano no tienen otro asilo que agruparse bajo las alas del ave que les dio el ser. Por esto, desde el fondo de nuestras amarguras clamamos a Vos para que enviéis hasta nosotros y para nuestra defensa a los espíritus angélicos, de quienes sois la Reina y Soberana, a fin de que nos libren de sus astutas asechanzas y nos guíen por el recto camino de la felicidad. Amén.

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