Nuestro Señor le revela a Santa Brígida que le aflige y mueve a dolor la ingratitud de muchísimas almas que, habiendo recibido gracias y favores de Dios (comenzando con el Santo Sacrificio de la Cruz), siguen en la vida de pecado; y muestra el terrible final que les esperará si no se convierten.
Revelaciones de Santa Brígida, Libro VI, cap. 12: "Quéjase el Señor de la mala correspondencia de muchos cristianos, a sus infinitos beneficios".
"Durante todo el día tendí mis manos a un pueblo infiel y rebelde, y lejos de volverse a Mi, me dio muerte." (Isaías LXV, 2)
Mira, hija mía, dice Jesucristo, cómo están delante de mí los que al parecer son míos; mira cómo se han vuelto. Lo veo todo esto y lo sufro con paciencia, y por la dureza de su corazón no quieren considerar todavía lo que por ellos hice, ni como estuve delante de ellos. Primeramente, como un hombre por cuyos ojos entraba una afiladísima cuchilla; en segundo lugar, como un hombre cuyo corazón era traspasado con una espada, y por último, como el hombre cuyos miembros todos se postraban desfallecidos con la amargura de la inminente Pasión; y así estuve delante de ellos.
¿Qué significa el ojo sino mi cuerpo, al cual le era tan amarga la Pasión, como lo es el dolor y las punzadas en los ojos? Sin embargo, por amor sufría estas punzadas, ¿Qué significa la espada sino el dolor de mi Madre, que afligió más mi corazón que mi propio dolor? En tercer lugar, todo mi interior y todos mis miembros se extremecieron en mi Pasión.
Así estuve delante de ellos, y esto padecí por salvarlos. Pero ahora todos lo desprecian, de nada hacen caso, como el hijo que abandona a su madre. Fuí para ellos como la madre que teniendo un hijo en su vientre, en la hora del parto desea que salga vivo, y si éste consigue el bautismo, no se duele mucho de su propia muerte. A semejanza de una madre, di con mi Pasión a luz al hombre, de las tinieblas del infierno a la luz perpetua de la gloria. Llevélo en mis entrañas con sumo trabajo, cuando cumplí todo lo que habían dicho los Profetas. Alimentélo a mis pechos, cuando le enseñé con mis palabras y le di los preceptos de la vida eterna.
Pero el hombre, como el mal hijo que no hace caso del dolor de su madre, por el amor que le tuve, me desprecia y me irrita; por el dolor que tuve al darle a luz, me hace llorar; acrecienta la gravedad de mis heridas; para satisfacer mi hambre, me da piedras, y para saciar mi sed, me da lodo. Mas ¿qué dolor es este que me ocasiona el hombre, siendo yo inalterable e impasible, y Dios que eternamente vive? Me causa el hombre una especie de dolor, cuando se aparta de mí por medio del pecado, y no porque pueda caber en mí dolor alguno, sino como sucede al hombre que suele dolerse de la desgracia de otro.
Causábame dolor el hombre, cuando ignoraba lo que era el pecado y su gravedad, cuando no tenía profetas ni ley, y aún no había oído mis palabras. Pero ahora me causa un dolor como de llanto, aunque soy inmortal, cuando después de conocer mi amor y mi voluntad, obra contra mis mandamientos y atrevidamente peca contra el dictamen de su conciencia; y aflíjome también, porque a causa de saber mi voluntad, bajan muchos al infierno a profundidad mayor de la que hubieran ido, si no hubiesen recibido mis mandamientos.
Hacíame también el hombre ciertas heridas, aunque yo como Dios soy invulnerable, cuando amontonaba pecados sobre pecados. Pero ahora los hombres agravan mucho mis heridas, cuando no sólo multiplican los pecados, sino que se glorían y no se arrepienten de ellos.
También me da piedras el hombre en vez de pan, y lodo para saciar mi sed. ¿Qué es el pan que apetezco sino el provecho de las almas, la contrición del corazón, el deseo de las cosas divinas y la humildad fervorosa en el amor? En vez de todo esto me dan los hombres piedras con la dureza de su corazón, me llenan de lodo con la impenitencia y vana confianza, tienen a menos volver a mí por las amonestaciones y castigos, y se desdeñan de mirarme y de considerar mi amor.
Por tanto, bien puedo quejarme de que como una madre los di a luz con los dolores de mi Pasión, pero ellos prefieren estar en las tinieblas. Alimentélos con la leche de mi dulzura, y los sigo alimentando y no hacen caso, y así, al dolor de la ignorancia añaden el lodo de la malicia. Fatíganme con sus muchos pecados, en vez de reanimarme en favor de ellos con lágrimas y virtudes. Y me presentan piedras, cuando debían presentarme la dulzura de costumbres. Por consiguiente, como justo juez que tiene paciencia con justicia, y misericordia con justicia, y sabiduría con misericordia, me levantaré contra ellos a su debido tiempo para juzgarlos según sus méritos, y verán mi gloria dentro y fuera del cielo, encima y debajo, y en rededor, y en todo lugar, y en todos los valles y collados, y hasta la verán los que se condenen, y serán justamente confundidos.
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