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lunes, 30 de enero de 2017

GANDHI, EL CABRONAZO

Por Gonzalo Herrera para la REVISTA VICE
    
 
Gandhi abrazando a unos balillas, la sección infantil y juvenil del Partido Nacional Fascista italiano. Imagen vía Tumblr.
   
La primera vez que alguien me habló mal sobre Gandhi fue un antiguo compañero de trabajo pakistaní. En los ratos muertos que teníamos en la mierda de cafetería en la que los dos trabajamos me contaba como Gandhi quería mantener el sistema de castas –los pakistaníes no tienen al ser musulmanes–, alentaba a la guerra contra Pakistán y, en general, era un auténtico cabronazo al que los occidentales santificamos.
  
Como el tipo era tremendamente nacionalista y los pakistaníes y los hindúes no son precisamente mejores amigos, tampoco le hice mucho caso y no volví a pensar en ello, sobre todo porque en la carrera me volvieron a contar las típicas milongas sobre Gandhi y decidí hacerle caso a un tipo con un doctorado en historia contemporánea y no a mi compañero de curro que decía que si estudiaba ingeniería era para volver a su país y trabajar para el ejército diseñando misiles que lanzar contra la India en la –según el– inminente guerra que habrá entre los dos países.
  
Pero después de un tiempo empecé a volver a interesarme por el tema –cuando la pija [N. del E. fresa, gomela, cheta, sifrina, jailona, valley girl, betinha o niña mimada] de clase comparte una foto de Gandhi con una frase de mierda sabes que ese tipo no es trigo limpio– y empecé a pensar que quizás mi colega tenía razón y estábamos endiosando a un auténtico mamón, así que me he decidido a recoger sus grandes éxitos a ver si de una maldita vez la gente deja de reivindicar la figura de este capullo integral.
   
GANDHI EL PIJO
Luego llegará lo más bestia pero empecemos con algo suave para ir abriendo boca. ¿Influye que fuese un pijo en todo lo demás? No lo sé –yo creo que si–, pero si no te da rabia un niño bien jugando a ser pobre y a ir de iluminado es que seguramente seas uno de ellos y estés a punto de irte de viaje de descubrimiento al Nepal o a meterte ayahuasca a la selva colombiana, pero en fin, el caso es que el tipo era más pijo que fregar el suelo con un jersey Lacoste empapado en Chanel nº5.
   
Como todos los líderes de las luchas anticoloniales –todos es todos– pertenecía a la élite autóctona, a los ricos del país que aprovecharon la dominación imperial de los europeos para engrandecer sus fortunas, ya fuese convirtiéndose en parte del alto funcionariado, los negocios o la política. Precisamente por eso –porque sus padres pertenecían a esta élite– Gandhi se pudo permitir el lujo de ir a estudiar a Londres, donde fue educado en las mejores escuelas británicas.
  
Lo de los votos de pobreza e ir descalzo y semidesnudo llegó más tarde, cuando se le iluminó la bombilla y se convirtió en un gurú.
 
Gandhi con sus sobrinas, con las que se dice dormía desnudo a veces. Imagen ZIXUB.
  
GANDHI EL TOCA-NIÑOS
Pero este "gurú" tenía prácticas un poco extrañas. Entre uno de los votos que decidió hacer estaba el de castidad, ya que cuando el padre de Gandhi murió, Gandhi estaba follando con su mujer. No es que el tipo pasase olímpicamente de su enfermo progenitor, sino que aprovechó que su tío se quedó cuidándolo un rato para ir a echar un polvo. Hasta aquí todo bien, ¿no? Nadie es mala persona por dejar de follar y es normal un cierto sentimiento de culpa si mientras tu padre agonizaba tu estabas llegando al orgasmo, pero el caso es que el tema no acaba aquí.
  
Poco a poco el sexo se convirtió en uno de los principales temas en los discursos de Gandhi, demostrando una cierta obsesión con el asunto, una obsesión que se refuerza y se convierte en algo jodidamente enfermo cuando uno descubre que para aprender a controlar su celibato se acostaba desnudo con niñas –incluso con sus sobrinas– para ver si podía aguantar. Él siempre aseguró que no hubo penetración –claro, ¿que iba a decir?– pero no nos engañemos, todos sabemos perfectamente que el sexo no es solo penetración –él mismo decía que la prueba residía en sentir el tacto y ver el cuerpo desnudo y evitar caer en la tentación– y que cosas como el autocontrol sexual no se consiguen de la noche a la mañana, lo que hace sospechar que quizás hubo un poco de "prueba y error" –en la que el error es tener relaciones sexuales con niños– antes de conseguir ese supuesto control de su celibato. Igualmente, aunque no follasen y ni siquiera se tocasen, que durmiese desnudo con niñas no deja de ser repugnante.
  
Además no solo lo hacía con niñas, también utilizaba en sus prácticas a mujeres jóvenes vírgenes o recién casadas, todas ellas de su círculo cercano de discípulos, lo que recuerda bastante a las prácticas sexuales de los líderes de algunas sectas.
   
GANDHI EL NAZI
A Gandhi, aparte de las niñas, se la ponían dura otras cosas, como los brazos en alto y la superioridad racial aria. Se ha justificado siempre el apoyo de Gandhi a Hitler y Mussolini por considerarlos a ambos enemigos del imperialismo, pero más allá de su visita a Mussolini en Roma –donde expresó su admiración por el dictador italiano y fue el invitado de honor en el desfile de las Juventudes Fascistas– o de su carta a Hitler donde se despide como "Su sincero amigo" o en las que lo aclamaba y rechazaba tanto el imperialismo británico como el sionismo, Gandhi demostró ser un tipo que tenía muy interiorizados los pilares del nazismo y el fascismo.
   
Por encima de todo era tremendamente racista: consideraba a los africanos como pueblos inferiores y de hecho ese fue el motivo por el que inició su lucha por acabar con la discriminación a los indios en Sudáfrica durante la primera década del siglo XX, para no ser equiparados con una raza a la que consideraba inferior. Él creía que los indios eran igual de superiores al resto de razas que los blancos al descender todos de la raza aria y por lo tanto ser parte de la misma hermandad racial.
   
De hecho en sus escritos habla sobre cómo él creía en la raza de la misma manera que hacían los sudafricanos y que por eso debían gobernar Sudáfrica solo los blancos, que dejar entrar a niños negros en las escuelas para niños indios era injusto para los niños indios, que los presos negros estaban solo un grado por encima de los animales, etc. Una imagen muy alejada del Gandhi para todos los públicos al que Podemos homenajea.
  
GANDHI EL VIOLENTO
Si por algo ha pasado Gandhi a la historia ha sido por su pacifismo y sus alegatos en contra de la violencia. El mito que se creó a su alrededor –antes incluso de su muerte– consideraba que lo que hacía grande su lucha fue que evitó por todos los medios la confrontación violenta con los británicos –aún que hay quien cree que mitificarlo fue una estrategia de los propios imperios para que las colonias iniciasen ese tipo de resistencia y no se lanzasen a las armas–. Pero igual que no fue ni tan santo ni tan progre como nos han hecho creer, tampoco fue tan pacifista. Al menos contra los pakistaníes y las mujeres.
  
Durante la guerra entre Pakistán y la India que siguió a la independencia, Gandhi rápidamente se olvidó de la no-violencia y del pacifismo para apoyar a la India en una guerra que en algunos lugares fue una auténtica limpieza étnica y todo por una bandera.
   
Respecto a las mujeres, por si lo de captar adeptas y meterlas desnudas en su cama no era suficiente, Gandhi maltrataba físicamente a su mujer –y también a sus hijos–. De hecho la dejó morir de pulmonía porque le prohibió utilizar la penicilina, que consideraba indigna, ya que creía que la medicina tradicional india era superior a la occidental. Quizás esto no es una agresión física, pero no jodamos, no deja de ser violencia en estado puro.
   
Como la mayoría de los ídolos, Gandhi no era más que una farsa que se convirtió en un mito por morir antes de tiempo –asesinado– y por caerle bien a la gente adecuada, que se encargó de venderlo como un producto. Así que, por favor, dejad de compartir su cara, sus frases y de reivindicar sus ideas de mierda. Gracias.

domingo, 29 de enero de 2017

ORACIONES DEL REY JACOBO II DE INGLATERRA POR LA CONVERSIÓN DE GRAN BRETAÑA

Traducción de las oraciones publicadas originalmente en http://romanchristendom.blogspot.com/2008/04/prayers-of-king-james-ii.html
  
Jacobo II Estuardo, el último rey católico de Inglaterra y Escocia, batalló con celo sacrificial durante su corto reinado (1685-1688) en restaurar pacíficamente la unidad del reino y liberar a los católicos de la opresión y persecución religiosa. Por ello fue despuesto por una conspiración lideradas por los infieles Whigs, que afirmaban trabajar por el bien de su país cuando en realidad defendían sus intereses personales y partidistas.

Jacobo II de Inglaterra y VII de Escocia, último rey católico de la Gran Bretaña

Jacobo nació y fue criado en la Iglesia de Inglaterra, pero él y su esposa Ana Hyde, se convirtieron al Catolicismo Romano y reconocieron que ésta era la Religión Verdadera, aún cuando Ana era hija de Eduardo Hyde, I conde de Clarendon, un prominente líder anglicano. Sin embargo, Jacobo era consciente de los peligros y en ninguna manera pretendía imponerse sobre nadie. Lo único que él quería era liberar a sus súbditos de ser perseguidos y oprimidos en razón de su fe, socorrer a los pobres y unificar el país bajo el estandarte de la libertad y la prosperidad.
 
Los ricos e hinchados Whigs, impulsores del capitalismo, no querían para nada los proyectos del rey. Ellos llegaron a su puesto gracias al anglicanismo impuesto por Enrique VIII e Isabel I, que les permitían conservar sus ganancias mal habidas y continuar la opresión.
 
Jacobo fue derrotado por una conspiración de traidores encumbrados, incluido John Churchill. El depuesto monarca se retiró a Francia, donde vivió en olor de santidad, visitando la Abadía de la Trapa, donde algunos de sus antiguos oficiales leales se hicieron monjes.

Estas oraciones fueron conmpuestas especialmente para él, y manuscritas en su libro de oraciones. En estos tiempos difíciles para la Iglesia, estas oraciones son especialmente relevantes para aquellos que desean permanecer leales a la Ortodoxia y Ortopraxis Católica frente a la hostilidad oculta y la renovada y creciente persecución por parte de los gobiernos seculares y aún del mismo liderato eclesial.

ORACIONES DEL REY JACOBO II DE INGLATERRA Y VII DE ESCOCIA, FRANCIA E IRLANDA

¡Omnipotente y sempiterno Dios! Tú que solo haces grandes maravillas, muestra las riquezas de Tu bondad a tu Iglesia desolada y perseguida, que ahora está doliente en su propio polvo y ruinas, rasgada por el cisma y despojada y arruinada por el sacrilegio.
  
Tú, que permitiste a tu pueblo reconstruir el Templo luego de una larga cautividad, míranos con los mismos ojos de piedad que a ellos. Restaura para nosotros nuevamente el culto público de tu Nombre y la administración reverente de tus Sacramentos; restablece al Rey, para que una vez más pueda entrar en tus Cortes con alabanzas y Te sirva con reverencia, unidad y orden, de modo que puedan ser aceptables ante Tu vista, por Jesucristo nuestro Señor. Amén.

¡Oh Señor Dios, poderosísimo y siempre bendito! Tú que eres glorioso en santidad, terrible en prodigios y hacedor de maravillas; humildemente te suplicamos que mires compasivo a esta parte perseguida de tu Iglesia, hoy desterrada de Tus altares públicos a las esquinas y armarios secretos, que Tu protección permanezca sobre nosotros, donde quiera que seamos dispersados, y un remanente preservado de entre nosotros por el cual tu Nombre sea glorificado, tus Sacramentos administrados, y las almas de Tus siervos sean guardadas de en medio de una generación corrupta y corrompida, para que Tu pueblo y las ovejas de Tu redil puedan tributarte gracias por siempre y siempre estén manifestando dignamente tu alabanza de generación a generación, por Jesucristo, nuestro único Salvador y Redentor. Amén.

[Fuente: Donald B. Aldrich (ed.), The Golden Book of Prayer. Dodd, Mead & Co., New York 1942, pp. 224-225.]

ORACIONES POR INGLATERRA

RECOMENDACIÓN DEVOTA
Te adoro y glorifico, ¡oh Santísima Trinidad!, Dios Todopoderoso, Padre, Hijo y Espíritu Santo; ofrézcome a tu Divina Majestad, humildemente suplicándote que apartes de mí, y de todos tus fieles, todo cuanto te desagrade, y nos des lo que sea agradable ante tus Precencia. Concédenos que podamos hacer lo que nos has mandado, y después recibir lo que nos has prometido.
 
A Ti, oh Señor, encomiendo mi alma y mi cuerpo, (mi esposa y mis hijos, mi padre y mi madre, mis hermanos y hermanas), mis parientes y benefactores, mis amigos y familiares, todas mis cercanas y queridas relaciones, y todos aquellos por los cuales estoy obligado en alguna manera u otra a ofrecer oraciones. A Ti encomiendo este Reino [y a nuestro Gracioso Soberano]. Concédenos, oh Señor, que todos puedan conocerte, que todos puedan honrarte y reverenciarte, que todos puedan amarte y ser amados por Ti. Reduce a aquellos que están en el error, y retórnalos al buen camino; abole la herejía y convierte a la verdadera Fe a todos los que aún no Te conocen. Concédenos, oh Señor, tu Gracia, y guárdanos en tu Paz; que se haga tu Voluntad y no la nuestra: Conforta a todos los que llevan sus vidas entre el dolor, la miseria o las tentaciones, y consuélalos en sus aflicciones, tanto espirituales como temporales. Finalmente, encomiendo a tu santa Protección, que Te dignes concederle a los vivos el perdón de sus pecados, y a las almas de los fieles difuntos el descanso eterno. Amén.
 
LETANÍA DE INTERCESIÓN POR INGLATERRA
Antífona: No refresques, oh Señor, la memoria de nuestros delitos, ni los de nuestros padres; ni tomes venganza de nuestros pecados.
  
V. Señor, ten piedad de nosotros.
R. Señor, ten piedad de nosotros.
V. Cristo, ten piedad de nosotros.
R. Cristo, ten piedad de nosotros.
R. Señor, ten piedad de nosotros.
V. Señor, ten piedad de nosotros.
   
V. Jesús, recibe nuestras oraciones.
R. Señor Jesús, atiende nuestras peticiones.
 
V. Dios Padre, Creador del mundo.
R. Ten piedad de Inglaterra.
V. Dios Hijo, Redentor del mundo.
R. Ten piedad de Inglaterra.
V. Dios Espíritu Santo, Protector del mundo.
R. Ten piedad de Inglaterra.
V. Santísima Trinidad, Tres personas distintas y un único Dios.
R. Ten piedad de Inglaterra.
  
V. Santa María, Madre de Dios.
R. Ruega por Inglaterra.
V. Santa María, Reina de los Ángeles, cuya poderosa Intercesión destruye las herejías.
R. Ruega por Inglaterra.
V. Santa María, Virgen de Vírgenes, cuya Santidad eminente Dios ha honrado con tantos milagros.
R. Ruega por Inglaterra.
  
V. San Miguel, Príncipe de la Iglesia.
R. Ruega por Inglaterra.
V. San Gabriel, glorioso mensajero de la Encarnacion de nuestro Salvador.
R. Ruega por Inglaterra.
V. San Rafael, fiel guía de quienes perdieron el Camino.
R. Ruega por Inglaterra.
V. Santo Ángel, a cuya custodia ha sido encomendada esta Provincia.
R. Ruega por Inglaterra.
V. Todos los Santos Ángeles y espíritus bienaventurados del Cielo, que celebráis con gozo la conversión de los pecadores.
R. Rogad por Inglaterra.
V. San Juan Bautista, Precursor del Mesías y gran ejemplo de Penitencia.
R. Ruega por Inglaterra.
V. Todos vosotros, Santos Patriarcas y Profetas, amigos de Dios y que caminasteis en la Verdad.
R. Rogad por Inglaterra.
V. San Pedro, Príncipe de los Apóstoles y Supremo Pastor del Rebaño de Cristo.
R. Ruega por Inglaterra.
V. San Pablo, Doctor de los Gentiles, que de Perseguidor te convertiste en Predicador.
R. Ruega por Inglaterra.
V. San Andrés, primer Discípulo de Cristo, y constante Amante de la Cruz.
R. Ruega por Inglaterra.
V. Todos los santos Apóstoles y Evangelistas, principales Cultivadores de la Fe Cristiana, y celosos Mantenedores de la Unidad Católica.
R. Rogad por Inglaterra.
V. San Jorge, nuestro principal Patrono, cuyo Coraje permaneció invencible en medio de tantos tormentos.
R. Ruega por Inglaterra.
V. San Alban, nuestro primer Mártir, que, por la generosa caridad de acoger a un sacerdote fuiste llevado a la muerte.
R. Ruega por Inglaterra.
V. Santo Tomás de Canterbury, quien, como pastor fiel, entregaste tu vida en defensa de tu grey.
R. Ruega por Inglaterra.
V. Todos los Santos Mártires de esta nación, que voluntariamente perdisteis vuestras vidas aquí, para recobrarlas en la feliz Eternidad.
R. Rogad por Inglaterra.
V. San Gregorio Magno, vigilantísimo Obispo de la Iglesia universal, cuyo celo piadoso envió misioneros desde Roma para la conversión de nuestros antepasados.
R. Ruega por Inglaterra.
V. San Agustín de Canterbury, peculiar Apóstol de esta Nación, por medio del cual nuestros antepasados fueron reclamados del paganismo y la infidelidad.
R. Ruega por Inglaterra.
V. San Beda, venerabilísimo Confesor, por cuya vida religiosa y eruditos escritos, la Fe Católica fue eminentemente propagada entre nosotros.
R. Ruega por Inglaterra.
V. Todos los Santos Obispos y Confesores, por cuya Sabiduría y Santidad esta isla fue una vez un floreciente seminario de Religión.
R. Rogad por Inglaterra.
V. Santa Helena, muy santa Reina, y dichosa madre del primer Emperador Cristiano.
R. Ruega por Inglaterra.
V. Santa Úrsula, benditísima Mártir, que moriste en la gloriosa defensa de la Fe y la Castidad.
R. Ruega por Inglaterra.
V. Santa Winifred, muy admirable Virgen, aún milagrosa en medio de esta generación incrédula.
R. Ruega por Inglaterra.
V. Todos los Santos de esta Nación, que en medio de las innumerables alegrías del Cielo, aún retenéis una particular caridad por la conversión de vuestro país.
R. Rogad por Inglaterra.
V. Todos los Santos de todos los lugares, que, aunque repartidos aquí en varias regiones, estuvisteis unidos en la misma Fe, y ahora disfrutáis de una misma Bienaventuranza.
R. Rogad por Inglaterra.
  
V. Sénos propicio.
R. Perdónanos, Señor.
V. Sénos propicio.
R. Escúchanos, Señor.

V. De los peligros que justamente nos amenazan por nuestros pecados.
R. Libra, oh Señor, a Inglaterra.
V. Del espíritu de soberbia, rebelión y apostasía.
R. Libra, oh Señor, a Inglaterra.
V. Del espíritu de hipocresía, impiedad y sacrilegio.
R. Libra, oh Señor, a Inglaterra.
V. Del cisma, herejía y de toda ceguera de corazón.
R. Libra, oh Señor, a Inglaterra.
V. De la glotonería, ebriedad y la falsa libertad de una vida indisciplinada.
R. Libra, oh Señor, a Inglaterra.
 
V. Nosotros pecadores.
R. Te rogamos óyenos.
V. Para que te dignes acelerar la conversión de éste, nuestro miserable país, y reunirles en la antigua Fe y Comunión de tu Iglesia.
R. Te rogamos óyenos.
V. Para que te dignes particularmente en tener misericordia de nuestros parientes, amigos y benefactores, y abras sus ojos para ver la belleza de tu Verdad y abrazarla.
R. Te rogamos óyenos.
V. Para que te dignes inclinar los corazones de todos los Magistrados para que entiendan rectamente nuestra Religión, e imparcialmente consideren nuestros sufrimientos; y como difícilmente pudieran estar de acuerdo con nosotros, haznos retribuirles con exacta fidelidad al realizar nuestros deberes ante ellos.
R. Te rogamos óyenos.
V. Para que te dignes confortar y fortalecer a tus siervos que sufren por la Fe Católica, y no permitas  que los más débiles entre los nuestros, por cualquier tentación que venga, se aparten de Ti y de tu Verdad.
R. Te rogamos óyenos.
V. Para que te dignes asistir con tu Gracia especial a esos buenos pastores que arriesgan sus vidas por su rebaño, y aumentes diariamente en ellos la llama de tu Amor, y el Celo de ganar almas.
R. Te rogamos óyenos.
V. Para que te dignes preservar a los Católicos de este país de todo pecado y escándalo, y para adornar nuestras vidas con piedad sólidad, para que nuestro Enemigo, viendo nuestras buenas obras, pueda glorificarte a Ti, nuestro Padre celestial.
R. Te rogamos óyenos.
V. Para que te dignes  concedernos la gracia de transformar las restricciones y desventajas temporales en que hemos caído, en una ocasión de retiro y severidad cristiana, supliendo nuestra necesidad de asambleas públicas por una gran diligencia en la devoción privada.
R. Te rogamos óyenos.
V. Para que te dignes gobernarnos por tu buen Espíritu, a fin de que podamos aceptar el refrigerio y libertad, como te has dignado concedernos, con gratitud, usarla con modestia, y darle a entender a los otros por nuestro proceder, que nada es agradable a nosotros excepto lo que tienda a tu Honra y al bien del prójimo.
R. Te rogamos óyenos.
V. Para que te dignes iluminar los corazones de todos los cismáticos, que viven fuera de la Iglesia, a fin que seriamente aprehendan el peligro de su estado, y la gran importancia de la Salvación eterna.
R. Te rogamos óyenos.
V. Para que te dignes dirigir misericordiosamente tu mirada desde el Cielo sobre las lágrimas de los afligidos y la sangre de tantos mártires, que han gastado sus vidas y padecido la muerte para convertirnos a Ti, ¡oh Hijo de Dios!
R. Te rogamos óyenos.

V. Cordero de Dios, que quitas el pecado del mundo.
R. Perdónanos, Señor.
V. Cordero de Dios, que quitas el pecado del mundo.
R. Escúchanos, Señor.
V. Cordero de Dios, que quitas el pecado del mundo.
R. Ten piedad de nosotros, Señor.      

V. Señor, ten piedad de nosotros.
R. Señor, ten piedad de nosotros.
V. Cristo, ten piedad de nosotros.
R. Cristo, ten piedad de nosotros. 
V. Señor, ten piedad de nosotros.
R. Señor, ten piedad de nosotros.
      
Padre nuestro, que estás en los Cielos, santificado sea el tu Nombre. Venga a nos el tu Reino. Hágase tu Voluntad, así en la tierra como en el Cielo. El pan nuestro de cada día dánosle hoy, y perdónanos nuestras deudas, así como también nosotros perdonamos a nuestros deudores.V. Y no nos dejes caer en la tentación.
R. Mas líbranos del mal. Amen.
V. Oh Señor, escucha nuestras oraciones.
R. Y que nuestras súplicas lleguen hacia Ti.

Oremos:

ORACIÓN
Omnipotente y sempiterno Dios, cuyos Juicios son justos, y sus Consejos inescrutables, que visitas las iniquidades de los padres en los hijos hasta la tercera y cuarta generación, y aún entonces recuerdas tu Misericordia: Perdona, te suplicamos, los pecados de nuestros antepasados, y aparta tu Ira de su posteridad; libra a los ignorantes de ser seducidos por falsos maestros, y a los entendidos de ser abusados por sus pasiones, y a la Nación entera del espíritu de contradicción, licenciosidad y discordia; que en lugar de las muchas divisiones y cambios en la religión, bajo la cual ellos trabajan, ellos puedan nuevamente ser restaurados a esa Unidad de Mente, Firmeza de Fe, y Tranquilidad de Conciencia, que no puede encontrarse sino en la Comunión de Tu Iglesia, ni ser posible encontrarla sino es por conducto de Tu Gracia.
 
Oh Dios eterno, que en este gran Diluvio de herejía, que lo anega todo y casi cubre la faz de esta tierra, te has dignado escoher un pequeño número para Ti mismo y les salvaste en tu Arca santa de la común inundación; alabamos y glorificamos Tu infinita Bondad, por la cual disfrutamos el consuelo de una firme y arraigada Creencia, libres de la inconstancia de aquellos que, no teniendo soporte sino en sus propias fantasías, flotan y se hunden incesantemente, y al final se hunden en el golfo de la infidelidad; haznos sensibles, oh Señor, a esas tus inexpresables bendiciones, que así como nosotros Te conocemos por una Fe cierta, podamos amarte con perfecta Caridad; y fijando todas nuestras esperanzas en los gozos de una vida futura, suframos con paciencia cuanto Tú permitas aquí, y aún nos aferremos a lo que has prometido después, por Jesucristo nuestro Señor y único Salvador. Amén.

PARA DECIRSE DIARIAMENTE EN TIEMPO DE PERSECUCIÓN
Oh mi Señor Jesucristo, verdadero Dios y verdadero Hombre, que por mi redención sufriste una ignominiosa muerte en la Cruz; humildemente te ofrezco mi alma, mi cuerpo, mi vida, mis bienes y toda mi fortuna, para que sean en todo dispuestas de acuerdo a tu divina Voluntad; y si te pareciere bien que pudiera perder mi vida o mis bienes por la profesión de tu santísimo Nombre y de la Religión Católica, señor, yo humilde y libremente me someto a ello, suplicando de tu infinita Bondad y Misericordia, y por los méritos de tu amarga Pasión y Muerte, me concedas el perdón de mis pecados; me concedas la fortaleza y la paciencia para superar todas las tentaciones y adversidades; perdonar a todos mis enemigos y perseguidores, y todas las injurias que me hayan hecho con el pensamiento, palabras y obras, y nos hagas a todos partícipes de tu Reino celestial. Tú que vives y reinas con el Padre y el Espíritu Santo, y eres Dios, por todos los siglos. Amén.
 
ORACIÓN POR EL REY
V. Señor, salva a nuestro Rey N.
R. Y escúchanos benignamente el día en que te invoquemos.
Oremos:
Te suplicamos, oh Dios todoposeroso, que tu siervo nuestro Rey N., que por tu misericordia asumió el gobierno de este Reino, reciba el aumento en todas las virtudes; para que adornado decentemente por ellas, pueda evitar la enormidad del pecado, y siendo agradable ante Tu Presencia, pueda al final ir a Ti, que eres el Camino, la Verdad y la Vida. Tú que vives y reinas con Dios Padre en la unidad del Espíritu Santo, y eres Dios, por los siglos de los siglos. Amén.
 

viernes, 27 de enero de 2017

ISRAEL ADMITE QUE SE BENEFICIA DE LA ‘CULPABILIDAD ALEMANA’ SOBRE EL ‘HOLOCAUSTO’

Noticia tomada de HAARETZ, vía EUROPA HOY y REVISTA DISIDENCIA
  
Diplomática de Israel en Berlín: Mantener la culpa alemana sobre el Holocausto ayuda a Israel
Nir Gontarz, 25 de Junio de 2015
 
Monumento a los judíos asesinados en Europa, sito en Berlín. Uno de los principales recordatorios de la ‘culpa alemana’
 
Una portavoz de la embajada israelí en Berlín, dijo recientemente (22 de Junio) a periodistas israelíes que entre los principales intereses de su país estaba el “mantener la culpabilidad alemana sobre el holocausto”, evitando a toda costa “la normalización de las relaciones” entre los dos gobiernos..
  
La vocera de la embajada Adi Farjon hizo los comentarios en una sesión informativa cerrada con periodistas en la embajada.

Adi Farjon, vocera de la embajada de Israel en Berlín.
 
“Estábamos todos en estado de shock”, dijo un periodista presente en la reunión. “La vocera dijo que era claramente un interés israelí el mantener los sentimientos de culpa entre los alemanes. Ella llegó a decir que sin ellos (los sentimientos de culpa), seríamos nada más que otro país en lo que a ellos (Alemania) respecta”.
 
Otros presentes en el evento confirmaron la declaración del periodista.
 
Algunos añadieron que el propio embajador de Israel, Yakov Hadas-Handelsman, estuvo presente en algunas partes de la sesión informativa, al igual que otros trabajadores de la embajada que no hablan hebreo. Otro periodista comentó:
“Era tan incómodo. No podíamos creer lo que escuchaban nuestros oídos. Estamos sentados allí comiendo cacahuetes, y detrás de la portavoz había dos mujeres alemanas sentadas allí que no entendían ni una palabra de hebreo, y el personal de la embajada nos está diciendo que están trabajando para preservar los sentimientos de culpa de Alemania y que Israel no tiene ningún interés en la normalización de las relaciones entre los dos países”.

Yakov Hadas-Handelsman, embajador de Israel en Alemania
  
“No recuerdo haber dicho eso”, dijo Farjon en respuesta a Haaretz, haciendo la distinción habitual entre los judíos y gentiles. “No puedo dar fe de cualquier cita en particular”, agregó.
“Fue una conversación, extraoficial, una charla informativa. La manera en que yo hablo con los periodistas israelíes es un poco diferente. Estas cosas no están destinadas a salir. No puedo revelar los principios por los que trabajo. Por ejemplo, yo no digo qué voy a hacer con el fin de obtener buenas historias por ahí fuera o que debo pagar por cosas como esas”.
  
Un portavoz del Ministerio de Relaciones Exteriores en Jerusalén dijo que los comentarios de Farjon habían sido sacados de contexto:
“Estas son frases tendenciosas... desde una reunión extraoficial de periodistas israelíes que estaban visitando Berlín. En este informe, se produjo un debate abierto y crítico en el que los periodistas israelíes invitados tomaron parte activa, y es lamentable que alguien decidiera violar las reglas de la ética periodística y tomar algunas sentencias fuera de su contexto más amplio y distorsionar de una manera que altera su significado”.
  
Este año (2015) es especial para los gobiernos alemán e israelí, con Berlín y Jerusalén marcando 50 años desde el inicio de las relaciones diplomáticas entre los dos países. El apoyo alemán a Israel también parece estar en su punto más alto, particularmente a la luz de las batallas en curso de Israel con la Unión Europea sobre el etiquetado de los productos procedentes de los asentamientos en Cisjordania y su posición diplomática con problemas en el mundo.
  
    
Esta semana, como parte de las celebraciones del 50º aniversario, el presidente del Bundestag, Norbert Lammert visitó Israel. En su discurso ante la Knesset el miércoles, Lammert dijo que la “amistad intensa entre nuestros dos países es un milagro histórico”. En su discurso, la oradora de la Knesset Yuli Edelstein elogió las “relaciones especiales y extraordinarias” de los dos países, llamando a Alemania “un verdadero amigo de Israel”.
  
Estas palabras de la embajada israelí recuerdan al empresario y diplomático judeo-surafricano Abba Eban (אַבָּא אֶבֶן, nacido Aubrey Solomon Meir Eban Sacks -אוֹבְּרִי סוֹלוֹמוֹן מֵאִיר אִיבָּן זַקס-), que en los años 1950 acuñó la frase “no hay negocio como el negocio de la ‘Shoá’”. Seis décadas después, la actitud de Israel hacia Alemania y su pueblo es plenamente coherente con el plan de negocios de Eban.
 
COMENTARIO
El jugar la carta del “Holocausto” por parte de los judíos les permite obtener cualquier cosa, desde la inmunidad de una crítica legítima por sus excesos y crímenes contra la humanidad que cometen contra el pueblo palestino, hasta las armas más modernas y el miedo aterrador de personas y países que se atrevan a discutir con ellos (de Alemania obtuvieron que se cancelase una exhibición fotográfica sobre los atropellos cometidos por el Tzahal, la venta de cinco -luego seis- submarinos clase Dolphin capaces de lanzar misiles crucero con ojivas de plutonio, cuya construcción fue pagada con impuestos alemanes; y la existencia del programa nuclear en el Néguev). Esto ha sido una práctica muy normal desde hace 70 años, pero jamás se había dejado tan claro como a través de las palabras de Adi Farjon.

PÍO XII REIVINDICADO, O LAS ACCIONES DE LA IGLESIA DURANTE LA GUERRA MUNDIAL

La principal acusación contra Pío XII por parte de algunos historiadores a partir del Vaticano II y años subsiguientes, tanto seglares como eclesiásticos, se centra en que el Papa no condenó de forma pública el fascismo y que no intervino para detener las deportaciones de judíos, a pesar de estar al corriente, manejando el siguiente silogismo:
  • La persecución a los judíos ocurrió, y miles de personas murieron a manos de los nazis y sus aliados.
  • Pío XII tenía gran autoridad moral, y pudo haber excomulgado a quienes colaborasen con Adolfo Hitler, pero no lo hizo.
  • Por tanto, Pío XII es culpable del "Holocausto” por omisión.

Por ejemplo, el diario New York Times del 18 de Marzo de 1998, afirmó que: “El Papa [Pío XII] no alentó a los Católicos a desafiar las órdenes nazis”, dándole un poder de convocatoria que no tiene y obligándole a ejercerlo. Pensar que porque un Papa tiene poder para excomulgar puede causar una conmoción política en pleno siglo XX es completamente implausible y ridículo, máxime teniendo en cuenta que el poder nazi era tal que la menor disensión se castigaba de forma brutal. Además, desde el siglo XVI, las excomuniones contra gobernantes son motivo de risa para sus receptores, y sólo han causado mayor represión contra el Catolicismo (prueba de ello es que cuando San Pío V excomulgó a Isabel I de Inglaterra, ésta recrudeció la persecución religiosa en su país).
 
Además, de los documentos que se conocen sobre Pío XII y su rol en la II Guerra Mundial, se desprende de forma indudable que si bien consideraba un mal menor mantener relaciones diplomáticas con Alemania, el Papa rechazaba el nazismo (prueba de ello es que consideraba a Hitler como un poseído por el demonio, y lo exorcizaba a distancia). Durante la contienda, el Vaticano escondió a numerosos judíos en iglesias y monasterios; a muchos les facilitó certificados de bautismo y visados para migrar a países más seguros, a pesar de que Hitler amenazó con invadir el Vaticano y enviar a Pío XII a un campo de concentración.
  
Por todos estos gestos de caridad en tiempos difíciles, en la posguerra recibió Pío XII el agradecimiento de destacadas personalidades judías como Albert Einstein, y el Congreso Judío Mundial envió en 1945 un generoso donativo al Vaticano. En el mismo año, el gran rabino de Jerusalén, Isaac Herzog, felicitó a Pío XII por sus esfuerzos para salvar vidas judías durante la ocupación nazi de Italia”. Y añadió:
“El pueblo de Israel nunca olvidará que Su Santidad y sus ilustres delegados están haciendo por nuestros hermanos y hermanas desdichados en la hora más trágica de nuestra historia, lo cual es prueba viviente de la Divina Providencia en este mundo”.
  
Durante la Segunda Guerra Mundial y los veinte años posteriores, a Pío XII se le reconoció mundialmente como un hombre santo, culto, pacífico, de firmes convicciones y compasivo con los oprimidos y las víctimas de la guerra, sin distinción de raza, nacionalidad o religión. Al morir Pío XII, The Jewish Post reseñó:
Es entendible por qué la muerte del Papa Pío XII debería haber llamado a tantas expresiones de sincero dolor de parte de prácticamente todos los sectores de los judeo-estadounidenses. Porque probablemente no hubo ningún gobernante de nuestra generación que hubiese hecho más por ayodar a los judíos en su hora de mayor tragedia, durante la ocupación nazi de Europa, que el fallecido Papa”.

Pero el mayor gesto de gratitud lo tuvo Israel Zolli, Rabino Jefe de Roma durante la Segunda Guerra Mundial. En ese período conoció al Papa Pío XII, bajo unas circunstancias insólitas. El 27 de septiembre de 1943, el coronel Herbert Kappler, jefe de la Gestapo en la Roma ocupada exigió a la comunidad judía que le entregara 50 kg de oro en tan solo 24 horas, bajo pena de deportación a Alemania en caso de incumplimiento. La comunidad solo logró reunir 35 kg del metal, por lo que Zolli pidió ayuda a Pío XII para reunir el resto del rescate. El pontífice puso a su disposición la cantidad faltante. Cuando Zolli, (como consta en el libro de Judith Cabaud: “Eugenio Zolli ou le prophéte d'un monde nouveau”) fue a pedir los 15 Kg. de oro faltantes, la respuesta de Vaticano fue, luego de consultar al Papa, que fuera antes de las 13, y le dijeron: Las oficinas estarán desiertas, pero dos o tres empleados lo esperarán para entregarle el paquete (...) no habrá dificultades”. Zolli volvió para informar al Papa que la cantidad oro requerida ya la habían conseguido, gracias también al aporte de numerosas organizaciones católicas y de los párrocos. (En la edición italiana, pág. 73).
  
En septiembre de 1943, Zolli renunció al cargo de Gran Rabino, sin expresar motivos. La comunidad judía de Roma le propuso ser director del Colegio Rabínico, pero Zolli no aceptó. El día de Yom Kippur de 1944 (refiere Judith Cabaud), Zolli tuvo una visión dentro de una sinagoga, en la que Jesús le decía: «estás aquí por última vez: a partir de ahora me seguirás», y el 13 de Febrero de 1945, en la basílica de Santa María de los Ángeles, Israel Zolli se hizo bautizar, y escogió llevar el nombre Eugenio Pío en honor al Papa que consideró un “hombre de Dios”.

A todas estas, ¿de dónde salió el bulo de que Pío XII era antisemita? ¡De la KGB! De acuerdo al ex-espía rumano Ion Mihail Pacepa, el PCUS sabía que el Papa era la única autoridad moral que le hacía frente y denunciaba su tiranía. Y como no pudieron acabar con él en vida, se decidieron a destruir su memoria después de muerto. En otra orilla, Rolf Hochhuth, autor de la obra de teatro “El Vicario”, donde presenta a un Pacelli indiferente ante las purgas raciales, fue criticado por su parcialidad (es protestante y perteneció a las Juventudes Hitlerianas) y su manejo sesgado de las fuentes. Incluso la filósofa judía izquierdista Hanna Arendt declaró que las afirmaciones de Hochhuth no tenían sentido alguno y no resistían la confrontación con la realidad.
 
En conclusión, la historia debe, en honor a la imparcialidad que le corresponde como ciencia, limpiar el nombre de Pío XII y reconocer que él hizo más que muchos de los que en su tiempo se llamaron Jewish-friendly”. Pero lo más importante, Pío XII actuó convencido de que al salvar a los judíos en la guerra (con todo y no pertenecer al Rebaño de Cristo), era parte de su labor como el Pastor angélico que en realidad fue.

domingo, 22 de enero de 2017

CARTA APOSTÓLICA “Testem Benevoléntiæ Nostræ”, SOBRE LA HEREJÍA DEL AMERICANISMO


El Americanismo ( o “herejía de la acción”, como la llamara Pío XII) actualiza las enseñanas heterodoxas de Pelagio de la prevalencia del esfuerzo humano hasta el punto de prescindir de los divinos auxilios, al agregar la separación Iglesia-Estado y el optimismo individualista y autoconfiado rechazando todo elemento doctrinal y disciplinario de la Iglesia considerado contrario al “espíritu del siglo”.
 
Para una perspectiva histórica sobre esta herejía, recomendamos leer nuestro artículo EL AMERICANISMO, ANTESALA AL MODERNISMO DEUTEROVATICANO.
 
CARTA APOSTÓLICA “Testem Benevoléntiæ Nostræ”, SOBRE LA HEREJÍA DEL AMEICANISMO

A nuestro querido hijo, James Card. Gibbons, Cardenal Presbítero del Título de Santa María del Trastevere, Arzobispo de Baltimore:
 
Querido hijo, Nuestro, Salud y Bendición Apostólica.
 
Os enviamos por medio de esta Carta el renovado testimonio de esa buena voluntad que nunca hemos dejado de manifestar a lo largo de nuestro pontificado a vos, a vuestros colegas en el Episcopado y a todo el pueblo estadounidense, valiéndonos gustosamente de toda oportunidad que nos ha sido ofrecida tanto por el feliz progreso de vuestra Iglesia como por cuanto habéis hecho recta y provechosamente para salvaguardar y promover los intereses católicos. Por otra parte, hemos considerado y admirado frecuentemente el noble carácter de vuestra nación, el cual permite al pueblo americano ser sensible a toda buena obra que promueve el bien de la humanidad toda y el esplendor de la civilización.
  
Sin embargo, esta carta no pretende repetir las palabras de alabanza tantas veces pronunciadas, sino más bien llamar la atención sobre algunas cosas que han de ser evitadas y corregidas, y puesto que ha sido concebida en el mismo espíritu de caridad apostólica que ha inspirado nuestras anteriores cartas, podemos esperar que la toméis como otra muestra de nuestro amor; esto más aun porque busca acabar con ciertas disputas que han surgido recientemente entre vosotros y que perturban el ánimo de muchos, si no de todos, con no poco detrimento de su paz.
 
Os es conocido, querido hijo Nuestro, que el libro sobre la vida de Isaac Thomas Hecker, debido principalmente a los esfuerzos de quienes emprendieron su publicación y traducción a una lengua extranjera, ha suscitado serias controversias por ciertas opiniones que presenta sobre el modo de vivir cristianamente. Nos, por consiguiente, a causa de nuestro supremo oficio apostólico, teniendo que guardar la integridad de la fe y la seguridad de los fieles, estamos deseosos de escribiros con mayor extensión sobre todo este asunto.
 
El fundamento sobre el que se fundan estas nuevas ideas es que, con el fin de atraer más fácilmente a la sabiduría católica a aquellos que disienten de ella, la Iglesia debe acercarse un poco más a la humanidad de este siglo ya maduro, aflojar su antigua severidad y hacer algunas concesiones a los gustos y opiniones recientemente introducidas entre los pueblos. Muchos piensan que estas concesiones deben ser hechas no sólo en asuntos de disciplina, sino también en las doctrinas que conforman el "depósito de la fe". Ellos sostienen que sería oportuno, para ganar las voluntades de aquellos que disienten de nosotros, omitir ciertos puntos de la doctrina como si fueran de menor importancia, o moderarlos de tal manera que no conservarían el mismo sentido que la Iglesia constantemente les ha dado.
 
No se necesitan muchas palabras, querido hijo Nuestro, para entender con cuán reprobable designio ha sido pensado esto, si tan sólo se recuerda la naturaleza y el origen de la doctrina que la Iglesia transmite. El Concilio Vaticano dice al respecto: «La doctrina de la fe que Dios ha revelado no es propuesta como un descubrimiento filosófico que puede ser perfeccionado por la inteligencia humana, sino como un divino depósito confiado a la Esposa de Cristo para ser fielmente custodiado e infaliblemente declarado. De ahí que también hay que mantener perpetuamente el sentido de los sagrados dogmas que una vez declaró la Santa Madre Iglesia, y no se debe nunca abandonarlo bajo el pretexto o en nombre de un entendimiento más profundo» (Constitución Dei Fílius, sobre la fe católica, cap. IV).
 
No puede en absoluto considerarse como carente de culpa el silencio con el que ciertos principios de la doctrina católica son intencionalmente omitidos y oscurecidos con un cierto olvido.
 
Pues uno y el mismo es el Autor y Maestro de todas estas verdades que son abrazadas por la disciplina cristiana: «el Hijo Unigénito, que está en el seno del Padre» (Juan 1, 18). Estas verdades son adecuadas para todos los tiempos y todas las naciones, como se ve claramente por las palabras de Nuestro Señor a sus apóstoles: «Id, pues, y enseñad a todas las naciones; enseñándoles a observar todo lo que os he mandado, y he aquí que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo» (Mateo 28, 19). Sobre este punto dice el Concilio Vaticano: «Deben ser creídas con fe divina y católica todas aquellas cosas que están contenidas en la Palabra de Dios, escrita o transmitida, y que son propuestas por la Iglesia para ser creídas como materia divinamente revelada, sea por juicio solemne, sea por su magisterio ordinario y universal» (Constitución Dei Fílius, sobre la fe católica, cap. III). Así pues, no ocurra que alguien omita o suprima, por motivo alguno, alguna doctrina divinamente transmitida; en efecto, quien lo hiciese estaría queriendo más separar a los católicos de la Iglesia que atraer a ella a los que disienten. Vuelvan, pues no hay nada más querido por Nos, vuelvan todos los que andan extraviados lejos del rebaño de Cristo, pero no ciertamente por un camino distinto al que el mismo Cristo nos mostró.
 
La disciplina de vida afirmada para los católicos no es de tal naturaleza que no pueda acomodarse a la diversidad de tiempos y lugares.
 
La Iglesia tiene ciertamente un espíritu clemente y misericordioso que le ha sido dado por su Autor; razón por la cual, desde su inicio ha cumplido gustosamente aquello que dijo San Pablo de sí mismo: «Me he hecho todo con todos para salvarlos a todos» (1 Corintios 9, 22).
 
La historia de todos los tiempos pasados es testigo de que esta Sede Apostólica, a la cual ha sido confiada no sólo el magisterio, sino también el régimen supremo de toda la Iglesia, se ha mantenido siempre «en la misma doctrina, el mismo sentido y el mismo significado» (Constitución Dei Fílius, sobre la fe católica, cap. IV); y no obstante, en cuanto al modo de vivir, de tal manera ha solido disponer su disciplina que, manteniendo incólume el derecho divino, nunca ha desatendido las costumbres e idiosincrasia de los diversos pueblos que ella abraza. ¿Quién puede dudar de que actuará de nuevo con este mismo espíritu si así lo requiere la salvación de las almas?
 
Pero este asunto no corresponde al arbitrio de personas particulares, que a menudo se engañan con la apariencia de bien, sino que debe dejarse al juicio de la Iglesia. En esto debe estar de acuerdo todo el que desee escapar a la censura de nuestro predecesor, Pío VI, quien declaró como «injuriosa para la Iglesia y el Espíritu de Dios que la guía» la doctrina contenida en la proposición LXXVIII del Sínodo de Pistoya: «que la disciplina establecida y aprobada por la Iglesia debe ser sometida a examen, como si la Iglesia pudiese formular una disciplina inútil o más pesada que lo que la libertad cristiana pueda soportar».
 
Pero, querido hijo Nuestro, en el asunto del que estamos hablando, es más peligroso y más pernicioso para la doctrina y la disciplina católicas aquel proyecto por el que los seguidores de la novedad sostienen que se debe introducir una suerte tal de libertad en la Iglesia que, disminuyendo de alguna manera su supervisión y cuidado, se permita a cada uno de los fieles ser más indulgente con sus propias ideas y con su propia actividad. Por lo demás, aquellos afirman que esto es requerido por el ejemplo dado con la libertad, recientemente introducida, que es ahora el derecho y fundamento de la comunidad civil.
 
Hemos hablado largamente de este punto en la carta apostólica sobre la constitución de los Estados dada por Nos a los Obispos de toda la Iglesia, donde también hemos mostrado la diferencia que existe entre la Iglesia, que es de derecho divino, y todas las demás asociaciones, que dependen de la libre voluntad de los hombres.
 
Así pues, conviene observar más detenidamente cierta opinión que es presentada como argumento para proponer tal libertad a los católicos. Se alega que después del solemne juicio dado en el Concilio Vaticano acerca del magisterio infalible del Romano Pontífice, ya no hay por qué preocuparse más de este asunto, y por consiguiente, desde que esto se encuentra ya a salvo, se puede abrir ahora un campo más amplio para la especulación y para la acción de cada uno.
 
Pero evidentemente tal manera de argumentar es contraria a la sensatez, ya que, si hemos de llegar a alguna conclusión a partir del magisterio infalible de la Iglesia, ésta sería más bien la de que nadie debería desear apartarse de éste, y más aun, que guiándose y dirigiéndose todos enteramente por el mismo magisterio, se conservarían más fácilmente inmunes de todo error propio. Y además, aquellos que arguyen esto, se alejan completamente de la providente sabiduría del Altísimo, que ha querido confirmar con un juicio más solemne la autoridad y el magisterio de su Sede Apostólica, y por ello mismo ha querido sobre todo que ésta alejase más eficazmente de los hijos de la Iglesia los peligros de los tiempos presentes. La licencia que a menudo es confundida con la libertad; una tal pasión por hablar y contradecir; en fin, la facultad de opinar lo que se quiera y de expresarlo por escrito, todo esto tiene a las mentes tan envueltas en las tinieblas que es ahora mayor que antes la utilidad y la necesidad del magisterio de la Iglesia, para que las personas no sean apartadas de la conciencia y del deber.
 
Dista ciertamente de Nos el rechazar todo lo que el ingenio de estos tiempos ha producido. Por el contrario, ciertamente acogemos gustosos cuanto es pertinente a la búsqueda de la verdad o al compromiso por el bien, para aumento del patrimonio de la doctrina y realización de los fines de la prosperidad pública. Pero todo esto, para que no carezca de una verdadera utilidad, no debe jamás existir ni desarrollarse al margen de la sabiduría y la autoridad de la Iglesia.
 
Corresponde ahora que nos refiramos a las conclusiones que han sido deducidas de las opiniones arriba mencionadas, en las cuales, si, como creemos, no ha sido mala la intención, sin embargo ciertamente lo que afirman no deja de suscitar desconfianza.
 
En primer lugar, todo magisterio externo es rechazado por éstos, que quieren alcanzar la perfección cristiana, por considerarlo superfluo e incluso menos útil; dicen que el Espíritu Santo infunde ahora en las almas de los fieles unos carismas mayores y más abundantes que en los tiempos pasados, guiándolos e instruyéndolos, sin mediación alguna, por un cierto impulso misterioso.
 
Ciertamente no es poco temerario querer determinar el modo en que Dios se ha de comunicar con los hombres; pues esto depende únicamente de su voluntad y Él mismo es el más libre dispensador de sus dones. «El Espíritu sopla donde quiere» (Juan 3, 8). «Y a cada uno de nosotros ha sido dada la gracia según la medida de los dones de Cristo» (Efesios 4, 7).
 
¿Y quién que recuerde la historia de los Apóstoles, la fe de la Iglesia naciente, los combates y muertes de tan animosos mártires, en fin, aquellos tiempos antiguos tan fructíferos y llenos de hombres santos, osará compararlos con el nuestro y afirmar que en ellos fue menor la efusión del Espíritu Santo? Pero, más allá de esto, no hay nadie que ponga en cuestión la verdad de que el Espíritu Santo actúa mediante un secreto descenso en las almas de los justos y los mueve con consejos e impulsos, pues si así no fuera, todo magisterio y cuidado externo sería inútil. «Si alguno afirma que... puede dar su asentimiento a la predicación evangélica de salvación sin la iluminación del Espíritu Santo, que a todos mueve dulcemente para consentir y creer en la verdad, está engañado por un espíritu de herejía» (Segundo Concilio de Orange, canon 7). Más aun, como sabemos también por experiencia, estos consejos e impulsos del Espíritu Santo son las más de las veces experimentados a través de la mediación de cierta ayuda y preparación del magisterio externo. Dice sobre esto San Agustín: «Él (el Espíritu Santo) coopera a que los buenos árboles den fruto, ya que externamente los riega y los cultiva mediante algún siervo, y por Sí mismo les confiere el crecimiento interno» (De Grátia Christi, cap. XIX). Es decir, corresponde a la ley ordinaria de la providencia amorosa de Dios que, así como ha decretado que los hombres se salven en su mayoría por el ministerio de los hombres, así también ha establecido que aquellos a quienes llama a un mayor grado de santidad sean guiados a éste por los hombres; de tal modo que, como dice el Crisóstomo, «seamos educados por Dios mediante los hombres» (Homilía I, In inscriptiónem Altaris). Un claro ejemplo de esto nos es dado en el inicio mismo de la Iglesia. Pues aunque Saulo, «respirando amenazas y muertes» (Hechos 9, 1), escuchó la voz del mismo Cristo y le preguntó: «Señor, ¿qué quieres que haga?», fue enviado a Damasco a buscar a Ananías: «Entra en la ciudad y allí se te dirá lo que debes hacer» (Hechos 9, 6).
 
Ocurre además que quienes buscan una mayor perfección, por el hecho mismo de recorrer un camino pocas veces transitado, están más expuestos a extraviarse, y por eso necesitan más que los demás de un maestro y guía.
  
Por otro lado, esta guía ha sido siempre obtenida en la Iglesia, y esta doctrina la han profesado unánimemente cuantos en el curso de los siglos han florecido con su sabiduría y santidad. Así pues, quienes la rechazan lo hacen ciertamente con temeridad y peligro.
 
Pero quien considere cuidadosamente este asunto, eliminada ya toda guía externa, difícilmente encontrará a qué pueda referirse en la opinión de los innovadores esta más abundante efusión del Espíritu Santo, que tanto ensalzan.
 
Ciertamente el auxilio del Espíritu Santo es absolutamente necesario, sobre todo para el cultivo de las virtudes; sin embargo, aquellos aficionados a la novedad ensalzan más de lo correcto las virtudes naturales, como si éstas respondiesen mejor a las necesidades y costumbres del tiempo actual, y como si conviniese al hombre estar adornado con ellas para estar mejor fortalecido y preparado para la acción.
 
Ciertamente es difícil entender cómo personas en posesión de la sabiduría cristiana puedan preferir las virtudes naturales a las sobrenaturales y atribuirle a aquéllas una mayor eficacia y fecundidad. ¿Puede ser que la naturaleza ayudada por la gracia sea más débil que cuando se abandona a sus propias fuerzas? ¿Acaso han probado ser débiles e ineptos en el orden de la naturaleza aquellos hombres santísimos, a quienes la Iglesia distingue y rinde culto por haber sobresalido en las virtudes cristianas? Y aunque sea lícito maravillarse algunas veces ante ilustres actos de las virtudes naturales, ¿cuántos entre los hombres sobresalen realmente por la práctica de éstas? ¿Hay alguien cuya alma no haya sido probada, y en grado intenso? Para superar constantemente estas pruebas, así como para guardar toda la ley en el mismo orden de la naturaleza, necesita el hombre ser ayudado por el auxilio divino. Aquellos actos naturales a los que arriba hemos aludido, si son mirados con mayor atención, mostrarán ser más una apariencia que verdaderas virtudes. Incluso concediendo que lo sean, si alguno no quiere «correr en vano», olvidándose de la eterna bienaventuranza a la que Dios en su bondad nos destina, ¿de qué nos aprovechan las virtudes naturales si no son secundadas por el don y la fuerza de la gracia divina? Así pues, dice bien San Agustín: «Maravillosas son las fuerzas y veloz el rumbo, pero fuera del verdadero camino» (In Psalmo XXXI, 4). Pues así como la naturaleza del hombre, debido a la caída primera, se encontraba en el vicio y la deshonra, pero por el auxilio de la gracia es elevada, renovada y fortalecida con una nueva grandeza, así también las virtudes, que son ejercidas no con las solas fuerzas de la naturaleza, sino con la ayuda de esta misma gracia, se hacen fecundas para la bienaventuranza eterna y adquieren un carácter más sólido y firme.
  
A esta opinión acerca de las virtudes naturales está muy unida aquella otra, según la cual el conjunto de las virtudes cristianas se divide como en dos tipos: pasivas, como las llaman, y activas; y añaden que las primeras eran más convenientes en los tiempos pasados, mientras que estas últimas son más acordes con el presente. Surge la pregunta sobre qué debe entenderse de esta división de las virtudes; pues no existe ni puede existir una virtud verdaderamente pasiva. «Con el nombre de virtud, dice Santo Tomás, se designa cierta perfección de una potencia; y el fin de la potencia es el acto; y el acto de la virtud no es otra cosa que el buen uso del libre albedrío» (Suma Teológica, parte I-II, cuestión 55, art. 1), ciertamente con la ayuda de la gracia de Dios, si se trata del acto de una virtud sobrenatural.
  
Sólo creerá que ciertas virtudes cristianas están adaptadas a ciertos tiempos y otras a otros quien no recuerde las palabras del Apóstol: «A quienes de antemano conoció, a éstos los predestinó para hacerse conformes a la imagen de su Hijo» (Romanos 8, 29). Cristo es el maestro y paradigma de toda santidad y a su medida deben conformarse todos los que aspiran a ser colocados en las sedes de los bienaventurados. Ahora, Cristo no conoce cambio alguno con el pasar de los siglos, sino que Él es «el mismo ayer, hoy y siempre» (Hebreos 13, 8). Así pues, se dirigen a los hombres de todas las edades aquellas palabras: «Aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón» (Mateo 11, 29); para toda época se ha manifestado Él como «obediente hasta la muerte» (Filipenses 2, 8); y vale para toda época la sentencia del Apóstol: «Aquellos que son de Cristo han crucificado su carne con sus vicios y concupiscencias» (Gálatas 5, 24).
  
¡Ojalá que hoy en día muchos cultivasen abundantemente esas virtudes, como lo hicieron hombres santísimos en los tiempos pasados! Pues estos, con humildad, obediencia y abstinencia fueron poderosos «en palabra y en obra», con máximo provecho no sólo para la religión sino también para la sociedad civil y el bienestar público.
  
Dado este menosprecio de las virtudes evangélicas, falazmente calificadas de pasivas, era fácil que lentamente se apoderase de las mentes un desprecio por la vida religiosa. Y que esto sea común a los autores de estas nuevas opiniones lo inferimos de algunas afirmaciones suyas sobre los votos que profesan las órdenes religiosas. Pues dicen ellos que estos votos se alejan mucho del espíritu de nuestro tiempo, ya que coartan los límites de la libertad humana; que son más propios de mentes débiles que de mentes fuertes; y que lejos de ayudar a la perfección cristiana y al bien de la sociedad humana, son más bien obstáculo y perjuicio para una y otra.
  
Pero cuán falsas son estas afirmaciones es algo evidente si se tiene en cuenta la práctica y la doctrina de la Iglesia, que siempre ha aprobado en gran manera el modo de vida religioso. Y ciertamente no sin razón, pues quienes, llamados por Dios, han abrazado libremente este estado de vida, no contentos con la observancia de los preceptos comunes y yendo hasta los consejos evangélicos, se han mostrado como aprestados y valientes soldados de Cristo. ¿Acaso juzgaremos esto como propio de mentes débiles? ¿O tal vez como inútil o perjudicial para un estado más perfecto de vida? Quienes así se atan con la profesión de los votos religiosos, lejos de haber sufrido una disminución en su libertad, disfrutan de aquella libertad más plena y más libre «con la que Cristo nos ha liberado» (Gálatas 5, 1).
  
Este otro parecer suyo, a saber, que la vida religiosa es o enteramente inútil o de poca ayuda a la Iglesia, además de ser injurioso para las órdenes religiosas, no puede ser ciertamente la opinión de alguien que haya revisado los anales de la Iglesia. ¿Acaso vuestro país, los Estados Unidos, no debe tanto los comienzos de su fe como de su cultura a los hijos de estas familias religiosas? Precisamente hace poco habéis decretado, cosa muy digna de alabanza, que a uno de ellos le sea erigida públicamente una estatua.
  
Ahora bien, en este mismo tiempo, ¡cuán activa y fructuosa es la obra que realizan las asociaciones religiosas católicas dondequiera que se encuentran! ¡Cuántos se dirigen a nuevas fronteras para imbuirlas del Evangelio y ampliar los límites de la civilización; y esto con sumo esfuerzo y en medio de grandes peligros! Entre ellos, no menos que en el resto del clero, el pueblo cristiano encuentra predicadores de la Palabra de Dios, directores de las conciencias, maestros de la juventud, y la Iglesia toda, ejemplos de santidad.
 
Ninguna diferencia de dignidad debe hacerse entre quienes siguen un estado de vida activa y quienes, encantados por la vida retirada, dan sus vidas a la oración y mortificación corporal. Y ciertamente cuán buen reconocimiento han merecido ellos, y merecen, es conocido con seguridad por quienes no olvidan que «la plegaria asidua del justo» (Santiago 5, 16) sirve para traer las bendiciones del cielo, sobre todo cuando a tales plegarias se añade la mortificación corporal.
 
Pero si hay quienes prefieren congregarse sin la obligación de los votos, que lo hagan; esto no es algo nuevo en la Iglesia ni mucho menos algo censurable. Tengan cuidado, sin embargo, de no ensalzar tal estado por encima de las órdenes religiosas. Por el contrario, ya que en los tiempos presentes la humanidad es más proclive que antes a entregarse a los placeres, han de ser mucho más estimados quienes «habiendo dejado todo han seguido a Cristo».
  
Finalmente, para no alargarnos más, se afirma que el camino y método que hasta ahora se ha seguido entre los católicos para atraer de nuevo a los que se han apartado de la Iglesia debe ser dejado de lado, y otro debe ser elegido.
  
Sobre este asunto, bastará evidenciar, querido hijo Nuestro, que no es prudente despreciar aquello que la antigüedad en su larga experiencia ha aprobado y que es enseñado además por autoridad apostólica. Las Escrituras nos enseñan (Eclesiástico 17, 4) que es deber de todos trabajar por la salvación de nuestro prójimo según las posibilidades y posición de cada uno. Los fieles realizan muy provechosamente este deber que les ha sido asignado por Dios mediante la integridad de su conducta, sus obras de caridad cristiana, y su insistente y continua oración a Dios. Por otro lado, quienes pertenecen al clero deben realizar esto con una instruida predicación del Evangelio, con la reverencia y esplendor en las ceremonias, y especialmente dando a conocer con sus propias vidas la belleza de la doctrina que inculcó el Apóstol a Tito y a Timoteo.
  
Pero si de entre las diversas maneras de predicar la Palabra de Dios, alguna vez parezca que deba preferirse la de dirigirse a los no católicos, no en los templos sino en algún lugar adecuado, sin buscar las controversias sino conversando amigablemente, esto ciertamente no merece reprensión alguna; pero, sean destinados a esto por la autoridad de los obispos aquellos cuya ciencia y virtud probadas les sean de antemano conocidas.
 
Creemos que hay muchos entre vosotros que están separados de la verdad católica más por ignorancia que por mala voluntad; a estos los conducirá quizás más fácilmente al único rebaño de Cristo quien les presente la verdad como un amigo y con una predicación familiar.
  
Así pues, por todo lo que acabamos de decir, es evidente, querido hijo Nuestro, que no podemos aprobar aquellas opiniones que en conjunto son llamadas por algunos con el nombre de «americanismo».
  
Sin embargo, si por este nombre se quiere significar el conjunto de dones espirituales que adornan a los pueblos de América, así como otros a otras naciones, o si, además, por este nombre se designa vuestra condición política y las leyes y costumbres por las cuales sois gobernados, no hay ninguna razón para que lo rechacemos. Pero si por este nombre no sólo se quiere aludir a las doctrinas arriba mencionadas, sino que se las exalta, ¿qué duda habrá de que nuestros venerables hermanos, los obispos de América, serán los primeros en repudiarlo y condenarlo como algo sumamente injurioso para ellos mismos y para todo su país? Pues suscita la sospecha de que hay entre vosotros quienes se forjan y desean en América una Iglesia distinta de la que existe en todas las demás regiones.
 
Pero la Iglesia es una, tanto por su unidad de doctrina como por su unidad de régimen, y ésta es la Iglesia católica: y, puesto que Dios estableció su centro y fundamento en la Cátedra de San Pedro, con razón es llamada Romana, porque «donde está Pedro allí está la Iglesia» (San Ambrosio, In Psalmo 11, 57). Por eso, si alguien desea recibir el nombre de católico, debe ser capaz de decir de corazón las mismas palabras que Jerónimo dirigió al Papa Dámaso: «Yo, no siguiendo a nadie antes que a Cristo, estoy unido en comunión con Su Santidad, esto es, con la Cátedra de Pedro; sé que la Iglesia ha sido edificada sobre esa piedra y que quien no recoge contigo, desparrama».
 
Estas instrucciones que os damos, querido hijo Nuestro, en cumplimiento de nuestro deber, en una carta especial, tomaremos el cuidado de que sean comunicadas también al resto de obispos de los Estados Unidos, testimoniando una vez más el amor con el que abrazamos a todo vuestro país, un país que así como en tiempos pasados ha hecho tanto por la causa de la religión, con la feliz ayuda de Dios hará aún mayores cosas en adelante.
  
Para vos y para todos los fieles de Estados Unidos impartimos con gran amor, como promesa de la asistencia divina, nuestra bendición apostólica.
 
Dado en Roma, junto a San Pedro, el día 22 de enero del año 1899, vigésimo primero de nuestro pontificado.
  
LEÓN PP. XIII

sábado, 21 de enero de 2017

ORACIÓN A SANTA INÉS PARA OBTENER FORTALEZA

Martirio de Santa Inés
  
¡Cuán dulce y fuerte es, oh Santa Inés, el amor de tu Esposo Jesús! ¡De qué manera se apodera de los corazones inocentes, para transformarlos en corazones intrépidos! Así sucedió contigo. El mundo y sus goces, el suplicio y sus tormentos, todo ello era sin importancia para ti. El juez pagano te condenó a un insulto peor que mil muertes, sin saber que el Ángel del Señor te defendería. ¿Por qué no tuviste temor? Fue porque el amor de Jesús llenó tu corazón. La hoguera no era nada, la espada no era nada, incluso el infierno que movían los hombres, no significó nada para ti, porque tu amor te decía bien alto, que ninguna violencia humana sería capaz de arrebatarte el corazón de Jesús, tu divino Esposo; tenías su palabra y conocías muy bien su fidelidad.
 
¡Oh niña, inocente aún en medio de la capital de la pagana corrupción, y libre de corazón en medio de un pueblo esclavo, qué bien vemos en ti las virtudes de nuestro Emmanuel! Él es Cordero, y tú eres sencilla como Él; es el León de la tribu de Judá, y como Él eres tú invencible. ¡Verdaderamente, esos Cristianos, como decían los paganos, son una nueva raza bajada del cielo para poblar la tierra! Una familia que tiene Mártires y héroes y heroínas como tú, ¡santa valerosa!, que tiene jóvenes vírgenes, inflamados como sus pontífices y guerreros, de un ardor celestial y que no pretenden otra cosa que salir de este mundo después de haber depositado en él la semilla de las virtudes, es el pueblo de Dios, que no puede extinguirse. Sus Mártires son para nosotros la representación de las virtudes de Jesucristo. De suyo eran tan frágiles como nosotros; tenían una desventaja que nosotros no tenemos: vivir en la misma entraña del paganismo, paganismo que había corrompido la tierra entera, y no obstante eso, fueron fuertes y castos.
 
Ten piedad de nosotros y ayúdanos, ¡oh Inés, que eres una de las más resplandecientes entre los santos! Él amor de Jesús languidece en nuestros corazones. Tus luchas nos conmueven hasta llorar al oír contar tu heroica conducta, pero somos cobardes en la lucha que tenemos que librar contra el mundo y nuestras pasiones. El ansia habitual por la facilidad y las comodidades ha alimentado en nosotros cierta afeminación y, al volver nuestro interés hacia nimiedades, ¿cómo podemos tener seriedad y valor frente al deber? ¡La santidad! No podemos entenderla, y cuando oímos o leemos sobre ella, ¡gravemente decimos que los Santos hicieron cosas extrañas e imprudentes, y que se condujeron por nociones exageradas! ¿Qué debemos pensar en tu fiesta, de tu desprecio al mundo y sus placeres, de tu celestial entusiasmo y de tu afán por ir a tu Jesús mediante el sufrimiento? Tú, Inés, fuiste cristiana; ¿y nosotros no lo somos? Ruega por nosotros para que podamos amar como cristianos, esto es, con un amor generoso y activo, con un amor que pueda sentir indignación cuando nos pidan menos desapego a todo lo que no es de nuestro Dios. Ruega por nosotros para que nuestra piedad sea la del Evangelio, y no la piedad a la moda que le agrada al mundo y que nos hace agradables a nosotros mismos. Cierto es que existen almas valerosas que te siguen, pero son pocas; auméntalas con tu intercesión para que el Cordero pueda ser seguido doquiera vaya en el Cielo, por un cortejo innumerable de Vírgenes y Mártires.
 
Oh inocente santa, te presentas a nosotros, cada año, en la cuna del divino Niño; y nos regocijamos en tu fiesta al pensar en el maravilloso amor que hay entre Jesús y su valiente y pequeña Mártir. Este Cordero está para morir por nosotros también, invítanos a Belén; háblale a Él por nosotros, que la intercesión de una santa que Le amó como tú lo hiciste pueda obrar maravillas aún en los pecadores, cual somos nosotros. Condúcenos a la Virgen y Madre María, tú que imitaste su pureza virginal, y alcánzanos de ella una de esas plegarias suyas tan poderosas que purifican corazones aún peores que los nuestros.
 
Ruega, oh Inés, por la Santa Iglesia, que también es la Esposa de Jesús. Ella fue la que te hizo nacer a su amor; de ella tenemos también nosotros la luz y la vida. Alcánzale que sea bendecida cada vez más con un número siempre creciente de vírgenes fieles. Ampara a Roma, la ciudad que guarda tus reliquias y que te ama tan tiernamente. Bendice a los Prelados de la Iglesia, y obten para ellos la dulzura del cordero, la solidez de la roca y el celo del buen Pastor por la oveja perdida. Y finalmente, ¡oh esposa de Jesús!, escucha las oraciones de todos cuantos te invocan; enciéndase tu caridad hacia estos tus hermanos exiliados, y enséñanos del Sagrado Corazón de Jesús el secreto de encendernos con más fervor en un mundo cada vez más decadente. Amén.
  
Dom Prosper Gueranger OSB. El Año Litúrgico -edición inglesa-, vol. III. J. M. O'Toole & Son Printing, Dublín, 1868. Págs. 384-386

SANTA INÉS, VIRGEN Y MÁRTIR

"Gocémonos, y saltemos de júbilo y demos gloria a Dios, pues han llegado las bodas del Cordero y su esposa se ha engalanado". (Apocalipsis 19, 7).
  
Santa Inés
 
He aquí a la esposa del Cordero de Dios. Búrlase ella para conservar su cuerpo y su corazón para su esposo Jesús, de las proposiciones y de las amenazas del tirano. Los ángeles la acompañan a un lugar infame, y dan muerte al insolente que quiere arrebatarle la honra; mas ella devuélvele la vida y lo convierte a la fe. Se la echa al fuego, pero el fuego respeta a la tierna virgen y da muerte a los verdugos. Condenada, finalmente, a ser decapitada, inclina la cabeza y va al cielo a juntarse con su Esposo divino a quien prometiera fidelidad.
 
MEDITACIÓN SOBRE LA VIDA DE SANTA INÉS
I. Santa Inés consagra su cuerpo y su alma a Jesús, a los trece años, mediante el voto de castidad. ¡Qué amable Esposo elige! ¡Qué bello! ¡Qué sabio! ¡Qué poderoso! ¡Cuánto amor tiene por ella! Conságrate enteramente a Él, y experimentarás los dulces efectos de su amor. ¡Oh Jesús, divino esposo de nuestra alma, si los hombres os conociesen, os ama rían y despreciarían las efímeras bellezas de la tierra para poseeros! ¡Os amo, Dios mío! Si es poco, haced que os ame con amor más ardiente y más puro. (San Agustín).
   
II. Se amenaza a Santa Inés con los tormentos más crueles si no se casa con el hijo del prefecto de Roma, pero ella responde que es la prometida de Jesucristo. Se la arroja a las llamas, pero éstas no hacen sino aumentar su amor; las heridas la hacen más bella y más parecida a su divino Esposo. ¿Qué haces tú para conservar tu cuerpo y tu alma para Jesucristo? ¿Qué tormentos soportarías? Avergüénzate de saberte menos generoso que una niña de trece años. Tenía menos fuerzas que tú, pero más valor; tenía más fe y amor para con Jesucristo.
 
III. Se le promete una considerable fortuna si consiente en casarse con el hijo del prefecto; resiste a las seducciones como ha resistido a los suplicios. ¡Cuán pocas personas hay que resistan al atractivo de los placeres! Cuídate de ese doble veneno. Es más fácil resistir a los tormentos que a la voluptuosidad. Los tormentos aterran: la voluptuosidad halaga. (San Cipriano).
 
La castidad. Orad para la buena educación de la juventud.
  
ORACIÓN
Dios todopoderoso, que elegís en el mundo a los más débiles para confundir a los más fuertes, haced, por vuestra bondad, que, celebrando la solemnidad de vuestra virgen Santa Inés, experimentemos los efectos de su protección junto a Vos. Por J. C. N. S. Amén.