«Si se deja a la humana persuasión entera libertad de disputar, nunca faltará quien se oponga a la verdad, y ponga su confianza en la locuacidad de la humana sabiduría, debiendo por el contrario conocer por la misma doctrina de Nuestro Señor Jesucristo, cuán obligada está a evitar esta dañosísima vanidad la fe y la sabiduría cristiana». (San León Magno, Epístola 164, cap. 2)
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