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domingo, 26 de agosto de 2018

DEL ANTICRISTO, POR EL PADRE JOSÉ MARÍA BOVER

Predicación del anticristo (xilografía del siglo XV)
Que nadie os engañe de ninguna manera. Porque antes tiene que venir la apostasía y manifestarse el hombre impío, el Ser condenado a la perdición, el Adversario, el que se alza con soberbia contra todo lo que lleva el nombre de Dios o es objeto de culto, hasta llegar a instalarse en el Templo de Dios, presentándose como si fuera Dios. ¿No recordáis que cuando estuve con vosotros os decía estas cosas? Ya sabéis qué es lo que ahora lo retiene, para que no se manifieste sino a su debido tiempo. El misterio de la iniquidad ya está actuando. Sólo falta que desaparezca el que lo retiene, resplandor de su Venida. La venida del Impío será provocada por la acción de Satanás y está acompañada de toda clase de demostraciones de poder, de signos y falsos milagros, y de toda clase de engaños perversos, destinados a los que se pierden por no haber amado la verdad que los podía salvar”. (2 Tes. 2,3-10)
   
Conviene distinguir en esta declaración de san Pablo lo que es suficientemente claro y lo que es más o menos problemático o enigmático.
    
Primeramente, resultan claros, aún ahora para nosotros, algunos puntos sobremanera interesantes. Es claro el advenimiento y manifestación del Anticristo, su perversidad satánica, su irreligiosidad y ateísmo, su enorme fuerza de seducción, su acción diabólica. Es también claro que este misterio de iniquidad actúa y cunda ya de presente, pero que culminará en el Anticristo que será como la concreción de todas las fuerzas del mal. No es menos claro que su exterminio será radical y fulminante, y facilísimo de parte de Cristo, que lo destruirá con el soplo de su boca. Por fin, tampoco es dudoso que el advenimiento del Anticristo precederá inmediatamente al advenimiento de Cristo.
   
¿Podemos dar como cosa segura la personalidad del Anticristo? ¿Será una persona o una colectividad? Las declaraciones de san Pablo deciden resueltamente en el sentido de la personalidad. Tal es, en efecto, el sentido obvio de sus expresiones, repetidas y variadas: “el hombre del pecado”, “el hijo de la perdición”, “el impío”. Y no hay razón alguna seria que nos obligue a abandonar este sentido obvio. Al contrario, existen razones positivas y eficaces que nos mueven mantenerlo. Por una parte, contrastan estas expresiones personales con la expresión impersonal “el misterio de la iniquidad”, que precede y prepara la aparición del anticristo. Naturalmente esta personalidad del Anticristo no impide que a su alrededor y a sus órdenes actúen otros muchos, que formarán colectividad, pero semejante colectividad tendrá un jefe, a quien todos acatarán y quien será propiamente el Anticristo.
   
En cambio, son oscuros y casi indescifrables otros puntos. Por de pronto, desconocemos en absoluto el tiempo de la manifestación del Anticristo. Lo que dice el apóstol, que el misterio de la iniquidad está ya en acción acaba de desorientarnos. Hace ya veinte siglos que está actuando, o comenzó a actuar, este misterio de la iniquidad, y no ha aparecido todavía en tanto tiempo el anticristo. Si consideramos en el curso de la historia el desenvolvimiento de las fuerzas del mal, notaremos fácilmente un constante vaivén de avances y retrocesos, que nos aconsejan cautela y reserva para no aventurar predicciones sobre la mayor o menor proximidad del fin del mundo, que siempre hasta ahora han sido desmentidas en los hechos. ¿Qué nos asegurará que tal o cual avance del mal sea ya el definitivo, es decir, la general apostasía, precursora inmediata de la aparición del anticristo?
   
No es menos enigmático el misterioso obstáculo que, frenado los avances del mal, impide la aparición del anticristo. Insinúa san Pablo, si sus expresiones no son casuales, que semejante obstáculo es a la vez real (lo que le detiene) y personal (el que lo detiene). ¿Pero qué es o quién es este obstáculo? ¿Y cómo actúa en su obra de frenar el misterio de la iniquidad?
 
JOSÉ MARÍA BOVER Y OLIVER SJ. Teología de San Pablo. Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid 1946, págs. 885-886.

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