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sábado, 18 de abril de 2020

LA RETÓRICA DEL NEGATIVO, O JUDAS COMO EJEMPLO

Traducción del artículo publicado por Cesare Baronio en OPPORTUNE IMPORTUNE.
 

Veníte, mittámus lignum in panem ejus, et eradámus eum de terra vivéntium, et nomen ejus non memorétur ámplius. (Jer. 11, 19).
   
Republico el artículo que había escrito el 9 de Diciembre de 2016, porque parece que Bergoglio insiste en su narración heterodoxa que mira a una presunta rehabilitación de Judas. En su homilía de Santa Marta de hoy (aquí) encontramos formuladas y repropuestas las tesis heréticas ya anticipadas entonces, siempre con las mismas referencias al pésimo don Mazzolari y al capitel de Vézelay:
«Una cosa que me llama la atención es que Jesús nunca le dice “traidor”; dice que será traicionado, pero no le dice a él “traidor”. Nunca dice: “Vete, traidor”. ¡Nunca! Es más, le dice: “Amigo”, y lo besa. El misterio de Judas… ¿Cómo es el misterio de Judas? No sé… Don Primo Mazzolari lo explicó mejor que yo… Sí, me consuela contemplar aquel capitel de Vézelay: ¿cómo terminó Judas? No lo sé. Jesús amenaza fuertemente, aquí; amenaza fuertemente: “¡Ay de aquel hombre por quien el Hijo del Hombre es traicionado: sería mejor para ese hombre si nunca hubiera nacido!”. ¿Pero eso significa que Judas está en el infierno? No lo sé. Yo miro el capitel. Y escucho la palabra de Jesús: “Amigo”».
Os pido leer con atención mis reflexiones, que se revelan –con todo, osaría decir– todavía dramáticamente actuales, también a la luz de los eventos recientes.
    
Premisa
El pasado 6 de Diciembre de 2016, en una de sus extemporáneas homilías matutinas en Santa Marta (aquí), Bergoglio ha propuesto como modelo de oveja perdida nada menos que a Judas Iscariote:
«La oveja perdida más perfecta en el Evangelio es Judas: un hombre que siempre, siempre tenía algo de amargura en el corazón, algo que criticar a los demás, siempre distante. No conocía la dulzura de la gratuidad de vivir con todos los demás. Y dado que esta oveja no estaba satisfecha –¡Judas no era un hombre satisfecho!– siempre escapaba. Escapaba porque era ladrón, iba por aquel lado, él. Otros son lujuriosos, otros… Pero siempre escapan porque existe aquella oscuridad en el corazón que los separa del rebaño. Es esa doble vida, esa doble vida de tantos cristianos, incluso con dolor podemos decir, sacerdotes, obispos… Y Judas era obispo, era uno de los primeros obispos, ¡eh! La oveja perdida. ¡Pobrecito! Pobrecito este hermano Judas como lo llamaba don Mazzolari, en aquel sermón tan bello: ‘Hermano Judas, ¿Qué cosa sucede en tu corazón?’. Nosotros debemos comprender a las ovejas perdidas. También nosotros tenemos siempre alguna cosita, pequeñita o no tan pequeñita, de la oveja perdida».
Dejemos perder la prosa bergogliana, que da los despropósitos doctrinales todavía más indigestos; buscamos más que todo traer claridad, también retomando ua precedente intervención suya sobre el mismo tema.
   
La Sagrada Escritura
El mismo Salvador dice de Judas Iscariote: «Fílius quídem hóminis vadit, sicut scriptum est de illo; væ áutem hómini illi, per quem Fílius hóminis tráditur: bonum erat ei si natus non fúisset homo ille». (Matth. XXVI, 24) En cuanto al Hijo del hombre, él se marcha, conforme está escrito de él; pero ¡ay de aquel por quien el Hijo del hombre será entregado; mejor le fuera si no hubiese jamás nacido!
   
El Evangelio nos indica a Judas también como ladrón: «Dixit áutem hoc non quia de egénis pertinébat ad eum, sed quia fur erat et, lóculos habens, ea quæ mittebántur portábat». (Joann., XII, 6) Esto dijo, no porque él pasase algún cuidado por los pobres, sino porque era ladrón y teniendo la bolsa, llevaba o defraudaba el dinero que se echaba en ella.
   
Y Nuestro Señor dice dice: «Cum essem cum eis, ego servábam eos in nómine tuo: quos dedísti mihi custodívi et nemo ex his perívit, nisi fílius perditiónis, ut scriptúra impleátur». (Joann. XVII, 12) Mientras estaba yo con ellos, yo los defendía en tu Nombre. He guardado los que tú me diste y ninguno de ellos se ha perdido sino el hijo de la perdición, cumpliéndose así la Escritura.
  
Los Apóstoles no se distancian de cuanto afirma el Señor: «Tu Dómine, qui corda nosti ómnium, osténde quem elegíris ex his duóbus unum accípere locum ministérii hujus et apostolátus, de quo prævaricátus est Judas, ut abíret in locum suum». (Actuum I, 24-25) ¡Oh Señor!, tú que ves los corazones de todos, muéstranos cuál de estos dos has destinado a ocupar el puesto de este ministerio y apostolado, del cual cayó Judas por su prevaricación, para irse a su lugar.
  
Los Santos Padres
La voz de los Santos Padres es sustancialmente concorde al considerar el suicidio de Judas como una prueba de la desesperación de la salvación: con el equilibrio que contradistingue a la doctrina católica, la causa de la condenaicón de Judas no fue sin embargo la gravísima traición al Señor, sino el haber rechazado confiar en Su perdón y en el infinito valor redentor de Su sacrificio, del cual fue al mismo tiempo cooperador voluntario, habiéndolo entregado a los Sumos Sacerdotes a cambio de treinta dineros.
  
San León Magno llama a Judas maestro del crimen, y cuando San Atanasio o más tarde Rufino hablan de la muerte del herético Arrio, se refieren directamente a Judas, al punto de hacer un topos de la iconografía y de la teología. Sobre la misma línea están San Ambrosio, Epifanio, San Gregorio Nacianzieno y el Venerable Beda.
 
En la Ciudad de Dios (Libro I, 3, cap. XVII), San Agustín confirma: «Quien se mata a sí mismo es homicida. Y tanto más culpable se hace al suicidarse cuanto más inocente era en la causa que le llevó a la muerte. Concedamos con razón el hecho de Judas: la Verdad manifiesta que, al suspenderse de un lazo, más bien aumentó que expió la felonía de su traición. En efecto, desesperando de la divina misericordia con mortales remordimientos, cerró para sí todo camino de una penitencia salvadora (Matth. XXVII, 3-5). Pues bien, ¡cuánto más debe abstenerse del suicidio quien no tiene culpa alguna que castigar en tal suplicio! Porque Judas, al matarse, mató a un delincuente, y a pesar de todo acabó su propia vida no solamente reo de la muerte de Cristo, sino de la suya propia. Se suicidó por su propio crimen, pero, además, añadió un segundo crimen».
   
Para San Agustín, Judas es instrumento, en sí radicalmente malvado, de la obra buena de Dios, porque el Señor tenía el poder de disponer, a favor de los suyos, de las obras de quien le es hostil. En la misteriosa obra divina Judas se levanta en el papel de «ígnaro y dañado medio de salvación», cuyas acciones malvadas son sin él saberlo convertidas en bien (Tratado sobre el Evangelio de San Juan, 55, 5).
   
El discurso de Bergoglio
El 16 de Junio de 2016, en ocasión del discurso pronunciado para la apertura del Encuentro Eclesial de la Diócesis de Roma (aquí), Bergoglio ha buscado arrujar un manto de duda sobre la condenación de Judas, incluyendo también al Iscariote en el número de los que se salvaron.
   
Fue en aquella misma circunstancia que él osó decir que Nuestro Señor «hace pasar por bobo», frase blasfema después modificada en la transcripción con «finge haciéndose pasar por tonto». Pero leamos qué dice Bergoglio: «Llegó a mis manos —vosotros seguramente la conocéis— la imagen de ese capitel de la basílica de Santa María Magdalena de Vézelay, al sur de Francia, donde comienza el Camino de Santiago: por una parte está Judas, ahorcado, con la lengua afuera, y por otra parte del capitel está Jesús Buen Pastor que lo carga sobre los hombros, lo lleva consigo. Esto es un misterio. Pero estos medievales, que enseñaban la catequesis con las figuras, habían entendido el misterio de Judas. Y don Primo Mazzolari tiene un hermoso discurso, un Jueves santo, sobre esto, un hermoso discurso. Es un sacerdote no de esta diócesis, pero de Italia. Un sacerdote de Italia que entendió bien esta complejidad de la lógica del Evangelio. Y quien más se ensució las manos es Jesús. Jesús es quien más se ensució. No era alguien que buscaba estar “limpio”, sino que iba a la gente, entre la gente y trataba a la gente como era, no como debía ser».
   
Leer que Vézelay se encuentra «en el Sur de Francia» debería bastar para descalificar cualquier comentario posterior, sobre todo si este error viene del Papa, de quien se esperaría que haga verificar el contenido de sus propias intervenciones antes de pronunciarlas (Cabe preguntarse si este hablaimprovisadamente no hace parte de la función escénica…). Pero hablamos de Bergoglio, que probablemente considera los cuatro puntos cardenales como las formas del prohibido dogmatismo preconciliar y la geografía una odiosa imposición de quien cree tener la verdad en sus manos. Téngase por tanto definido que la Borgoña está al sur de Francia, y no se ose contestar al sátrapa de Santa Marta.
  
Tratemos pues de analizar punto por punto las afirmaciones de Bergoglio.
«Llegó a mis manos —vosotros seguramente la conocéis— la imagen de ese capitel de la basílica de Santa María Magdalena de Vézelay».
Hablamos de un capitel de la nave (comúnemente identificado con el número 79 por los estudiosos, adscrito a la segunda mitad del s. XII), que se encuentra encima de la primera columna, sobre el segundo nivel, entrando después del portal lateral derecho, más allá del nártex (donde se han representado la Anunciación, la Visitación, la Natividad y la Epifanía). Digamos que no es exactamente una de las imágenes más visibles y conocidas entre todas las de Vézelay.
«Por una parte está Judas, ahorcado, con la lengua afuera, y por otra parte del capitel está Jesús Buen Pastor que lo carga sobre los hombros, lo lleva consigo».
Esta interpretación deja cuando menos asombro. Sobre todo porque no está apoyada por ninguna prueba científica, y en segundo lugar porque representa una osada innovación de la cual es autor un personaje controvertido para decir poco.
  
La iconografía
Partamos por las evaluaciones histórico-iconográficas: en el siglo XII no se tienen representaciones del Buen Pastor ni en Vézelay ni en Autun, y parece pues extraño que un elemento oriental, ciertamente nuevo, sea empleado en una escena marginal. A diferencia pues de la representación usual de Cristo con la barba propia del Nazareno, aquí el personaje aparece imberbe. Él viste además la túnica corta de los siervos y está descalzo: otro elemento que no concuerda con la iconografía canónica. Finalmente, el rostro está deformado por una mueca. Todavía: la dirección en la que se mueve es de espaldas respecto al altar: es claro que esta persona está llevando a Judas fuera de la iglesia, caminando hacia occidente, hacia las tinieblas. Inútil decir que, por la importancia que reviste la simbología en las representaciones medievales, es sencillamente absurdo pensar que el ideador de este capitel haya querido de cualquier forma representar a Nuestro Señor cargando sobre las espaldas a Judas en un supremo acto de misericordia y de perdón.
   
El capitel del Becerro de Oro
  
Entre otros –aunque admitiendo que la imagen oriental del Buen Pastor pueda haber sido adoptada en una iglesia de la segunda mitad del s. XII– no se comprende por cuál razón el capitel de Moisés ante el Becerro de oro muestra un personaje análogo –claramente un pastor que lleva un cordero para sacrificar ante el ídolo erigido por Aarón– con barba, calzado y rostro incluso más noble y elegante que el otro. Y aquí me pregunto, de pasada: ¿cómo esta atención casi morbosa a un oscuro capitel que pone en discusión siglos de Tradición católica, y luego significativamente ningún signo por ejemplo a aquel demonio que campea terrorífico sobre el ídolo de Aarón, recordando los pollos degollados en el panteón de Asís? Que se trata de destruir la sana doctrina insinuando dudas temerarias, todo bien; pero apenas la tan decantada «catequesis de las figuras» delata el ecumenismo conciliar, se pasa de agache, fingiendo no ver, y demostrando así la mala fe y la presuntuosidad de las argumentaciones propias.
 
De todos modos, la mirada disgustada del personaje que carga a Judas reclama el desprecio de la Sinagoga por su traición, resaltada también por la narración evangélica, como quiera que los Sumos Sacerdotes se niegan a poner en el arca de las ofrendas el prǽtium sánguinis y lo destinan a la compra del campo del alfarero, llamado Hacéldama (Matth. XXVII, 7-8).
 
Sin decir que, en la mentalidad de la época, la idea de que Judas pudiese en cualquier forma ser salvado no encuentra ninguna respuesta, y es por ende arbitrario aplicar la desenvoltura doctrinal de un sedicente teólogo de nuestros días a la devota espiritualidad de un religioso del Medioevo, que se abbeverava por ejemplo en la Pasión de Cristo de San Gregorio Nazianzieno (329-390): «Escucha, Judas, todo el bien que Él [Cristo] te ha hecho. Te ha hecho salir de las tinieblas de la ignorancia, te ha mostrado la luz de la divina salvación; te ha hecho la gracia de numerosos milagros. […] Confiándote todo el dinero, te ha quitado la excusa de la indigencia. […] Aunque te conocía a la perfección antes de tu crimen, no dudó en lavar tus pies criminales y en ofrecerte el Pan eucarístico. Y después de haber recibido de Él estos dones, tú, el más odioso de los hombres, tú le has traicionado, has aceptado el precio de la sangre, tal vez fuiste arrastrado por la codicia pero no tienes excusas. […] Tú no tienes ningún motivo para dar pretextos, […] ni si todo el infierno corriese en tu ayuda y difundiese sobre toda la tierra sus perversas razones».
  
El comitente del capitel de Vézelay debía también haber leído el Carmen Paschále de Sedulio (del s. V, también autor de los himnos de Navidad y la Epifanía), que definie a Judas como «ser sanguinario, feroz, temerario, insensato, rebelde, pérfido, cruel, ladrón, venal, inicuo, felón despiadado, bárbaro traidor, impío malhechor», o el Liber Evangeliórum (compuesto entre el 863 y el 868 por el monje Otfrid) y el manuscrito de los Offícia de New Minster (s. IX). No olvidemos las Vidas de Judas y los misterios medevales alemanes, ingleses, franceses e italianos. Muchos elementos de estas narraciones se encontran años después en la Legenda Aurea del beato Santiago de Varazze y continúan en las leyendas en latín y en vernáculo desde Cataluña a Bohemia, de Gales a Finlandia o a Rusia, pasando por Bulgaria.
  
Capitel de la Catedral de Autun
   
Solo para citar algunos ejemplos, los relieves de las columnas del ciborio de San Marcos en Venecia (procedentes del expolio a Constantinopla del 1204 y que se remontan al siglo. VI) presentan las escenas de la restitución de los treinta siclos al templo y el ahorcamiento, pero también en el capitel de la Sala Capitular de la Catedral de Autun (de Gisleberto, s. XII), el suicidio de Judas sigue la iconografía que lo rodea de demonios.
 
El arbor infélix del cual se cuelga Judas es contraltar del arbor decóra et fúlgida, ornáta Regis púrpura, sobre el cual Cristo fue crucificado.
  
Tímpano de Santa Fe de Conques
  
El tímpano de la iglesia de Santa Fe de Conques (s. XI) es todavía más explícito, ya que muestra a satanás entronizado como en majestad al centro de los condenados, y el Iscariote colgado a su izquierda. Judas tiene una bolsa en torno al cuello, mientras que una serpiente se le enrolla a las piernas, y un diablo continúa ahorcándolo. En el infierno, Judas estará colgado para toda la eternidad.
   
Judas en la literatura judía anticristiana
Conviene también recordar los Toledoth Yeshu (תּוֹלְדֹוֹת יֵשׁוּ), relatos de matriz judía antiquísimos (siglo II), que profiriendo irrepetibles blasfemias contra Nuestro Salvador, hacían una parodia de los Evangelios y mostraban en Judas una suerte de astuto y heroico Anticristo (lo señala también Tertuliano, en De spectaculis, 36).
   
Inicialmente transmitidos en forma oral, los toledoth fueron transcritos entre el siglo IV y VI. Permanecieron –comprensiblemente– confinados en el ámbito hebraico por siglos y se difundieron, aunque en versiones diferenciadas, en toda la Europa y en el Medio Oriente y sobreviven un centenar de redacciones. Tal vez la lengua original era el arameo, pero la mayoría de los manuscritos están en hebreo, con versiones más tarde en árabe, judeopersa, judeoalemán (yidís) y judeoespañol (ladino).
   
El primer relato explícito y detallado de una versión judía sacrílega de los sucesos de Jesús se remonta al siglo IX y es debido al celo del arzobispo Agobardo de Lyon (778-840). De los toledoth hablan también su sucesor Amolón (841-852), en su Liber Contra Judǽos, y Rabano Mauro, arzobispo de Maguncia (Contra Judǽos, 847), testificando que la noticia de los toledoth y de su contenido ofensivo se estaba difundiendo ampliamente, suscitando indignación entre los Cristianos.
   
En la versión que Johann Christoph Wagenseil presenta de los Toledoth (cfr. la Tela Ígnea Satánæ), aparece –entre las repugnantes blasfemias contra Nuestro Señor y la Virgen Santísima– un pasaje en el cual, en el curso de un combate aéreo, Judas y Jesús se ensucian recíprocamente (no diremos con cuáles fluídos, pero sépase que aparecen en los rituales mágicos de Marina Abramović, et de hoc satis). En el discurso de Bergoglio, inmediatamente después de la mención de Judas y como pasaje casi lógico, leemos: «Y quien más se ensució las manos es Jesús. Jesús es quien más se ensució. No era alguien que buscaba estar “limpio”, sino que iba a la gente, entre la gente y trataba a la gente como era, no como debía ser».
   
Verdaderamente no se logra comprender el pasaje entre la referencia al hermano Judas de don Mazzolari (traído a Bergoglio por medio del padre Cantalamessa) y aquel «Jesús es quien más se ensució. No era alguien que buscaba estar “limpio”», que se hace eco de los relatos de los toledoth. Debo admitir que el solo pensarlo da escalofríos.
   
Difícil imaginar que un piadoso monje de Vézelay, teniendo noticia de estas inmundas parodias de los Evangelios, osase también solo mínimamente hacer propia una rehabilitación de Judas, por el aprecio del cual el traidor gozaba entre los judíos.
   
Las fuentes de Bergoglio
Veamos ahora cómo Bergoglio podría haber tenido al alcance una imagen del capitel de Judas. La hipótesis más simple es que ella hiciese parte del equipo fotográfico de la obra El evangelio de Marcos. Imágenes de redención, de Eugen Drewermann, publicada en 1994. ¿Y quién podrá ser este Drewermann?
   
Una vez más, el inagotable repertorio bergogliano supera a la literatura heretical contemporánea, haciendo propios los delirios de un degradado, condenado en 1992 por sus tesis heterodoxas en favor del suicidio y del suicidio asistido, aparte de otros delirios de matriz psicoanalítica contra el celibato eclesiástico, la negación de la Resurrección y la no historicidad de los Santos Evangelios. Un individuo, entendamos, que en el 2005 ha apostatado públicamente de la Fe católica y que fue llamado como «profeta» por el obispo de Hildesheim, mons. Heiner Wilmer, que ha definido recientemente como «terriblemente no cristiano» afirmar que el Coronavirus sea un castigo de Dios (aquí), y que el Señor «no es alguien a quien podamos aplacar con sacrificios» (acá).
  
Quien tenga la paciencia de profundizar el currículum de Drewermann, encontrará inquietantes analogías con las creencias de Bergoglio en materia de formación sacerdotal. En el 2008 publicó una obra de título emblemático: Giordano Bruno. El filósofo que murió por la libertad del espíritu. En el 2014, o sea nueve años después de la apostasía anunciada en televisión, este pseudo-teólogo ha predicado los ejercicios espirituales a dos comunidades de monjes benedictinos (la local y la de Melk) en la Abadía de San Lamberto, en Austria (ver aquí y acá).
   
Nótese que el tema del rol salvífico de Judas es un elemento de matriz gnóstica recurrente también en la secta neocatecumenal de Kiko Argüello (ver aquí) de la cual es adepto el padre Raniero.
  
El gnosticismo de «nuestro hermano Judas»
Publicada hace pocos años la traducción del denominado Evangelio de Judas, texto herético y apócrifo escrito entre el 130 y el 170 (y encontrado en Egipto en 1978), en el cual el Apóstol traidor lo hace con la plena conciencia de realizar la obra de la Redención en conformidad al querer divino (cfr. San Ireneo de Lyon, Advérsus hæréses, I, 31, 1).
   
Según este texto, el Iscariote no es el traidor, pero asumiendo la función de símbolo de la comunidad gnóstica perseguida por la gran Iglesia, resulta ser el único héroe justo de la historia. Judas traiciona para liberar el espíritu de Jesús, emancipándolo de su carne; el motivo por el cual el Jesús representado en el Evangelio de Judas es radicalmente diferente del neotestamentario está precisamente en la dinámica de la Encarnación. El Cristo gnóstico presentado en el Evangelio de Judas es un espíritu puro aprisionado en la materia, mientras que el católico representa realmente la Encarnación del Verbo «que por obra del Espíritu Santo se encarnó en el seno de la Virgen María y se hizo hombre».
   
Según el gnosticismo, la forma humana es una prisión para el alma; en tal óptica, la traición de Judas (en el sentido etimológico del término, el de tradítio) permite a Jesús liberarse de sus cadenas físicas. Según el Evangelio de Judas las enseñanzas gnósticas no fueron impartidas a todos los Apóstoles, sino reveladas privadamente por Jesús solo a Judas, considerado más digno que los otros Apóstoles.
  
Se considera que fuese el texto sagrado fundamental de los Setianos, en cuanto es citada la “estirpe de Set” como estirpe de los elegidos, o también de los Cainitas, los cuales tenían en gran cuenta todos los personajes considerados réprobos en el Antiguo Testamento, como Esaú, Cam, los habitantes de Sodoma y Gomorra, el mismo Judas Iscariote y Caín, epónimo de la secta, puesto que ellos habían sufrido y habían sido malditos por Hysteraa, el Demiurgo, el Dios cruel veterotestamentario. En un pasaje de tal pseudovangelio, Jesús se ríe de los discípulos que rezan a la entidad que ellos creen ser el verdadero Dios, pero que en realidad es el malvado Demiurgo.
  
No se olvide eso, a tal propósito, cuando cierta teología postconciliar –y el pensamiento de Bergoglio en particular– insista sobre la presunta oposición del Dios tremendo del Antiguo Testamento al Dios misericordioso del Nuevo, como si se tratase de dos entidades distintas, en clave claramente gnóstica, o si se quiere, maniquea o marcionita.
  
No me sorprendería –para retomar un tema que he tocado en un artículo mío reciente (aquí)– si Francisco estuviese sinceramente convencido que el Dios de los Católicos “rígidos sea el Demiurgo, mientras que la neoiglesia adora al dios serpiente, que ha permitido el nutrirse del fruto del conocimiento.
   
Conviene también recordar a Orígenes, que en Contra Celsum, aunque condenando a Judas, ve en su traiciòn un mal contingente que será superado en u a perspectiva de redención progresiva, en vista de una final apocatastasis que reasumirá todas las criaturas en la plenitud divina del Logos. Según esta visión, todos los malvados, incluido el diablo, serán redimidos en una eterna vivificación que trasciende el mal histórico. El Concilio de Constantinopla del 543 condenó la apokatastasis de Orígenes: «Si quis dicit aut sentit, ad tempus esse dǽmonum et impiórum hóminum supplícium, ejúsque finem aliquándo futúrum, sive restitutiónem et redintegratiónem esse (fore) dǽmonum aut impiórum hóminum, anathéma sit». Si alguno dice o siente que el castigo de los demonios o de los hombres impíos es temporal y que en algún momento tendrá fin, o que se dará la reintegración de los demonios o de los hombres impíos, sea anatema.
  
Pero precisamente es eso lo que sostiene en el siglo XVII también Leibniz, que reflexiona sobre cómo Dios había considerado positiva la existencia de Judas en el cuadro del mejor de los mundos posibles, en el cual su acción, aunque pecaminosa, es en ventaja de un bien más grande, esto es, la admirable economía redentiva. Asistimos pues a la inversión de la felix culpa de Adán.
   
Encontramos el pensamiento de Orígenes también en Friedrich Schleiermacher, Karl Barth, Hans Urs von Balthasar, Adrienne von Speyr, Adriana Zarri, Paolo De Benedetti, Luigi Lombardi Vallauri y Vito Mancuso.
  
Padre Cantalamessa y don Mazzolari
El Viernes Santo del 2014 el padre Raniero Cantalamessa Giovannini, Predicador de la Casa Pontificia, ha retomado el tema de la presunta conversión in extrémis de Judas, citando otro personaje del bestiario modernista (aquí): don Primo Mazzolari (1890-1959), llamado anticipador del Vaticano II y partidario de la Iglesia de los pobres, de la no violencia, de la libertad religiosa, del pluralismo y del «diálogo con los alejados». Al año siguiente, siguiendo el autorizado panegírico coram Pontífice, se abrió el proceso diocesano para la beatificación del párroco de Bozzolo. Y en el 2016 el mismo Papa lo retoma en el discurso en San Juan Lateranense y en el de Santa Marta, siempre para hablar de Judas. Reafirma también hoy el mismo concepto: «Don Primo Mazzolari lo explicó mejor que yo» (aquí).
  
En su homilía del Viernes de Parásceve, el padre Cantalamessa afirmó: «Ha permanecido famosa la homilía que tuvo en un Jueves santo don Primo Mazzolari sobre Nuestro hermano Judas. “Dejad —decía a los pocos feligreses que tenía delante— que yo piense por un momento al Judas que tengo dentro de mí, al Judas que quizás también vosotros tenéis dentro. […] Judas tenía un atenuante que yo no tengo. Él no sabía quién era Jesús, lo consideraba sólo “un hombre justo”; no sabía que era el hijo de Dios, como lo sabemos nosotros».
   
¿Y dónde estaba Judas cuando el Señor devolvía la vista a los ciegos, sanaba a los leprosos, curaba a los paralíticos, hacía resucitar a Lázaro, y multiplicaba los panes y los peces? Ah sí, para robar los dineros del tesoro apostólico destinado a los pobres o para criticar a la pecadorapor haber derramado el bálsamo perfumado para ungir los pies de Cristo, como hoy hay quien defrauda a los fieles el tesoro de la Iglesia poniéndose a predicar doctrinas heréticas y deja siempre más escuálido y profano aquello que queda de la liturgia, contra el presunto triunfalismo tridentino.
  
Entre otros, el pauperismo de segunda tan en boga bajo Bergoglio recuerda la falaz argumentación de Judas: «Dixit ergo unus ex discípulis ejus, Judas Iscariótes, qui erat eum traditúrus: quare hoc unguéntum non vǽniit trecéntis denáriis, et datum est egénis?» (Joann. XII, 4-5) Por lo cual Judas Iscariote, uno de sus discípulos, aquel que le había de entregar, dijo: “¿Por qué no se ha vendido este perfume por trescientos denarios, para limosna de los pobres?”. Observación que surge espontáneamente, luego que se tuvo noticia por la prensa (aquí) de las desconsideradas inversiones de la Administración Patrimonial de la Sede Apostólica en operaciones temerarias con Goldman Sachs y en apoyo de Hillary Clinton como candidata a las elecciones presidenciales estadounidenses…
   
Pero volvamos a don Mazzolari: en Noviembre de 1957 el Arzobispo de Milán, Giovanni Battista Montini, lo llama a predicar las Misiones en la propia Diócesis; en Febrero de 1959 el Papa Juan XXIII lo recibe en audiencia privada y lo saluda públicamente como «trompeta del Espíritu Santo en tierra mantuana». Pablo VI llegó a decir: «Han dicho que no hemos querido a don Primo. No es verdad: ¡también Nos le hemos querido! Pero vosotros sabéis cómo iban las cosas. Él tenía el paso demasiado largo y a Nos nos costaba trabajo seguirle. Cuánto tuvo que sufrir, y sufrimos también nosotros. Este es el destino de los profetas». Una vez más, el acostumbrado procédé: se usa una palabra aparentemente inocua –profeta, en este caso– guiñando a quien sabe entender. No por casualidad mons. Heiner Wilmerm ha usado precisamente la misma palabra para definir a un herético apóstata.
   
«Pero vosotros sabéis cómo iban las cosas», ¡lo sabemos! En 1935 el Santo Oficio condenó su libro La più bella avventura; en 1943 condenó Impegno con Cristo; en 1945 condenó Impegni cristiani, istanze comuniste; en 1949 don Primo fue reclamado por el compromiso filosocialista sobre su quincenal Adesso; en 1951 le fue impuesta la clausura del mismo periódico; en 1954 el Prefecto Alfredo Card. Ottaviani ordenó una severa admonición del sacerdote, impuso la atenta y severa revisión eclesiástica de sus escritos y le prohibió predicar fuera de la parroquia. En 1958 fue condenado su libro Tu non uccidere. El último decreto del Santo Oficio es de 1960, post mortem, que reafirma la prohibición de publicar los libros de don Mazzolari ya condenados.
   
Pero si miramos bien, casi todos los denominados profetas postconciliares ponen en el propio cursus honórum excomuniones, condenas, reducciones al estado laical, privación de la enseñanza, prohibición de predicar, etc. A propósito de hermenéutica de la continuidad… Y en esto poco difieren de los más conocidos herejes de ayer, de los cuales celebra los centenarios correspondientes.
   
Me permito hacer notar que la disociación entre la persóna Papæ y la persona fìsica que está claramente en Bergoglio ya era significativamente intuíble tanto en Roncalli como en Montini, puesto que entrambos demuestran comprender el propio papel de ruptura respecto a lo que se debería esperar de ellos en cuanto [pretendidos, N. del T.] Vicarios de Cristo y custodios del Depósitum fídei.
   
Otro elogio sobre Judas de don Mazzolari lo encontramos en Famiglia Cristiana (aquí), que el Jueves Santo de 2018 republica la inmunda homilía [pronunciada la vez primera el Jueves Santo 3 de Abril de 1958, N. del T.]: «Pobre Judas. Qué le había pasado en el alma, no lo sé Es uno de los personajes más misteriosos que encontramos en la Pasión del Señor. No buscaré tampoco explicarlo, me contento con pediros un poco de piedad para nuestro pobre hermano Judas. No os avergoncéis de asumir esta fraternidad. Yo no me avergüenzo, porque sé cuántas veces he traicionado al Señor; y creo que ninguno de vosotros debería avergonzarse de él».
   
La retórica del negativo
He aquí por tanto el hilo rojo que une a Primo Mazzolari, Eugen Drewermann, Raniero Cantalamessa y Bergoglio: el triador, Judas. Pero también Lutero, como hemos visto recientemente.
  
Esta apología de Judas entra evidentemente en la casuística del barrer para casa. Parece que, rehabilitando a los peores personajes de la historia, Bergoglio quiera asegurarse a sí mismo y a sus caudatarios, a los que una sobra de remordimiento debe sin embargo reprobar los peores excesos. Así, en la furia de alargar las mallas de la divina justicia disolviéndolas en un buenismo que ofende a la divina Justicia, este confía en encontrar salvación no obstante las culpas de las que se ha manchado ante la Majestad de Dios y ante la Iglesia. «Cada uno de nosotros tiene la capacidad de traicionar, de vender, de elegir por el propio interés. Cada uno de nosotros tiene la posibilidad de dejarse atraer por el amor al dinero o a los bienes o el bienestar futuro. “Judas, ¿dónde estás?”. Pero la pregunta la hago a cada uno de nosotros: “Tú, Judas, el pequeño Judas que tengo dentro: ¿dónde estás?”». Abominable.
   
Este revisionismo sistemático, que no conoce límite algunoo y llega a negar la misma divinidad de Cristo o la Corredención de la Virgen Santísima, contradice la Verdad revelada, las mismas palabras del Salvador, el consenso unánime de los Padres y la voz de la Tradición. El problema es que Bergoglio está indicando a los fieles, como modelos de vida cristiana, lo peor de lo peor: con tales ejemplos con los cuales confrontarse, espera tal vez sacar dinero, remojando en las pequeñas legiones de los novadores un circo de tizones de infierno y otros personajes impresentables.
  
Pero del Papa no se pueden oir despropósitos así. Discursos que se podrían imaginar ambientados en una sórdida taberna, donde impíos y viciosos, taco de billar en mano, presumen entre una imprecación y otra el no haber matado a nadie, y de ser por tanto hombres de bien. Los mismos que se ríen –encontrando en Bergoglio un inesperado cómplice– de los intolerantes y los integralistas, aquellos que comen poco el viernes pero tienen a la amante y quizá esconden otra. Los mismos de los cuales oímos decir «Mejor un buen laico que un mal cura», o cualesquiera otras banalidades.
  
En el 2016, cuando publiqué este artículo (aquí), escribí: «No nos sorprendamos si antes o después Bergoglio llegare a plantear sus dudas sobre satanás mismo: al final –vendrá a decir– era un buen diablo y Dios le habrá perdonado, como esperaba Orígenes o como despotricaban los Cainitas». Es inquietante notar que aquella rehabilitación de los demonios ya fue teorizada, junto con la liberación de las almas condenadas del Infierno, para el fin de los tiempos.
   
Según Bergoglio, Nuestro Señor «trataba a la gente como era, no como debía ser». Diciendo así él blasfema de la Pasión de Cristo, que se ha inmolado para redimirnos con su propia Sangre, dándonos un ejemplo, para que no viviendo más para el pecado, vivamos para la justicia (I Pet. 2, 24). Si no somos llamados a cambiar, a elegir el deber ser de Su santa ley, ¿para qué habrá servido el Sacrificio de Cristo? ¿Para qué los dolores de la Virgen al pie de la Cruz, la sangre de los Mártires? ¿Con qué osadía, me pregunto, se pueden decir palabras tan sacrílegas?
   
Tranquilizar a los simples ante el pecado, lejos de conducirlos a la bienaventuranza eterna, sirve solo para anestesiar la conciencia y hacerle tolerables también las peores culpas, abriéndoles las fauces del infierno. Pero esto es una traición, que hace de quien se mancha un nuevo Iscariote.
  
Si esta es la traición que el Cuerpo Místico de Cristo debe afrontar por seguir las huellas del Maestro, exclamemos con Nuestro Señor: «Lo que vayas a hacer, hazlo pronto» (Joann. XIII, 27).

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