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viernes, 3 de abril de 2020

SEPTENARIO DE LOS DOLORES DE MARÍA SANTÍSIMA

Elementos tomados del Congregante y Siervo perfecto de la Santísima Virgen de los Dolores, del padre fray Lorenzo Reymundinez OSM, exprovincial y corrector de los Siervos de María, publicado en 1685; y de las Meditaciones sobre los principales dolores de la Vírgen Santísima, publicado en 1866.
 

Por la señal ✠ de la Santa Cruz, de nuestros ✠ enemigos, líbranos Señor ✠ Dios nuestro. En el nombre del Padre, y del Hijo ✠, y del Espíritu Santo. Amén.

OFRECIMIENTO (Solo para el primer día)
Santísima Virgen adolorida, María Madre de Dios y Señora nuestra, aunque indigno de estar ante vuestro virginal acatamiento, movido de vuestra piedad, y con deseo de serviros, renuevo el afecto y voluntad con que os invoco como patrona, madre y abogada mía, y firmemente propongo de amaros y serviros en todo lo que me quede de vida: y os suplico por la Sangre que derramó vuestro amantísimo Hijo y por vuestros dolores, que os dignéis admitirme por hijo vuestro, y me alcancéis gracia para que de tal manera obre en estos siete días que dedico a la memoria de vuestros dolores, que todos mis pensamientos, palabras y obras se dirijan a mayor gloria de Dios y vuestra; y es mi intención rogar y suplicar a su divina Majestad por el buen gobierno y aumento de la santa Madre Iglesia católica romana, paz y concordia entre los Príncipes cristianos, extirpación de las herejías, exaltación de la santa Fe católica, y por nuestro católico reino. Os suplico también que me hagáis participante de todas las gracias e indulgencias concedidas a los que se ocupan en considerar la pasión de vuestro adorable Hijo y vuestros dolores, para más amaros, serviros, y en el fin de esta miserable vida alcanzar una buena y santa muerte. Amén.
  
Puesto en la presencia de María Santísima en el modo dicho, recogerás los sentidos y potencias, pedirás a Dios te ilustre el entendimiento e inflame la voluntad para sentir los Dolores acerbos de María Santísima, y con todo el fervor posible dirás:
      
ORACIÓN QUE SE HA DE DECIR TODOS LOS DÍAS
Afligida y desconsolada Señora, yo la criatura más indigna de estar delante de vuestra soberana presencia, os suplico con todo abatimiento, que por vuestros dolores os dignéis ser mi guía, amparo y patrocinio, para que en el ejercicio de este día pueda acertar a serviros y agradaros, a quien me consagro y sacrifico totalmente con todas mis potencias y sentidos; y cuanto pensare, dijere y obrare, sea en recompensa de los dolores que con mis culpas os he ocasionado, y me consigáis perdón de ellas y una buena y reconocida muerte. Amén.
   
ACTO DE CONTRICIÓN
Oh Señora llena de dolores, Madre de Dios, hombre verdadero, Criador, conservador y Redentor mío, en quien creo, en quien confío, y a quien amo sobre todas las cosas: me pesa con todo mi corazón de haberle ofendido, solo por ser quien es tan digno de ser amado; aborrezco mis culpas, porque con ellas ofendí a mi Dios y ocasioné vuestros dolores; y ofrezco amarle y servirle de aquí adelante. Pero soy tan frágil, que si vos, Señora, no me alcanzáis gracia para cumplirlo, faltaré miserablemente a la palabra que os doy; y así os suplico por la Sangre de Jesucristo y por vuestros dolores, me la consigáis. Amén.
   
DÍA PRIMERO
Considera, devoto siervo de María, cómo esta divina Señora, siempre fiel y solícita observante de la ley de Dios, acude al santo templo de Jerusalén, para cumplir un precepto que no la comprendía, llevando gozosa en brazos al recién nacido infante Jesús su amantísimo hijo, y al tomarlo en los suyos el santo profeta Simeón, oye de la boca del inspirado anciano la terrible profecía de la Pasión y muerte del mismo Hijo tan amado que acaba de presentar. «Este tierno Niño que tan gozosa habéis llevado al templo, le dice con dolorido acento el piadoso siervo de Dios, os será, Señora, motivo de grande pesadumbre y cruelísima aflicción. Será también tropiezo y ruina de obstinados pecadores, que ofuscados por las densas tinieblas de sus culpas, se estrellarán y caerán deslumbrados por los divinos resplandores de esta luz; y será finalmente el blanco de la envidia y encono de los mismos pecadores, quienes odiarán su celestial doctrina, le perseguirán y le saciarán de improperios y tormentos hasta hacerle morir clavado en cruz, en la cual seréis también Vos misma espiritualmente crucificada». ¡Oh, qué terrible estocada fue esta para el sensible corazón de la Virgen Madre! ¡Qué espada de dolor para ese corazón que solo palpitaba y vivía por el aliento de Jesús! ¡Ah, Madre mía afligidísima!, ¡cómo veríais ya de un solo golpe, en aquel amargo trance, todos los insultos, suplicios y tormentos que la malicia de los hombres había de descargar contra Jesucristo y contra Vos! Haced, Madre mía, que esa espada de dolor por la profecía de Simeón traspase mi corazón por las veces que he renovado con mis culpas la pasión y muerte de vuestro hijo Jesús mi Redentor, y os acompañe en vuestra amargura.
   
PONDERACIÓN
Pondera, alma compasiva, la dolorosa impresión que hubo de causar a la santísima Virgen el triste vaticinio de Simeón. Pero ¿puede nuestro corazón terreno penetrar siquiera la sublimidad de los afectos y sentimientos que conmovieron su alma purísima? ¡Ah!, ¡cómo se agolparían desde luego a su herida imaginación todas las circunstancias desgarradoras de la cruenta pasión y muerte del Hijo de sus virginales entrañas! ¡Cómo se le representarían los cordeles, los azotes, las espinas, los clavos y el madero que debian maltratar su divino cuerpo, y derramar gota a gota su sangre sacratísima! ¡Oh atribulada Señora!, ¡oh afligidísima Madre! ¡Qué aguda sensación hubo de causar a vuestra alma esa violenta transicion del más puro y celestial de los gozos al más recio y cruel de los pesares! ¡Ah!, ¡cómo debisteis ya medir entonces toda la grandeza y acerbidad de los dolores que había de sufrir vuestro tierno corazón! ¡Cómo visteis ya entonces a vuestro dilectísimo Hijo desangrado y sediento en el ara de la santa cruz, sin poderle dar el mas mínimo lenitivo vuestro maternal afecto, sumiso y resignado a los decretos severísimos del eterno Padre! ¡Oh Madre mía angustiada! En aquel mar inmenso de amarguras en que fue anegada vuestra alma, haced que se sumerja también mi seco corazón, para que derritiéndose en lágrimas de compasión por vuestras penas, y de vivo dolor por mis pecados, acierte a seguiros resignadamente en el camino de las tribulaciones de esta vida, único blasón a que deben aspirar en este valle de lágrimas vuestros verdaderos hijos y compasivos siervos.
   
DEPRECACIÓN
¡Santísima Virgen y Madre dolorosa! Poseído de cristiana compasión por el agudo dolor que padecisteis al anunciaros el santo profeta Simeón la futura pasión y muerte de vuestro santísimo hijo Jesucristo, mi adorable Redentor, os suplico humildemente, que os compadezcáis también Vos de la penosa tribulación en que tiene puesto a este pobre hijo y siervo vuestro la tiranía de sus vicios y pasiones tan opuestas a la excelencia de vuestras virtudes y a la pureza de vuestro celestial amor. Bien sabéis, Madre mía, que no tengo rectitud de intención, suavidad de afectos, espíritu de resignación y obediencia, humildad cristiana, ni nada que sea digno de Vos y de vuestro dilectísimo Hijo tan amorosamente sacrificado para mi salud y redención; pero tengo sí, dulce Madre, vivísimos deseos de adquirir todas esas virtudes, de que estoy tan falto de corregir mi conducta pecadora, y de identificarme con Vos y con Jesucristo mi amante Redentor, y me prometo conseguirlo por los infinitos méritos de su sangre sacratísima, y por vuestra maternal intercesión, que imploro con todas las ansias de mi corazón contrito y humillado. Haced que llore mis pecados para evitar mi ruina final: libradme, ¡oh! libradme, Virgen pía, de la perdición eterna. Oídme, Reina pía: valedme, tierna Madre: salvadme, dulce y clementísima María. Amén.
    
Rezar un Padre nuestro, siete Ave Marías y un Gloria Patri.
     
℣. Ruega por nosotros, Virgen dolorosísima.
℟. Para que seamos dignos de las promesas de Cristo.
  
ORACIÓN
¡Oh Dios!, en cuya Pasión el alma dulcísima de la gloriosa Virgen y Madre María, según la profecía de Simeón, fue traspasada con cuchillo de dolor: concede propicio que cuantos meditamos devotamente sus dolores, alcancemos los dichosos frutos de tu Pasión: Tú que vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén.
  
En el nombre del Padre, y del Hijo ✠, y del Espíritu Santo. Amén.

DÍA SEGUNDO
Por la señal...
Oración para todos los días y Acto de contrición
   
Considera, alma piadosa, la dolorosa impresión que causaría en el tierno corazón de María al llegar a sus oídos el terrible edicto infanticida fulminado por el sanguinario cruel Herodes para acabar con la vida de su recién nacido hijo Jesús, de cuya aparición sobre la tierra recelaba el tirano su destronamiento y ruina, y la grande inquietud que había de angustiar el alma de la santísima Virgen en el peligroso tránsito por el desierto, camino designado por la divina Providencia para refugio y asilo del perseguido infante Jesús. Apenas el santo José, advertido de Dios por ministerio de un ángel, anuncia a María su esposa, que es preciso huir, y huir sin demora, para salvar al niño Jesús de la sangrienta persecución de Herodes, cuando la atribulada Madre sin réplica alguna se pone en marcha, ocultando en su amoroso regazo al Hijo de sus entrañas, y amada prenda de su corazón... Ni lo extremo de su pobreza, ni las incomodidades y riesgos del camino, ni la consideración de una tan larga distancia, son capaces de arredrar su ánimo fortalecido por el amor y por la fe, y en alas de este amor y de esta fe emprende presurosamente su largo viaje sin más compañía que la de su esposo y del niño Jesús, entregándose en brazos de la divina Providencia... ¡Oh amor y dolor, superiores a toda humana comprensión, cómo combatiríais el sensible corazón de María en ese momento decisivo y cruel! ¡Oh amantísima Madre, y atribulada Señora! ¡Cuántos sobresaltos y temores agitarían vuestro tierno pecho durante esa fatigosa y agitada peregrinación! Permitidme, Virgen santa, acompañaros en tan largo viaje con la ternura de mi corazón, y con el dolor de haber desterrado de él a vuestro hijo Jesús por mis culpas.
   
PONDERACIÓN
Pondera, alma mía, las ansias, las fatigas, las penalidades, en fin, de toda clase, que hubieron de atormentar el alma purísima de Maria en tan largo y penoso viaje. El temor de ser descubierta y alcanzada por los feroces soldados de Herodes; los quejidos de las inocentes víctimas sacrificadas a su furor e impiedad; el llanto y alaridos de las desconsoladas madres; las dificultades y peligros de la huida; los rigores de su extrema pobreza... ¡Ay!, ¡cómo todo esto se agolparía en la angustiada imaginación de la Madre y la llenaría de sobresalto y mortal congoja! ¡Ah!, ¡qué ansiedad y zozobra experimentaría al emprender la marcha, y después viéndose engolfada en el desierto, pobre, necesitada de todo, cercada de peligros, y acosada por el temor! ¡Oh!, ¡cuántas y cuántas veces se fijarían sus tiernas miradas en los ojos conturbados de su fidelísimo Esposo, y cuántas los encaminarían ambos al Cielo demandando amparo y socorro al Padre celestial! Y al contemplar en sus brazos al tierno infante aterido de frío, falto del necesario alimento y abrigo, ¡qué pena, qué dolor y amargura oprimirían su angustiado corazón! ¡Ah Madre mía afligidísima! De esa grande tribulacion que hubísteis de pasar en esa súbita huida tan llena de riesgos y pesares, haced que participe también yo, culpado y negligente hijo vuestro, pues debo y quiero venir en vuestro seguimiento, huyendo de la tiranía de mis culpas, y buscando un refugio y asilo a la sombra de vuestra maternal clemencia, y del amor de Jesús mi adorable Redentor.
   
DEPRECACIÓN
Purísima y atribulada Virgen María: yo os acompaño también con piadosa y compasiva solicitud en vuestra penosa huida a Egipto, y os pido humildemente me permitáis seguiros por el santo camino de las contrariedades y tribulaciones de esta vida, para ser conducido por este trabajoso destierro al salvador asilo de la virtud. Alcanzadme, Madre mía, las luces de la divina gracia, para que acierte a escapar con paso firme y resuelto de las persecuciones y asechanzas de mis vicios y pasiones, que son mis mortales enemigos, hasta verme salvo y seguro en el inexpugnable recinto de la ley de Dios durante mi fatigoso y arriesgado tránsito por el desierto de este mundo, a fin de poder llegar felizmente al término de mi jornada, y alcanzar la dicha de verme reunido con mi redentor Jesús, y con Vos, amante Madre mía. Así lo espero por los infinitos méritos de su Sangre sacratísima, y por vuestro maternal favor, oh pía, oh clemente, oh dulcísima María. Amén.
   
Rezar un Padre nuestro, siete Ave Marías y un Gloria Patri. El verso y la Oración se rezarán todos los días.

DÍA TERCERO
Por la señal...
Oración para todos los días y Acto de contrición
   
Considera, alma devota, que deseosa y solícita siempre la Virgen santísima de tributar a Dios los homenajes de su amor y rendimiento, había bajado de Nazaret su patria a la ciudad de Jerusalén, en compañía del niño Jesús, que contaba ya entonces doce años, y de José su casto y virtuoso esposo, y considera como cumplidas ya las ceremonias de la Ley, al salir del templo y reunídose de nuevo con San José para regresar a su pueblo, apenas estuvieron fuera de la ciudad echaron menos al niño Jesús, a quien la Madre suponía en compañía del esposo, así como este lo suponía en compañía de la Madre... ¡Oh!, ¡cómo quedarían entonces afligidos los corazones de María y de José! ¡Qué dolor tan agudísimo traspasaría el tierno y amantísimo corazón de María al verse sin la presencia y compañía de Jesús! ¡Qué susto y congoja asaltarían su alma purísima! ¡En qué mar de aflicciones y tormentos fluctuaría su espíritu durante los tres días en que tuvo perdido a su Hijo! ¡Oh dulce Madre!, yo me compadezco de vuestro penetrante dolor al veros sin la presencia visible de vuestro Hijo y de vuestro Dios, y, unido a Vos, quiero buscarle con tanto arrepentimiento, que merezca hallarle para siempre.
   
PONDERACIÓN
Pondera, alma piadosa, el dolor inmenso de Maria en la pérdida de Jesús su hijo... ¡Qué lengua podrá bastantemente expresarlo! ¡qué entendimiento, por elevado que sea, comprenderlo! ¡Oh dolor!, ¡oh sentimiento imponderable!... Triste y apesarada la Madre, vuelve presurosamente a Jerusalén en busca de Jesús; penetra de nuevo en la ciudad; busca, registra, pregunta, mas en vano, porque... ¡ay!, el Niño no parece; la lumbrera de sus ojos, la prenda, la joya de su alma enamorada no responde a su voz maternal. Desolada y sin consuelo prosigue buscando, corre de uno a otro lado de la ciudad: cruza todas las calles: llama a todas las puertas: pide, gime, y suplica; hasta que por último, ya sin fuerza y sin aliento, vuelve a penetrar en el santo templo, y... ¡oh sorpresa! Encuentra allí a su amado Hijo, atrayendo y enseñando a los sabios del mundo y a los doctores de la ley. ¡Oh afligida y desconsolada Madre! No cabe en mi conocimiento la pena y dolor que padeció vuestro corazón en la pérdida de vuestro Hijo. ¡Oh!, ¡quién pudiera concebir en parte el dolor que os lastima, para entrar a la parte de vuestro sentimiento! Vos os veis separada de vuestro Hijo por divina disposición; pero yo, Señora, por mis culpas: mas vedme aquí dolorido y penitente, llorando compungido la pérdida de mi dulce Salvador. Haced, Madre mía, que como Vos lo busque solícito, y lo encuentre para siempre en el dulce regazo de la virtud y del cristiano amor.
   
DEPRECACIÓN
¡Oh acongojada Reina! ¡Oh amantísima y desolada María! Por el grande desconsuelo que tuvisteis en la pérdida momentánea de vuestro hijo Jesús, compadeceos de mí, sumiso hijo y siervo vuestro, que por mi sola culpa tantas veces lo he perdido. Alcanzadme, Madre mía, gracia, para que, así como su pérdida quebrantó vuestro amante corazón, así traspase también el mío un vivo dolor de haberle perdido por mi culpa; y por la agudísima pena que sentisteis en la ausencia de vuestro amabilísimo Jesús, permitidme asociarme con Vos, imitando vuestra solicitud y diligencia en buscarle apesarado y afanoso. Alcanzadme, dulce Madre, la gracia de hallarle clemente y propicio, y la dicha de no volver a perderle nunca más... ¡Oh! sí, alcanzadme por vuestra mediación y valimiento su gracia y misericordia, y haced que esa misericordia y esa gracia me sean prenda de virtud en esta vida, y después de gozo y gloria en la eterna bienaventuranza. Hacedlo, Madre pía, vida, dulzura y esperanza mía. Amén.
   
Rezar un Padre nuestro, siete Ave Marías y un Gloria Patri. El verso y la Oración se rezarán todos los días.

DÍA CUARTO
Por la señal...
Oración para todos los días y Acto de contrición
   
Considera, alma compasiva, el vehementísimo dolor que afligiría el tierno corazón de María, al encontrar en la calle de Amargura al Hijo de sus virginales entrañas cargado con el grave peso de la cruz, oprimido, desfigurado, desangrado, lleno de oprobios, y caído al suelo desfallecido y cubierto de mortal palidez. Apenas el juez Pilatos para satisfacer la rabia y furor de los judíos, sedientos de la sangre del Justo, hubo pronunciado la sentencia de muerte contra el Autor soberano de la vida, cuando estos aprestaron la cruz en que había de ser clavado, cargáronla sobre sus delicadas espaldas, y atada al cuello una gruesa soga, le arrastraron por las calles de Jerusalén camino del Calvario, en medio de un diluvio de injurias, insultos, blasfemias y escarnios. Noticiosa la soberana Virgen por el discípulo amado de tan lastimoso espectáculo, vuela en alas de su amor, y a impulsos de la congojosa amargura que embarga su maternal corazón, al encuentro de su amado Hijo, cruza las calles de Jerusalén, oye a distancia la confusa gritería de un pueblo amotinado, siente el estrépito de las armas y el sonido lúgubre de la fatal trompeta que denuncia como reo de muerte al soberano Autor de la vida. Mas ¡ay!, cuál quedaría la destrozada Madre, cuando al doblar una esquina se encuentra con su querido Hijo, caído en el suelo, bañado en sangre, atropellado por aquellos feroces verdugos, ¡y hecho el ludibrio y escarnio de aquella soldadesca infernal! ¡Oh encuentro lastimoso! ¡Oh cruel espectáculo! ¡Qué impresión causaría en el corazón de una madre, y madre como María! ¡Qué dolor tan agudo y penetrante seria para ella ese lastimoso espectáculo! ¡Oh dulce Madre!, yo me compadezco de vuestro agudísimo dolor; yo deseo seguiros penitente en el camino del Calvario, a fin de presentaros el lenitivo de mi cristiana compasión.
   
PONDERACIÓN
Pondera, alma piadosa, el amargo desconsuelo y cruel martirio que padeciera la santísima Virgen en el doloroso encuentro de su hijo Jesús. ¡Corazones sensibles! ¡tiernas y amorosas madres! reflexionad, si podéis, el golpe terrible, la mortal impresión que hubo de recibir el tierno corazón de la mejor de las madres, al ver reducido a tan lastimoso estado a su Hijo dilectísimo, el más dulce, el más amable y santo de los hijos! ¡al ver su cabeza taladrada por agudísimas espinas; su divino rostro salpicado de sangre y empañado por el polvo e inmundas salivas; sus ojos amortecidos; su cuerpo magullado a golpes, cubierto de llagas de cabeza a pies, sin figura de hombre, y en medio de la gritería y enfurecimiento de aquella muchedumbre sedienta de la sangre del Justo! ¡Oh! ¡cómo todo concurría allí, para angustiar el alma purísima de María con un cúmulo de penas y martirios, que exceden a toda ponderación! ¡Oh Madre mía!, ¡quién me diera poder consolaros en tan extrema y mortal aflicción! ¡Quién me diera poder cargar sobre mí la enorme cruz que tanto oprime el debilitado cuerpo de Jesus! Mas, ¡ay Señora!, que yo me veo oprimido por mis vicios, y cargado con mis culpas y pecados, y no puedo levantarme sin los poderosos auxilios de la divina gracia, y sin el favor de vuestro maternal socorro. Por aquel sensible encuentro de vuestro santísimo Hijo, haced que me levante de la postración en que me tienen puesto mis enormes faltas, y cargue con la cruz de las penas y trabajos de esta vida, para aligerar en parte la cruz de Jesús, y mitigar vuestro dolor.
   
DEPRECACIÓN
¡Oh Madre afligidísima, y por todos conceptos llena de amargura! Compadecido del acervo dolor que martirizó vuestro corazón en el cruel encuentro de vuestro Hijo en la calle de Amargura, al verle desfigurado, lleno de dolores, saciado de oprobios y oprimido por el grave peso de la cruz, os suplico con humilde rendimiento y sincero dolor de mis pecados, que me alcancéis gracia para levantarme de mi mortal abatimiento, a fin de que fortalecido con el ejemplo de vuestras soberanas virtudes, tenga valor para sostenerme en mis terribles caídas en el camino del pecado, y socorredme para que no sucumba bajo su peso, y renueve los tormentos de mi Salvador, y vuestro dolor y amarguras. Alcanzadme luz con que conozca la fealdad de mis pecados, y gracia con que deteste su malicia. Haced también que beba con ánimo resuelto y resignado el cáliz de las tribulaciones y trabajos de esta vida, que el Señor se dignare presentarme, para satisfacer por las penas debidas a mis culpas. Haced finalmente, que me asocie con Jesús y con Vos en el camino del Calvario, a fin de llegar derechamente por él a la región celestial. Amén.

Rezar un Padre nuestro, siete Ave Marías y un Gloria Patri. El verso y la Oración se rezarán todos los días.

DÍA QUINTO
Por la señal...
Oración para todos los días y Acto de contrición
   
Considera, alma devota de María, en este quinto dolor la agudísima espada que traspasaría el alma purísima de esta Señora, al presenciar la crucifixión y muerte de su Hijo santísimo; y prevén lágrimas de compasión y ternura al contemplar el más triste de los espectáculos, y el mayor de todos los sacrificios, consumado por tu amor en el ara del árbol santo de la cruz. Apenas llegado el divino Isaac Jesucristo a la cumbre del Calvario, sitio destinado para el sacrificio de su infinito amor, cargado con el enorme peso de la cruz, llagado, cansado y sin aliento, sin concederle descanso ni alivio alguno, le arrancan los crueles verdugos la corona de espinas para volver a hincársela luego con más crueldad; le quitan en seguida sus vestiduras, rasgando y abriendo más y más con esto las innumerables llagas y heridas de que estaba cubierto su santísimo cuerpo, le tienden sobre la cruz, le dislocan con la mayor violencia sus miembros, le clavan de pies y manos en la cruz, y la enarbolan en presencia de Jerusalén, a vista del cielo y de la tierra, para que sean testigos de su ignominia. A todo esto, estaba presente la desolada Virgen, Madre del más grande y puro amor. ¡Qué pena! ¡Qué angustias! ¡Qué dolor para su tierno corazón! Queda crucificado el Hijo, y queda también crucificada la Madre por el afecto de compasión que penetra su alma; de suerte, que no sufre pena alguna el Hijo, que no lastime el corazón de la Madre. ¡Oh espectáculo el más sangriento! ¡Oh cruz, que haces dos víctimas en un mismo sacrificio! ¡Oh Madre afligida y por todas partes angustiada! Haced que os acompañe en tan acerbo dolor, y quede yo también clavado en la cruz con Vos y con vuestro santísimo Hijo, mi adorable Redentor.
   
PONDERACIÓN
¡Quién será capaz, alma mía, de ponderar, ni menos sentir, la agudísima espada de dolor, que penetraría el amante corazón de María, puesta junto a la cruz de su Hijo santísimo ¡Qué lengua, aunque sea de querubín, podrá expresar su angustia y su martirio! Ella ve al Hijo de sus entrañas hecho el blanco de todos los oprobios y tormentos: traspasan su corazón los duros golpes de martillo con que clavan sus pies y manos: oye la gritería de un ingrato pueblo, las blasfemias y sarcasmos que contra Él vomitan los judíos: escucha con emoción las palabras amargamente tiernas que pronuncia el labio moribundo del Redentor del género humano: observa que su cabeza se inclina por no poder apoyarse a causa de las espinas de que está circuida; que el peso de su cuerpo dilata más y más sus profundas llagas; que su pecho palpita con las ansias de la muerte; que tiemblan convulsos sus miembros; que sus entrañas arden en cruelísima sed, y que su espíritu oprimido ni en el eterno Padre halla consuelo. Repara en fin que encomienda su alma en manos del Padre, que inclina la cabeza sobre su pecho y expira. ¡Oh pena!, ¡oh tormento!, ¡oh dolor el de una Madre que está presente en tan tristes circunstancias, y en un espectáculo tan desgarrador! ¡Oh dulce Madre!, ¡cómo pudisteis sobrevivir a una tan amarga escena! Yo, aunque indigno siervo vuestro, os acompaño con la compasión en vuestra incomparable pena; pero ¡ay!, que me confundo al solo recuerdo de que he sido yo el autor de esta doble tragedia. Cargad, Señora, sobre mí estas penas, ya que soy la causa de ellas, por las veces que con mis culpas he vuelto a crucificar a vuestro Hijo. Tened, Madre mia, compasion de mí, y alcanzadme el perdon, y la gracia de nunca más pecar.
   
DEPRECACIÓN
¡Purísima Virgen y angustiada Madre! Asombrado y condolido os contemplo al pie de la cruz en donde expiró para darme vida Jesucristo mi adorable Redentor, bebiendo toda la amargura de su cruenta inmolación. Cuantas son vuestras miradas, tantas son las espadas que traspasan vuestro cándido y enamorado corazón; cuantas llagas veis en el cuerpo de vuestro Hijo, tantas heridas se imprimen en vuestra alma; cuantas espinas traspasan las sienes de Jesús, tantas son las saetas que hieren vuestro tierno pecho; y clavada os halláis con Jesús, Él en el cuerpo, y Vos en el alma. ¡Ay, dulce Madre!, traspasad mi corazón culpado con aquella espada agudísima que desgarró el vuestro al pie de la cruz de vuestro Hijo espirante de amor y de dolor por mí, miserable y desagradecido pecador... Yo soy... ¡oh! sí, yo soy el reo de su atroz suplicio: yo soy quien desprecio e insulto a cada paso el grande sacrificio de amor que hizo por mi eterna salvación. Yo me junto a cada instante con la turba de verdugos deicidas que le crucificaron. ¡Oh Señora y Madre mía!, tened lástima y compasión de mí. Alcanzadme gracia para que sepa crucificarme con mis vicios y pasiones, y para que ardiendo en vivas llamas de virtud y santo amor, me asocie con Vos doliente y compasivo al pie de la cruz del Redentor; para que adherido fuertemente a ella, durante todo el tiempo de esta mi fatigosa mortal vida, pueda participar del fruto de la Redención, que espero alcanzar por los infinitos méritos de la Pasión y muerte de vuestro santísimo Hijo, y por vuestro misericordioso valimiento, ¡oh clementísima, oh tierna y dulcísima Madre mía!

Rezar un Padre nuestro, siete Ave Marías y un Gloria Patri. El verso y la Oración se rezarán todos los días.

DÍA SEXTO
Por la señal...
Oración para todos los días y Acto de contrición
   
Considera, alma compasiva, la triste escena, el doloroso espectáculo que ofrece a tu vista la sexta estocada que desgarró el corazón de María al recibir en su regazo el cuerpo inanimado de su Hijo. Consumada ya la obra de nuestra redención, y agotados, por lo tanto, los tormentos de Jesús, no por esto terminaron las penas de María, antes bien comenzaron para ella otras no menos acerbas que anegaron en un mar de dolores su desfallecido corazón. Inmóvil perseveraba la afligida Madre al pie de la cruz de su inmolado Hijo, y tristemente anhelosa de poderlo quitar del sangriento madero y recogerlo en su amante seno... Mas ¡ay!, ¡cómo hacerlo, destituida como se hallaba de todo socorro humano! En semejante angustiosa situación, José y Nicodemo, dos nobles varones, inspirados por Dios, se acercaron respetuosamente a la desolada Virgen, y logrado su permiso bajaron de la cruz el cuerpo inanimado de Jesucristo, y lo depositaron en sus brazos maternales. Párate aquí, alma piadosa, a contemplar a María en semejante cruelísimo pasaje... ¡Ah! ¡Qué nueva espada de dolor para su ya harto lastimado corazón! ¡Qué pena, qué tormento, qué martirio puede imaginarse más atroz! ¡Oh! ¡cómo iría registrando una por una las llagas de que estaba cubierto! ¡y con cuánta razón puede dirigirnos aquellas palabras de Jeremías: «¡Oh vosotros todos los que andáis por el camino, atended, y ved si hay dolor semejante a mi dolor!». ¡Oh Madre mía!, como siervo fiel, deseo consolaros en vuestra aflicción, porque grande es como el mar vuestra amargura.
   
PONDERACIÓN
¡Quién será capaz, alma piadosa, de ponderar, ni menos explicar el inmenso quebranto y el dolor agudo que penetró el sensible y tierno corazón de Maria al tener muerto en sus brazos al Autor de la vida! ¡Quién podrá sondear el mar de aflicciones que combatieron entonces su alma! ¡Con qué angustiado afán y mortal congoja examinaría allí la inconsolable Madre el cúmulo de heridas, de que veía cubierta la sacrosanta humanidad de su amante Hijo!... ¡Ay!, ¡con qué ansioso afán buscaría en vano en aquel rostro sin figura los hermosos rasgos y la sin par belleza que fueron la lumbre y el embeleso de sus virginales ojos, el arrobo de los cielos y el encanto y la delicia de la tierra! ¡Ah! ¿Es este, diría con la Esposa, es este el semblante de mi amado, cándido y rubicundo cual la naciente aurora, cuya cabeza era un brocado de finísimo y luciente oro? ¡Oh!, ¡cómo se ha oscurecido y eclipsado ese clarísimo y esplendente sol!... Y entonces, ¡oh! entonces, la dolorida y quebrantada Madre aplicaría sus labios a las desangradas llagas del Hijo, e imprimiría en su fría y pálida frente, ardientes ósculos de sollozante afecto, y estrecharía con las trémulas, aquellas yertas y sagradas manos que profusamente habían derramado los beneficios de su divina gracia y caridad, y contemplaría con llorosos ojos aquellos pies sagrados que tan solícitos anduvieron en busca de los pecadores, y ofrecería al Padre eterno el presente de sus penas y dolores junto con el sacrificio de su Hijo y su amor. ¡Oh!, ¡qué pena! ¡Qué martirio!, ¡qué dolor para una madre, y madre como María! ¡Oh Virgen santa!, yo me enternezco al contemplaros en tan cruelísima y mortal situación; pero me confundo al mismo tiempo considerando que mis culpas son las que causaron tan horroroso estrago en la impecable humanidad de vuestro excelso Hijo. Haced, Madre mía, que la vista lastimosa del desangrado cuerpo de Jesús mi Salvador hiera el mío con un vivísimo dolor de haber renovado tan acerbos tormentos; haced que la Sangre de Jesús mi Salvador limpie y enardezca mi corazón hasta ahora tan corrompido y tan frío; haced que su suplicio y vuestros dolores me muevan a dolor y penitencia de mis culpas, a fin de que regenerado por la divina gracia os acompañe compasivo, y logre consolaros a fuerza de afecto, rendimiento y gratitud.
   
DEPRECACIÓN
¡Oh Reina de los mártires! Tierno y compasivo os contemplo sumergida toda en un mar de quebranto, al sostener en vuestros brazos el sacrosanto cuerpo de vuestro santísimo Hijo Jesús, muerto y sacrificado por los hombres todos, sin exceptuar a sus desapiadados verdugos e implacables enemigos, a impulsos de su amor finísimo y de su ardiente y acendrada caridad. Yo os contemplo en vuestra desolación, oh Madre tiernísima sin hijo, fiel esposa sin amante Esposo, estrella de gracia privada de la luz del Sol, y sosteniendo apenas pesarosamente esa vida vuestra que solo vivía de la vida y de la gracia de Jesús. ¡Ah! Inmenso como el mar hubo de ser vuestro quebranto, hondamente inmensa vuestra pena y desolación. ¡Ay!, ¡cuánto me confundo yo, Señora, al reconocerme tan culpado como los bárbaros judíos y sayones ejecutores de la pasión y muerte de Jesús mi Redentor, y de todas las aflicciones y amarguras de vuestro tierno y amante Corazón. Pero Vos sois Madre de misericordia y Refugio de los insensatos pecadores: tened, pues, Señora, tened lástima y compasión de mí, que, si hasta ahora he sido rebelde hijo e indigno siervo vuestro, quiero en adelante consagrarme todo a Vos por medio de la fervorosa y compasiva meditación de vuestros acerbísimos dolores, llorando con amargura y vivo arrepentimiento el cruel estrago que he causado en el sagrado cuerpo de vuestro Hijo y en vuestro pecho maternal. Mas para esto necesito la asistencia de la divina gracia: alcanzádmela, clemente Madre mía, a fin de que después de esta vida triste y pasajera, pueda acogerme en vuestro amante seno, y gozar eternamente de la gloria celestial. Amén.

Rezar un Padre nuestro, siete Ave Marías y un Gloria Patri. El verso y la Oración se rezarán todos los días.

DÍA SÉPTIMO
Por la señal...
Oración para todos los días y Acto de contrición
   
Considera, alma piadosa, el tristísimo cuadro de soledad y desolación de María que hoy se ofrece a tu contemplación, sepultado el sacrosanto cuerpo de Jesús tu redentor. Después que la dolorida e inconsolable Madre hubo desahogado un tanto la grandeza de su dolor sobre el inanimado cuerpo del Hijo descendido de la cruz, lamentando amargamente el bárbaro estrago que los hijos del pecado habían hecho en aquel cuerpo impecable y adorabilísimo, los piadosos varones José y Nicodemo, tras haberlo embalsamado, suplicaron compasivos a la Madre afligidísima que les permitiese darle sepultura antes que cerrase la noche. ¡Ah!, ¡qué nuevo y acerado golpe ese para el corazón de María! ¡Qué terrible y agudísima espada de dolor!... ¡Desprenderse de aquel santísimo cuerpo tan lastimosamente maltratado!... ¡Soltar de sus brazos maternales aquel divino objeto de todos sus arrobos y ahora de todo su quebranto... aquel Hijo de sus entrañas, ¡aquel Ser de su ser!, vida de su vida y aliento de su amor! ¡Ay! ¡cómo resignarse! ¡cómo resistir a semejante dolorosa separación! ¡Oh! ¡cómo llegarían aquí al último punto de mortal congoja el dolor y quebranto de María! ¡Ay, Madre mía amantísima! ¡cuán terrible, cuán desgarradora hubo de ser esa triste despedida para vuestro tiernísimo y desolado corazón! ¡Oh amarga soledad! ¡Oh separación dolorosísima y cruel! ¡Oh Madre afligidísima! ¡cuánto me contrista y me conmueve el lastimoso cuadro de vuestra inconsolable soledad!
   
PONDERACIÓN
¡Oh alma mía! ¡qué palabras, qué frases pueden encontrarse bastante expresivas para describir todo lo patético y cruel de la soledad de María! ¡Quién podrá ponderar la grandeza de su quebranto y la inmensidad de su dolor, al dejar sepultado a su hijo Jesús! ¡Ay! cómo se ve Ella... sola sin Hijo vivo: sola sin Hijo muerto: sola sin luz y sin guía; sola sin consuelo ni lenitivo alguno; y sola, en fin, sin el que era su aliento y su vida y su encanto y su luz. ¡Ah! ¡que no hay entendimiento que pueda comprender, ni fortaleza que pueda resistir la desgarradora vista de ese cuadro desoladísimo que presenta la Virgen en su amarga soledad! ¡Oh dolor imponderable de la más tierna, de la más sensible y más santa de las madres! ¿con qué otro dolor te compararé? ¿Quién me prestará los sublimes afectos de los espíritus angélicos? ¿Quién los acentos inspirados de las almas santas, para expresar de un modo tal cual digno la grandeza y profundidad de ese dolor? ¡Ay! Únicamente Vos, Señora; Vos únicamente podéis comunicar al alma mía sentimientos de pena y amargura apropiados a vuestra desolada soledad. Alcanzadme, pues, Virgen santa y tierna Madre mía, los auxilios de la divina gracia, para que sintiendo lo vivo y amargo de vuestro dolor, pueda, como fiel siervo e hijo vuestro, acompañaros y consolaros en vuestra soledad.
     
DEPRECACIÓN
¡Oh afligida y solitaria Virgen! ¡Oh tristísima y desolada Madre! Yo os contemplo doliente y contristado, en el fúnebre desierto de vuestra amarga soledad. Yo me presento a Vos, poseído de compasivo respeto, y con vivos deseos de acompañaros en vuestro triste aislamiento, contemplando mentalmente con Vos la dolorosa escena del Calvario, y los tormentos y la sangrienta muerte de Jesús, de que fuisteis Vos inmóvil y quebrantada espectadora. ¡Ay Madre mía afligidísima! Yo me acerco a Vos deseoso de consolaros con filial y piadoso afecto, y de acompañaros y serviros en vuestra desolada soledad. Yo vengo con firme propósito de seguiros en vuestra vía dolorosa, ansioso de llegar por ella al seno consolador y feliz de la virtud, llorando en la soledad de mi corazón contrito y humillado, mis innumerables culpas y extravíos causadores de los tormentos a Jesús y de vuestros dolores y amarguísima soledad. Mas para ello necesito, Madre mía, el auxilio poderoso de la divina gracia, que rendidamente imploro y espero alcanzar por los infinitos méritos de la pasión y muerte de Jesús, y por la eficacia de vuestro maternal favor. Conseguidme esta luz celestial, para que, guiado por ella, atraviese sin tropiezo el fragoso destierro de este mundo de malicia y dolo, y logre la inefable dicha de acompañaros para siempre en la patria celestial, que espero de la infinita misericordia de Jesús mi salvador, y de vuestra piadosa intercesión, ¡oh tierna! ¡oh pía! ¡oh dulcísima Madre mía! Amén.
    
Rezar un Padre nuestro, siete Ave Marías y un Gloria Patri.
   
OFRECIMIENTO EN EL ÚLTIMO DÍA
Purísima y angustiada Señora, reconocido a los grandes favores de vuestra soberana beneficencia; os doy afectuosísimas gracias, y singularmente por los que me habéis dispensado en estos siete días dedicados a la compasiva consideración de vuestros dolores. Recibid, dulce Madre mía, estos humildes obsequios, pues para que os sean gratos os ofrezco de nuevo mi corazón herido con la espada que atravesó el vuestro. Aceptadlo, Señora, hacedle todo vuestro, que para Vos es dedicado a vuestras angustias; vengad en él mis pasadas ingratitudes, que han hecho más agudas vuestras heridas, y ayudadme para que jamás se aparte de mí la memoria de vuestras acerbas penas. ¡Oh Madre amorosa!, si me alcanzáis esta gracia, os prometo que vuestras angustias serán siempre las delicias de mi corazón; despediré continuamente suspiros dolorosos por Vos; arderé en amor vuestro, y todo lo haré con el fin de consolaros: para que perseverando fiel y constante en el llanto de mis culpas, de los tormentos de Jesús y de vuestros dolores, pueda llegar algún día, mediante vuestra poderosa intercesión, a gozar de aquella alegría que por todos los siglos inundará vuestro corazón, y a disfrutar de vuestra dulce y amable compañía en el Cielo, que el Señor nos conceda a todos. Amén.

Rezar tres Ave Marías en honor de las lágrimas de la Santísima Virgen durante la vida, Pasión y muerte de su Hijo amantísimo. El verso y la Oración se rezarán todos los días.

2 comentarios:

  1. Quisiera saber si la llamada Misa Crismal del Jueves Santo estaba fijada en los ceremoniales tradicionales o es un invento conciliar, y si era imposición antes de lo conciliar, a que hora debería celebrarse, puesto que a lo que he visto con los novusordianos, se lleva a cabo en la mañana antes del oficio de la tarde(que es ahora cuando lo hacen) y en la catedral de cada "diócesis".

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    1. La llamada “Misa Crismal” renació con la reforma de 1955 ideada por Bugnini. Antes de ella, los Santos Óleos se bendecían (y el Santo Crisma era consagrado) en la Misa del Jueves Santo por el Obispo.

      San Hipólito de Roma (dicho sea de paso, el primer antipapa de la historia, opuesto a los Papas San Calixto, San Urbano y San Ponciano –con el que posteriormente se reconcilió–) en su Tradición Apostólica VII, 42, refiere que el óleo de los exorcismos (o de los catecúmenos) y el óleo de los enfermos eran bendecidos y el santo crisma era consagrado en la Vigilia pascual, en el siglo V esta ceremonia se trasladó al Jueves Santo a una misa distinta. Luego, en algún momento, la ceremonia (siempre presidida por el obispo) pasó a incorporarse a la Misa In Cœna Dómini, estando las rúbricas para el efecto en el Pontifical Romano. De ahí que Bugnini procedió a restablecerla en 1955 en un claro gesto de arqueologismo, y como un ensayo de la nueva Missa Chrismális de 1967, que es la que usan los novusordianos con la “renovación de las promesas sacerdotales” (cosa que JAMÁS POR JAMÁS EXISTIÓ en la historia de la liturgia tradicional, ni en Oriente ni en Occidente).

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