Compuesto en Italiano por el padre Massimiliano Maria Mesini CPPS y publicado en Rímini en 1884; traducido por un presbítero y publicado en Santiago de Chile en 1919, con aprobación eclesiástica.
En el nombre del Padre, y del Hijo ✠, y del Espíritu Santo. Amén.
ORACIÓN PARA TODOS LOS DIAS
¡Oh Sangre Preciosísima de vida eterna!, precio y rescate de todo el universo, bebida y salud de nuestras almas, que protegéis continuamente la causa de los hombres ante el trono de la suprema misericordia, yo os adoro profundamente y quisiera compensar, en cuanto me fuese posible, las injurias y ultrajes que de continuo estáis recibiendo de las creaturas humanas y con especialidad de las que se atreven temerariamente a blasfemar de Vos. ¡Oh! ¿Quién no bendecirá esa Sangre de infinito valor? ¿Quién no se sentirá inflamado de amor a Jesús que la ha derramado? ¿Qué sería de mí si no hubiera sido rescatado con esa Sangre divina? ¿Quién la ha sacado de las venas de mi Señor Jesucristo hasta la última gota? ¡Ah! Nadie podía ser sino el amor. ¡Oh amor inmenso, que nos ha dado este bálsamo tan saludable! ¡Oh bálsamo inestimable, salido de la fuente de un amor inmenso! Haced que todos los corazones y todas las lenguas puedan alabaros, ensalzaros y daros gracias ahora, por siempre y por toda la eternidad. Amén.
DÍA VIGÉSIMOTERCERO
CONSIDERACIÓN: LA SANGRE DE JESÚS FUNDÓ LA IGLESIA Y LA SOSTIENE
I. Dios hizo dormir a Adán para sacarle una de sus costillas, y habiendo formado con ella a la mujer, semejante a aquél, se la dio por esposa. Igualmente, dice San Agustín, «habiendo Jesús inclinado la cabeza, murió en la Cruz, y de su costado abierto se formó una esposa, la Iglesia, con aquella última efusión de su Sangre (San Agustín. Ver la lección VII del oficio de la Preciosísima Sangre). La verdadera Iglesia es, por consiguiente, la que nació junto a la Cruz, en medio del luto y del dolor, y es en todo semejante a su sacrificado Esposo, de quien recibió en herencia persecuciones y trabajos (San Gregorio, Sobre el I libro de los Reyes, cap. I; Exposición lib. I). Pero así como Jesús resucitó glorioso de la muerte, así también la Iglesia saldrá gloriosa de las tribulaciones. El verla, por tanto, perseguida, no debe desanimarnos, sino más bien aumentar en nosotros el amor y respeto hacia ella, reconociéndola, en tal manera, por la única y verdadera esposa del Dios crucificado.
CONSIDERACIÓN: LA SANGRE DE JESÚS FUNDÓ LA IGLESIA Y LA SOSTIENE
I. Dios hizo dormir a Adán para sacarle una de sus costillas, y habiendo formado con ella a la mujer, semejante a aquél, se la dio por esposa. Igualmente, dice San Agustín, «habiendo Jesús inclinado la cabeza, murió en la Cruz, y de su costado abierto se formó una esposa, la Iglesia, con aquella última efusión de su Sangre (San Agustín. Ver la lección VII del oficio de la Preciosísima Sangre). La verdadera Iglesia es, por consiguiente, la que nació junto a la Cruz, en medio del luto y del dolor, y es en todo semejante a su sacrificado Esposo, de quien recibió en herencia persecuciones y trabajos (San Gregorio, Sobre el I libro de los Reyes, cap. I; Exposición lib. I). Pero así como Jesús resucitó glorioso de la muerte, así también la Iglesia saldrá gloriosa de las tribulaciones. El verla, por tanto, perseguida, no debe desanimarnos, sino más bien aumentar en nosotros el amor y respeto hacia ella, reconociéndola, en tal manera, por la única y verdadera esposa del Dios crucificado.
II.
Excepto solo dos (Eleuterio y Dionisio), todos los otros 29 Papas de
los tres primeros siglos, juntamente con millones de fieles, fueron
bárbaramente muertos por la fe; pero tanta sangre no fue bastante a
ahogar la Iglesia, que siempre se dilató y gloriosa sobrevivió. En cada
siglo, hasta el presente, nuevas persecuciones se han sucedido para
arruinarla; mas cuando se creía destruida, más vigorosa se ha erguido.
Todas las furias del mundo y del Infierno no han logrado vencerla, ni la
vencerán jamás. Jesús, que la redimió con su Sangre, dice San Bernardo,
la sostendrá («Librará a su esposa, el que la redimió con su sangre». Epístola a Conrado,
244), volviéndola siempre victoriosa hasta la consumación de los
siglos. Por esto nosotros, como hijos de tan excelsa madre, debemos
ofrecer sin cesar esta Sangre, a fin de obtener la perseverancia de
vivir hasta la muerte en su materno seno.
III.
Dice San Pablo que Jesús oró con voz eficaz por la gloriosa
resurrección de su cuerpo, y fue escuchado. Esta voz eficaz fue la
efusión de su Sangre; nos lo asegura San Anselmo (Hebreos V, 7. (Ver la
lección VI del oficio de la Oración en el Huerto). Su cuerpo, por el
cual oró, no fue solo el real, sino también el místico, es decir, la
Iglesia; tal afirma San Buenaventura («La Sangre corría por la tierra,
para manifestar que oraba por la Iglesia». Sobre San Lucas XXII, 44). «Esta, pues, por los méritos de la Sangre Preciosa, ha sido siempre gloriosa»; agrega el mismo doctor seráfico (Suplemento sobre el Apocalipsis XII,
11). Demos, pues, siempre gracias al Señor por habernos hecho nacer en
el gremio de la verdadera Iglesia, vuelta invencible en virtud de la
efusión de su Sangre divina; y no nos avergoncemos jamás de aparecer
como sus verdaderos hijos, antes venzamos todo respeto humano en el
cumplimiento de nuestros deberes de cristianos y católicos.
EJEMPLO
El
año 1290 un judío en París se apoderó de una hostia consagrada y
comenzó a herirla; y viendo salir Sangre de las heridas, la puso en un
vaso de agua, que luego se tiñó de Sangre. Habiéndola echado al fuego,
de él salió ilesa, quedando suspendida en el aire, y apareciendo en ella
un crucifijo. Ante tamaño prodigio, si bien el judío quiso morir
obstinado; en cambio su mujer e hijos conocieron que la nuestra es la
verdadera Iglesia, y entraron en su seno, recibiendo el Bautismo. La
prodigiosa partícula fue llevada al tempo de San Juan en Gréve; y la
casa en que Jesús había sido tan ultrajado, fue convertida en Capilla,
para que allí fuera siempre honrado (René François Rohrbacher, Historia Universal de la Iglesia,
libro 76). Honremos y bendigamos también nosotros al Dios Humanado,
mostrándonos dignos hijos de la Iglesia, que él adquirió con su Sangre.
Se medita y se pide lo que se desea conseguir.
OBSEQUIO: Visitad a Jesús Sacramentado, rogando por las necesidades de la Santa Iglesia.
JACULATORIA: Viva la Sangre que ha defendido la Santa Iglesia todos los siglos.
ORACIÓN PARA ESTE DÍA
¡Oh
divino Esposo de mi Madre la Iglesia!, volved sobre ella los
misericordiosos ojos, mirad las tribulaciones que la afligen, las
persecuciones de que es blanco, y libradla de las manos de sus enemigos,
que anhelan su exterminio. Recordad que ha sido formada con Vuestra
Sangre, que con Sangre la habéis adquirido, y dadle cada vez mas
espléndido triunfo. Jesús mío, cuanto es cierto, según vuestra promesa,
que de en medio de las persecuciones la Iglesia se levantará cada vez
más bella y más gloriosa, otro tanto es incierta mi fidelidad hacia
ella. ¡Oh! Cuánto debo andar temeroso de volverme hijo rebelde suyo,
alejándome de su seno, como lo he merecido ya por mis pecados! ¡Ah!, no
permitáis, amado salvador mío, que yo me separe de vuestra Iglesia, os
lo pido por la Sangre vuestra, y por eso no me lo podéis negar. ¡Ea!,
haced que yo viva siempre como devoto hijo suyo, y como tal yo muera.
Amén.
¡Oh Corazón de mi amado Jesús, cargado con la pesada Cruz de mis culpas, coronado con las espinas de mis ingratitudes y llagado con la lanza de mis pecados! ¡Oh Jesús de mi vida! Cruz, espinas y lanza he sido para vuestro Corazón con mis repetidas ofensas: éste es el retorno con que, ingrato, he correspondido a las dulces y amorosas lágrimas de Belén y a la extrema pobreza en que por mi amor nacisteis; éste es el agradecimiento y recompensa que han tenido vuestros trabajos y vuestra Preciosísima Sangre derramada con tanto amor por la salud de mi alma; esta es la paga de aquella excesiva fineza que obrasteis en el Cenáculo, cuando, abrasado en caridad y encendido en divinas llamas, os quedasteis por mi amor sacramentado, buscando amante la bajeza de mi pecho para recreo de vuestra bondad. ¡Oh Jesús de toda mi alma! Parece que hemos andado a competencia los dos, Vos con finezas, yo con ingratitudes; Vos con un amor que no tiene igual, y yo con un menosprecio que no tiene semejante; Vos con tanto amor regalándome y dándome en el Sacramento la dulzura de vuestro Corazón y yo dándoos por la cara con la hiel de mis culpas. ¡Oh Corazón de mi amado Jesús! ¡Oh Jesús de mi corazón, piadosísimo en esperarme! Compadeceos de mi miseria y perdonadme misericordioso cuanto ingrato os he ofendido, concediéndome benigno que esas espinas con que os veo punzado saquen lágrimas de mi corazón contrito, con que llore mis repetidas ingratitudes, y por esas vuestras amorosas y dulces llagas, llagad y herid éste mi corazón con la dulce y ardiente flecha de vuestro amor, para que os ame y sirva, para que os alabe y bendiga, y después eternamente gozaros. Amén.
℣. Señor, nos redimisteis con vuestra sangre.
℟. Y nos habéis hecho un Reino para nuestro Dios.
ORACIÓN
Dios omnipotente y eterno, que habéis constituido a vuestro Hijo único Redentor del mundo y que quisisteis ser aplacado con su Sangre; te rogamos nos concedas que de tal modo veneremos el precio de nuestra salvación, y por su virtud seamos preservados en la tierra de los males de la presente vida, que nos regocijemos después con fruto perpetuo en los cielos. Por el mismo Jesucristo Nuestro Señor, que contigo vive y reina por los siglos de los siglos. Amén.
En el nombre del Padre, y del Hijo ✠, y del Espíritu Santo. Amén.
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