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viernes, 18 de septiembre de 2020

UNA PÁGINA DE LA HISTORIA QUE PARECE DESCRIBIR EL PRESENTE (O PREDECIR EL FUTURO)

Destrucción (Thomas Cole, cuadro 4 de la serie “El curso del Imperio”. Sociedad Histórica de Nueva York)
   
«[…] Los Dioses, rezados en los templos e insultados en los teatros, devinieron en hazmerreír de los niños o pretexto para excusar cualquier mala acción. El temor de Dios no era más que un miedo angustioso del poder amenazante de seres superiores, pero caprichosos y tiránicos, los cuales se debían aplacar mediante el culto de ceremonias establecidas.
   
Ni la verdadera se distinguía de la falsa religiosidad; desaparecida en tiempos de los Césares la confianza popular en las antiguas divinidades, introducidas por cultos extranjeros, llenas en su mayoría de misterios, como el de Isis salvadora. La más crasa superstición del pueblo aparecía en la adoración de los ídolos, casi como Dioses, en el pretendido arte de confinar divinidades en las estatuas (Teopoia), en el temor sumo de las imprecaciones y maldiciones, en la credulidad en las imposturas de los sacerdotes extranjeros, de los astrólogos, de los adivinos y de los charlatanes de toda clase (brujas), en los misterios obscenos, en amuletos, talismanes y similares, en la multitud de encantamientos, evocaciones de muertos, oráculos e iniciaciones teúrgicas.
   
A la superstición luego hacía frente la incredulidad, máxime entre las personas cultas. Con esto las condiciones sociales habían venido a un término verdaderamente horrendo. La esclavitud dilatada en manera espantosa: el esclavo privado de derechos y con todo esto, muchas veces hecho educador de la juventud noble, que él guiaba a la perversión. El sexo débil envilecido; el divorcio tan fácil, como frecuente el adulterio; los abortos, el abandono de los neonatos, el poder absoluto de los padres sobre los hijos; aparte de esto amores infames y cualquier otra sozura de abominables placeres, tendencia a la crueldad fomentada por los combates de fieras y las luchas de los gladiadores, con codiciosa avidez bramadas por el pueblo; desprecio de la pobreza, mientras crecía en la ciudad un proletariado ocioso, disminución de la antigua población libre de los campos, venalidad de los jueces, opresión y ordeño del pueblo por parte de los magistrados, libertinaje en las ceremonias religiosas, en las escenas y en las pantomimas, alabanza y multiplicación siempre mayor de los suicidios. […]».
    
JOSEPH Card. HERGENRÖTHER. Historia universal de la Iglesia, vol. I “La Iglesia naciente: Persecución y Triunfo”, parte 1, cap. I (Fragmento)

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