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domingo, 11 de octubre de 2020

MARÍA LLAMA HIJO SUYO AL DIOS Y SEÑOR DE LOS ÁNGELES

Investidura divina de Alejandro VI (copia de Pietro Fachetti a partir del fresco original destruido de Bernardino di Betto “Pintoricchio”).
    
LATÍN
Deum et Dóminum Angelórum María suum fílium appéllat, dicens: Fili, quid fecísti nobis sic? Quis hoc áudeat Angelórum? Súfficit eis, et pro magno habent, quod cum sint spíritus ex conditióne, ex grátia facti sint et vocáti Ángeli, testánte David: Qui facit Ángelos suos spíritus. María vero matrem se agnóscens, majestátem illam, cui illi cum reveréntia sérviunt, cum fidúcia suum núncupat Fílium: nec dedignátur nuncupári Deus, quod esse dignátus est. Nam páulo post subdit Evangelísta: Et erat súbditus illis. Quis? Quíbus? Deus homínibus? Deus, ínquam, cui Ángeli súbditi sunt, cui Principátus et Potestátes obœ́diunt, súbditus erat Maríæ.
   
Miráre utrúmlibet, et élige quod ámplius miréris, sive Fílii benigníssimam dignatiónem, sive Matris excellentíssimam dignitátem. Utrímque stupor, utrímque miráculum. Et quod Deus fœ́minæ obtémperet, humílitas ábsque exémplo: et quod Deo fœ́mina principétur, sublímitas sine sócio. In láudibus Vírginum singuláriter cánitur quod sequúntur Agnum quocúmque íerit. Quíbus ergo láudibus júdicas dignam, quæ étiam præit? Disce, homo, obœdíre: disce, terra, subdi; disce, pulvis, obtemperáre. De Auctóre tuo lóquens Evangelísta: Et erat, ínquit, súbditus illis. Erubésce, supérbe cinis! Deus se humíliat, et tu te exáltas? Deus se homínibus subdit, et tu, dominári géstiens homínibus, tuo te præpónis Auctóri?
   
Felix María, cui nec humílitas défuit, nec virgínitas! Et quídem singuláris virgínitas, quam non temerávit, sed honorávit fecúnditas. Et nihilóminus speciális humílitas, quam non ábstulit, sed éxtulit fecúnda virgínitas: et incomparábilis prorsus fecúnditas, quam virgínitas simul comitátur et humílitas. Quid horum non mirábile? quid non incomparábile? quid non singuláre? Mirum vero, si non hǽsitas, in horum ponderatióne, quid tua júdices dignius admiratióne, utrum vidélicet pótius stupénda sit fecúnditas in Vírgine, an in Matre intégritas: sublímitas in prole, an cum tanta sublímitate humílitas: nisi quod indubitánter horum síngulis præferénda sunt simul cuncta, et incomparabíliter excelléntius est atque felícius ómnia percepísse, quam áliqua. Et quid mirum, si Deus, qui mirábilis cérnitur, et légitur in Sanctis suis, mirabiliórem se exhíbuit in Matre sua? Venerámini ergo, cónjuges, in carne corruptíbili carnis integritátem: vos sacræ vírgines in Vírgine fecunditátem. Imitámini, omnes hómines, Dei Matris humilitátem.
  
TRADUCCIÓN
«María da el nombre de Hijo al Dios y Señor de los Ángeles, cuando le dice: “Hijo mío, ¿por qué has obrado así con nosotros?”. ¿Cuál de los Ángeles se habría atrevido a ello? Bástales, y lo tienen por gran honor, el que, siendo espíritus, hayan sido elevados por gracia a la categoría de Ángeles y llamados con este nombre, según dice David: “El cual hace a sus espíritus Ángeles”. Pero María, consciente de su maternidad, no vacila en dar el nombre de Hijo a aquél a quien sirven los Ángeles con temor; y en cuanto a Dios, no tiene reparo en ser tratado como lo que realmente se ha dignado ser. Porque añade el Evangelista: “Les estaba sometido”. ¿Quién estaba sometido? ¿A quiénes? Dios a los hombres; Dios, sí, aquél a quien están sujetos los Ángeles, a quien los Principados y Potestades obedecen, estaba sometido a María.
  
De ambas cosas admírate; considera qué sea más admirable, si la benignísima dignación del Hijo o la excelentísima dignidad de la Madre. Ambas constituyen un milagro. Que Dios se someta a una mujer, es un acto de humildad sin igual y que una mujer mande a un Dios, puedes ver en ello una sublimidad sin par. En alabanza de las Vírgenes se canta que siguen al Cordero dondequiera que vaya. Ahora bien: ¿de qué alabanzas juzgas digna a la que le precede? Aprende, oh hombre, a obedecer; aprende, tú, que eres tierra, a estar sumiso; aprende, oh polvo, a sujetarte. Hablando de tu Hacedor, dice el Evangelista: “les estaba sometido”. ¡Avergüénzate, ceniza soberbia! Dios se humilla, ¿y tú te exaltas? Dios se sujeta a los hombres, ¿y tú, deseando dominarlos, pretendes ser más que tu Hacedor?
   
Dichosa Tú, oh María, en quien no sufrieron mengua la humildad ni la virginidad: virginidad singular, que lejos de empañarse con la fecundidad, recibió de ella mayor lustre; humildad verdaderamente privilegiada, no menguada, sino realzada por la virginidad fecunda; fecundidad incomparable, acompañada a la vez de la virginidad y de la humildad. ¿Hay nada aquí que no sea admirable, extraordinario y único? Puesto a comparar tales prodigios, y de resolver qué es más de admirar, si la fecundidad de la Virgen o la virginidad de la Madre; si la excelsitud a que se eleva la maternidad, o la humildad con que acoge este encumbramiento, consideramos mucho mejor poseerlas todas a poseer tan sólo alguna de ellas. ¿Y qué tiene de particular que Dios, que a nuestros ojos, y según la Sagrada Escritura, es admirable en sus santos, haya manifestado serlo tanto en su Madre? Venerad esposos, la pureza en una carne corruptible; en cuanto a las santas Vírgenes, admirad en una Virgen la fecundidad; y nosotros, hombres todos, imitemos la humildad de la Madre de Dios».
  
SAN BERNARDO DE CLARAVAL. Homilía I sobre las alabanzas de la Virgen Madre. (Lecciones del III nocturno en las Máitines de la Divina Maternidad de María Santísima).

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