Tomado del devocionario El mes de la Santa Faz de Nuestro Señor Jesucristo, escrito por el padre Jean-Baptiste Fourault, sacerdote del Oratorio de la Santa Faz y publicado en Tours en 1891; y traducido al Español por la Archicofradía de la Santa Faz y Defensores del santo Nombre de Dios de León (Nicaragua) en 2019.
MEDITACIÓN VIGÉSIMO DÍA: LA SANTA FAZ EN PRESENCIA DE SUS VERDUGOS.
Oh, Faz adorable, cuya frente fue coronada de espinas, ten piedad de nosotros.
Transportaos alma mía, al lugar del sufrimiento, donde vuestro Dios está a punto de beber hasta la inmundicia, del cáliz del oprobio. A su Santa Faz no le será perdonada la vida; es por encima de todo esto que sus enemigos estarán más enfurecidos. Y harán hasta el último esfuerzo para desfigurar, manchar y oscurecer este espejo de la divinidad encarnada. Pero antes de contemplar tan aterrador espectáculo, entrad en vosotros mismos, recogeos y guardad silencio, y llenaos de una dulce compunción. Que el Espíritu Santo os inspire y dirija en esta piadosa meditación.
1º PUNTO – EL OPROBIO INFLIGIDO A LA SANTA FAZ.
Los sumos Sacerdotes se han retirado y han abandonado al inocente Jesús a manos de los soldados y serviles. Estos hombres crueles están a punto de infringir heridas sobre cada parte de su cuerpo. Su Sagrada Faz se volverá irreconocible por las ignominias y los golpes infligidos sobre Él.
Ya antes uno de ellos se atrevió a levantar su mano contra el autor de la naturaleza, y a lastimar su divina mejilla con una infame bofetada. Y este es sólo el preludio de lo que el Hombre Dios tendrá que soportar de esta impía y sacrílega raza. Se ha llamado a sí mismo Dios e Hijo de Dios, y por este título está a punto de ser el objeto de su brutalidad.
Primero sus ojos son cubiertos con una pieza de material deshilachado; escupen sobre su Rostro y las blasfemias hieren sus sagrados oídos; los malvados se le acercan y le dan duros puñetazos. Maniatado y esposado por las morbosas manos de los sirvientes. Las bofetadas de los puños con guantes de acero de los soldados llovían sobre sus mejillas y le hacían sangrar sus labios, mientras se alzaban gritos de ironía: «Profetízanos, Oh Cristo, ¿quién te ha golpeado?» (Tunc expúerunt in fáciem ejus, et cólaphis eum cecidérunt; álii autem palmas in fáciem ejus dedérunt, dicéntes: prophetíza nobis, Christe, quis est qui te percússit. Matth. XXVI, 67).
Pero esto no ha sido todo: en la casa de Pilato, en la presencia de una cohorte de soldados, Jesús será vestido con un manto púrpura, a la manera de un manto real; se le colocará una caña en su mano, una corona de espinas será entretejida y colocada sobre su frente, será arrojado hacia abajo sobre ella con durísimos golpes, la Faz de Jesús quedará por completo irreconocible.
Qué horrible visión tuvo vuestro profeta, oh, mi Dios, cuando exclamó: «Le hemos visto, y no había belleza que encontráramos en él, castigado por Dios y afligido, humillado y despreciado de los hombres, herido por nuestras iniquidades, y por su sangre hemos sido rescatados». Deteneos, alma mía, contemplad este lamentable espectáculo, y preguntaos a vos misma cuál podría haber sido la causa de los sufrimientos infringidos a la Santa Faz.
2º PUNTO – SILENCIO Y SERENIDAD DE JESÚS.
En el primer día de la creación, sólo se necesitó de una palabra del Señor para hacer que el mundo saliera de la nada, un acto de la voluntad de Jesús sería suficiente para hacerlo volver al caos. Tus labios, Oh mi Salvador, ¿están a punto de abrirse, para pronunciar el anatema que al menos arroje a vuestros enemigos, aún vivos, al infierno?
¡Pero no! El tiempo de la justicia no llegado; es el tiempo de la expiación y del sacrificio. Jesús calla. Se entrega por completo a merced de sus verdugos. Como una oveja ante el esquilador, no abre su boca para quejarse. Su Santa Faz no está perturbada, conserva su serenidad, cuando Pilatos, coronando la medida de sus iniquidades, pronuncia la sentencia en nombre de todos los presentes.
¿Acaso tengo yo el derecho de rebelarme contra las injusticias de los hombres, para permitir que mi rostro se cubra con el sonrojo de la indignación y permitir que amargas palabras escapen de mis labios cuando mi Dios se queda en silencio en presencia de aquéllos que le ultrajan?
¡Oh Faz divina! Me uno a vuestras humillaciones y sufrimientos. Deseo compartirlas, y hacer reparación por ellas, con mi delicadeza, mi paciencia, mi fortaleza cristiana. Inclino mi cabeza, cierro mis ojos, y acepto los golpes a través del amor y de la imitación. Humilde y dulce Jesús, tened piedad de mí, ayudadme. De ahora en adelante yo renuncio, a fin de complaceros, a todas las pretensiones de orgullo, de amor propio, a todos los movimientos de vanidad.
Ramillete Espiritual: Tamquam agnus coram tondénte se obmutéscet. (Enmudecerá como un cordero ante su trasquilador. Isaías LXIII, 7).
CAUSA DE CANONIZACIÓN DEL SR. LEÓN PAPIN DUPONT: SANACIÓN DEL GENERAL LANGAVANT
La sanación del General Cléret de Langavant, contada por su hijo, un escolástico de la Sociedad de Jesús, ante el tribunal instituido para la causa de canonización del Sr. León Papin Dupont, está acompañada de circunstancias extraordinarias.
El Sr. Cléret de Langavant, relacionado por matrimonio con el Sr. Dupont, fue el segundo oficial al mando a bordo del navío Jena estacionado en el puerto de Tolón. Fue herido gravemente, durante una maniobra. Lo que le ocasionó un flemón en la rodilla. Una predisposición a la disentería dio lugar a temer que la gangrena ya hubiera alcanzado los intestinos.
Una fiebre ardiente, sumada estos síntomas, habían hecho una amputación imposible. Sin embargo, los doctores afirmaron que era la única posibilidad de salvar la vida del paciente. Se decidió que se intentaría la operación. Se envió un telegrama a la Sra. Cléret, quien estaba en Brest, y quien temía no ser capaz de llegar a tiempo, para recibir la última mirada de su marido.
Cuando ella llegó a Tours, como tenía que esperar ahí por tres horas, pensó en su pariente Louis Dupont, y decidió visitarlo para que orara por él. Después de recitar juntos las letanías de la Santa Faz, el siervo de Dios le dijo a ella: «Es posible que su marido mejore a partir de hoy, tomaré nota de ello. Tan pronto llegue a Tolón, me escribirá. Mañana por la tarde, en la adoración nocturna, rezaremos por él, y la comunión general, que tiene lugar a las cuatro, y que termina con la adoración, será hecha por su intención». Esto sucedió un Jueves, a las dos de la tarde.
La Sra. Cléret, tan pronto llegó a Tolón, vio a un oficial naval acercársele, y él dijo: «Señora, su marido se encuentra mucho mejor». Ella se dio cuenta que la tarde del martes, inmediatamente después de la recitación de las Letanías en la casa del Sr. Dupont, el cirujano que estaba a cargo se enteró que había habido un cambio en la herida, y a la mañana siguiente, durante la visita oficial (de los médicos), el doctor en jefe, habiendo quitado las vestiduras, exclamó: «No sólo se salvó su vida, sino también su pierna». La gangrena casi había desaparecido por sí misma, y otro doctor declaró que el hecho es milagroso.
Esta sanación, fue, como se dijo, la cusa de muchas conversiones. El General Cléret de Langavant llevó las cicatrices de su herida, pero fue capaz de continuar su carrera, y su hijo afirma que, hasta el día de su muerte, era capaza de hacer largas caminatas. La Sra. de Langavant no tiene miedo de declarar que ella atribuye su cura a la santidad y oraciones del Sr. Dupont.
INVOCACIÓN
Oh Jesús Salvador, que quisiste curar el cuerpo, a fin de curar las heridas del alma arroja sobre nosotros una mirada de tu Faz divina, y concede a nuestras oraciones perseverantes, ofrecidas con fe y fervor, las gracias espirituales y temporales que imploramos de Tu misericordia. Amén.
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