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miércoles, 12 de mayo de 2021

CÓMO Y CUÁNDO NACIÓ LA “HOMOHEREJÍA”

Vimos que entre el 9 y el 10 de Mayo en Berlín, Fráncfort, Hamburgo, Colonia, Hannover y Múnich, como también en áreas rurales de Alemania (y en Zúrich, Suiza, el presbítero Menirad Furrer también lo hizo, y aunque el nuevo “obispo” de Coira Joseph Bonnehaim se “distanció” del hecho, dijo que espera dialogar con Furrer –que no está subordinado al obispo, sino a la “ciudad católica de Zúrich”–) se llevó a cabo la “bendición” a las parejas homosexuales con el grito de guerra “Liebe gewinnt” (El amor gana).
   
La iniciativa nació por los presbíteros conciliares Burkhard Hose (capellán de la Universidad de Wurzburgo) y Bernd Mönkebüscher (párroco de Santa Inés de Hamm en Paderborn, Renania del Norte-Westfalia –el 9 de Febrero de 2019 hizo pública su homosexualidad–), que a fines de Marzo presentaron más de 2600 firmas recogidas en oposición a la declaración de la Congregación para la Doctrina de la Fe del 15 de Marzo de 2021 que estatuía no bendecir las uniones homosexuales a Helmut Dieser (obispón de Aquisgrán) y Birgit Mock (portavoz de familia del Comité central de los Católicos Alemanes), copresidentes del grupo de trabajo sobre sexualidad y pareja del Synodale Weg.
   
La jornada no fue como lo ha presentado cierta prensa, un “acto de rebeldía” de la iglesia conciliar alemana (cuyo representante Georg Bätzing, expresó que los servicios de bendición no pueden usarse como “actos de protesta eclesiástico-política”) con respecto de la Roma modernista, sino su consecuencia lógica, máxime cuando se sabe que Bergoglio no estaba de acuerdo con el famoso protocolo de la CDF que, según conocedores, fue en respuesta al obispón Rudolf Voderholzer de Ratisbona (Alemania).
   
Pero cabe preguntarse ¿Cómo y cuándo nació la “homoherejía”? Para ello, traemos el artículo publicado por Francesco Lamendola para la Academia Nueva Italia.
   
HE AQUÍ CÓMO Y CUÁNDO NACIÓ LA HOMOHEREJÍA EN LA IGLESIA
   
    
El padre Cornelio Fabro CSS, uno de los más grandes filósofos y teólogos católicos del siglo pasado, ya desde los años ’60 hablaba de los porno-teólogos para indicar aquellos teólogos que seguían las tendencias del mundo y sugerían una adecuación de la moral católica a lo que, en el camino del ’68, era proclamado bueno y lícito porque es “natural” en la base del principio del placer, proclamando al mismo tiempo que ninguno tiene el derecho de juzgar, mucho menos de condenar.
  
Cornelio Fabro CSS
   
Pero ¿cómo inició, en el terreno práctico, el de la vida vivida, la marcha (ir)resistible de la homoherejía, que ahora está llevando a la Iglesia Católica alemana en el camino del cisma, después que algunos miles de presbíteros y diáconos de aquel país han dicho no aceptar la respuesta de la Congregación para la Doctrina de la Fe acerca de las uniones homosexuales, y después de querer proceder a bendecirlas en el altar, mientras el sedicente papa calla e incluso dar la vista de querer volver atrás? El clero y las órdenes religiosas, sin embargo, siempre fueron infiltrados por sujetos homosexuales, masculinos y femeninos, bien decididos a no respetar el voto de castidad, ni la doctrina moral católica a propósito de las relaciones homosexuales (de las relaciones, porque las tendencias, si son parte de la persona, non son sujeto de alguna condena, no siendo pecado per sé) y que incluso son responsables de graves abusos sexuales en perjuicio de sus hermanos más jóvenes, incluso de niños y adolescentes, escondiendo sus torpezas tras un velo de hipocresía y disimulación. Pero fue a partir de los años ’60 que tales sujetos han encontrado en la ideología feminista, hedonista y libertaria dilagante en la sociedad civil y no contrastada, ni condenada por la Iglesia conciliar (la cual se ha gloriado de no condenar más a ninguno) han encontrado las condiciones adecuadas para plantear, en manera siempre más explícita, su “derecho” a ser diferentes y a ser aceptados por lo que eran, incluso el ejercicio de su sexualidad, estando en los conventos y las parroquias. Fue una marcha gradual, partida de abajo, pero aprobada y alentada de lo alto, por ciertos teólogos y ciertos obispos y cardenales, hacia el completo despacho aduanero de la homofilia, tanto masculina como femenina, en las órdenes religiosas y en el clero secular. Mientras en las calles las feministas desfilaban gritando lemas como: la vagina es mía y hago lo que quiero, extendiendo las manos en un gesto obsceno para subrayar el concepto, en algunos conventos los religiosos y, en el caso de los Estados Unidos, sobre todo de religiosas, iniciaban a no hacer misterio ni de sus tendencias homófilas, ni de sus amores, pretendiendo poder quedar en la Iglesia a despecho de la infidelidad a la moral católica y del rechazo de observar el voto de castidad pronunciado solemnemente en la profesión.
   
En el camino del ’68: de los porno-teólogos del padre Cornelio Fabro, a la ideología feminista y a las “monjas lesbianas”. ¿Ahora se va hacia el completo despacho aduanero de la homofilia?
  
Así la ex-monja católica dominica Rosemary Keefe Curb explicaba qué significa, para ella, ser una monja lesbiana –nótese: no una monja y lesbiana, sino precisamente una monja lesbiana– en el capítulo introductorio del libro escrito por ella junto con Nancy Manahan, también otra lesbiana declarada y militante: Monjas lesbianas: Rompiendo el silencio (título original: Lesbian Nuns: Breaking Silence, 1986; traducción del inglés por Silvia Kramar, Milán, Ediciones CDE, 1986, pp. XIII-XV):
«Mi madre me había suplicado no escribir este libro: “¿Por qué asumir la responsabilidad? Todos saben que los conventos están llenos de monjas lesbianas. ¿No entiendes que estás cometiendo un suicidio profesional? ¿Y luego por qué hacer mal a la Iglesia Católica? Podrían decidir vengarse y atacarte”.
   
Dejad en cambio que os presente estas historias que por tanto tiempo quedaron en el silencio; y dejad que responda también a las súplicas de mi madre y de cualquiera que tenga dudas y se pregunte quiénes somos, por qué estamos asumiendo esta responsabilidad, cómo hemos escrito este libro y sobre todo qué impacto podrá tener.
   
¿Se trata de un libro peligroso? Creo que sí, pero no como podría pensar mi madre.
   
Ella se preocupa sobre todo por mí: cree que alguno podría herirme, profesional y tal vez físicamente. Mi madre lucha con todas sus fuerzas a fin que su hi hija no sea la primera en infringir siglos de silencio. Yo en cambio creo que tenemos precisamente miedo como ella en perpetuar el silencio que nos encadena; mientras la verdad, a la luz del sol, solo nos puede liberar de una secular esclavitud.
    
Si nuestra cultura define la normalidad basándola en el universo masculino y aprueba solamente a las mujeres que viven al lado de un hombre, es lógico que las monjas y las lesbianas sean vistas como criaturas ridículas e irrelevantes a los efectos de la historia.
    
La percepción de una sexualidad femenina servil y dependiente del hombre refuerza los principios machistas. La existencia de algunas comunidades autónomas femeninas, si queremos mirar a la realidad, es ya una amenaza a la tradición patriarcal.
   
Con mayor razón una colección de historias autobiográficas, escritas por su puño por algunas monjas lesbianas, viola cualquier tabú patriarcal y es considerada fuera de lugar en nuestra sociedad conservadora.
   
La ironía nace del hecho que muy a menudo la gente confunde a las monjas con lesbianas y viceversa, porque nos movemos siempre en grupos femeninos tan obvios al ojo masculino. Ignorando abiertamente la cultura machista que quiere a la mujer esclava del truco, de la elegancia y de sus apariencias, las monjas y las lesbianas se hacen inaccesibles a la coerción machista.
    
Nosotras dedicamos todo aquel tiempo y aquella energía dedicada por las mujeres al hombre, a la búsqueda, su captura, a mejorar nuestra comunidad, a crear proyectos y sentirnos más cercanas.
   
Esta cultura perfectamente machista que hace de la moral trivial sobre los pecados de la carne y pinta el deseo carnal de la mujer como el fruto del diablo, en su incongruencia define tanto a las monjas como a las lesbianas “criaturas innaturales”; y las inserta en los polos opuestos del diagrama de las virtudes femeninas.
   
En este libro haremos uso del término “monja lesbiana” tanto cuando contemos las historias de monjas que viven en el interior de una comunidad religiosa, como cuando en cambio afrontemos episodios contados por lesbianas que dejaron los conventos varios años atrás».
¿Qué decir de este indigesto batiburrillo de conceptos contradictorios trapicheado por autoevidentes; de esta letanía de eslóganes feministas traídos como la quintaescencia de la originalidad y de la sinceridad; de esta perorata sin cabeza ni cola, en la cual se revela no solo la deshonestidad moral, sino también la suposición intelectual de la autora que se cree, sin razón, una persona capaz de razonar cuanto es más que los otros, más que los comunes mortales inmersos en sus prejuicios, mientras es evidente que esta no ha entendido nada ni de sus propias contradicciones y de sus propias aporías, y cree resolverlos pasándonos encima con la aplanadora de las frases hechas, de los mantras antimachistas de pacotilla, con los cuales se elude el cambiar la realidad del mundo objetivo, mostrando con esto mismo valer bien poco incluso en el plano estrictamente racional? Tanto para comenzar la expresión monja lésbica no tiene sentido. Si una monja es lesbiana, esto concierne a su conciencia: si se hizo monja para desahogar sus instintos lésbicos, es una deshonesta que se introdujo en un convento con fraude; si ha descubierto serlo después de haber tomado los votos, el camino que le indica la fe no es la de alzar la bandera del lesbianismo, sino la de dominar los propios impulsos con la voluntad, con la oración y con la gracia de Dios. Todos somos pecadores: todos tenemos necesidad de aquella ayuda para vivir en estado de gracia. Desde este punto de vista, una monja que se da cuenta de tener tendencias lésbicas es parangonable a un sacerdote que descubre tener tendencia a la rebelión y a la avaricia, lo que va contra los otros dos votos mayores, además de la castidad: obediencia y pobreza. El religioso o el sacerdote que respeta los votos es una persona seria; el religioso o el sacerdote que no solo no los respeta, sino que pretende cambiar las leyes canónicas y el sentido de su propia vocación para secundar sus propios instintos, diciendo que la Iglesia se equivoca porque les impide fornicar, enriquecerse y desobedecer, es simplemente una persona de mala fe. Es deshonesto presentarse como campeones de la libertad cuando, en efecto, lo que se mira es poder hacer la propia voluntad infringiendo los votos y demoliendo la moral de la fe propia. Si no se cree más en aquella fe, se pueden hacer dos cosas: buscar la guía de un director espiritual, orar y tomarse una pausa de recogimiento y meditación, para recuperar la fe perdida; o salir en forma honesta y digna de la Iglesia, deponer el hábito del cual no se es más digno y hacer las propias decisiones posteriores en silencio, sin clamores, con la prudencia que la propia vuelta requiere, tanto para el bien de la Iglesia de la cual se sale, como por respeto de sí mismo. Quien desprecia la promesa solemne hecha a Dios puede suscitar piedad por su debilidad, mas no puede pretender erigirse en campeón de libertades conculcadas y estrellarse contra la institución de la cual hacía parte, con el aire de uno que finalmente ha roto la cadena del esclavo. Aquella cadena, si cadena es –pero cientos de místicos han hablado de dulces cadenas, que favorecen la unión profunda con Cristo– fue asumida voluntariamente; no es bello, ni honesto, comportarse como Espartaco que se rebela a una grave injusticia, en este caso, al compromiso de la castidad libremente asumido, sin constricción alguna. A menos que, repetimos, aquella persona entrase en una orden religiosa a fin de poder desfogar sus propias tendencias anormales, escondiéndose a los ojos del mundo y escudándose en el hábito religioso: cosa indigna de una persona honesta, y que en cambio se parece a la serpiente que quiere llevar su propio veneno en un lugar espiritualmente protegido, donde su mal ejemplo será de escándalo a muchas almas inocentes.
   
Quien desprecia la promesa solemne hecha a Dios puede suscitar piedad por su debilidad mas no puede pretender erigirse en campeón de libertades conculcadas y estrellarse contra la institución de la cual hacía parte, ¡con el aire de uno que finalmente ha roto la cadena del esclavo!
   
Hay dos modos de ser deshonesto: cuando se miente a los otros y cuando se miente a sí mismo. Estas ex-monjas lesbianas, la mente confundida por los eslóganes raros de la ideología feminista, odian el universo masculino porque prueban disgusto del hombre precisamente desde un punto de vista sexual (la verdadera homosexualidad no consiste tanto en la atracción por las persone del propio sexo, como por el disgusto sexual por las personas del otro). Y después, ¿se va al convento para hacer proyectos y sentirse cercanos? No por cierto: se va para estar siempre con Jesús. Paragonar las monjas con las lesbianas, sosteniendo que entrambas han escogido vivir despreciando al al hombre, e insinuando que el convento es una perfecta comunidad antimachista, preferentemente si es habitado por monjas lesbianas, es simplemente deshonesto, o muy imbécil. La monja ha elegido la castidad no porque deteste al varón o porque odia la denominada sociedad patriarcal, sino porque ha elegido desposarse con Cristo, y por ende no puede darse a ningún otro. La lesbiana en cambio, si se hace monja para poder dar vía libre a sus propios impulsos hacia sus cohermanas, es una serpiente que se insinúa en el jardín con el fin de verter sobre las otras el propio veneno, distanciándose de las razones que le han llevado a aquel lugar y que nada tienen que ver –en una mujer normal– con el disgusto por el varón o la aversión por la sociedad machista. Es un triste espectáculo ver cómo las personas llegan a pervertir su propia inteligencia y el propio sentido ético para justificarse a sí mismas y desechar la moral por ellos mismos aceptada, alzando el estandarte de la revuelta y sintiéndose gloriosas anunciadoras de la libertad conculcada. Es triste, pero es típicamente moderno: toda la cultura moderna juega sobre este equívoco, del odio y del desprecio de la moral común, de la familia, de la prole, del matrimonio, de la estabilidad afectiva y de la transparencia en los comportamientos, tomando la parte de la reivindicación de los derechos o del resarcimiento de antiguas injusticias y opresiones. Es cómodo sentirse de los oprimidos cuando se trata solamente de querer hacer su capricho, rechazando las normas aceptadas por todos y aceptadas, en su tiempo, también por sí mismo, cuando después se da cuenta que esas reglas son estrictas y dan fastidio. En tal situación, la persona honesta se da cuenta de haberse ido fuera y pide la ayuda de Dios para volver en sí misma; el hombre moderno en cambio rompe el banco, dice que toda la sociedad juega una partida con dados trucados y pretende jugar otra, completamente diversa, donde cada uno se inventa sus propias reglas y se burla de los que siguen las reglas de siempre.
   
Incluso si personas como las autoras de aquel libro aman creerse únicas y especiales, como también intrépidas portadoras de una verdad incómoda, las cosas son distintas, porque son simplemente expresiones de la mentalidad moderna, según la cual lo que gusta deviene un derecho, y quien las objete es hecho pasar por reaccionario y represivo. Muy cómodo quedar en la Iglesia destruyendo la enseñanza solo porque alguno, subjetivamente, lo vive como una limitación. Una persona honesta saldría y haría su batalla en el exterior, porque la Iglesia, por dos mil años, tiene solo una doctrina inmutable. Una persona deshonesta pretende quedarse en la Iglesia e incluso arrojar fuera, un paso a la vez, a los verdaderos católicos, conservando la razón social pero despreciando totalmente al magisterio. Ahora, es precisamente esto a lo que estamos asistiendo en nuestros días, gracias [mas no exclusivamente, N. del T.] al camarada Bergoglio.

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