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viernes, 13 de agosto de 2021

MARCOS DE AVIANO, HÉROE DE LA SEGUNDA BATALLA DE VIENA

  
Marcos de Aviano (en el siglo Carlos Domingo Cristofori) nació el 17 de Noviembre de 1631 en Villotta, cerca a Aviano, de Marcos Pascual Cristofori (nieto de Jorge Cristofori de Cordenons, que fue embajador de Pordenone en 1509) y Rosa Zanoni (pariente del conde Francisco Ferro), pertenecientes a una familia originaria de Milán, pero arraigados hacía siglos en Pordenone. Fue bautizado al día siguiente. 
  
Su madre era una mujer piadosa, y le tuvo gran predilección (era el tercero entre 11 hijos), tanto por su bondad hacia los pobres como por un signo que presenció cuando él tenía tres años, y que fue declarado en acta notarial por su inexplicabilidad racionalmente: el niño estaba en la cuna, y su madre lo vio envuelto en una luz de origen sobrenatural.
     
Recibió las primeras letras de un maestro local, y luego de un tío patero párroco em San Leonardo de Campaña. Años más tarde, recordará su infancia en su carta al emperador Leopoldo I de Habsburgo citando estos versos:
«Ama Dio e non fallire
Fa pur bene e lascia dire
Lascia dire a chi vuole,
Ama Dio di buon cuore».
   
En 1647, en la época de la guerra entre Venecia y el Imperio otomano, Carlos abandonó el Colegio jesuita de Goricia (donde se inscribió en Septiembre de 1643, tres meses de su confirmación) para embarcarse e ir a Creta a morir como mártir de la Fe (sabía que en 1499, los turcos sitiaron Aviano y tomaron esclavos a sus habitantes). Pero impresionado por la austeridad y devoción que veía en el convento capuchino de Cabo de Istria que lo alojó y le condujo a regresar a casa, solicitó ingresar al convento en Septiembre de 1648. Hizo sus primeros votos el 21 de Noviembre de 1649 en el noviciado de Conegliano, tomando el nombre de Marcos de Aviano, y tras cumplir los estudios de filosofía y teología, es ordenado sacerdote en Chioggia el 18 de Septiembre de 1655 por el obispo Francisco Grassi, quien le otorga la patente de predicación entre 1660 y 1661.
  
El emperador Leopoldo I de Habsburgo le tomó por consejero y director espiritual, luego de quedar impresionado por una compilación de sus prédicas titulada La gravedad del Pecado. “No sé si habrá alguno que, después de haberlo leído, todavía ose pecar. Parece haber sido escrito para mí, pobre pecador”, escribió en una de las páginas. Fray Marcos le reprochaba su indecisión, y las injusticias de los jueces y funcionarios públicos.
   
En 1672 se le nombró superior del convento de Belluno, y dos años después dirigió la Fraternidad de Oderzo. Pero el 8 de Septiembre de 1676, en la misión en Padua, le presentaron en el convento benedictino de San Proscódimo a la monja Vicenta Francesconi, que tenía más de 13 años paralizada. Rezó con ella la Letanía Lauretana y le dio la bendición, luego de la cual ella se curó (eventos similares se repitieron en Venecia, Chioggia, Andria y Verona. En Schio, resucitó a un niño). El Papa Inocencio XI, que le concedió en 1681 el privilegio de impartir la Bendición Apostólica con Indulgencia plenaria aplicable a los difuntos (nunca antes se había concedido este privilegio a religioso alguno), le llamó “el taumaturgo del siglo XVII”.
  
Su popularidad por su estilo austero de vida y los milagros que hacía Dios por medio de él llega a Francia (en Lyon reunió a más de 100.000 personas), Bélgica (donde los jesuitas dijeron que nunca tuvieron tantos penitentes como durante el paso de fray Marcos), Holanda, Suiza, el Tirol, Baviera, Austria, los estados de Alemania (en Ratisbona, los protestantes se vieron obligados a admitir su triunfo; en Ausburgo le recibió tal cantidad de gente que el abad cartujo de Bruxeim le dijo al de Maguncia en una carta «No creo que el Emperador, reuniendo a otros soberanos, reúna tanta gente como el fraile»; en Múnich, el convento de los capuchinos recibió en exvotos 160 muletas de enfermos curados por fray Marcos), Bohemia y Eslovenia. Enormes multitudes se reúnen para escucharlo y recibir su bendición, que invariablemente son seguidas por acontecimientos excepcionales. La principal preocupación del Padre Marcos es exhortar y procurar el arrepentimiento de los pecados, y para ello hace rezar publicamente un Acto de contrición perfecta que él compuso:
Yo, débil e indigna criatura, postrado a tus pies confieso con intenso dolor y con el alma llena de confusión las innumerables negligencias y pecados que he cometido en mi vida. Te he ofendido, oh Dios mío, te he ofendido y me arrepiento desde lo profundo de mi corazón. En la viva esperanza de tu santo auxilio, tengo el firme propósito de morir antes que cometer un solo pecado mortal. Me lamento sin fin de mis pecados, especialmente por esto: porque te he ofendido, mi Dios infinitamente bueno y amoroso, de cuya alabanza, agradecimiento y glorificación ninguna criatura debería nunca cesar. Amén.
Contrariando las órdenes de sus jefes, los protestantes acudían a escucharlo, por su amabilidad en las predicaciones. En Ausburgo, dijo «Hermanos, sé que muchos de vosotros desean hacerse santos. Volved a la Iglesia Católica. Vosotros no tenéis culpa por la separación. Creed, pues, pero con una fe que sea operante en la caridad», y en Worms «Una sola fe puede ser la verdadera: profesad la fe católica por la cual murieron los mártires y vuestros padres erigieron iglesias y monasterios». A los católicos, por su parte, les exhortaba a no dar escándalo, y sí a mostrar una conducta temerosa de Dios, logrando muchas confesiones y retornos a la práctica de la religión.
    
En 1682, presidió la Misa de acción de gracias por el cese de la peste en Viena, pero pasando por la plaza Grabben, fray Marcos gritó: «Viena, Viena, conviértete, de otro modo vendrá sobre ti un castigo mayor». Y ese castigo era que el año siguiente, el sultán Mehmet IV Avcı “El Cazador” que había conquistado Creta en 1669, escribió una carta al Emperador diciéndole desafiante: «Yo estoy en ánimo de invadir vuestra región. Traeré conmigo 13 reyes… para asolar vuestro insignificante país. Sobre todo te mando, oh Emperador, atenderme en tu residencia, para que pueda cortarte la cabeza». En Julio de 1683 el Gran Visir Merzifonlu Kara Mustafá Pasha (que estaba a punto de caer en desgracia por su fracaso en sofocar la rebelión de los cosacos en 1681) conquistó Belgrado, masacrando las guarniciones cristianas. Los turcos llegaron a Hungría y el emperador huyó a Linz. Luego asedió Viena con el fin de hacerla capital de un segundo Imperio Turco, y sus habitantes, aparte del hambre, tuvieron que afrontar noche y día los gritos de «Alláhu akbar!» de los infieles mientras con minas subterráneas buscaban destruir las defensas (minas que fueron desactivadas por ser detectadas por unos panaderos, que en recompensa se les otorgó de fabricar los “cruasanes”).
    
A petición del emperador Leopoldo, el Papa Inocencio XI nombra a Fray Marcos como Legado pontificio, y le encarga la misión de reconstruir la Santa Liga, para proteger a Viena del expansionismo otomano. Aunque no logró atraer a todos los reyes cristianos (incluso, el “Cristianísimo” Luis XIV de Francia, aliado de la Sublime Puerta, deseaba la derrota de su enemiga Austria –lo que le valió el apelativo del “Rey Moro”–; e Inglaterra, en su aislamiento del continente, esperaba los acontecimientos ambicionando poder comerciar con los turcos), logró al menos que los reinos de España, Portugal y Polonia, y las repúblicas de Florencia, Génova y Venecia enviaran ayudas y tropas, y muchos voluntarios de Francia y Alemania (incluso tropas protestantes). Es de destacar que el ejército polaco fue el único comandado por su rey Juan III Sobieski (a quien fray Marcos tuvo que convencer con gran trabajo, porque él y el Sacro Emperador Leopoldo I de Habsburgo eran rivales, y se tenían antipatía personal, hasta el punto que Sobieski decía que si Leopoldo comandaba el ejército cristiano, él abandonaba la alianza).
   
El asedio de Viena comenzó el 14 de Julio, y las tropas estaban en orden de batalla el 8 de Septiembre en la llanura de Tulnn. Ese día, fray Marcos ofreció el Santo Sacrificio de la Misa, y dio un sermón del cual Juan Sobieski (que había servido de acólito) dijo en una carta:
«Pasamos el día entero en oración. El Padre Marcos de Aviano nos dio su bendición. Profirió un extraordinario sermón de exhortación.
  
Nos preguntó si teníamos confianza en Dios y, nuestra respuesta unánime nos hizo repetir muchas veces el grito “Jesús María, Jesús María”.
  
Él es verdaderamente un hombre de Dios, no es ni inculto ni santurrón».
   
Misa del padre Marcos de Aviano, acolitada por Juan III Sobieski (Grabado de Joseph von Führich, 1842. Biblioteca Nacional de Austria)
  
Al amanecer del 12 de Septiembre de 1683, el padre Marcos celebra la Misa en la colina de Kahlemberg (Monte Calvo). Acabada la Misa, en la que fue acolitado por el duque Carlos V de Lorena, fray Marcos bendijo a las tropas, que concluyó con la siguiente oración:
«Oh gran Dios de los ejércitos, míranos postrados aquí a los pies de Tu Majestad, para impetrarte el perdón de nuestras culpas.
   
Bien sabemos haber merecido que los infieles empuñen las armas para oprimirnos, porque las iniquidades, que cada día cometemos contra tu bondad, han justamente provocado Tu ira.
   
Oh gran Dios, Te pedimos perdón desde lo más profundo de nuestros corazones; execramos el pecado, porque Tú lo aborreces; estamos afligidos porque frecuentemente hemos exitado a ira Tu suma Bondad.
    
Por amor de Ti mismo, preferimos mil veces morir antes que cometer la mínima acción que Te desagrade.
   
Socórrenos con Tu gracia, oh Señor, y no permitas que nosotros Tus siervos rompamos el pacto que solamente contigo hemos estipulado.
   
Ten pues piedad de nosotros, ten piedad de tu Iglesia, a la cual los infieles preparan ya el furor y la fuerza para oprimirla.
    
Si bien por nuestra culpa es que ellos han invadido estas bellas y cristianas regiones, y si bien todos estos males que nos suceden no son sino la consecuencia de nuestra malicia, sénos todavía propicio, oh buen Dios, y no desprecies la obra de Tus manos. Acuérdate que, para arrancarnos de la esclavitud de satanás, Tú has dado toda Tu preciosa Sangre.
   
¿Permitirás acaso que ella sea hollada por los pies de estos perros?
   
¿Permitirás por ventura que la fe, esta bella perla que buscaste con tanto celo y que rescataste con tanto dolor, sea arrojada a los pies de estos cerdos?
   
No olvides, oh Señor, que, si Tú permitieses que los infieles prevalezcan sobre nosotros, ellos blasfemarán Tu santo Nombre y harán irrisión de Tu poder, repitiendo mil veces: “¿Dónde está su Dios, aquel Dios que no ha podido librarlos de nuestras manos?”.
    
No permitas, oh Señor, que se Te eche en cara haber permitido la furia de los lobos, precisamente cuando Te invocábamos en nuestra miserable angustia.
  
Ven a socorrernos, ¡oh gran Dios de las batallas! Si Tú estás a nuestro favor, los ejércitos de los infieles no podrán dañarnos.
   
¡Dispersa a esta gente que ha querido la guerra! Por lo que a nosotros concierne, no amamos otra cosa que estar en paz contigo, con nosotros mismos y con nuestro prójimo.
    
Corrobora con tu gracia a tu siervo nuestro emperador Leopoldo; fortalece el ánimo del rey de Polonia, del duque de Lotaringia, de los duques de Baviera y de Sajonia, y también de este ejército cristiano, que está para combatir por el honor de Tu Nombre, por la defensa y la propagación de Tu santa Fe. Concede a los príncipes y a los capitanes del ejército la fiereza de Josué, la mira de David, la fortuna de Jefté, la constancia de Joab y el poder de Salomón a tus soldados, a fin que ellos, alentados por Tu favor, reforzados por Tu Espíritu y hechos invencibles por el poder de Tu brazo, destruyan y aniquilen a los enemigos comunes del nombre cristiano, manifestando a todo el mundo que han recibido de Ti aquelpoder que un tiempo mostraste en aquellos grandes caudillos.
   
Haz pues en tal manera, oh Señor, que todo conspire para Tu gloria y honor, y también para salvación de nuestras almas.
    
Te lo pido, oh Señor, en nombre de tus soldados. Considera su fe: ellos creen en Ti, esperan todo de Ti, Te aman sinceramente con todo su corazón.
    
Te lo pido también con aquella santa bendición que yo les conferiré de Tu parte, esperando, por los méritos de Tu preciosa sangre, en la cual he puesto toda mi confianza, que Tú escucharás mi oración.
    
Si mi muerte pudiese ser útil o saludable para obtener Tu favor para ello, Te la ofrezco desde ahora, oh Dios mío, en agradable oblacióm: si luego debo morir, estaré contento.
    
Libera pues al ejército cristiano de los males que lo incumben; retira el brazo de Tu ira suspendido sobre nosotros, y haz entender a nuestros enemigos que no hay otro Dios fuera de Ti, y que Tú solo tienes el poder de conceder o negar la victoria y el triunfo, cuando Te place.
   
Como Moisés, extiendo pues mis brazos para bendecir a Tus soldados: sosténlos y apóyalos con Tu Poder, para ruina de los enemigos Tuyos y nuestros, y para la gloria de Tu Nombre. Amén».
La batalla se desencadenó. Los Húsares Alados, tropa de élite de la Mancomunidad de Polonia-Lituania, descendió de la colina (desde donde Fray Marcos, cual otro Moisés, extendía el crucifijo que tenía en sus manos) al grito de «¡Jesús, María!», hacia la tienda del Visir Kara Mustafá, que inmediatamente llamó a fuga. El historiador otomano Silahdar Fındıklılı Mehmed Ağa, que estuvo presente en la batalla, describió lo sucedido:
«Los infieles bajaron por las pendientes con sus divisiones como nubes de un temporal, recubiertos de un metal azul. Llegaban con un ala de frente a los valacos y moldavos, adosados a una orilla del Danubio y con la otra ala hasta la extremidad de las divisiones tártaras, cubrían el monte y la llanura formando un frente de combate similar a una hoz. Era como si se descargase un torrente de negra pez que sofoca y quema todo lo que tenga ante sí».
El padre Cosme de Castelplano, compañero de misión de fray Marcos y uno de sus biógrafos, también cuenta:
«La Armada cesárea se apoderó de los pasajes más importantes hasta el Danubio con mayor celeridad de tiempo, juzgada más milagrosa que natural en preámbulo de mejores felicidades; continuaban los Generales acalorando la batalla persiguiendo ilustres victorias, […] el rey Sobieski montó a caballo con estímulo de piedad y partió, con la unión de los cesáreos, polacos, sajones y bávaros peleó tan irrefragable como insensato. La turquesca, que no pudo resistirlo, se precipitó en fuga de confusión, y dejó el campo con todo el bagaje en potestad plenaria de los católicos, porque en pocas horas fracasaron».
Murieron más de 15.000 soldados turcos, más por la confusión de la fuga (en la cual dejaron armas, pertrechos –entre ellos sacos de café; el comerciante polaco Jerzy Franciszek Kulczycki introdujo esta bebida en Europa– y todo el botín que habían robado) que bajo la espada cruzada. Las “campanas de los turcos” en Viena no volvieron a sonar más.
   
A la noticia del triunfo enviada por el rey de Polonia con su famoso «Venímus, vidímus, Deus vincit», las campanas de Roma resonaron jubilosas por tres días, y el Papa Inocencio XI instituyó la fiesta del Santísimo Nombre de María, como monumento a tan sonora como inesperada victoria. Mientras los reyes cantaban el Te Deum en la catedral de San Esteban, fray Marcos, en la capilla del convento capuchino, oraba por los muertos de ambos bandos, y desaconsejaba la expedición punitiva contra Francia diciendo: «Siendo la Francia una nación católica, debemos defendernos solamente en la medida de lo estrictamente necesario. Todas nuestras energías deben volverse contra el poderío turco, este es nuestro verdadero enemigo». Kara Mustafá, por su parte fue depuesto por el sultán y ejecutado por el comandante de los jenízaros en Belgrado (aún bajo dominio de la media luna) el 25 de Diciembre mediante garrote vil con una cuerda de seda (como era el uso con los reos de alto rango) y su cabeza fue enviada al sultán.
      
Al año siguiente, fray Marcos recibe el encargo de establecer la alianza para derrotar definitivamente a los otomanos. Neuhäusel (recuperada el 17 de Agosto de 1685, después de 22 años de ocupación turca y 17 días de asedio; el día anterior fue recuperada Estrigonia, sede primada de Hungría), Budapest (2 de Septiembre de 1686, después de un intento fallido en 1684), Mohács (12 de Agosto de 1687, con que se borró la afrenta de la primera batalla en 1527, y que conllevó a la ejecución del visir Sarı Süleyman Pasha y la deposición del sultán Mehmed IV), y Belgrado (6 de Septiembre de 1688. Fray Marcos logra salvar de la muerte a 800 prisioneros turcos, quienes después llevaron la buena fama del fraile entre los musulmanes), Slankamen (20 de Agosto de 1691, donde murió el gran visir turco Köprülüzade Fazıl Mustafá Pasha), y el 11 de Septiembre de 1697, las tropas del duque Eugenio de Saboya derrotan a los turcos en la batalla de Zenta (victoria que fue atribuida a la intercesión de la milagrosa imagen de la Virgen de Máriapócs, que había llegado a Viena desde Hungría el 4 de Julio, siendo entronizada en la catedral el 1 de Diciembre), lo que concluyó en el Tratado de Carlowitz el 26 de Enero de 1699. Otra hubiera sido la suerte de los Balcanes si los soldados imperiales hubiesen atendido el llamado de fray Marcos de recuperar para la Cruz a la Bosnia, Moldavia y Bulgaria, aprovechando una revuelta que hubo en el Imperio otomano.
   
Peregrinación de la imagen de Máriapócs a Viena.

Luego de recibir la Bendición Apostólica de manos del nuncio Andrés Santacroce en nombre del Papa Inocencio XII, fray Marcos muere el 13 de Agosto de 1699, sosteniendo en sus manos el crucifijo y asistido por el emperador y su esposa Leonor del Palatinado-Neoburgo, el cual dispuso que sus exequias tuviesen lugar el día 17 del mismo mes, las cuales se oficiaron con gran concurrencia del pueblo. Se le sepultó aparte de los demás frailes, y cuatro años después, sus restos fueron trasladados a la Cripta Imperial de la iglesia conventual de Santa María de los Ángeles de Viena, donde permanecen hasta el presente. La casulla, estola y manípulo usados por Fray Marco en las dos misas previas a la batalla de Viena se encuentran en la iglesia de Santa Ana en Rizzios de Calalzo, donde fueron llevadas por fray Antonio María de Rizzios (en el siglo Inocente Frescura).
   
San Pío X, cuando era Patriarca de Venecia, inició el proceso diocesano de beatificación el 23 de Junio de 1901, y una vez electo Papa, autorizó la instrucción de la causa en la Congregación de Ritos el 11 de Diciembre de 1912, luego de más de doscientas cartas de obispos de media Europa, la Casa Imperial Austro-Húngara, superiores de casas religiosas y varios capítulos catedralicios.

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