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lunes, 6 de septiembre de 2021

SAN JUAN MACÍAS Y EL PURGATORIO

    
San Juan Macías, hermano lego dominico, tenía la costumbre de rezar todas las noches, de rodillas, el Rosario completo. Una parte la ofrecía por las almas del Purgatorio, otra por los religiosos, y la tercera, por sus parientes, amigos y benefactores.
   
Oraba el Santo en la capilla de Nuestra Señora del Rosario, cuando de pronto una mano dio un golpe sobre el altar. Sobresaltado, vio a su lado una sombra rodeada de llamas que le dijo: “Soy Fray Juan Sayago, que acabo de morir y necesito muchísimo de tus oraciones y auxilios; para que, satisfaciendo con ellos a la divina justicia, salga de estas penas expiatorias”, con lo cual desapareció. 
   
Vivió este fraile en el Convento del Santísimo Rosario, contiguo a la Iglesia de Santo Domingo, habiendo expirado a la misma hora en que se le apareció a nuestro Santo. A la cuarta noche, hallándose Juan postrado en el mismo altar, se le volvió a aparecer el alma de aquel fraile, ahora luminosa, para decirle que gracias a sus oraciones y penitencias la Virgen lo había sacado del Purgatorio y llevado a gozar de la bienaventuranza eterna.
   
A la hora de su muerte le reveló al prior del convento: “Por la misericordia de Dios, con el rezo del Santo Rosario, he sacado del Purgatorio un millón cuatrocientas mil almas”. Cuando oraba en el templo, con frecuencia oía el rumor suplicante de personas que le hablaban y no alcanzaba a ver pero percibía claramente sus voces. “Fray Juan, ¿hasta cuándo estaremos privadas de ver a Dios? Ayúdanos”. “¿Quiénes sois vosotros?”, preguntaba Fray Juan. “Somos las almas del Purgatorio”, le respondían. “Acuérdate de nosotros. Socórrenos con tus oraciones, para que salgamos de esta terrible soledad”.

En atención a estas frecuentes visitas y súplicas, fray Juan rezaba incansablemente el santo Rosario. Visitaba con frecuencia a Jesús Sacramentado; participaba en la santa misa y hacía muchas obras de caridad, con esta intención. ”Orar por los muertos es cosa buena y santa”. (2.ª Mac. 12, 45) Porque, dice el Señor: “nada manchado entrará en el reino de los cielos” (Apoc. 21, 27). En la vida del hombre, hay muchas imperfecciones, negligencias e indiferencias que purificar.
  
Una noche estaba rezando en la iglesia, y oye voces misteriosas: “Somos almas del Purgatorio. ¡Socórrenos!…”. No necesitó más el Hermano. 
    
En adelante, rezar y sacrificarse por las almas benditas fue para Juan Macías una verdadera vocación. Y Dios le reveló las muchas y muchas almas que por su oración habían acelerado su purificación y salido del Purgatorio libres para el Cielo. Así, tan sencillamente, pero con enorme fama de santo en Lima, llegó Juan Macías a los sesenta años de vida. En el lecho de muerte, exclamó alborozado: “¡Mirad, mirad quiénes están aquí! Nuestro Señor Jesucristo, su Madre la Virgen, el apóstol y evangelista San Juan, otros Santos y muchos ángeles. ¡Con ellos me voy al Cielo!”.

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