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viernes, 10 de diciembre de 2021

LA IGLESIA CATÓLICA, ÚNICA DEPOSITARIA DE LA RELIGIÓN CRISTIANA

Tomado de La Religión demostrada, del Padre Auguste Hilaire. Rescatado de DOCTRINA CATÓLICA.

LA IGLESIA CATÓLICA ES LA ÚNICA DEPOSITARIA DE LA RELIGIÓN CRISTIANA (*)

   La Iglesia es el medio establecido por Jesucristo para conservar, propagar y hacer practicar la religión cristiana. —Fuera de la Iglesia católica no hay verdadero cristianismo.

   Creemos útil recordar aquí las verdades ya demostradas:

1º. Existe un Dios Creador de todas las cosas.

2º. El hombre creado por Dios posee un alma espiritual, libre e inmortal.

3º. Es necesaria una religión, porque el hombre, criatura de Dios, debe rendir sus homenajes a su Creador.
   La religión natural no basta al hombre, puesto que Dios, Soberano Señor, se ha dignado revelarle una religión sobrenatural.

4º. Dios ha hecho al hombre tres revelaciones, que se llaman: primitiva, mosaica, cristiana. Las dos primeras, no eran más que la preparación de la revelación cristiana, la cual es su complemento definitivo, y permanece siendo la única verdadera, la única obligatoria.
   Hemos expuesto ya las pruebas de la divinidad de la religión cristiana, que tiene por fundador a nuestro Señor Jesucristo, Hijo de Dios hecho hombre: estas pruebas son numerosas e irrefutables.5º. No queriendo Jesucristo quedarse de una manera visible en la tierra, debió elegir un medio para transmitir su religión a todos los hombres hasta la consumación de los siglos. Es evidente que al manifestarse Dios al mundo en forma de hombre, su venida debía tener por objeto la salvación de todo el linaje humano.Este medio establecido por nuestro Señor Jesucristo es la Iglesia. Tal es la última verdad que nos queda por demostrar.

   Podemos concluir inmediatamente:
1º. Que todo hombre razonable debe creer en Dios;
2º. Que todo hombre que cree en Dios debe ser cristiano;
3º. Que todo cristiano debe ser católico.
   En este tratado, nuestros raciocinios se apoyarán en principios ya demostrados:

1º. En el hecho de la divinidad del cristianismo;

2º. En la verdad de las palabras divinas de nuestro Señor Jesucristo;

3º. En la autenticidad de los Evangelios que citan esas palabras.

   La Iglesia es, en realidad, una institución que depende enteramente de la voluntad de Jesucristo, su fundador. Esta voluntad se nos ha manifestado: 1.º, por los Evangelios, cuyo valor histórico ya hemos probado; 2.º, por la Tradición o enseñanza oral de los apóstoles.

   Después de su resurrección, Nuestro Señor permaneció cuarenta días en la tierra; se apareció con frecuencia a sus apóstoles para darles sus instrucciones acerca de la fundación de la Iglesia: «Loquens de regno Dei» (Hechos, r. 3) —Los apóstoles no escribieron estas enseñanzas de su divino Maestro, pero las transmitieron oralmente a sus sucesores. En eso consiste la Tradición, cuyas principales instrucciones fueron más tarde escritas por los primeros Padres de la Iglesia. Nos quedan por tratar las cuestiones siguientes:

I. Naturaleza, fundación, fin y constitución de la Iglesia de Jesucristo;

II. Identidad de la Iglesia católica con la Iglesia de Cristo;

III. Organización de la Iglesia católica;

IV. Relaciones de la Iglesia con las sociedades civiles;

V. Beneficios que la Iglesia proporciona al mundo;

VI. Nuestros deberes para con la Iglesia, verdadera regla de la fe y de la moral.

I. La Iglesia tal como fue establecida por Jesucristo

   135. P. ¿Qué medio estableció nuestro Señor Jesucristo para conservar y propagar la religión cristiana?

   R. El medio establecido por Jesucristo es la Iglesia.

   Jesucristo quiso unir a los hombres y a los pueblos entre sí, quiso unirlos a Él, y, por su intermedio, unirlos a su Padre. Con este fin, fundó una sociedad religiosa destinada a recoger a los que creyeran en Él, y, para gobernarla, instituyó un sacerdocio o cuerpo de pastores encargados de predicar su palabra y de administrar sus sacramentos.

   Eligió doce apóstoles, los instruyó durante tres años, les comunicó sus poderes y los envió por todo el mundo a predicar el Evangelio.

El pueblo hebreo fue elegido para conservar la verdadera religión hasta la llegada del Mesías. La Iglesia fue establecida para propagarla hasta el fin de los siglos.

   Jesucristo vino a traer al hombre los únicos bienes necesarios: la verdad y la gracia. Al salir de la tierra para volver al cielo, dejó: 1.º, las verdades reveladas y las leyes morales que debían ser transmitidas a los hombres de todos los tiempos y de todas las naciones; 2.º, los tesoros de gracia que habían de ser distribuidos a las generaciones futuras. Para continuar en el mundo la obra de la Redención, Jesucristo fundó la Iglesia, sociedad religiosa, depositaria de su doctrina y de sus gracias.

   Nada más grande que la Iglesia, ese reino del Mesías anunciado con tanta frecuencia en el Antiguo Testamento. David, Isaías, Ezequiel, cantaron sus glorias y sus triunfos. Daniel predijo su duración inmortal al explicar el sueño del rey Nabucodonosor. El plan de Dios es realmente espléndido: quiere divinizar a todos los hombres, unirlos a su Cristo y por mediación de su Cristo, a la Santísima Trinidad, a fin de hacerlos partícipes de la bienaventuranza infinita de las tres personas divinas.

§ 1.º Naturaleza de la Iglesia de Jesucristo

   136. P. ¿Qué es la Iglesia?

   R. La palabra Iglesia, derivada del griego, significa la asamblea de los llamados. Unas veces designa el lugar donde se reúnen los fieles para orar, y otras la sociedad de los fieles adoradores del verdadero Dios.

   La Iglesia, corno sociedad, en su sentido más amplio, comprende el conjunto de los fieles de la tierra, de los justos del Purgatorio y de los santos del cielo: de ahí la división bien conocida de la Iglesia en militante, purgante y triunfante.

   La Iglesia militante, considerada históricamente, comprende a todos los verdaderos adoradores de Dios, desde el origen del mundo hasta el fin de los tiempos; todos, en hecho de verdad, han creído o creerán en la religión revelada, esencialmente la misma en sus diversas fases; en este sentido se subdivide la Iglesia en patriarcal, mosaica y cristiana o católica.

   La Iglesia católica es la sociedad de todos los discípulos de Jesucristo unidos entre sí por la profesión de la fe cristiana, la participación de los mismos sacramentos, la sumisión a los legítimos pastores, principalmente a la misma cabeza visible, el Vicario de Jesucristo.

   Divídese en dos partes: la Iglesia docente, los pastores, y la Iglesia discente, los fieles. El nombre de Iglesia designa frecuentemente la Iglesia docente. En este sentido se dice: la Iglesia enseña, la Iglesia ordena, la Iglesia es infalible, etc.

Este tratado de la Iglesia está destinado a establecer la legitimidad de dicha definición. —Para pertenecer a esta sociedad exterior y visible, se requieren tres condiciones 1.º, ser bautizado; 2.º, creer en la doctrina de Jesucristo 3.º, estar sometido a los pastores que gobiernan la Iglesia en nombre del Hijo de Dios y, sobre todo, al jefe supremo de la Iglesia, que es el Vicario de Jesucristo.

   La Iglesia y la religión. —La palabra religión designa el conjunto de las relaciones entre el hombre y Dios; la palabra Iglesia designa la sociedad de las personas que tienen estas relaciones con Dios. —La religión es el conocimiento, el servicio, el amor, el culto del verdadero Dios; la Iglesia es la sociedad de los hombres fieles que conocen y practican la religión.

   La Iglesia y la religión son de institución divina y su unión constituye el cristianismo. No hay cristianismo sin Iglesia. Así como la humanidad no actúa o existe en el orden real más que en el hombre, así tampoco el cristianismo se realiza más que en la Iglesia. Entre ésta y aquél podemos establecer distinción, pero en la realidad son idénticos. Jesucristo, con un solo acto, funda la religión cristiana y la Iglesia.

   137. P. La Iglesia ¿es verdadera sociedad?

   R. Sí; la Iglesia es una verdadera sociedad, porque reúne todos los elementos constitutivos de tal.

   Una sociedad es un conjunto de hombres unidos entre sí bajo la misma autoridad para alcanzar un mismo fin por medios comunes.

   Es así que la Iglesia comprende: 1.º, pluralidad de miembros unidos entre sí; —.2.º autoridad que manda; 3.º, un fin común a los asociados; 4.º, medios comunes para alcanzar este fin.

   Luego la Iglesia es una verdadera sociedad.

Los jefes de la Iglesia son los pastores: san Pedro, los apóstoles;

Los súbditos son los fieles que creen en las verdades reveladas;

El fin es la eterna bienaventuranza;

Los medios son la profesión de una misma fe, la participación de los mismos sacramentos, la obediencia a los legítimos pastores.

   Toda sociedad supone cuatro elementos esenciales

   1.º, pluralidad de miembros; 2.º, autoridad que forma el lazo moral de los asociados y los dirige hacia el fin común; 3.º, unidad del fin que hay que alcanzar; 4.º, empleo de los mismos medios.

   Los dos primeros elementos son comunes a todas las sociedades; los otros dos las especifican. Así en toda sociedad civil hay necesariamente dos clases de ciudadanos: los que mandan en virtud de la autoridad de que son depositarios, y los que obedecen: si falta eso, se podrá tener una muchedumbre de hombres, pero no una sociedad.

   El tercer elemento es el fin, el objeto que los asociados se proponen alcanzar; el cuarto, los medios, que deben ser siempre proporcionados al fin. —Este fin, este objeto, determina la naturaleza de toda sociedad, porque por razón del fin y objeto los asociados se unen y el poder dirigente está investido de tales y cuales prerrogativas.

§ 2.º Fundación de la Iglesia

   138. P. Jesucristo ¿fundó directamente la Iglesia?

   R. Sí; el mismo Jesucristo instituyó la Iglesia bajo la forma de una sociedad visible, exterior como las otras sociedades humanas, y gobernada por autoridades legítimas.

   Reunió a todos sus discípulos bajo la autoridad de sus apóstoles para hacerles conseguir un fin común, su salvación eterna, mediante el empleo de los mismos medios, la práctica de la religión cristiana.

   Tenemos como pruebas:

1º. Las palabras de Jesucristo referidas en el Evangelio;

2º. El testimonio diez y nueve veces secular de la historia;

3º. La misma existencia de esta sociedad fundada por Jesucristo.

1.º Las palabras de Jesucristo prueban la fundación de la Iglesia. 

   a) Jesucristo promete formalmente fundar una Iglesia, distinta de la Sinagoga, cuando le dice a Pedro: «Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella.» —Las imágenes o los emblemas con que se complacía nuestro Señor Jesucristo en describir su Iglesia futura son los de una sociedad: la Iglesia, en boca de Jesucristo, es un rebaño, una familia, el reino de Dios.

   b) Durante los tres años de su vida pública, Jesucristo preparó los elementos de su Iglesia. De entre la muchedumbre que le seguía, eligió, desde luego, doce discípulos, a los que llamó Apóstoles o Enviados; los instruyó de una manera particular, y los consagró Obispos. —Eligió también discípulos de una categoría inferior, en número de setenta y dos, y los envió de dos en dos a predicar el Evangelio. —Finalmente, a la cabeza de sus apóstoles puso a san Pedro como fundamento de su Iglesia y pastor de los corderos y de las ovejas.

    c) Antes de subir a los cielos dijo a sus apóstoles: «Como mi Padre me ha enviado, así yo os envío… Me ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra; id, pues, enseñad a todas las naciones, bautizándolas en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, enseñándoles a guardar todo aquello que os he ordenado: y yo estaré con vosotros hasta la consumación de los siglos».

   Y en otro lugar: «Id por todo el mundo, predicad el Evangelio a toda criatura: el que creyere y fuere bautizado se salvará; el que no creyere será condenado»

   Con estas palabras, por una parte, Jesucristo da a sus apóstoles un triple poder:

   a) El poder de enseñar: Id, enseñad a todas las naciones… predicad el Evangelio…

   b) El poder de santificar: Bautizad a las naciones en el nombre del Padre… el bautismo es la puerta de los otros sacramentos.

   c) El poder de gobernar o de dictar leyes: Enseñad a las naciones a guardar todo aquello que os he ordenado.

   Jesucristo añade: Yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin de los siglos; con lo cual imprime a los poderes de los apóstoles el carácter divino de la infalibilidad y de la perpetuidad hasta el fin de los tiempos.

   — Por otra parte, Jesucristo impone a todos los hombres la obligación estricta de someterse a sus apóstoles, cuando dice: «Predicad el Evangelio… el que creyere se salvará; el que no creyere será condenado.» Por consiguiente, todos los hombres que quieran obtener la verdad, la gracia, la salvación eterna, deberán creer en la palabra de los apóstoles, recibir de sus manos los sacramentos y obedecer sus leyes… La Iglesia está allí toda entera con sus poderes y sus prerrogativas.

   Hallamos, de hecho, en las palabras del Salvador los cuatro elementos constitutivos de una verdadera sociedad: la pluralidad de los fieles moralmente unidos entre sí por la autoridad de los apóstoles para un fin común, la salvación eterna, mediante el empleo de los mismos medios, la fe en la doctrina de Jesucristo, la recepción de los sacramentos y la obediencia a sus leyes.

   Los apóstoles son los gobernantes, y los fieles los gobernados: la unión de unos y otros constituye una verdadera sociedad, que Jesucristo llama su Iglesia.

2.º El testimonio de la historia. 

   El día de Pentecostés, los apóstoles predican a Jesucristo: tres mil judíos al principio, cinco mil al siguiente día, creen en su palabra, y todos se someten a su autoridad. El número de fieles se multiplica, los apóstoles eligen ministros inferiores, presbíteros, diáconos, a los que imponen las manos para consagrarlos con el sacramento del orden. 

   Los apóstoles se separan y van a predicar el Evangelio en las diversas partes del mundo: consagran obispos y los establecen como pastores en las iglesias recientemente fundadas. A su muerte, dejan por todas partes sucesores, herederos de su autoridad. y de su ministerio. Éstos, a su vez, consagran otros sucesores, que hacen lo mismo en el transcurso de los siglos. Así la organización primitiva de la sociedad cristiana establecida por Jesucristo permanece indefectible.

3.º La existencia de la Iglesia prueba que Jesucristo es su fundador. 

   La existencia de la Iglesia es un hecho. Nosotros la hallamos viva en todas las épocas de la historia desde hace diez y nueve siglos. Pues bien, siempre, ya por su nombre, ya por sus instituciones, ya por la sucesión no interrumpida de sus pastores, esa Iglesia reconoce a Jesucristo por su fundador. Luego la misma existencia de la Iglesia, aun prescindiendo de los Evangelios, prueba que Jesucristo la ha fundado. —Véase Bossuet, Discurso sobre la historia universal.

   139. P. ¿Por qué nuestro Señor Jesucristo eligió la Iglesia para conservar su religión?

   R. Jesucristo eligió la Iglesia porque una sociedad es el medio más apropiado para conservar la religión y el más conforme a la naturaleza del hombre, —esencialmente sociable.

   Una religión revelada debe ser enseñada o por Dios mismo, o por hombres delegados a este fin. Pero no conviene a la majestad divina instruir a cada individuo en particular por una revelación también particular, ya que esto sería multiplicar los milagros sin necesidad. Debía, pues, Jesucristo confiar a hombres elegidos el cuidado de transmitir a los otros la religión cristiana.

   1.º Para conservar la religión primitiva, Dios no fundó una sociedad religiosa distinta de la familia. El padre era, a la vez, rey y sacerdote: como rey, velaba por la felicidad temporal de la familia; como sacerdote, ofrecía sacrificios a Dios y transmitía a sus descendientes las verdades reveladas. Y esto era tanto más fácil cuanto que estas verdades no eran muy numerosas y los patriarcas vivían mucho más de lo que se vive ahora. Así se conservó la religión primitiva.

    2.º La tierra se puebla, las virtudes antiguas desaparecen, los hombres se pervierten, y no teniendo ya por salvaguardia la vida secular de los patriarcas, la familia es incapaz de conservar intacto el depósito de la revelación. Para conservarlo, Dios elige al pueblo judío. Sobre el monte Sinaí, da a ese pueblo la ley escrita, complemento de la revelación primitiva. Establece en esa nación una verdadera Iglesia, creando un sacerdocio distinto del poder paternal y del poder político. Este sacerdocio, encargado de las funciones del culto y de la custodia de los Santos Libros, se perpetúa de generación en generación, y conserva, hasta la venida del Mesías, el depósito de la religión revelada. Es la Sinagoga, la cual, por su constitución, es figura de la Iglesia de Cristo, como lo anuncian las profecías.

   Dios pacta una alianza particular con la nación judía, porque en ella debe nacer el Mesías. Pero no por eso los demás pueblos quedan abandonados. Ellos recibieron también la revelación primitiva; mediante sus relaciones con el pueblo judío y la difusión de los Libros Santos participan, más o menos, de las luces de la revelación mosaica: si se pervierten y corrompen, suya es la culpa. Fuera de eso, Dios se propone llamarlos nuevamente al conocimiento de la verdad completa.

   3.º Los profetas anuncian que el Redentor reunirá en su reino a los judíos y a los gentiles; el reino del Mesías es la Iglesia, la cual sucede a la Iglesia mosaica. El Antiguo Testamento era sombra y figura del Nuevo… Es así que en tiempo de Moisés había una sinagoga encargada de conservar el depósito de la revelación; luego era conveniente que Jesucristo fundara una Iglesia, encargada del depósito de la doctrina cristiana y destinada a comunicar a todos los pueblos los frutos de la redención consumada en el Calvario.

   La Iglesia nueva es más perfecta que la Iglesia antigua. Posee la perfección de la verdad más clara y enriquecida con nuevas revelaciones; la perfección de la ley impulsando a la práctica de virtudes más sublimes; la perfección de los sacramentos, constituidos en señales que causan la gracia; la perfección del sacerdocio, marcado con un carácter más divino, investido de funciones más nobles y de una autoridad más fuerte; la perfección de expansión y de duración: sus límites son los del universo y su duración es la del mundo.

1.º ¿Por qué Jesucristo eligió hombres para la enseñanza de su religión? 

  a) Una religión revelada debe ser enseñada, porque comprende verdades que creer, leyes que observar y un culto que rendir a Dios. Pero para que el hombre crea verdades, observe leyes o rinda un culto, es menester, previamente, que los conozca.

   ¿Cómo los conocerá? El hombre puede ser instruido por Dios o por sus semejantes. No es conveniente que Dios renueve la revelación para cada hombre en particular; luego es necesario que el hombre sea instruido por sus semejantes.

   El hombre puede ser instruido de viva voz o por escrito. La enseñanza oral es la más conforme a su naturaleza: conviene a todo el mundo. —Es la única posible para los niños, para los hombres que no saben leer y para todos aquellos, y son muchísimos, que no tienen ni gusto ni tiempo para estudiar en los libros.

   — Aun los hombres instruidos necesitan de una autoridad segura que les enseñe el verdadero sentido de las enseñanzas escritas. Un libro es letra muerta: es menester que alguien lo explique. «El libro es mudo, dice Platón, es un niño al que se le hace decir todo lo que se quiere, porque su padre no está allí para defenderlo.»

   La razón exige para el conocimiento de la religión, como para todas las otras ciencias, un sistema de enseñanza accesible a todos, proporcionado a la edad y a la inteligencia de todos. Sólo la enseñanza oral, dada con autoridad, llena estas condiciones.

   Además, la revelación consta de una doble ley: ley para la inteligencia, las verdades que es preciso cree; ley para la voluntad, los deberes que deben ser practicados. Pues bien, estas leyes necesitan interpretación. Todas las sociedades han instituido cuerpos de magistrados encargados de interpretar los códigos. Una ley que dejara de ser explicada, una ley cuya observancia no fuera mantenida por una autoridad visible, dejaría de ser ley. Y como Dios no puede ser inferior en sabiduría a los hombres, debe tomar las mismas precauciones.

   b) Aparte de esto, de hecho, Dios ha obrado así durante todo el transcurso de los siglos.

   1.º La revelación primitiva, hecha a Adán en el paraíso terrestre, es transmitida por hombres, de generación en generación, hasta Moisés (2.500 años).

   2.º En el monte Sinaí, Dios promulga la ley escrita. ¿Quién será el encargado de guardarla, de interpretarla hasta la venida del Mesías? Serán hombres. Aarón y sus descendientes conservan este precioso depósito durante quince siglos.

   3.º Jesucristo viene a explicar, desenvolver y perfeccionar la religión. ¿A quién confiará la guarda de ese tesoro? A sus apóstoles, dándoles autoridad infalible para que enseñen su doctrina, promulguen sus leyes y confieran su gracia.

   Antes de volver al cielo, reúne a sus apóstoles y les dice: «Como mi Padre me ha enviado, yo os envío. Id, pues, y enseñad a todo el mundo; predicad el Evangelio a toda criatura… Yo estoy con vosotros, todos los días, hasta el fin del mundo.» Con estas palabras, Jesucristo da a sus apóstoles el poder de enseñar su religión de una manera infalible y perpetua.

2.º ¿Por qué Jesucristo reunió a sus apóstoles y discípulos en una sociedad religiosa? 

   Para conformarse a la naturaleza humana. El hombre es un ser esencialmente sociable. No puede nacer sin la sociedad de la familia, no puede ser criado sino en el seno de la sociedad, y no puede vivir sin la sociedad de sus semejantes. —Al hombre, compuesto de cuerpo y alma, le convienen dos sociedades distintas: una que cuide de los intereses del cuerpo, y es la sociedad temporal, el Estado, la Nación, y otra para que vele por los intereses del alma. y es la sociedad espiritual y religiosa.

   Además, esta necesidad natural del hombre la vemos traducida en la práctica en el transcurso de todos los siglos y en todos los pueblos. En todas partes el hombre ha creído en Dios, y en todas partes se ha asociado con sus semejantes para rendirle un culto público y social. Por consiguiente, si Dios no hubiera organizado su religión en forma de sociedad, esa religión no habría estado de acuerdo con las tendencias de la naturaleza humana.

   El Redentor obra en el orden de la gracia, como el Creador en el orden de la naturaleza. Al principio Dios mismo crió al primer hombre y a la primera mujer, los unió en una sociedad íntima, la familia, y les dijo: «Creced y multiplicaos, y poblad la tierra.» Con estas palabras, Dios proveyó a la conservación de la especie humana hasta el fin del mundo.

   De la misma manera, cuando Jesucristo quiso engendrar a sus elegidos, dijo a sus apóstoles: «Id Por todo el universo, Predicad el Evangelio a todas las criaturas… Yo estoy con vosotros hasta la consumación de los siglos.» Con estas palabras, el Salvador crea la Iglesia y asegura a los hombres, hasta el fin del mundo, la transmisión de la vida sobrenatural.

   De esta suerte, Dios Creador con una sola ordenación de su voluntad funda la familia, y el niño recibe en esta sociedad la vida natural. Dios Redentor también con una sola disposición crea la Iglesia, y en esta sociedad religiosa y divina el mismo niño recibe la vida sobrenatural.

   En virtud de estas dos sentencias creadoras, la orden de Dios se cumple sin cesar: hay hombres que se unen para poblar el mundo, y otros que se asocian para evangelizarlo. Dios, principio de vida, ha hecho brotar dos fuentes de ella: la familia, que da la vida natural y puebla la tierra, y la Iglesia, que comunica su vida sobrenatural y puebla el cielo. Hay perfecta analogía entre el orden de la naturaleza y el de la gracia.
   
§ 3.º Fin de la Iglesia

   140. P. ¿Qué misión da Jesucristo a su Iglesia?

   R. Jesucristo da a la Iglesia la misión de conducir a los hombres a la salvación eterna, mediante la práctica de la religión cristiana.

   El Hijo de Dios fundó la Iglesia para continuar en ella y por ella, hasta el fin de los tiempos, la obra de la Redención. Vino a la tierra a fin de instruir a los hombres, santificarlos con su gracia y conducirlos al cielo. Tal es también la misión que dio a la Iglesia, cuando dijo a sus apóstoles: «Como mi Padre me ha enviado, así también yo os envío.»

   Los doctores llaman a la Iglesia la manifestación siempre viva de Jesucristo, su encarnación prolongada al través de los siglos.

El Hijo de Dios al venir a la tierra tenía un doble fin: ante todo, rescatar al mundo perdido por el pecado de Adán: es la obra de su muerte en la cruz; después hacer partícipes a todos los hombres de los frutos de la Redención y aplicarles sus méritos. Pues es bien, ésa es precisamente la obra de la Iglesia hasta el fin del mundo.

   1.º El fin inmediato o próximo de la Iglesia es enseñar a los hombres las verdades reveladas administrar los sacramentos que confieren la gracia, hacer observar los mandamientos de Dios, y promover así la práctica de la religión cristiana.

   La práctica de la religión produce la santidad, que conduce al cielo. Por eso el fin remoto de la Iglesia es el conducir a los hombres a la vida eterna, a la visión sobrenatural e inmediata de Dios.

La Iglesia, como todas las obras divinas, tiene por fin supremo el procurar la gloria de Dios. Y a la verdad, ella con su extensión, su estabilidad, su doctrina, las gracias y los beneficios de que es fuente, pone de manifiesto el poder, la providencia, la bondad y la sabiduría de Dios. Y difunde todos los días sobre la tierra el conocimiento del Ser supremo, propaga su culto y hace brotar las más hermosas virtudes. Los numerosos santos que ella engendra alabarán y bendecirán al Señor por toda la eternidad.

   2.º La Iglesia no es más que una sola cosa con Jesucristo. Es Jesucristo mismo prolongando su Encarnación entre los hombres. Y ésa es la razón por la cual nuestros Libros Santos llaman a la Iglesia Cuerpo místico de Jesucristo, complemento de Cristo, su desenvolvimiento, puesto que los fieles, hijos de la Iglesia, están incorporados a Cristo por la vida divina que reciben de Él. «Yo soy la vid, dijo el Salvador a sus apóstoles, y vosotros los sarmientos.»

   Jesucristo es Doctor, Santificador y Rey de la humanidad. Mediante la Iglesia, continúa su triple ministerio: como Doctor, enseña por la voz de la Iglesia; como Santificador o Pontífice, vivifica con sus sacramentos; como Rey, conduce y gobierna a los hombres con la autoridad de los pastores. Obra por su Iglesia, como el alma Obra por medio del cuerpo. La Iglesia es, pues, Jesucristo enseñando, santificando y gobernando a los hombres.

   La misión de la Iglesia es continuar de una manera visible la misión de Jesucristo. El Salvador dio a sus apóstoles la misión de enseñar a todos los pueblos, de administrar los sacramentos, de promulgar la ley cristiana, y esto hasta el fin de los siglos. Y añadió: «Ved ahí que yo estoy con vosotros…» Por consiguiente, Él les asegura su asistencia perpetua; de ahí un doble deber: deber para los apóstoles y sus sucesores de instruir, de santificar y de gobernar; deber para los fieles de creer en la doctrina enseñada, de recibir los sacramentos, de obedecer a la ley cristiana.

   Corolario. 

   Es, pues, necesario formar parte de la Iglesia si queremos ir al cielo, no solamente porque el Hijo de Dios, su fundador, ha impuesto a todos los hombres el precepto formal de entrar en su Iglesia, sino también porque, siguiendo el orden establecido por la divina Providencia, sólo en ella podemos conseguir la vida eterna: ella es la única depositaria de los medios de santificación: «Fuera de la Iglesia no hay salvación.» Más adelante explicaremos el sentido y la extensión de esta máxima fundamental.

«Jesucristo, el Hombre-Dios, es el Enviado de su Padre para dar a los hombres la verdad y la vida sobrenatural». —Por el hecho de su misión, ha recibido todo poder para instruir, santificar y gobernar a todo el género humano, para conducir a los hombres a la visión sobrenatural e intuitiva de Dios, a la posesión directa de la bienaventuranza divina, fin último y supremo de la naturaleza humana.

Jesucristo, el Hombre-Dios, el Enviado de su Padre, es el Salvador y el Redentor del género humano; luego todo el linaje de Adán, rescatado con el precio de su sangre, es su conquista, su propiedad. Él tiene por misión incorporarse el género humano para ofrecerlo con Él en holocausto a Dios, su Padre.

La Iglesia es la Enviada de Jesucristo; es la voz y el órgano de Jesucristo; es la Esposa de Jesucristo, es su Cuerpo Místico, su desenvolvimiento, su plenitud.

Enviada de Jesucristo, así como Jesucristo es el Enviado del Padre, la Iglesia está asociada a su misión y, por consiguiente, a su autoridad suprema.

Voz y órgano de Jesucristo, la Iglesia enseña y gobierna a las multitudes en nombre de Jesucristo; es Jesucristo mismo que vive, habla y obra en ella.

Esposa de Jesucristo, a semejanza de Eva, madre de los vivientes, la Iglesia nació del costado del nuevo Adán, durante su sueño en la cruz. Ella recoge a la humanidad manchada por la culpa del primer hombre; mediante la fecunda virtud de su Esposo, la da a luz a una vida nueva, la alimenta con el pan de la verdad y de la gracia, y gobierna a los que ha regenerado con la dulce autoridad de una Madre y con el poder soberano de una Reina.

Cuerpo místico de Jesucristo, la Iglesia incorpora los hombres a Jesucristo al incorporárselos a sí misma, los hace participar de la vida de su Cabeza, haciéndolos vivir de su propia vida, y llamando a todos los hombres, porque Dios quiere la salvación de todos, trabaja con inagotable decisión para hacerlos entrar a todos en su seno, para hacerlos a todos miembros de Jesucristo y llevarlos a todos al cielo.» —Extracto de D. Benoit, Les erreurs modernes.

§ 4.º Constitución de la Iglesia

   141. P. ¿Cómo constituyó Jesucristo su Iglesia?

   R. 1.º Jesucristo constituyó su Iglesia conforme al modelo de una sociedad, de un Estado, de un reino, donde se distinguen dos clases de ciudadanos: los gobernantes y los gobernados.

   Estableció en su Iglesia dos clases de miembros los superiores o autoridades, que enseñan y gobiernan, y los súbditos, que escuchan y obedecen. Los primeros constituyen la Iglesia docente, y se llaman los pastores, el clero, la jerarquía. —Los segundos forman la Iglesia discente, y se llaman los fieles, los laicos.

   2.º Jesucristo confirió a sus apóstoles la autoridad por el sacramento del Orden y por la misión expresa de enseñar y de gobernar la Iglesia. Los pastores se distinguen de los fieles por esta consagración y misión divinas.

   3.º Además, Jesucristo estableció entre los pastores una jerarquía con poderes diferentes y subordinados los unos a los otros.

   En el lugar más alto, Simón Pedro es constituido Cabeza suprema de la Iglesia con plenitud de poderes. —Bajo su dependencia, los otros apóstoles están encargados de enseñar, santificar y gobernar a los fieles. Tienen como auxiliares a los sacerdotes y a los diáconos.

   De esta suerte, la Iglesia aparece organizada como un ejército con su general en jefe, sus generales de división, sus oficiales y sus soldados: es el ejército de Cristo en marcha hacia la conquista del cielo.

   1.º No hay sociedad posible sin una autoridad que gobierne: una sociedad en la cual nadie tuviera el derecho de mandar no sería una organización social, sino un desorden y anarquía. —Además, la autoridad nunca viene de abajo; aun en las sociedades civiles, la autoridad no es una delegación de la voluntad popular, como sueñan los sofistas modernos. Toda autoridad viene de Dios, porque los hombres son iguales entre sí, y sólo Dios tiene el derecho de mandarlos. —Así como es necesaria una autoridad en la familia y en la sociedad civil, así también es necesario que Jesucristo dé a su Iglesia una autoridad que enseñe lo que se debe creer y lo que se debe hacer para llegar al cielo.

   2.º Belarmino demuestra las verdades siguientes

   A) El gobierno de la Iglesia no pertenece al pueblo. —Los apóstoles, que fueron los primeros pastores, recibieron su autoridad no de la Iglesia, que todavía no existía, sino de Jesucristo mismo. —«Id, Predicad el Evangelio…» Desafiamos a los protestantes, que se apoyan solamente en la Biblia, a que nos indiquen el tiempo y lugar en que Jesucristo concede a los simples fieles el poder de enseñar y de gobernar la Iglesia. Los pastores no son, por consiguiente, los mandatarios del pueblo cristiano, sino los enviados de Dios.

   B) El gobierno de la Iglesia no pertenece a los príncipes seculares. —La autoridad que gobierna la Iglesia es una autoridad sobrenatural, y no puede pertenecer sino a aquellos que la han recibido de Dios. Es así que Jesucristo dio este poder a Pedro, a los apóstoles y a sus sucesores, y no a los príncipes. Luego los reyes y emperadores no tienen poder alguno en la Iglesia.

   C) El gobierno de la Iglesia pertenece principalmente a Simón Pedro, y, bajo su dependencia, a los apóstoles. —Jesucristo había colocado ya a san Pedro a la cabeza del colegio apostólico, como, veremos más adelante; y al dejar la tierra, dijo a sus apóstoles reunidos: «Todo poder me ha sido dado en el cielo y en la tierra. Id, pues, y enseñad a todas las naciones, etcétera». —Con estas solemnes palabras, Jesucristo confiere a sus apóstoles autoridad para enseñar su doctrina, santificar las naciones y gobernar las conciencias.

   Cristo posee la autoridad porque es el Enviado del Padre; los apóstoles la reciben porque son los enviados de Cristo: «Como mi Padre me ha enviado, Yo os envío… El que a vosotros oye, a Mí me oye; y el que a vosotros desprecia, a Mí me desprecia…» La autoridad de los apóstoles es la de Jesucristo mismo.

   San Pablo hace notar la necesidad de recibir de Dios el poder de enseñar a los hombres. Quomodo praedicabunt nisi mittantur? Nadie puede predicar sin ser enviado de Dios. Cristo mismo es enviado por su. Padre; Cristo envía a sus apóstoles, y éstos, a su vez, enviarán a sus sucesores.

   Los poderes de estos enviados divinos provienen de un doble origen: del sacramento del Orden y de su misión. El primero les da la potestad de santificar a los fieles con los sacramentos; el segundo, el derecho de enseñarles y de gobernarlos.

La palabra jerarquía significa autoridad sagrada. Designa el orden de los ministros de la Iglesia, sus funciones respectivas y los diferentes grados de autoridad que los subordinan los unos a los otros. Aquí no hablamos sino de los superiores establecidos por derecho divino, es decir, instituidos directamente por el Hijo de Dios.

Jesucristo fundó su Iglesia para salvar a los hombres. ¿Qué se necesita para esto? La gracia de Dios y la cooperación de los mismos hombres.

Ahora bien: 1.º Para dar a los hombres la gracia, el Salvador estableció en su Iglesia el poder de conferir los sacramentos: esto es lo que se llama jerarquía de orden, o los diversos poderes sagrados que da el sacramento del orden. —La jerarquía comprende, por derecho divino, tres grados: el episcopado, el sacerdocio y las órdenes inferiores. —El poder del orden, una vez conferido, no se pierde nunca; los sacerdotes, aun herejes, administran válidamente los sacramentos que no exigen jurisdicción.

2.º Para ayudar a los hombres a cooperar a la gracia de Dios Jesucristo estableció en su Iglesia el poder de enseñar y de gobernar: es lo que se llama jerarquía de jurisdicción. —Ésta comprende, por derecho divino, dos grados: el primado de Pedro y el episcopado. Sin embargo, el sacerdocio participa también de una cierta jurisdicción: la de transmitir a los fieles las enseñanzas y las órdenes de los pastores. Toda la antigüedad cristiana atestigua el origen divino de este orden jerárquio.

   142. P. ¿Qué forma de gobierno dio Jesucristo a su Iglesia?

   R. Jesucristo estableció el gobierno de su Iglesia bajo la forma de una monarquía electiva.

   Eligió a Simón Pedro como Pastor supremo, con pleno poder de enseñar y de gobernar a los otros pastores y a los fieles.

   Quiso que la Iglesia, su reino terrenal, fuera la imagen del reino celestial, donde reina en persona rodeado de los ángeles y los santos.

   Quiso, además, asegurar a la Iglesia la unidad más perfecta y el no tener más que un solo rebaño con un solo pastor.

   La Iglesia es la familia de los hijos de Dios: en una familia no hay más que un padre; —la Iglesia es el reino de Jesucristo: en un reino no hay más que un rey; —la Iglesia es el cuerpo místico de Jesucristo: un cuerpo no debe tener más que una cabeza. Sin esta unidad, la división podría fácilmente introducirse en la Iglesia, como lo prueba la historia.

   Esta forma de gobierno no puede ser cambiada, porque es de institución divina. Establecida por el Hijo de Dios mismo, debe durar mientras dure la Iglesia.

Hay tres formas principales de gobierno: la Monarquía, el gobierno de uno solo, que lleva el nombre de rey o de emperador; la Aristocracia, el gobierno de una clase escogida de ciudadanos; la República, el gobierno de los elegidos por el pueblo. Estas tres formas de gobierno son buenas, cuando la ley de Dios es observada en ellas; cuando no lo es, las tres degeneran en tiranía.

   1.º La verdadera cabeza de la Iglesia es Jesucristo: Él la conserva, protege, gobierna y santifica. Pero es invisible en la tierra, y la Iglesia, compuesta de hombres, es una sociedad visible que exige una suprema autoridad visible. Por eso, antes de subir al cielo, el Salvador nombró a Simón Pedro su vicario, su representante, pastor supremo de la Iglesia.

   2.º ¿Por qué Jesucristo eligió para su Iglesia el gobierno monárquico? Para mantener la unidad perfecta. Quiso que todos los miembros de la Iglesia estuvieran estrechamente unidos: «que sean una misma cosa, como Tú, oh Padre, estás en Mí y yo en Ti». —Si hubiera varios pastores supremos en la Iglesia, se dividirían, y la división bien pronto se extendería a los fieles, lo que quitarla a la Iglesia la unidad necesaria.

   Además, según opinión común de los filósofos, la monarquía es la forma más perfecta de gobierno, forma que regula la marcha del mundo, de la familia, del ejército. —La antigua Iglesia, la Sinagoga, era regida por el sumo Sacerdote en forma de gobierno monárquico. Y Dios no podía manifestar más solicitud por la Sinagoga, la cual debía ser repudiada por Jesucristo, que por la Iglesia, cuya duración debe prolongarse hasta el fin del Mundo.

   — Nadie puede mudar el régimen monárquico establecido por Jesucristo. En ninguna sociedad se puede alterar el poder sin alterar la sociedad misma y modificar su naturaleza. Es as’ que mudar la naturaleza de una sociedad divina sería destruirla; luego debe permanecer como Dios la ha hecho, o desaparecer.

*§ 5.º Primado de san Pedro

   143. P. ¿Jesucristo confirió realmente a san Pedro el poder soberano sobre la Iglesia entera?

   R. Sí; Jesucristo dio a san Pedro la supremacía sobre toda la Iglesia: nada es más cierto.

   1.º Jesucristo dice a Pedro: «Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas del infierno nada podrán contra ella.» Con esto quiere significar que Pedro será el fundamento sobre el cual se levantará el edificio de la Iglesia. Pero como el fundamento de una sociedad, lo que mantiene su unidad y su estabilidad, es la autoridad suprema; luego, con esas palabras, Jesucristo promete a Pedro la supremacía sobre toda la Iglesia.

   — El Salvador añade: «Te daré las llaves del no de los cielos…» Pero, según el modo de hablar ordinario, entregar a uno las llaves de una ciudad es hacerle soberano de la misma; luego Pedro debe ser en la tierra el jefe supremo, el soberano del reino de Jesucristo.

   2.º Después de su resurrección, Jesucristo da a Pedro el primado prometido. Él le dice: «Apacienta mis corderos, apacienta mis ovejas.» Los corderos significan los fieles; las ovejas, los pastores. Luego Pedro está encargado de apacentar y de gobernar todo el rebaño de Jesucristo. El queda nombrado a la vez pastor de los fieles y pastor de los pastores; estos últimos son pastores respecto de los pueblos, son ovejas respecto de Pedro.

   3.º Por lo demás, desde el desde el principio, san Pedro ejerce esta autoridad suprema, que respetaron así los apóstoles como los simples fieles.

   El poder soberano otorgado por Jesucristo a san Pedro se llama primado; se distingue entre primado de honor y primado de jurisdicción. El primero es el derecho de ocupar siempre el primer rango en la Iglesia; el segundo es el derecho de gobernar con pleno poder la Iglesia entera. Jesucristo dio a san Pedro este doble primado de honor y de jurisdicción.

   1.º Jesucristo Promete a Pedro la autoridad soberana. —Por primera Providencia, Jesucristo muda el nombre al que ha elegido para príncipe de los apóstoles: «Tú eres Simón, hijo de Juan; en adelante te llamarás Pedro.» De igual modo vemos en el Antiguo Testamento cine Dios mudó el nombre de Abrahán y de Jacob cuando quiso hacer de estos patriarcas las jefes de su pueblo.

   Un día, el Salvador, en las llanuras de Cesárea, pregunta a los apóstoles qué piensan de Él. Pedro le contesta: «Tú eres el Cristo, Hijo de Dios vivo.»

   Al oir esta contestación, Jesús mira a Pedro con ternura inefable y le dice: «Bienaventurado eres, Simón, hijo de Juan; porque esto no te lo reveló ni la carne ni la sangre, sino mi Padre, que está en los cielos. Mas yo también te digo que tú eres Pedro, y sobre esta Piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella. Y a ti te daré las llaves del reino de los cielos; y todo lo que atares en la tierra será atado en los cielos, y todo lo que desatares en la tierra será desatado en los cielos».

   Ésa es la promesa. Así como un edificio descansa y se eleva sobre su fundamento, sobre su piedra fundamental, así también una sociedad reposa sobre el poder que la gobierna. Siendo san Pedro la piedra fundamental sobre la cual Jesucristo fundó su Iglesia, en él debe residir también el supremo poder.

   — Yo te daré las llaves del reino de los cielos… Se dan las llaves de una casa al dueño, las llaves de una ciudad al soberano. En los Libros Santos, las llaves son el símbolo del poder supremo. A Pedro, pues, y a Pedro solamente, tibi, es a quien Jesucristo promete el, poder soberano,

   — El poder de atar es el poder de obligar a los otros mediante leyes; y como en la tierra nadie podrá desatar lo que Pedro haya atado, se sigue que su poder será soberano e independiente.

   2.º Jesucristo da a Pedro el poder supremo. —Después de su Resurrección, Jesucristo cumple la promesa hecha a Pedro, y le confiere la supremacía. Pedro y los demás apóstoles están reunidos a orillas del lago de Galilea. Jesús viene hacia ellos y dice a Simón Pedro: «Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que éstos?» —Simón contesta: «Sí, Señor, Tú sabes que te amo.» —Jesús replica: «Apacienta mis corderos.»

   Jesús le pregunta de nuevo: «Simón, hijo de Juan, ¿me amas?» —Pedro contesta: «Sí, Señor, Tú sabes que te amo.» —Jesús le dice: «Apacienta mis corderos.»

   Jesús le pregunta por tercera vez: «Simón, hijo de Juan, ¿me amas?» Turbado Pedro al oir esta tercera pregunta, contesta: «Señor, Tú conoces todas las cosas, Tú sabes que te amo.» —Jesús le dice: «Apacienta mis ovejas».

   De esta manera nuestro Señor constituyó a Pedro Pastor, no solamente de los corderos, sino de las madres de éstos; no solamente de los fieles, sino de los mismos pastores. Pedro, pues, es el Pastor de los pastores, y la Iglesia está fundada sobre una sola cabeza. Ahí tenéis la institución del primado.

   No hay duda que, si Pedro es llamado fundamento de la Iglesia, debe sostener a ésta toda entera; si sólo él recibe las llaves del cielo, sólo él debe poseerlas de una manera soberana; si recibe aparte, y antes que todos los demás, el poder de atar y desatar, quiere decir que no debe poseerlo de la misma manera que los demás apóstoles; si se le confía el cargo de apacentar los corderos y las ovejas, quiere decir que por eso mismo queda constituido en Pastor supremo del rebaño.

   3.º El primado de Pedro es reconocido por los demás apóstoles. —Pedro es nombrado siempre el primero y presentado como superior del colegio apostólico. «El primero en todas las formas, dice Bossuet, el primero en confesar la fe; —el primero en la obligación de practicar el amor; —el primero de los apóstoles que vio a Jesucristo resucitado de entre los muertos, como debía ser el primer testigo de esa resurrección ante el pueblo; —el primero cuan-do se tuvo que completar el número de los apóstoles; —el primero que confirmó la fe con un milagro; —el primero en convertir a los judíos; —el primero en recibir a los gentiles —el primero en tomar la palabra en las asambleas si es reducido a prisión, toda la Iglesia reza por él si habla, pastores y fieles, todos le escuchan y acatan sus órdenes,. El propio san Pablo, aunque instruido directamente por Jesucristo viene de intento a Jerusalén para ver a Pedro y solicitar de él la confirmación de su apostolado, a fin de dejar establecido para siempre que, por docto, por santo que uno sea, aunque fuera otro san Pablo, es preciso ver a Pedro Y recibir de él la misión y los poderes».

   144. P. El poder supremo conferido por Jesucristo a Pedro ¿debía pasar a sus legítimos sucesores?

   R. Sí; porque, según las palabras de Jesucristo, la autoridad de Pedro es el fundamento de la Iglesia; y el fundamento de un edificio debe durar tanto como el edificio mismo.

   Además, la Iglesia es un reino, y necesita un rey; una casa, y necesita un amo; una familia, y necesita un padre; una nave, y necesita un piloto; un cuerpo, y necesita una cabeza; un edificio, y necesita un fundamento, y esto hasta la consumación de los siglos.

   Si Pedro muere, su poder supremo subsistirá. Instituido, este poder para la Iglesia, debe durar tanto como ella. El sucesor de Pedro le sucede en su poder y en sus prerrogativas.

   Por eso, desde los apóstoles hasta nuestros días, el obispo de Roma ha sido reconocido siempre como el Pastor supremo de la Iglesia, porque es el sucesor de Pedro.

   l.º La razón pide que el primado de Pedro pase a sus sucesores. —Bossuet resume así la tradición católica: —«Que no se diga que este ministerio de san Pedro acaba con él: lo que debe servir de fundamento y de sostén a una Iglesia eterna no puede tener fin. Pedro vivirá en sus sucesores; Pedro hablará siempre en su cátedra».

   Jesucristo ha establecido el primado de una suprema autoridad para conservar en la Iglesia la unidad de fe y de gobierno. Pero esta unidad debe durar cuanto la Iglesia misma, es a saber, hasta el fin de los siglos. Luego es necesario que baya siempre una suprema autoridad, un jefe en la Iglesia.

   2.º La historia la demuestra. —Desde san Pedro hasta Pío XI, vemos al Papa hablar y proceder corno Cabeza de los obispos y de los fieles, convocar concilios, condenar herejías, juzgar con pleno derecho y en última instancia las cansas contenciosas, llevadas siempre ante su tribunal. Luego Pedro vive siempre en sus sucesores.
   
§ 6.º Poderes que Jesucristo dio a su Iglesia

   Hemos probado que la Iglesia es una verdadera sociedad, y que por este título le es necesaria una autoridad. Esta autoridad es la que une las fuerzas individuales de los miembros y las dirige hacia el un común. Sin autoridad no hay sociedad posible.

   Hemos probado también que la Iglesia es una sociedad jerárquicamente organizada, y de ahí hemos llegado a comprobar en ella la existencia de esta autoridad. La jerarquía es la subordinación de los poderes.

   Nos queda por demostrar en qué consiste la autoridad de la Iglesia. La naturaleza de los poderes se determina por el fin de los mismos.

   Jesucristo Redentor vino al mundo para enseñar a los hombres el camino de la salvación; —para santificarlos mediante la gracia y la remisión de los pecados; —para gobernar Él mismo su Iglesia durante su vida apostólica. Luego Él ejerció en este mundo la triple autoridad de doctor, pontífice y rey.

   La Iglesia tiene por fin perpetuar visiblemente en la tierra la misión de Cristo, que es la salvación de los hombres. Es menester que herede la triple autoridad indispensable para este fin. La Iglesia ha recibido, pues, de Jesucristo, su fundador, los poderes necesarios para enseñar santificar y gobernar a los hombres.

   Nuestro Señor Jesucristo dio a Pedro la plenitud de estos tres poderes: Pedro es Doctor infalible, Soberano Pontífice, Virrey del reino de Jesucristo.

   Los otros apóstoles participan de la autoridad de Pedro: son también pastores de la Iglesia. Unidos al supremo jerarca, constituyen la Iglesia docente, encargada de enseñar, de santificar y de gobernar a los fieles.

   145. P. ¿Qué poderes dio Jesucristo a los pastores de la Iglesia?

   R. Jesucristo dio a sus apóstoles poderes correspondientes a su divina misión.

   La religión que el Salvador confía al cuidado de su Iglesia docente comprende tres cosas: las verdades que hay que creer, la gracia que hay que recibir, los preceptos que hay que seguir para alcanzar la vida eterna. Por consiguiente, es necesario a los apóstoles un triple poder:

   1.º Un poder doctrinal para enseñar las verdades que hay que creer;

   2.º Un poder sacerdotal para conferir la gracia;

   3.º Un poder pastoral para gobernar a los fieles.

   Además de esto, Jesucristo es, a la vez:

   a) Doctor: tiene palabras de vida eterna

   b) Pontífice: es el Sacerdote de la nueva alianza;

   c) Rey: su reino no tendrá fin.

   Este triple poder de enseñar, de santificar, de gobernar, que Jesucristo posee en toda su plenitud, lo transmite a sus apóstoles con las siguientes palabras: «Todo poder me ha sido dado en el cielo y en la tierra… Como m¡ Padre me ha enviado, así Yo os envío… El que a vosotros oye, a Mí me oye; el que a vosotros desprecia, a Mí me desprecia.»

   — Quienquiera que desee salvarse debe obedecer a este triple poder: creer en la palabra de la Iglesia, recibir sus sacramentos, seguir sus leyes.

Los teólogos llaman al poder de enseñar: magisterio; al de santificar: ministerio; y al de gobernar: autoridad o jurisdicción.

1.º Jesucristo da a su Iglesia el poder de enseñar. 

   Jesucristo confiere a su Iglesia el derecho de predicar, en nombre de Dios, el dogma y la moral, e impone a los hombres el deber de creer en su palabra. La orden de Nuestro Señor es terminante: «Id, predicad el Evangelio… El que creyere se salvará; el que no creyere se condenará.» Luego la voz de la Iglesia es la voz del mismo Dios; creer a la Iglesia es creer a Jesucristo.

   Inmediatamente después de la venida del Espíritu Santo, los apóstoles usaron de este poder divino. A los que querían prohibirles predicar les contestaron aquella sentencia que debía hacerse célebre y convertirse en divisa del cristiano frente al tirano: «Es necesario obedecer a Dios antes que a los hombres: no podemos callar».

   Pero, ¿por qué esta autoridad absoluta de los pastores de la Iglesia en cuestión de enseñanza? —Si cada cual pudiera interpretar a su gusto la doctrina del Evangelio, bien pronto existirían tantas religiones cuantos son los individuos. Puesto que Jesucristo vino a traer la verdad a los hombres, debió, so pena de no realizar su misión, proveer a la conservación de esta verdad y substraerla a los caprichos del espíritu humano. Por eso estableció una autoridad encargada de guardarla intacta. Jesucristo ordena a sus apóstoles que enseñen, y a los fieles que crean. «Si alguien no oyere a la Iglesia, consideradle como gentil y publicano.»

La autoridad de enseñanza encierra el derecho:
1.º De proponer a nuestra fe las verdades que debemos creer;
2.º De fijar el sentido de las Sagradas Escrituras
3.º De emitir dictamen sobre la divinidad de las tradiciones;
4.º De fallar, sin apelación, sobre todas las cuestiones doctrinales referentes al dogma, a la moral y al culto.
5.º De juzgar las doctrinas y los libros que tratan de estas cuestiones, para aprobarlos o condenarlos según que estén o no conformes con la revelación.

2.º Jesucristo da a su Iglesia el poder de santificar. 

   El Salvador da a los apóstoles el poder de bautizar las naciones, de perdonar los pecados, de celebrar la Misa en memoria de Él, de administrar los sacramentos. Empero los sacramentos, el Santo Sacrificio, las funciones del culto son los medios de santificación; luego Jesucristo da a su Iglesia el poder de santificar.

   Los apóstoles ejercen este poder, como se lee en los Hechos, y declaran haberlo recibido del Señor. «A nosotros, dice san Pablo, se nos ha de considerar como ministros de Cristo y dispensadores de los misterios de Dios».

   El poder sacerdotal es necesario a la Iglesia. —No le basta al hombre estar instruido en la verdad: necesita valor para practicarla; y este valor no puede hallarlo en sus propias fuerzas, debe buscarlo en Dios. Es Dios quien da la vida sobrenatural, el auxilio de la gracia, y le place darlos mediante los sacramentos. Luego sin el poder divino y sobrenatural de administrar los sacramentos, la Iglesia no podría desempeñar su misión de salvar a los hombres, puesto que sin la gracia es imposible entrar en el cielo.

   La Iglesia no puede ni aumentar el número ni mudar la naturaleza de los sacramentos; sólo puede reglamentar lo que se refiere a su administración.

   Ella determina también las ceremonias del culto, del Santo Sacrificio y de la oración pública.

3.º Jesucristo da a su Iglesia el poder de gobernar. 

   — Este poder confiere el derecho de dictar leyes, imponer a los fieles la obligación de observarlas y castigar a los transgresores de las mismas. El derecho de dictar leyes comprende los poderes legislativo, judicial y coercitivo, porque toda ley supone el derecho de dictarla, de juzgar y de castigar a los que no la observan.

   Jesucristo da este poder a sus apóstoles: «Todo lo que atareis en la tierra será atado en el cielo…» Luego les confiere el derecho de atar las conciencias con leyes.

   — El poder legislativo es necesario a toda sociedad. En la familia, en la ciudad, en el ejército, en una sociedad cualquiera, es necesaria una autoridad que tenga el derecho de hacerse obedecer. El poder es el alma, es la vida de la sociedad.

   La Iglesia es una sociedad espiritual y religiosa y, conforme al plan del Hombre-Dios, la más extendida de todas las sociedades. Tiene, por consiguiente, el poder de dictar leyes. Si este poder no existiera, cada uno querría portarse según su capricho, forjarse un culto a su manera: de donde no podría menos de resultar la anarquía. ¿A qué se reduciría entonces la doctrina del Evangelio, la santificación de las almas, la práctica del bien?… —No, la Sabiduría Encarnada no ha podido entregar de esta suerte al azar su Iglesia, depositaria de todas las verdades, de todos los preceptos, de todas las gracias necesarias al hombre.

   — El poder de dictar leyes es necesario a la Iglesia para explicar el Evangelio. —Y en verdad, la ley del Evangelio no es, como la ley de Moisés, local, transitoria. Como está destinada a todos los pueblos hasta el fin de los siglos, no comprende sino preceptos generales cuya aplicación práctica debe ser determinada, según las circunstancias, por los pastores de la Iglesia. Así, por ejemplo, el Evangelio ordena hacer penitencia: ¿qué penitencia hay que hacer? La Iglesia es la encargada de decírnoslo.

   — Finalmente, los apóstoles, que son los intérpretes más fieles de las palabras de su divino Maestro, desde el principio se atribuyen la autoridad legislativa: trazan leyes dictan sentencias y castigan a los culpables.

   La autoridad de gobierno comprende el derecho:

1.º De dictar leyes sobre todo lo que se relaciona con la religión;
2.º De obligar en conciencia a la observancia de estas leyes;
3.º De dispensar de las mismas cuando las circunstancias lo requieran;
4 .º De infligir penas a los que se niegan a obedecer
5.º De expulsar de la sociedad a los que no quieren someterse.

   146. P. ¿Debían los apóstoles transmitir a sus sucesores los poderes que recibieron de Jesucristo?

   R. Sí; estos poderes debían pasar a los sucesores de los apóstoles. Jesucristo les dijo: «Yo estaré con vosotros hasta la consumación de los siglos.» Esta promesa no podía referirse a los apóstoles solamente, porque debían morir; luego debía extenderse a los continuadores de su ministerio. Luego los poderes de los apóstoles han sido transmitidos a sus sucesores de todos los siglos.

   Fuera de eso, Jesucristo da éstos poderes a la Iglesia para la salvación de los hombres; luego la Iglesia debe conservarlos mientras haya hombres en la tierra.

1.º La Iglesia es inmortal; no puede terminar con los apóstoles. Es así que no podría existir sin la autoridad, que es su base. Luego los apóstoles, depositarios de esta autoridad, debían transmitirla a sus sucesores, y así sucesivamente, de generación en generación, hasta el último día del mundo.

2.º La transmisión de los poderes apostólicos es un hecho atestiguado por la historia. En los primeros días del cristianismo, los apóstoles establecieron en todas partes obispos, consagrándolos con la imposición de las manos y dándoles la misión de predicar el Evangelio. Estos obispos enseñaron en nombre de Jesucristo, condenaron los errores y dictaron leves. Los fieles aceptaron su autoridad sin discusión: prueba evidente de que creían en la transmisión de los poderes apostólicos.

   La transmisión de los poderes se hace mediante el sacramento del orden y mediante la misión o institución canónica.

7.º Prerrogativas inherentes a los poderes de la Iglesia

   147. P. ¿Cuáles son las prerrogativas que Jesucristo concedió a su Iglesia docente?

   R. Jesucristo concedió a su Iglesia docente tres prerrogativas principales:

   a) La infalibilidad para preservarla de error en sus enseñanzas;

   b) La independencia para poder ejercer libremente sus poderes sobre la tierra;

   c) La perpetuidad para conservarse siempre la misma y continuar su misión de salvar a los hombres hasta el fin de los siglos.

   La autoridad de la Iglesia no puede subsistir ni desenvolverse sin estas tres grandes prerrogativas.

   Si no tuviera la infalibilidad, podría equivocarse acerca de la verdadera doctrina de Jesucristo y engañar a los fieles.

   Si careciera de la independencia, se vería cohibida en el ejercicio de su misión.

   Si le faltara la perpetuidad, no podría extender su acción a los hombres de todos, los tiempos, cuya salvación debe asegurar.

a) Infalibilidad de la Iglesia

   148. P. La Iglesia docente ¿es infalible?

   Sí; la Iglesia es infalible: no puede engañarse cuando enseña las verdades que hay que creer, los deberes que hay que cumplir y, el culto que hay que rendir a Dios.

   Nuestro Señor Jesucristo dijo a Pedro y a los apóstoles: «Id, enseñad a todas las naciones… Yo estoy con vosotros todos los días, hasta la consumación de los siglos.» Con estas palabras, Jesucristo prometió a sus apóstoles, hasta el fin del mundo, su asistencia particular en el ejercicio de su enseñanza; y esta asistencia divina implica la infalibilidad; si así no fuera, Jesucristo sería el responsable del error.

   Hay obligación de escuchar a la Iglesia como a Jesucristo mismo: «Quien a vosotros oye, a Mí me oye.» Pero como es imposible que Dios nos obligue a escuchar a una autoridad sujeta a error, es preciso que la Iglesia sea infalible.

   La infalibilidad es necesaria a la Iglesia para desempeñar su misión. Es la madre de los cristianos, y debe poder alimentarlos con el pan de la verdad, sin estar expuesta a propinarles el veneno del error.

   Se llama infalibilidad el privilegio de no poder engañarse ni engañar a los demás en su enseñanza.

   No consiste: 1.º, en ser preservado del pecado; 2.º, ni en recibir una nueva revelación; 3.º, ni en descubrir nuevas verdades; 4.º, ni en conocer lo por venir como los profetas.

   La infalibilidad es para la Iglesia el privilegio de no poder enseñar el error cuando propone a los fieles la doctrina de Jesucristo.

   Este privilegio no proviene ni de la experiencia ni de la ciencia de los pastores de la Iglesia, sino de la asistencia especial del Espíritu Santo.

   Sólo Dios es infalible por naturaleza, pero puede, con una asistencia especial, hacer infalibles a aquellos a quienes ha encargado enseñar en su nombre. «La infalibilidad es la gracia de estado que preserva a la Iglesia de todo error.»

1.º La Iglesia docente es infalible. 

   —Jesucristo dijo al colegio de los apóstoles, reunido bajo la autoridad de Pedro: «Como mi Padre me ha enviado, así Yo os envío.» Pero Jesucristo fue enviado con el privilegio de la infalibilidad; luego envía el colegio de los apóstoles con la misma prerrogativa.

   — Jesucristo añade: «Yo os enviaré el Espíritu Santo, Él os enseñará toda verdad». —Es así que el Espíritu tu Santo no puede enseñar a la Iglesia toda verdad sin preservarla de todo error. Luego la Iglesia es infalible.

   — Jesucristo dice también: «Todo lo que atareis en la tierra será atado en el cielo; todo lo que desatareis en la tierra será desatado en el cielo.» De acuerdo con esta promesa, las sentencias de la Iglesia deben ser aprobadas en el cielo. Es así que Dios no puede aprobar el error; luego las sentencias de la Iglesia han de ser infalibles.

   — Por último, Jesucristo promete que las puertas del infierno no prevalecerán contra la Iglesia. Pero si ella no es infalible, el infierno podrá prevalecer contra ella; lo que sería contrario a la promesa de su divino Fundador.

   Una autoridad con la cual Jesucristo está siempre, no puede engañarse sin que se engañe el mismo Jesucristo; —un poder cuyos hechos debe ratificar el cielo, no puede errar sin comprometer la responsabilidad de Dios; —un oráculo doctrinal cuyas decisiones hay que aceptar bajo pena de condenación, no puede enseñar el error, porque Dios nos impondría la obligación de creer en el error.

2.º Es necesario que la Iglesia sea infalible.  

   —Jesucristo ha confiado a su Iglesia el depósito de la revelación para que lo transmita en toda su integridad a todas las generaciones. Pero ella no lo podría transmitir intacto a los pueblos si estuviera expuesta a engañarse. Y como Dios jamás niega los auxilios necesarios para el cumplimiento de un deber, por eso da a la Iglesia la infalibilidad, que es la gracia de estado indispensable para que pueda ser siempre fiel guardiana del sagrado depósito. Luego la Iglesia es infalible.

   Toda autoridad, para enseñar, juzgar y gobernar, se atribuye una infalibilidad, supuesta o real. Así, por ejemplo, no hay autoridad en la familia sin la supuesta infalibilidad del padre; —no hay autoridad en la escuela sin la supuesta infalibilidad del maestro; —no hay autoridad en los tribunales sin la supuesta infalibilidad de los magistrados; —no hay autoridad en la sociedad civil sin la supuesta infalibilidad del legislador. Tal es la base esencial. y fundamental del orden social: todo poder es necesariamente considerado como infalible.

   Ahora bien, la Iglesia no es una academia que emite opiniones: es un soberano que dicta sentencias. Ella manda a la conciencia, exige el asentimiento interior del espíritu. Una infalibilidad supuesta, suficiente para obtener hechos exteriores, no basta a la Iglesia, sociedad religiosa y sobrenatural, para someter las inteligencias; le es necesaria la infalibilidad real. La conciencia no puede someterse sino a la verdad cierta. Para tener el derecho de imponer la fe en su palabra, so pena de muerte eterna, un poder debe estar cierto de que no se equivoca; de otro modo ejercería una tiranía estúpida. La infalibilidad real es una necesidad lógica para toda autoridad que habla en nombre de Dios. Malebranche lo dice con mucha razón: «Una autoridad doctrinal divinamente instituida no se concibe sin la infalibilidad.»

   «Así, añade Lacordaire, toda religión que no se declara infalible, queda por eso mismo convicta de error; porque confiesa que se puede engañar, lo que es el colmo, a la vez, del absurdo y del deshonor en una autoridad que enseña en nombre de Dios.»

¿Cuál es el objeto de la infalibilidad de la Iglesia? El objeto de la infalibilidad está claramente determinado por el fin para el cual ha recibido la Iglesia este privilegio. Ella no está encargada de enseñar a los hombres todo aquello que les puede interesar, sino solamente las cosas útiles para la salvación eterna. Todo lo que se refiere a la fe o a las costumbre es el círculo de su autoridad infalible.

Luego el objeto de la infalibilidad abarca:

1.º Todas las verdades reveladas contenidas en la Sagrada Escritura y en la Tradición;

2.º Todas las verdades necesariamente ligadas con la revelación;

3.º Las cuestiones de ciencia humana que se relacionan inmediatamente con el dogma o con la moral;

4.º La condenación de los errores contrarios a la doctrina de Jesucristo;

5.º Todo lo que se refiere a la disciplina general, la aprobación de las órdenes religiosas, la canonización de los Santos, etc.

La infalibilidad misma nos da la seguridad de que la Iglesia no saldrá de esos límites. Luego las ciencias humanas no tienen nada que temer por su independencia, mientras permanezcan dentro de su esfera propia. La Iglesia, pues, enseña simplemente todo lo que hay que creer y hacer para ir al cielo. Alimenta las almas con el pan de la doctrina y las preserva del veneno del error.

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