Meditaciones
dispuestas por San Alfonso María de Ligorio, y traducidas al Español,
publicadas en Barcelona por la imprenta de Pablo Riera en 1859.
Imprimátur por D. Juan de Palau y Soler, Vicario General y Gobernador
del Obispado de Barcelona, el 30 de Octubre de 1858.
MEDITACIÓN 19.ª (DÍA PRIMERO DE LA NOVENA DE NAVIDAD): Dedi le in lucem géntium, ut sis salus mea úsque ad extrémum terræ. (Yo te he establecido para que seas luz de las naciones hasta los extremos de la tierra. Isaías XLIX, 6).
Considera cómo el eterno Padre dijo a Jesucristo en el instante de su concepción estas palabras: Hijo, yo te he dado al mundo por luz y vida de las gentes, a fin de que procures su salvación, que estimo tanto como si fuese la mía. Es necesario, pues, que te emplees todo en beneficio de los hombres. Es por lo mismo preciso que al nacer padezcas una extremada pobreza, para que el hombre se haga rico. Es menester que seas vendido como esclavo, para que adquieras al hombre la libertad; y que como tal esclavo seas azotado y crucificado, para satisfacer a mi justicia la pena debida por el hombre. Has de dar la vida por librar al hombre de la muerte eterna. En suma, sabe que no eres más tuyo, sino del hombre. De esta manera, Hijo mío, este se rendirá a amarme y a ser mío, viendo que le doy sin reserva a ti mi Unigénito, y que nada más me resta que darle. Así amó Dios al mundo: «Sic Deus diléxit mundum ut Fílium suum unigénitum daret». ¡Oh amor infinito, digno solamente de un Dios infinito, quien de tal modo amo al mundo que dio su Unigénito!A esta propuesta Jesús no se entristece, sí que se complace en ella, la acepta con amor y se regocija. Desde el primer momento de su encarnación Jesús se da también todo al hombre, y abraza con gusto cuantos dolores e ignominias debe sufrir en la tierra por amor del mismo. Estos fueron, dice San Bernardo, los montes y colinas que debía atravesar con tanta presura y fatiga; cual nos le representa la Esposa cuando dice: «Ved a mi amado, que viene saltando por los montes, atravesando los collados» (Cánticos II, 8). Pondera aquí cómo el Padre divino enviando el Hijo a ser nuestro Redentor, y poner la paz entre Dios y los hombres, se ha obligado en cierto modo a perdonarnos y amarnos por razón del pacto que hizo de recibirnos en su gracia; puesto que el Hijo ha de satisfacer por nosotros a la divina justicia. A su vez el Verbo divino, habiendo aceptado el encargo del Padre, el que (enviándolo a redimirnos) nos lo daba, se ha obligado a amarnos, no ya por nuestros méritos, sí por cumplir la piadosa voluntad del Padre.
AFECTOS Y SÚPLICAS
Amado Jesús mío, si es verdad como dice la ley que
con la donación se adquiere el dominio; ya que vuestro Padre os ha
donado a mí, Vos sois todo mio; por mí habeis nacido, y bien puedo decir
que sois mío, y todas vuestras cosas son tambien mías. Mía es vuestra Sangre, míos son vuestros méritos, mía es vuestra gracia, mío es vuestro
paraíso. Y si Vos sois mío, ¿quién podrá jamás separaros de mí? «Nadie
puede quitarme a Dios», decía con júbilo San Antonio Abad. Del mismo modo
yo en lo sucesivo quiero ir diciendo: Solamente por mi culpa puedo
perderos y separarme de Vos. Pero, Jesús mío, si en lo pasado os he dejado y os he perdido, ahora estoy
resuelto a perder la vida y todo antes que perder a Vos, bien infinito y
único amor de mi alma. Os doy gracias, oh Padre eterno, de haberme dado
a vuestro Hijo; y ya que Vos le habeis donado todo, yo me entrego sin
reserva a Vos. Por amor de este Hijo, aceptadme y estrechadme con lazos
de amor a este mi Redentor; pero estrechadme de manera, que pueda decir
con San Pablo: «¿Quién me separará del amor de Jesucristo?» ¿Qué bienes
del mundo podrán jamás apartarme de mi Salvador? Y Vos, Jesús, si sois
todo mio, sabed que yo soy todo vuestro. Disponed de mí y de todas mis
cosas como os plazca; porque ¿cómo podré negar cosa alguna a un Dios que
no me ha negado la sangre ni la vida? María, madre mía, custodiadme
bajo vuestra protección. No quiero ya ser más mío, quiero ser todo de mi
Señor. Pensad en hacerme fiel; en Vos confío.
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