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martes, 4 de enero de 2022

MEDITACIONES PARA EL ADVIENTO, NAVIDAD Y EPIFANÍA (DÍA TRIGÉSIMOCTAVO)

Meditaciones dispuestas por San Alfonso María de Ligorio, y traducidas al Español, publicadas en Barcelona por la imprenta de Pablo Riera en 1859. Imprimátur por D. Juan de Palau y Soler, Vicario General y Gobernador del Obispado de Barcelona, el 30 de Octubre de 1858.
     
MEDITACIÓN 38.ª (DÍA TERCERO DESPUÉS DE LA OCTAVA DE NAVIDAD): De la pobreza del Niño Jesús.
¡Oh Dios! ¿Quién no lo compadecería si viese un príncipe hijo de un monarca, nacido tan pobre que hubiese de albergarse en una cueva húmeda y fría, sin tener lecho ni criados, ni fuego, ni ropas bastantes para calentarlo? ¡Ah Jesús mío! Vos sois, pues, el Hijo del Señor del cielo y de la tierra, Vos sois el que en esta gruta no tenéis otra cosa que un pesebre por cuna, paja por lecho, y unos pobres pañales para cubriros. Los Ángeles están a vuestro rededor para alabaros, pero en nada socorren vuestra pobreza. Redentor mío, cuanto más pobre sois más amable os haceis, habiendo a este fin abrazado tanta pobreza. Si naciérais en una habitación regia, si tuviéseis una cuna de oro, si os asistiesen los primeros grandes de la tierra, os atraeríais de los hombres mayor respeto, pero menos amor. Mas ahora esta gruta en que os albergáis, estos viles pañales que os cubren, esta paja que os sirve de cama, este pesebre que es vuestra cuna, ¡oh, y cómo atraen a Vos nuestros corazones, siendo así que os habeis hecho tan pobre para haceros a nosotros más amable! «Cuanto por mí mas abatido, tanto para mí mas amado», dice San Bernardo. Os habeis hecho pobre, para enriquecernos con vuestra pobreza, según lo que nos enseña San Pablo: Egénus factus  est, ut illíus inópia vos dívites essétis (II Corintios VIII, 9). En efecto: la pobreza de Jesucristo fue para nosotros una gran riqueza; pues que ella nos mueve a adquirirnos los bienes del Cielo, despreciando los de la tierra. ¡Ah Jesús mío!, esta vuestra pobreza ciertamente ha llevado a muchos Santos a dejarlo todo, riquezas, honores y reinos para ser pobres con Vos. Ea pues, Salvador mío, desprendedme también del afecto a los bienes de la tierra, para que sea hecho digno de adquirir vuestro santo amor, y de esta manera poseer a Vos, bien infinito.
    
AFECTOS Y SÚPLICAS 
¡Oh! Pudiera deciros yo también, santo Niño, con vuestro amado San Francisco: «Dios mío y todas las cosas»; y con David: «¿Qué hay para mí en el cielo, y fuera de Ti que he querido sobre la tierra? Dios de mi corazon, y mi porción, Dios para siempre» (Salmo LXXI, 26) ¡Ojalá fuese que de hoy en adelante yo no codiciase otra riqueza que la de vuestro amor; y que este mi corazón no fuera ya dominado más de la vanidad del mundo, sí que Vos solo fuéseis su único Señor, pudiendo comenzar a decir: «Dios de mi corazón, mi porción, Dios para siempre!». ¡Miserable, hasta aquí he buscado los bienes terrenos, y no he hallado más que espinas y hiel! Mayor satisfacción me causa el hallarme ahora a vuestros pies, para daros gracias y amaros, que contento me han dado lodos mis pecados. Un solo temor me aflige, y es que quizá no me habréis aún perdonado; pero vuestras promesas de perdonar al que se arrepiente: el veros hecho tan pobre por mi amor: el sentirme llamado de Vos a amaros: las lágrimas, la Sangre que habéis derramado por mí: los dolores, las ignominias, la muerte amarga que por mí habeis sufrido, me consuelan, y me hacen esperar seguramente el perdón. Y si todavía no me habeis perdonado, decidme ¿qué he de hacer? ¿Queréis que me arrepienta? Yo me arrepiento, pues, con todo mi corazón de haberos despreciado, Jesús mío. ¿Queréis que os ame? Os amo más que a mí mismo. ¿Queréis que yo lo deje todo? Sí, todo lo dejo, y a Vos solo me entrego, y sé que Vos me aceptais; de otra manera yo no tendría ni arrepentimiento, ni amor, ni deseo de entregarme a Vos. Pues que me doy a Vos y me aceptáis, no permitáis que este amor entre Vos y yo haya jamás de disolverse. Madre mía, María, alcanzadme que yo ame siempre a Jesús, y sea amado siempre de Jesús.

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