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domingo, 2 de enero de 2022

MEDITACIONES PARA EL ADVIENTO, NAVIDAD Y EPIFANÍA (DÍA TRIGÉSIMOSEXTO)

Meditaciones dispuestas por San Alfonso María de Ligorio, y traducidas al Español, publicadas en Barcelona por la imprenta de Pablo Riera en 1859. Imprimátur por D. Juan de Palau y Soler, Vicario General y Gobernador del Obispado de Barcelona, el 30 de Octubre de 1858.
     
MEDITACIÓN 36.ª (DÍA PRIMERO DESPUÉS DE LA OCTAVA DE NAVIDAD): De la soledad de Jesús en el establo.
Jesús, al nacer, quiso elegir para su retiro y oratorio el establo de Belén; y a este fin dispuso que su nacimiento fuese fuera de la ciudad, en una cueva solitaria, para insinuarnos su amor a la soledad y al silencio. Todo esto respira aquella gruta. Entremos en ella, y hallarémos a Jesús que calla recostado sobre la paja; a María y José, que Le adoran y contemplan en silencio. Fue revelado a Sor Margarita del Santísimo Sacramento, llamada la Esposa del Niño Jesús, que cuanto pasó en la gruta de Belén, aun la visita de los pastores y la adoración de los Santos Magos, fue sin hablar palabra. Esto que en los otros niños es impotencia, en Jesucristo fue virtud. No habla Jesús, pero ¡cuánto dice con su silencio! ¡Oh, dichoso el que se entretiene con Jesús, María y José en esta santa soledad del pesebre! Los pastores con solo haber sido admitidos allí un poco de tiempo, salieron todos inflamados de amor hacia Dios, pues que no hacían otro sino alabarle y bendecirle. ¡Oh! ¡Feliz aquella alma que se encierra en la soledad de Belén, a contemplar la divina misericordia, y el amor que Dios ha tenido y tiene a los hombres! La llevaré a la soledad, y hablaré a su corazón, le dice el Señor por Oseas (cap. II, 4). Allí el divino Infante no le hablará al oído, sí al corazón, invitándola a amar a su Dios, que tanto la ama. Al ver la pobreza de aquel solitario que se está en una cueva fría, sin fuego, sirviéndose de un pesebre por cuna, y de un poco de heno por lecho: al oír los vagidos, al mirar las lágrimas de este inocente Niño, y al considerar que Él es su Dios, ¿cómo es posible pensar en otro que en amarlo? ¡Oh, qué dulce retiro es para un alma que tiene fe el establo de Belén! Imitemos también a María y José, que inflamados de amor perseveran en contemplar al gran Hijo de Dios, vestido de carne, y sujeto a las miserias humanas: el sabio, reducido a un parvulito que no habla: el grande, hecho chiquito: el excelso, de tal modo abatido: el rico, hecho tan pobre: el omnipotente, débil; en suma, considerando la Majestad divina oculta bajo la forma de un pequeñito niño despreciado y abandonado del mundo, y que todo lo hace y padece para hacerse amable a los hombres, ruégale que te admita en este santo retiro. Enciérrate y permanece allí, y no te separes más de Él. ¡Oh soledad!, dice San Jerónimo. Oh hermosa soledad, en la que Dios habla y conversa con sus amadas almas, no como soberano, sino como amigo, hermano y esposo. ¡Oh! ¡Qué paraíso conversar de solo a solo con Jesús niño en la grutilla de Belén!
    
AFECTOS Y SÚPLICAS 
Carísimo Salvador mío, Vos sois el Rey del Cielo, el Rey de los reyes, el Hijo de Dios; ¿cómo, pues, os veo en esta gruta abandonado de todos? Yo no hallo otros que os asistan, más que José y vuestra santa Madre. Deseo venir también y unirme con ellos para haceros compañía. No me despidáis. Aunque lo merezco, oigo, sin embargo, que Vos me invitáis con dulces voces al corazón. Sí, vengo, mi amado Niño, lo dejo todo por estarme a solas con Vos toda mi vida, único amor de mi alma. Insensato, en el tiempo pasado os he abandonado y dejado solo, Jesús mío, mendigando placeres miserables y envenenados de las criaturas; pero ahora, iluminado por vuestra gracia, no deseo otro que estarme solitario con Vos, que así quereis vivir en esta tierra. ¿Quién me dará alas como de paloma, y volaré y descansaré? ¡Ah!, ¡quién me diese el poder huir de este mundo, donde tantas veces he encontrado mi ruina, huir y estarme siempre con Vos, que sois el gozo del Paraíso, y el verdadero amante de mi alma! Ea, pues, Jesús mío, por los méritos de vuestra soledad en la cueva de Belén, dadme un continuo recogimiento interior, a fin de que mi alma venga a ser una celdilla solitaria, en la que yo no atienda más que a conversar con Vos, consulte con Vos todos mis pensamientos, todas las acciones; a Vos dedique todos los afectos; aquí siempre os ame, y suspire por salir de la cárcel de este cuerpo, para ir a amaros cara a cara en el Cielo. Os amo, bondad infinita, y espero siempre amaros en el tiempo y en la elernidad. ¡Oh María! Vos que todo lo podeis, rogadle que me encadene con su amor, y no permita que yo haya de perder jamás su gracia.

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