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domingo, 31 de julio de 2022

CARTA DE SAN IGNACIO DE LOYOLA AL EMPERADOR CLAUDIO DE ETIOPÍA, EN DEFENSA DEL PRIMADO PAPAL

Cuando la Compañía de Jesús era “subsídium militántis Ecclésiæ” (auxilio de la Iglesia militante) y no lo que se volvió después, esta desplegó formidable celo en la defensa de la Fe Católica no solo ante los herejes protestantes, sino también ante los cismáticos.
   
Sucedió que el emperador Claudio (en geʽez ገላውዴዎስ/Gälawdewos; reinó entre 1540 y 1559 con el nombre አጽናፍ ፡ ሰገድ/Asnaf Sagad, “Ante el que se inclina el horizonte”, o “Al que se someten las naciones”) de Etiopía había desterrado al sur del país al sacerdote portugués João Bermudes, que después de regresar de una misión diplomática ante la Corona de Portugal en nombre de su padre David II (en geʽez ዳዊት/Dāwīt, nacido Lebna Dengel/ልብነ ፡ ድንግል, “Incienso de la Virgen”; reinó entre 1507 y 1540 con el nombre አንበሳ ፡ ሰገድ/Anbassā Sagad, “Ante quien se inclinan los leones”), se presentó como Patriarca de Alejandría (y en Europa como Patriarca del Preste Juan –Preste Juan era un rey cristiano en quien los europeos veían un aliado contra los musulmanes. Originalmente se le atribuía esta identidad al rey de Tartaria, y posterior a la expedición portuguesa Pedro da Covilhã y Alfonso de Paiva, se le identificó con el rey de Etiopía–), y que el rey Juan III “El Piadoso” de Portugal le dijera a su homólogo el 13 de Marzo de 1546:
«Lo que ha hecho allá João Bermudes, quien el Rey tu padre me envió como su embajador, lo desapruebo grandemente, porque son cosas muy contrarias al servicio de Nuestro Señor, y por razón de ellas es claro que no se le puede dar ninguna ayuda o asistencia, ni sé más de él que ser él un simple sacerdote. De los poderes que dice el Santo Padre le otorgó, no sé nada; de las cartas de Su Santidad tú sabrás mejor lo que ha pasado sobre la materia; aunque por esto él merezca muy severo castigo, paréceme que no deberías infligírselo, excepto en tal manera que, siendo salvada su vida, pueda ser castigado según sus errores».
El rey luso prometió enviar a Etiopía sacerdotes más dignos, lo que hizo con las misiones jesuitas de Febrero de 1555 (con los padres Diego Dias y Gonzalo Rodrigues, y el hermano lego Fulgencio Freire) y Marzo de 1557 (encabezada por João Nunes Barreto, Andrés González de Oviedo –este último autor de un tratado De la Primacía de la Iglesia Romana en lengua etíope– y Melchor Miguel Carneiro Leitão –conocido en chino como 賈耐勞/Jiǎ Nài Lào, portugalizado Canelao y administrador apostólico de Macao– que fueron debidamente nombrados Patriarcas latinos de Etiopía), según recoge el padre Luis de Guzmán SJ en el primer tomo de la Historia de las Misiones de la Compañía de Jesús, Alcalá, Imprenta de la viuda de Juan Gracián, 1601. Fue en el marco de la primera misión que San Ignacio de Loyola escribió la carta el 23 de Febrero, traducida al italiano por el padre Nicolás de Lagua en 1790 y vertida al español en las Obras Completas de San Ignacio de Loyola. De una y otra tomamos las notas, a fin de ilustrar mejor el texto.
 
CARTA DE SAN IGNACIO DE LOYOLA A CLAUDIO, EMPERADOR DE ETIOPÍA Y REY DE LOS ABISINIOS
  
Mi señor en el Señor nuestro Jesucristo. La suma gracia y amor eterno de Cristo N. S. salude y visite a V. A. con sus santísimos dones y gracias espirituales.
  
El serenísimo rey de Portugal, con el gran celo que le ha dado Dios nuestro Criador y Señor de la gloria de su santo nombre, y de la salvación de las ánimas, redimidas con la preciosa Sangre y vida de su unigénito Hijo, me ha escrito diversas veces, mostrando sería mucho servicio que de los religiosos de nuestra mínima Compañía, llamada de Jesús [1], señalase doce, entre los cuales S. A. escogiese uno para patriarca, y dos para coadjutores y sucesores de él, para suplicar al sumo vicario de Cristo N. S. los diese la autoridad conveniente, y poderlos enviar con los demás sacerdotes a los reinos de V. A.
 
Yo, por la grande observancia, devoción y obligación muy es- pecial que tiene toda nuestra Compañía, entre los príncipes cris- tianos, al serenísimo rey de Portugal, hice lo que me mandaba, deputando sin el patriarca doce sacerdotes, como de nuevo se me escribió, todos de nuestros hermanos, por devoción del número que representan de Cristo N. S. y los doce apóstoles, para que fuesen a poner sus personas en todos trabajos y peligros, que menester fuere para el bien de las ánimas de los reinos súbditos a V. A.; y yo lo hice tanto con más voluntad, por la particular afección, que Dios N. S. me da a mí y a toda nuestra Compañía de servir a V. A. como si a quien en medio de tantos infieles, enemigos de nuestra santa fe, trabaja, siguiendo las pisadas de sus predecesores, por conservar y llevar adelante la religión y gloria de Cristo nuestro Dios y Señor. Y tanto más era razón desear que tuviese V. A. la ayuda de padres espirituales, que tuviesen autoridad y potestad verdadera de esta santa Sede Apostólica y doctrina sincera de la fe cristiana, que son aquellas llaves del reino de los cielos, que Cristo N. S. prometió y después dio a San Pablo y a los que habían de suceder en su silla. Prometiólas a él solamente cuando le dijo (como refiere el evangelista Mateo): “Y yo a mi vez te digo que tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella. Te daré las llaves del reino de los cielos, y cuanto atares sobre la tierra, quedará atado en los cielos, y cuanto desatares sobre la tierra, quedará desatado en los cielos” [Matth. 16, 18-19]. Y diolas cumplimiento su promesa, al mismo San Pedro, después que resuscitó antes de subir al cielo, diciéndole tres veces, como cuenta el evangelista San Juan: “Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que éstos?” [Joann. 21, 15]. Y después de la respuesta: “Apacienta mis ovejas” [Joann. 21, 17]; y dándole cargo, no de una parte, sino de todas sus ovejas, le dio toda la plenitud de la potestad suficiente para mantener en el pasto de la vida y religión cristiana todos los fieles, y conduciéndolos al pasto de la eterna felicidad en el reino del cielo.
   
A los demás apóstoles suyos les dio autoridad Cristo N. S. como delegada; a San Pedro y sus sucesores, como ordinaria y plena, para que de ella se comunicase a todos los otros pastores la que hubiesen menester; que de este sumo pastor la deben tomar y reconocer; en figura del cual dice Dios N. S. en Isaías hablando de Eliacim, sumo pontífice: Pondré la llave de la casa de David sobre su hombro; cuando abra, no existirá quien cierre, y cuando cierre, no existirá quien abra” [Isa. 22, 22]. El figurado es San Pedro y sus sucesores, que tienen la potestad entera que por las llaves se significa, que suelen darse en señal de dominio real y cumplido. Así que debe V. A. dar gracias a Dios N. S. que en sus tiempos haya hecho tan grande misericordia a sus reinos, de enviarles verdaderos pastores de sus ánimas, que tengan unión con el sumo pastor y vicario que dejó en la tierra Jesucristo N. S., y de Él tomen la autoridad muy amplia que llevan.
 
Y no sin causa el padre y abuelo de V. A. [2] no querían se tomase patriarca de Alejandría; porque como el miembro diviso del cuerpo no rescibe influjo de vida, movimiento y sentido de su cabeza, así el patriarca que está en Alejandría o en el Cairo, siendo cismático y diviso desta santa Sede Apostólica, y del Sumo Pontífice, que es cabeza de todo el cuerpo de la Iglesia, él no rescibe para sí vida de gracia ni auctoridad, ni la puede dar a otro algún patriarca legítimamente. La Iglesia católica no es sino una en todo el mundo, y no puede ser que una sea debajo del pontífice romano, y otra debajo del alejandrino. Como Cristo, su esposo, es uno, así la Iglesia, su esposa, no es más de una, de la cual dice en los Cánticos Salomón en nombre de Cristo N. S.: Una es mi paloma [Cánt. 6, 8]; y el profeta Oseas: y se congregarán los hijos de Judá y los hijos de Israel a una y nombrarán sobre sí un solo jefe [Oseas 1, 11] Conforme a lo cual después dél dijo San Juan: Vendrá a ser un solo rebaño, un solo pastor [Joann. 10, 16]
    
Una era el arca de Noé (como leemos en el Génesis), fuera de la cual no había manera de salvarse; uno el tabernáculo que hizo Moisés; uno el templo que en Jerusalén hizo Salomón, adonde convenía sacrificar y adorar; una era la sinagoga, a cuyo juicio se había de estar; todo en figura de la Iglesia, que es una, y fuera de ella no hay bien ninguno; porque quien no estuviere unido con el cuerpo della no rescibirá de Cristo N. S., que es su cabeza, el influjo de la gracia que vivifique su ánima y la disponga para la bienaventuranza. Por declarar esta unidad de la Iglesia contra algunos herejes, en el Símbolo canta la Iglesia: Creo en una, santa y católica y apostólica iglesia. Y es error condenado en los concilios que haya iglesias particulares, como la alejandrina o constantinopolitana, o semejantes, que no estén sujetas a una universal cabeza, que es el Pontífice romano, donde con continua sucesión desde San Pedro, que eligió por mandato de Cristo N. S., según narra San Marcelo mártir, esta silla, y la confirmó con su muerte, han perseverado los pontífices romanos, reconocidos por vicarios de Cristo por tantos doctores santos, latinos y griegos, y de todas naciones, reverenciados de los santos anacoretas y pontífices, y otros confesores, confirmados con tantos milagros, y con la sangre de tantos mártires que en esta fe y unión de esta santa Iglesia romana murieron [3].
    
Y así en el concilio calcedonense fue aclamado con voz co- mún de los obispos congregados el papa León: Santísimo, apostólico, universal [4], y en el concilio constanciense [5] fue condenado el error de los que negaban el primado del Pontífice Romano sobre todas las particulares iglesias; y en el florentino, en tiempo de Eugenio IV, donde se hallaron aun los griegos, armenios y jacobitas, fue determinado (conforme a los concilios pasados) en estas palabras: Definimos que la Santa Sede Apostólica y el Pontífice Romano tienen el primado en todo el orbe y que es sucesor de San Pedro y verdadero Vicario de Cristo y cabeza de toda la Iglesia, y padre y doctor de todos los cristianos, y que Nuestro Señor Jesucristo le ha concedido en la persona de San Pedro el poder de apacentar, regir y gobernar a la Iglesia universal [6].
   
Y así el serenísimo rey David, padre de V. A., de clara memoria, movido del Espíritu Santo, envió su embajador a reconocer esta santa Sede, y a dar obediencia al sumo Pontífice romano; y entre las muchas y muy loables hazañas, así de él como de V. A., éstas serán dignas de perpetua memoria y de ser celebradas en todos sus reinos para siempre, haciendo gracias a Dios N. S., y autor de todo bien, de tan alto beneficio como les ha hecho por la diligencia y cuidado, y mucha virtud de VV. AA., rindiendo el padre el primero de todos su obediencia al vicario de Cristo N. S., y el hijo haciendo venir a sus reinos el primero patriarca verdadero y hijo legítimo de esta santa Sede Apostólica.
    
Porque si es beneficio singular ser unidos al cuerpo místico de la Iglesia católica, vivificado y regido por el Espíritu Santo, que, como dice el evangelista [Joann. 16, 13], la enseña toda verdad; si es gran don ser ilustrado de la luz de la doctrina y establecidos en la firmeza de la Iglesia, de quien dice San Pablo a Timoteo: Que es la casa de Dios, columna y sostén de la verdad [1. Tim. 3, 15]; y a la cual promete Cristo N. S. su asistencia, diciendo: Estoy con vosotros todos los días hasta la consumación de los siglos, según el evangelista San Mateo [cap. 28, 20]; es razón que siempre se den muchas gracias en todos esos reinos a Dios nuestro Criador y Señor, cuya provi- dencia por medio de V. A. y del clarísimo padre suyo les ha hecho tanto bien; y tanto más, que espero en la infinita y suma bondad suya que con esta unión y conformidad con la santa Iglesia católica romana ha de venir a los reinos de V. A. juntamente la prosperidad espiritual, y aumento de la temporal, y grande exaltación de su real Estado, y abatimiento de sus enemigos, cuanto será conveniente para mayor servicio y gloria de Cristo Nuestro Señor.
    
Los sacerdotes todos, que a V. A. se envían, especialmente el patriarca y sus dos coadjutores y sucesores, han sido muy conocidos y probados en nuestra Compañía y ejercitados en obras de mucha caridad; y por el grande ejemplo de su virtud, y por la mucha y muy sana doctrina suya, se han escogido para esta obra de tanta importancia. Y ellos van muy animados y consolados, con esperar de emplear sus trabajos y vidas en mucho servicio divino y de V. A., en ayuda de las ánimas de sus subditos, de- seando en alguna parte imitar la caridad de Cristo N. S., que puso la sangre y vida suya por redimirlas de la eterna miseria, el cual dice por el evangelista San Juan: Yo soy el buen pastor. El buen pastor expone su vida por las ovejas [Joann. 10, 11]. Y así el patriarca y los demás van aparejados para dar, no solamente doctrina y consejo y ayuda espiritual a las ánimas, pero, si es menester, poner la vida por ellas. Vuestra Alteza, cuanto más familiarmente y más intrínsecamente los conversare, espero rescibirá más contentamiento y consolación espiritual en el Señor nuestro. Y en lo demás que toca a la doctrina y a dar crédito a lo que enseñaren, como sabe V. A. que ellos, y especialmente el patriarca, llevan la autoridad mesma del Sumo Pontífice, y el creer a ellos es creer a la Iglesia católica, cuyo sentido han de interpretar.
 
Y como sea necesario todos fieles creer y obedecer a la Iglesia en lo que ordenare, y recurrir a ella en sus dificultades, no dudo de la grande cristiandad y bondad de V. A., que mandará que en sus reinos crean y obedezcan y recurran al patriarca y los que él en su lugar pusiere, pues tienen el lugar y autoridad del Sumo Pontífice, que es la de Cristo N. S., comunicada a su Vicario en la tierra. Vese en el Deuteronomio [cap. 17, 8-13], los que tenían dificultades o dudas se remitían a la sinagoga en figura de la Iglesia, y así dice Cristo Nuestro Señor: Sobre la cátedra de Moisés se sentaron los escribas y fariseos. Así, pues, todas cuantas cosas os dijeren, hacedlas [Matt. 23, 2-3]. De la mesma Iglesia enciende en los Proverbios el sabio Salomón cuando dice : No desprecies la enseñanza de tu madre [Prov. 1, 8], que es la Iglesia. Y en otra parte: No eches atrás el hito antiguo que tus padres pusieron [Prov. 22, 28], que son los perlados de ella.
 
Tanto es el crédito que quiere Cristo N. S. que se dé a su Iglesia, que dice por el evangelista San Lucas: El que a vosotros oye, a mí me oye, y el que a vosotros desecha, a mí me desecha [cap. 10, 16]; y por San Mateo: Si tampoco a la Iglesia diere oídos, míralo como al gentil y al publicano [cap. 18, 17]. Y contra lo que se oyere de los que interpretan la inteligencia de la Iglesia católica, no se debe dar crédito a ninguno, acordándose de lo que dice San Pablo a los Gálatas: Si algún ángel del cielo os anunciara un evangelio diferente del que os hemos anunciado, sea anatema [cap. 1, 8]. Y esto es lo que con ejemplo y palabras nos enseñan los santos doctores y lo determinado en los concilios y comprobado con el común consenso de todos los fieles siervos de Cristo Nuestro Señor.
   
Es verdad que así el patriarca como los demás tendrán siempre muy grande respecto y reverencia a V. A., y procurarán de servirle y darle todo el contentamiento que les será posible a gloria de Dios Nuestro Señor.
   
A los que acá quedamos de nuestra mínima Compañía, nos tenga V. A. por muy aficionados a todo su servicio en el mismo Señor nuestro, y en nuestras oraciones y sacrificios suplicaremos siempre (como lo hemos comenzado) a su Divina Majestad conserve a V. A. y a su real y grande estado en su santo servicio, y de tal manera le dé prosperidad en la tierra, que consiga la verdadera felicidad en el cielo.
   
Él nos dé a todos su gracia cumplida, para que su santísima voluntad siempre sintamos, y aquélla enteramente la cumplamos.
   
De Roma, 23 de febrero de 1555.
  
NOTAS
[1] Para la época, el nombre “Compañía de Jesús” era motivo de controversia en la Facultad de Teología de la Universidad de París, que consideraba nuevo e insólito dicho nombre. De ahí que San Ignacio usa en esta carta “mínima Compañía, llamada de Jesús”. Aunque el padre Martín Olave, de la misma universidad hizo una apología del nombre de la Compañía calmando la situación, a los jesuitas no se les dio entrada en París hasta cuarenta años después.
 
[2] Como varios de sus antecesores, David, padre del emperador Claudio, a quien San Ignacio escribía, cuando todavía era de menor edad y estaba bajo la tutela de su abuela Elena, dejó de reconocer al patriarca copto de Alejandría. Más aún, movido por la fama de la prosperidad que se notaba en la India con la llegada de los portugueses, comisionó a varios proceres para que iniciaran negociaciones con Alfonso de Alburquerque, gobernador de la India portuguesa. Este fue el comienzo del acercamiento de Etiopía al Occidente católico. 
   
[3] San Marcelo I reinó entre el 18 de Mayo del 308 hasta el 16 de Enero 310, cuando murió mártir a manos del tirano Majencio, que lo puso a cuidar el establo imperial luego que los lapsi (renegados) se opusieran a un decreto que les exigía hacer penitencia antes de ser reintegrados a la comunión de la Iglesia. Aquí San Ignacio se refiere al pasaje
Ejus (Petri) sedes primitus apud vos fuit, quæ póstea, jubénte Dómino, Romána transláta est, cui, adminículante grátia divína, hodiérna præsidémus die
de la Carta a los Obispos de la Provincia de Antioquía, que le había sido atribuida a este Papa junto a la Carta a Majencio, con duda de Baronio. San Roberto Belarmino también la cita en De Románo Pontífice, libro IV, cap. IV.
 
[4] «Sanctíssimus, apostólicus, universális». Esta aclamación es recogida en las Actas del Concilio de Calcedonia, en las que se dice de los legados «locum tenéntes beáti et apostólici viri tótius Ecclésiæ papæ». El apelativo de Apostólico se usó antes de San León Magno, y continuó usándose algún tiempo después: el emperador Máximo escribió al Papa Siricio: «Apostólico viro Sirício» (Patrología Latína 15, col. 591A). y en la Colléctio Avellana: Corpus Scriptórum Ecclesiasticórum Latinórum 35 (Viena, 1895) p. 223. se lee «Apostólico Patri patrum Gelásio»; en p. 614, 18, «Apostólico Patri Hormísdæ». Cf. también p. 644,5.
  
[5] Concilio de Constanza, sesiones VIII (condena de los errores de Juan Wiclef) y XV (condena de los errores de Juan Hus).
  
[6] «Diffinímus Sanctam Apostólicam Sedem et Pontíficem Románum, in univérsum orbem tenére primátum, ac successórem esse Petri, et verum Christi vicárium totiúsque Ecclésiæ caput, et ómnium christianórum patrem et doctórem existéntem, et ipsi in beáto Petro, pascéndi, regéndi, gubernándi universálem Ecclésiam, a Dómino Jesu Christo potestátem plenam esse tráditam» [Asimismo definimos que la santa Sede Apostólica y el Romano Pontífice tienen el primado sobre todo el orbe y que el mismo Romano Pontífice es el sucesor del bienaventurado Pedro, príncipe de los Apóstoles, verdadero vicario de Cristo y cabeza de toda la Iglesia y padre y maestro de todos los cristianos, y que al mismo, en la persona del bienaventurado Pedro, le fue entregada por nuestro Señor Jesucristo plena potestad de apacentar, regir y gobernar a la Iglesia universal, como se contiene hasta en las actas de los Concilios ecuménicos y en los sagrados cánones] (Concilio de Florencia, sesión 24, 24 de Marzo de 1439. En Mansi, vol. 51, 1051).
Durante este Concilio se promulgó una Profesión de fe para los Abisinios, que Eugenio IV hizo enviar al emperador Constantino (en geʽez ቈስታንቲኖስ/Kwestantinos, nacido Zar’a Ya’qob/ዘርዐ፡ያዕቆብ, “Semilla de Jacob”; reinó entre 1434 y 1468) el 4 de Febrero de 1441 por medio de Nicodemo, abad etíope de Jerusalén y Juan, abad del monasterio de San Antonio en Egipto. A la sazón, la iglesia de Etiopía (que seguía el miafisismo copto) estaba dividida por una centenaria lucha en la observancia dominical, que según el monje Eustacio (en geʽez ኤዎስጣቴዎስ/ʾĒwōsṭātēwōs, nacido Māʿiqāba ʾIgzi/ማዕቃበ፡እግዚ, “Confianza de Dios”) comenzaba desde el sábado en vez de abarcar solo el domingo, como se usa en Alejandría, además de los seguidores del herético monje Esteban de Gwendagwende (que antecedió por setenta años a Lutero, el monje maldito).

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