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sábado, 24 de septiembre de 2022

NOVENA A SAN JOSÉ DE CUPERTINO PARA APROBAR LOS EXÁMENES

Traducción del artículo publicado en SAINTES PRIERES ET DÉVOTIONS.
   
Este santo, el más grande de los estáticos en la historia, nació de padres muy pobres y muy cristianos, el 13 de junio 1603.
   
«Desde su más tierna infancia, dicen las actas se su proceso de canonización, dio tales signos de santidad, que, para ser ya venerado como hombre perfecto, solo le faltaba la edad».
   
Visitar las iglesias, orar por largaa horas, día y noche, ante el pequeño altar decorado por él en la casa paterna, era su única distracción; podría decirse, su única oración.
   
Su alma vibraba con el pensamiento de las cosas celestiales, poderosamente atraído a la divina contemplación. Oía en la iglesia los acordes de los órganos, las melodías santas, o en la escuela, el canto de cánticos sencillos, la lectura de piadosas consideraciones, el libro se le caía de las manos; mantenía la mirada fija en el cielo, con la boca entreabierta. Sus compañeros, por burla, lo habían apodado «boca abierta».
   
Este ensimismarse en Dios, siempre creciente, le volvió inhábil al oficio  de zapatero, que debía asegurar su vida material. Ella por algún tiempo parecía hacer imposible su gran deseo de entregarse totalmente a Dios, en la Orden Franciscana.
   
Se presentó en los conventuales, a la edad de 17 años. Allá rechazaron recibirlo, sobre todo por la instigación de sus dos tíos, religiosos destacados de esta Orden, que lo juzgaron incapaz de realizar estudio alguno.
   
Tuvo que solicitar a los capuchinos que lo aceptaran en calidad de hermano lego. Allá incluso, su insigne torpeza, su incapacidad en las labores manuales, después de nueve meses lo hicieron excluir del noviciado. ¡Oh profundidad de los juicios de Dios! ¡Los religiosos, cuyo único deseo es de poblar el cielo de santos, rehusaron mirar un santo cuya vida maravillosa será una de las más grandes luces de la Orden seráfica! Dios lo permitía así para ejercitar la humildad y la confianza de su servidor.
   
Por compasión, para no dejarlo sin recursos, en medio del mundo, ante sus súplicas, las lágrimas de su madre, y esta vez, a la petición de sus tíos, los superiores de los Hermanos Menores Conventuales consintieron aceptarlo como oblato.
   
Le encargaron en particular de cuidar la mula del convento. Aquel que le hicieron buscar un pastorcito, en las montañas de Judea, para hacerlo el más ilustre y el más santo de los reyes de Israel, se reservó el exaltar un día al humílde palafrenero del convento de la Grotticella, y de hacer, por su sacerdocio, por sus virtudes, sus milagros, una de las más brillantes luces de la Iglesia católica.
   
El humilde oblato se esforzó de cumplir lo mejor posible, los fáciles trabajos que le eran impuestos. Su unión constante en Dios, su caridad, su mortificación le condujeron a la admiración de los religiosos como un vaso de elección que el Señor se dignó llenar de sus dones.
  
El mes de junio de 1625, una congregación provincial decidió admitirlo en la Orden, en calidad de clérigo. Tuvo la alegría de recibir el santo hábito y con fervor hizo un noviciado, que le consentiría la profesión solemne.
   
Dos desean ahora llenaban su corazón: devenir un verdadero discípulo de Cristo, y de su perfecto imitador, San Francisco: y después, ser elevado al sacerdocio.
   
A su conocimiento, lo primero ya fue realizado, pero ¿lo será lo segundo?
   
La santidad no es suficiente para ministrar los altares: hace falta la ciencia. Los esfuerzos del hermano José, para adquirirla, eran vanos; leía muy mal, y escribía aún peor. Dios quería, por esta ignorancia total confundir la sabiduría humana. Dios llegó en efecto a instruirlo Él mismo, y José se revelaría un profundo teólogo, tanto que algunos dirán en el proceso de canonización, haber aprendido más en sus conversaciones con él, que en las más reputadas obras de teología.
   
Ver cómo Dios vino maravillosamente en ayuda del hermano José, y le permitió franquear victorioso la prueba, tan peligrosa para él, de los exámenes.
   
El obispo de Nardo, admirador de sus virtudes, le había conferido, sin dificultad, las órdenes menores y el subdiaconado. Le hizo resaltar que para elevarse al diaconado era requerido un examen. El hermano José se presenta con la seguridad de un doctor consumado en el conocomiento de las Santas Letras. Esta seguridad no era orgullosa presunción, sino confianza filial en la Virgen María: Ella le aseguraría el camino del triunfo. El obispo abrió el Nuevo Testamento. Como la Virgen dirigía su mano, se dirige al texto del Evangelio: «beátus venter qui te portávit», que el hermano José meditaba constantemente, porque exaltaba la maternidad de María. Agradeciendo interiornente a su celestial Protectora, el joven clérigo leyó y comentó, con ciencia y piedad, este pasaje tan glorios para la divina Madre. Fue felicitado y admitido al diaconado.
   
Quedaba por hacer el examen más difícil, el que precede al sacerdocio. En compañía de muchos cofrades, José se presentó ante el obispo de Castro, presidente de los exámenes, conocido de los ordenandos por su gran severidad. Los primeros religiosos, sujetos de élite, respondieron con una ciencia perfecta. El prelado juzó inútil de interrogar a los otros, y los admitió a todos, incluido el hermano José.
   
Allá estqba la mano de Dios. Esto no era un milagro, sino una manifestación providencial de la bondad divina que se añade a las otras, hizo de nuestro Santo extático el protector de los candidatos a los exámenes. La confianza de sus múltiples protectores, siempre que ella no sea temeraria, es casi siempre recompensada.
   
San José de Cupertino no es en efecto el recurso de los perezosos; ser negligente en prepararse para un trabajo serio, y contar con su asistencia para el éxito final será pura temeridad. Pero si bien esté preparado, el candidato puede siempre temer un fracaso: los más «sabios» a veces tienen la dura experiencia. Nada de más oportuno que una piadosa y seria novena a San José de Cupertino para obtener por su intervención el éxito en los exámenes.

CONDICIONES PARA HACER LA NOVENA
  1. Estar en estado de gracia, por consecuencia, purificar su conciencia de todo pecado  grave. Si no, el estudiante se expondrá a ser tratado como un joven caballero que un gran señor presentó a nuestro santo, para que lo bendiga. «¿Qué moro me traéis acá?», le dijo, y luego se volvió al lado del caballero: «Hijo mío, ve a lavarte la cara». El hombre lo entendió, hizo una buena confesión; a su regreso, el santo lo abrazó, diciendo: «¡Oh, hijo mío, ahora eres hermoso!».
  2. Estar en la disposición de hacer la voluntad de Dios y practicat la Virtud que resume toda la vida cristiana: la obediencia, obediencia al decálogo, a la Iglesia, a su jefe visible en la tierra: el Papa, y a sus representantes calificados.
      
    Esta virtud era particularmente querida a San José. Frecuentemente elevado en éxtasis, despegado de la tierra, tanto que podía decirse que «la mitad de su vida se pasa en los aires», una sola palabra tenía el poder de hacerlo salir de este estado, era la de la obediencia. «A esta palabra, decía, Dios cierra la cortina». «La obediencia, decía más él, es el cuchillo que deguella la voluntad del hombre y la inmola a Dios. Es una carroza que conduce dulcemente al paraíso… Es el má fuerte de los exorcismos…».
  3. Rezar cada día de la novena las oraciones siguientes, y el último día, por lo menos, oír la Santa Misa y comulgar con fervor.
 
ORACIÓN DE LA NOVENA
  
   
Oh bienaventurado San José, que amáis mostraros favorable hacia vuestros devotos servidores, vengo a implorar vuestra ayuda para este examen que debo hacer. A pesar de mi trabajo y mi buena voluntad, temo que me deje perturbar y no pueda responder convenientemente.
  
Acordaos que vos os hallasteis en la misma dificultad, y que por la obediencia y la poderosa protección de vuestro Padre de los cielos salisteis felizmente de ella.
   
Haced lo mismo a mi favor. Concededme la seguridad en mis respuestas, dad a mi inteligencia la prontitud y la vivacidad. Os lo pido por el amor de Jesús, de María y de San Francisco, cuyo hijo y siervo fiel fuisteis. En vos pongo mi confianza, santísimo Patrón de los exámenes, y estoy convencido que mi esperanza no será frustrada.
  
Antífona: Yo estoy muerto al mundo, y mi vida está escondida con Cristo en Dios.
℣. El Señor conduce al justo por caminos rectos.
℟. Y le muestra el reino de Dios.
    
ORACIÓN
Oh Dios, que has querido atraer a tu Hijo Unigénito Jesucristo todas las cosas, haz que, por los méritos y a ejemplo de tu seráfico confesor José, elevándonos por encima de todas las codicias terrestres, merezcamos llegar a Él, que contigo y el Espíritu Santo vive y reina por los siglos de los siglos. Amén.
   
Con el permiso de los Superiores. Imprimátur: Namur, 27 de Junio de 1934. Antoine Collard, vicario general.
Librería Mariana y Franciscana, 9, calle de Vauquois, 41000 Blois, Francia.

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