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jueves, 9 de febrero de 2023

LOS QUINCE JUEVES DE SANTA RITA

Traducción de la devoción publicada en RADIO SPADA.
   

PRIMER JUEVES – NACIMIENTO DE SANTA RITA EN EL 1381. 
Entre las montañas de la verde Umbría, escondida y humilde, hace Rocca Porena: en ella vivían Antonio y Amada, cónyuges de espíritu verdaderamente cristiano, con un corazón encendido de amor divino. Pasaron los años sin que la sonrisa de un niño hubiese llegado a alegrar las suaves efusiones de su afecto. Oraciones confiadas eran elevadas al trono de Dios, mas parecía que Dios las había escuchadp solo para los gozos de la eternidad.
  
El hijo invocado parece fue en vano: ahora Antonio y Amada se habían resignado al pensamiento que el cielo quería de ellos el sacrificio del ferviente deseo. Pero el Señor suscita y consuela luego precisamente que las esperanzaa humanas fueron enterradas y destruidas; y a edad tardía los afortunados cónyuges tuvieron la certeza y el consuelo de tener una hija. Nacía Rita, don electo del cielo sobreabundante y feliz recompensa de las oraciones y buenas obras de sus padres.
   
Virtud: espíritu de oración. Una gran enseñanza nos da, oh cristiano, este pasaje. Confía tus esperanzas, tus alegrías, y tus dolores a la oración; ¡Dios las escuchará en el tiempo oportuno!
   
Obsequio. Haz, alma devota, tus oraciones con devoción, confianza, humildad y perseverancia. Interpón para este fin la mediación de Santa Rita, y recita durante el ejercicio de los 15 jueves, la súplica de la Santa.
   
Jaculatoria. Sea el espíritu de la oración, fiel compañero de toda mi acción.
   
SEGUNDO JUEVES – INFANCIA Y JUVENTUD DE SANTA RITA.
Ni bien fue regenerada nuestra Santa en las sacramentes aguas del Bautismo, comenzaron a manifestarse en ella los dones celestiales, argumento cierto de la santidad de aquella alma, que desde la más tierna edad no se muestra solícita de otra cosa que del Cielo, de servir a Dios. ¡Qué ejemplo para ti, oh alma cristiana!
   
De aquí el cuidado constante e incansable, que crecía de día en día y daba frutos más abundantes en la práctica de las virtudes cristianas, en buscar solo lo que la pudiese unir más estrechamente a Dios, despreciando por ello todo placer, toda alegría que no viniese del Cielo o que impidiese correr por la vía de la perfección.
   
Entre las virtudes que adornan particularmente su infancia y juventud están la obediencia asus padres, y el desprecio de la vanidad y del lujo, para amar así más de cerca a Jesús Crucificado y en persona de Él a sus pobres.
   
Virtud: prontitud en el servicio de Dios. También a ti la voz del Señor repite incesante: «Ven a mí, dilecta mía, ven y serás enriquecida con muchos bienes, serás coronada de la gloria verdadera y no caduca». Pero ¡ay!, ¡cuántas veces no es escuchada la voz de Dios!
  
Obsequio. Ocúpate, alma devota, en conocer tu pasión predominante, que te contrasta el pronto y fiel servicio del Señor, y con la ayuda de Santa Rita, destrúyela con actos contrarios.
  
Jaculatoria. De mi vivir en todas las horas, quiero servir al buen Señor.
   
TERCER JUEVES – MATRIMONIO DE SANTA RITA.
Deseosa de segregarse del mundo cuanto le fuese posible, con el consentimiento de los padres, se eligió una recámara de la casa, donde pasaba la mayor parte del día. Allí dirigía su corazón en la oración y meditación de las verdades eternas. Pero sobre todo se aplicaba a meditar sobre la Pasión de Cristo, hacia la cual se sentía atraída de un irresistible deseo de imitarlo.
  
Creciendo en los años, crecía Rita en las virtudes y el deseo de unirse a Dios. Renunciando a la alegría de formar una familia, anhelaba solo el estado de virginidad, donde libre de los lazos del mundo y de la carne, pudiese solo pensar y antender las cosas divinas, para ser santa en cuerpo y en espíritu.
   
Mas la voluntad de los padres le había preparado y elegido un esposo y nuestra Santa, después de largas oraciones ofreció al Señor el sacrificio de suo piadoso deseo y aceptó al marido que fue querido por los padres, obediente y sumisa hasta el punto de destruir su querer aunque noble y elevado.
   
Según la opinión más probable, su matrimonio fue a los 18 años, en el año 1399. Su marido se llamaba Fernando, del cual tuvo dos hijos: Santiago el primero, y Pablo María el segundo.
   
Virtud: obediencia. Oh alma cristiana, admira la heroica obediencia de nuestra santa y procura bien imprimir en tu corazón el propósito de permanecer unida a Dios, sometiendo tus deseos a la voluntad de aquellos que por Dios te han sido prepuestos. Toda autoridad es del Señor, por tanto quien resiste a las justas órdenes de los superiores resiste a Dios.
  
Obsequio. Para avanzar como Santa Rita en la virtud y en la santidad, acoge, alma devota, sin dudar, con prontitud y alegría, todo deseo que nos es propuesto por Dios.
  
Jaculatoria. De Dios al querer siempre obediente, hacer el corazón, y hacer la mente.
   
CUARTO JUEVES – VIDA DE FAMILIA.
En la vida de familia, Rita se encontró expuesta a las más duras pruebas: el marido, de índole áspera y colérica, le era ocasión de dolores, y no evitaba incluso maltratarla: debía la Santa experimentar todos los ímpetus de un carácter que, abandonándose a la ira, realizaba todo movimiento, y sobre la inocente esposa hacía recaer toda la furia de su estado.
   
Pero nuestra Santa se había formado en la escuela de Jesús: respondía a la aspereza con amor; con acentos de dulzura aplacaba las palabras de cólera; ponía todo cuidado no solo en cumplir la voluntad del marido, sino –donde podía– prevenía las intenciones: sus armas con que superaba las dificultades de la vida conyugal no eran los lamentos inútiles, sino la paciencia y la resignación, que ahora con su ferviente piedad hacia Dios, con la práctica de la religión y con el ejercicio de la caridad hacia el prójimo le atraía bendiciones celestiales sobre sí y sobre la familia.
   
Virtud: la paciencia. Considera, oh alma cristiana, la necesidad de la paciencia. En las adversidades, en las contrariedades que te vengan de los hombres, no mires al hombre, antes mira la mano de Dios que te quiere probar, que quiere experimentar tu fidelidad. Cuanto más dispuesta estés a padecer sin lamento, tanto más procederás sabiamente y más merecerás; la victoria está prometida a los pacientes, la paz es el premio de quien sabe recibir de Dios tods adversidad como manifestación de la voluntad de Dios, que siempre es un Padre para nosotros.
   
Osequio. Para honrar la virtud de Santa Rita, tanto en las cosas prósperas como en las adversas, digamos siempre: bendito sea Dios.
   
Jaculatoria. Haz que a Dios sirva con diligencia, con vivo afecto, y con gran paciencia.
    
QUINTO JUEVES – ASESINATO DEL MARIDO DE SANTA RITA.
La vida conyugal de Rita debía concluir con un duro final de sangre: el marido fue muerto por algunos de sus enemigos. Imagine cada uno el pesar de nuestra Santa: es siempre dolorosa la muerte, pero ¡cuánto más si violenta, sorprende de improviso al hombre, y lo hace caer víctima del odio más feroz! En esta luctuosa ocasión se mostró toda la virtud de Rita: afligida en lo más profundo de su alma, con el corazón hecho pedazos, soportó sin rebelión el duro golpe y frente a los verdugos de su marido no tuvo sino un sentimiento de conmiseración y de perdón.
    
Ahora, dándose cuenta que en sus jóvenes hijos crecía con los años el deseo de venganza, antes que verlos manchados por esta culpa si no se corregían, hizo a Dios el sacrificio más grande que un corazón humano pueda hacer: la madre que pide la muerte temporal sus hijos para salvarlos de la muerte eterna. Dios la escuchó y fue una nueva prueba de la cristiana fortaleza de la Santa.
  
Virtud: perdonar las ofensas. ¡Cuál escuela para ti, oh  alma devota! También tú sientes frecuentemente las ofensas y la injuria de los hombres, pero ¿cómo respondes? ¿Perdonando o nutriendo en el corazón aversión y odio? Jesucristo desde la cruz ha orado por sus enemigos: tras su ejemplo todos los Santos han repetido el acento del perdón.
   
Obsequio. Jesucristo nos dice: «Amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que os odian» (Matt. 5, 44). Por ende, como obsequio a Nuestro Señor Jesucristo, y a ejemplo de Santa Rita perdonemos y hagamos bien a los enemigos.
  
Jaculatoria. Hacedme, oh buen Dios, que perdonar pueda siempre las ofensas también.

SESTO GIOVEDÌ – S. Rita in monastero.

Rimasta libera e sola, Rita decise di darsi più assolutamente a Dio, entrando in un Ordine religioso. Quindi fece domanda di essere ricevuta fra le monache agostiniane di Cascia; ma queste le rifiutarono l’ingresso nel pio recinto, non usando ammettere che vergini. Rita non si perdette d’animo: raddoppiò le preghiere, e ripeté per tre volte la domanda: inutilmente. Però allorché sembrava perduta ogni speranza, intervenne l’aiuto divino: mentre Rita una notte pregava, si sentì chiamare da voce celeste e, guidata dal suo protettore San Giovanni Battista e dai Santi Agostino e Nicola da Tolentino, fu introdotta miracolosamente nel monastero.

Le Suore, quando al mattino la ritrovarono, commosse al miracolo, non poterono che rendere grazie a Dio d’averle rese compagne a colei che ripiena d’ogni virtù era oggetto delle compiacenze divine. Ciò avveniva circa nel 1420, vicino al quarantesimo anno di sua vita.

Virtù: la perseveranza. A te, o cristiano, si propone e comanda la perseveranza, come corona delle buone opere. Quanti sono quelli che cominciano con ardore il bene, si danno a fervorose preghiere facendo presagire di sé grandi e nobili cose! Ma in essi la virtù non pone salde radici, tornano presto alla vita meschina e bassa, preoccupata e piena solo di carnali desideri: loro manca la perseveranza, e così vengono a perdere il premio delle buone opere, fanno cadere nel vuoto tanti sforzi generosi. Raccogli, o cristiano, le tue forze, e rianima la tua confidenza: negli abbandoni, nelle ripulse, nei dolori sempre ama e spera; ricordati che la perseveranza è l’aroma e il balsamo che conserva e difende le buone opere.

Ossequio. «Chi persevera fino alla fine, costui, sarà salvo» (Matt. 10, 22): se quindi non ci sentiamo subito esauditi, confidiamo maggiormente in Dio e nella virtù dei Santi, proponendo di imitare S. Rita.

Giaculatoria. Del vostro zelo – Signore amante

Nel bene fatemi – perseverante.


SETTIMO GIOVEDÌ – S. Rita esempio di osservanza regolare.

Appena entrata S. Rita tra le religiose di Cascia, splendide apparvero agli occhi di tutte le sue consorelle le di Lei virtù. Ammessa a professare sotto le insegne del glorioso Patriarca Agostino, Ella fu esempio perfetto di osservanza: non una delle regole fu da lei trasgredita, ma tutte con amorosa cura ricevute ed adempiute! I precetti dei superiori accoglieva come espressione della volontà divina, e non accarezzò neppure lontanamente l’idea di poter sottrarsi a ciò ch’era imposto alla comunità, per seguire piuttosto i suoi desideri, ancorché potessero apparire giusti e buoni. Fu, in una parola, espressione vivente della regola: in Lei era dato ammirare l’adempimento pieno e completo.

Virtù: fedeltà agli obblighi del proprio stato. Ogni virtù che si ammira nei Santi è un prezioso insegnamento per il Cristiano, tu puoi e devi, o anima fedele, apprendere dalla fedeltà di S. Rita alle sue regole, come ordinare la tua vita. Qualunque sia il tuo stato esso ti impone dei doveri; doveri di cui altri potrà allargare e rompere il legame, riguardare come un peso insopportabile che bisogna scuotere con ogni mezzo; ma che il cristiano deve invece considerare quali mezzi e precetti di santificazione. Sì, i genitori ed i figli, i superiori e i sudditi, debbono ricordarsi che il più piccolo atto, il minimo obbligo, quelle opere che sembrano in sé indifferenti, sono invece piene di valore spirituale, sono scala per ascendere al cielo, quando siano accettate con animo cristiano.

Ossequio. Ogni mattina offrite a Dio le azioni della giornata, recitando con divozione il “Vi adoro”, ripetendo lungo il dì l’offerta delle vostre azioni e del vostro cuore.

Giaculatoria. So quel che piace – al mio Signore

Intendo farlo – e ben di cuore.


OTTAVO GIOVEDÌ – S. Rita amante del Crocifisso.

La contemplazione dei dolori del Crocifisso Signore e il desiderio ardente d’assaporare parte degli spasimi della passione erano per S. Rita continuo stimolo e cura. Ai piedi di Gesù trafitto sulla croce Ella effondeva le ardenti aspirazioni del suo cuore sitibondo di patimenti, ivi spargeva lacrime per i peccati degli uomini e ne domandava il perdono invocando sopra di sé la pena delle altrui colpe. In così devoto esercizio s’infiammava via via maggiormente. Le sue lacrime, i suoi desideri furono accolti in cielo; un giorno mentre più fervidamente pregava, dall’immagine del Crocifisso si staccò una spina che perforò profondamente la fronte di S. Rita; il dolore la fece svenire; ritornata in sé si trovò una piaga purulenta, che le dava acerbi spasimi, e che per lunghi anni la mantenne strettamente unita a Gesù Cristo, Re dei dolori.

Virtù: sofferenza. O cristiano, raccogliti in te stesso, e medita l’austera parola che dal Crocifisso ti viene: tu devi essere membro del corpo di Cristo; non ti conviene quindi essere in delizie mentre il tuo Dio è trafitto e soffre. Hai tu compreso la sublime grandezza dei dolori, delle infermità? Sì, sono le tribolazioni che ci staccano dalla terra e dai suoi beni passeggeri, caduchi e corrotti: son le tribolazioni che ci certificano che non abbiamo qui la nostra città permanente, ma ne cerchiamo una futura, scevra d’affanni.

Ossequio. Fate qualche penitenza corporale. Che se afflitti, pregate la Santa che vi ottenga la rassegnazione di Dio, qui consolatur nos in omni tribulatione nostra (II Cor. 4, 7).

Giaculatoria. Da Gesù buono – per me sofferente

Fate che impari – ad esser paziente.


NONO GIOVEDÌ – Vita nascosta di S. Rita.

La santa eroina di Cascia, tutta accesa del desiderio di raccogliersi col suo Dio, non provava maggior diletto che nel silenzio, nella solitudine. Se la carità, l’ubbidienza, la devozione, la chiamavano qualche volta a contatto con il mondo, Ella non negava d’abbandonare la sua celletta: ma appena libera ritornava al suo ritiro, e quivi abbandonandosi ai trasporti del cuore, lontana dai rumori e dagli strepiti mondani, pregustava anticipatamente i gaudi del Cielo, si confermava sempre più nel proposito di nulla curare ciò che il mondo offre, e solo stimare i beni spirituali ed eterni.

Virtù: raccoglimento. O anima cristiana, v’è qui l’ammaestramento per te, ancorché ti trovi immersa in mille occupazioni. Molti stimano che il raccoglimento sia imposto solo ai religiosi: no, deve essere comune a ogni cristiano. Vi saranno gradi: alcuni debbono dare un tempo più lungo alle occupazioni e conversazioni esterne, altri un tempo più breve: ma tutti debbono desiderare e cercare di raccogliersi di tanto in tanto in se stessi, e meditare sui propri doveri, sui difetti, per correggersene, sulle virtù per conseguirle.

Vi sono cristiani che si lamentano di non aver tempo per la preghiera, per le buone opere: se fossero più amanti del raccoglimento troverebbero ancora il tempo d’attendere ai doveri di famiglia, di carità, che spesso sono trascurati; vanno in rovina; perché il cuore assetato dai piaceri mondani tutto ad essi sacrifica.

Ossequio. Se la necessità o il dovere non vi chiamano fuor di casa, rimanete oggi in casa raccolti, dedicando il tempo alla considerazione delle cose celesti, come vuole l’Apostolo:nostra conversatio in coelis est (Phil. 3, 20).

Giaculatoria. La nostra vita – sapiente Iddio,

Formi un continuo – conversar pio.


DECIMO GIOVEDÌ – S. Rita accesa d’amor divino.

Su tutta la vita di S. Rita domina sovrano e incontestabile l’amore verso Dio. La carità, la virtù onde rimaniamo uniti e viventi in Dio – che è Carità – fu l’ispiratrice d’ogni pensiero, d’ogni desiderio, d’ogni palpito della nostra Santa. Per rendere più spedita l’anima a Dio nell’amore, Rita flagellava, mortificava il suo corpo; per unirsi sempre più a Dio, che amava, s’affaticava a raggiungere, di giorno in giorno, con rinnovata energia, le più alte e sublimi virtù. La carità si manifestava nelle sue ardenti aspirazioni, nelle lunghe e continue preghiere, nella meditazione instancabile della divina bontà.

Rita poteva bene ripetere che la carità di Cristo la premeva e la stimolava: sospirava il momento fortunato in cui, sciolta dai legami della carne potesse abbandonarsi tutta all’amore di Dio, immergersi intera in quell’oceano acceso di eterna fiamma, che fa beare le anime elette.

Virtù: carità verso Dio. Tu sai, o anima pia, che la carità verso Dio è il primo e il più grande comandamento della legge divina. Raccogliti quindi in te stessa e medita con profonda attenzione questo precetto.

A Dio, sommo ed infinito bene, noi dobbiamo il più vivo amore: dobbiamo amarlo perché nostro Creatore e Redentore. Se il tuo cuore non è ancora acceso dalle fiamme dell’amore divino, oh! Non frapporre più indugi: abbandonati al tuo Padre celeste, sentirai quanto è dolce Dio per coloro che lo amano.

Ossequio. Ripetete nel dì tre volte l’atto di carità, meditando quanto dice l’Apostolo S. Paolo: Se parlassi le lingue degli uomini e degli Angeli.. sapessi tutto lo scibile umano… e distribuissi ai poveri tutte le mie sostanze, senza la carità, niente mi giova (I Cor. 3, 1).

Giaculatoria. Dell’amor vostro – sempre, o mio Dio,

Fate che avvampi – questo cuor mio.


UNDICESIMO GIOVEDÌ – S. Rita e i suoi simili.

Ardente d’amore divino, S. Rita nutriva vivissimo nel suo cuore quell’amore che è indivisibile dal primo, cioè l’amore del prossimo. Tutta la di Lei vita ci manifesta una cura continua e vigilanza di beneficare con ogni mezzo gli uomini, senza distinzione alcuna, di parenti o estranei, benevoli o mal disposti. Mentre era nel secolo, delle sue tenui sostanze donava con abbondanza ai poveri; e l’elemosina fu sempre da lei coltivata e amata. L’amore del prossimo le fece perdonare generosa agli uccisori di suo marito, spinta da carità si dava indefessa alla correzione dei vizi, pregava incessantemente Dio, perché perdonasse e convertisse i peccatori; per tutti aveva parole di ammonimento, di conforto, di efficace istruzione. Non un solo infelice s’allontanava da lei senza averne ricevuto pegno del suo amore: in nulla risparmiava se stessa, pur di essere agli altri benevola. Ella si fece realmente tutta a tutti, per guadagnare tutti a Cristo.

Virtù: carità verso il prossimo. Il precetto di amare il prossimo come se stessi è stato proclamato dal Signore simile al primo e più grande: quello di amar Dio. Tu, o cristiano, non lo ignori; ebbene hai adempiuto e adempi questo precetto in cui, insieme al primo si comprende tutta la legge? Ahimè! Quante volte hai trafitto Gesù Cristo nei suoi membri! Quante volte hai dimenticato che il povero, l’infelice, il colpevole era tuo fratello! Quante volte non hai guardato che al tuo piacere, al tuo comodo, al tuo temporale vantaggio, calpestando e disprezzando un’anima redenta dal Suo sangue divino!

Ossequio. Fate oggi qualche opera di carità spirituale e corporale, poiché chi ama il prossimo compie la legge (Rom. 13, 8). Ad imitazione di S. Rita procurate di estinguere in voi ogni avversione agli altri.

Giaculatoria. D’amor fraterno – sempre, o Signore

Fate che bruci – questo mio cuore.


DODICESIMO GIOVEDÌ – S. Rita penitente.

Si può ben dire che la Santa di Cascia trascorse la sua vita in una continua penitenza. Le sue facoltà, i sensi, la mente, la volontà, tutto il corpo, tutta l’anima furono da lei confitti in croce con Cristo, agonizzante per l’uomo propiziante per i nostri peccati e nostro esempio e maestro.

S. Rita non si credette lecito cercare un istante le delizie della terra: le sue delizie erano altrove, nel cielo, e per raggiungerle nessuna privazione le sembrò impossibile e difficile.

Faceva a Dio offerta dei suoi desideri, reprimeva con severa custodia i suoi sensi, con penitenze prolungate, con aspre flagellazioni e cilici domava lo spirito ripugnante alla legge divina che è nelle membra d’ogni uomo, figlio del peccato e della colpa. Fu la mortificazione che mantenne il profumo delle sue virtù, con dura e incessante lotta sempre diretta a ritorcere le insidie della carne e del demonio, ottenne di poter conservare illibato il fiore eletto d’ogni bene.

Virtù: mortificazione. La mortificazione è necessaria anche a te, o anima cristiana. Non ti lasciare illudere dai fallaci argomenti di coloro che ti vorrebbero far credere che l’uomo debba sempre soddisfare ogni suo desiderio, e così riprendono, insultano la religione cristiana perché predica e inculca la penitenza.

Mortificatevi quindi vivendo sobriamente, giustamente e piamente, allontanando ogni desiderio del mondo e dei sensi, e tenendo l’occhio alla beata speranza del regno di Dio.

Ossequio. Se vivrete secondo la carne morrete; se poi con lo spirito darete morte alle operazioni della carne, vivrete (Rom. 8, 13). Fate quindi per amor di Dio, in omaggio a S. Rita, qualche mortificazione.

Giaculatoria. Con vero spirito – mortificato

Fatemi sempre – al Signore grato.


TREDICESIMO GIOVEDÌ – S. Rita ed il mondo.

Da quando incominciò a comprendere i Suoi doveri, cioè dai primi suoi anni fino all’ultimo respiro, S. Rita mostra in una luce senza nubi, e che si faceva di giorno in giorno più sfolgorante, disprezzo per tutti i beni terreni. Ogni sua parola, ogni suo atto ripeteva: Non sono fatta per la terra, ma per il cielo; come potrei perciò cercare ed amare i beni del mondo? Nessun attaccamento a tali beni dimostrò quando era ancora secolare, anzi di che non fosse necessario alla sua famiglia si privava con giubilo, e per sé riserbava solo l’indispensabile. Più chiaro segno ne diede quando entrò nel chiostro rinunciando a ogni facoltà e alla stessa possibilità di possederne, non pure la realtà ma ancora coln l’affetto. Il suo cuore non si attaccò mai a bene terreno, nessuno dei suoi sentimenti fu mai incatenato ad alcun possesso.

Virtù: cura dei beni celesti. O anima cristiana, anche tu che vivi nel mondo, sei obbligata a distaccare il tuo cuore dai suoi beni. La religione non ti domanda assolutamente di spogliarti dei beni terreni: però t’avverte che in essi v’è pericolo mortale. Perché non cada in questo pericolo, procura quindi di considerarli come un deposito ricevuto da Dio, di cui dovrai render stretto conto a Lui: le ricchezze, i mezzi terreni, non ti servano a commettere con più facilità il male, ma piuttosto ti siano occasione di virtù. Tutte le volte che non si possa conseguire alcunché senz’offender la giustizia, la pietà, la religione, ricordati che i veri unici beni sono gli eterni.

Ossequio. Date prova che non siete troppo attaccati ai beni terreni. Spogliatevi per amor di S. Rita di qualche cosa necessaria, per destinarla a qualche opera di carità.

Giaculatoria. Sempre cogli occhi – rivolti al cielo

Servir io possa – a Dio con zelo.


QUATTORDICESIMO GIOVEDÌ – S. Rita arricchita di doni celesti.

In S. Rita noi ammiriamo, in una successione non interrotta, miracoli e grazie straordinarie. Il Signore, sempre mirabile nei Santi, volle privilegiare questa sua serva diletta con abbondanti doni soprannaturali. Il candido sciame d’api che si vede entrare e uscire dalla bocca di S. Rita in culla, l’ingresso nel monastero, la spina che dall’immagine del Crocifisso a Lei perviene, la cognizione del futuro e delle cose assenti e lontane, il dono di guarigione, non ci ricordano che una minima parte delle grazie straordinarie, onde fu adorna la nostra Santa. E il dono dei miracoli si mantenne sempre vivo, e crebbe dopo la morte di S. Rita; i secoli trascorsi non servirono che a renderlo più conosciuto, a far con viva fiducia e a più vaste schiere ricorrere a Lei i popoli, che dalla grandezza dei miracoli furono mossi a chiamare l’eroina di Cascia la santa degli impossibili.

Virtù: confidenza. I doni celesti debbono ravvivare la confidenza di Dio, o cristiano. Di qualsiasi specie siano le difficoltà in cui ti trovi impigliato, per quanto furiosa si sia levata intorno a te la tempesta, e i tuoi nemici e le avversità naturali ti facciano soffrire, non cader d’animo; ravviva la carità, cerca Iddio e sarai consolato.

Dove le nostre forze vengono meno, abbandoniamoci confidenti nelle braccia del Redentore, e ripetiamogli con ogni fiducia che nulla sarà capace di separarci da Lui, né la morte, né la vita, né le cose superiori, né le inferiori, né il presente, né il futuro, né alcun’altra creatura.

Obsequio. «Bendito es el hombre que confía en el Señor» (Jer. 17, 7). Si, pues, te asalta alguna preocupación grave, di: «En ti he esperado, oh Señor, y no seré confundido eternamente».
    
Jaculatoria. Solo en Dios confiaré, no en mi fuerza, ni en las personas.

JUEVES DÉCIMO QUINTO – MUERTE DE SANTA RITA.
El 22 de Mayo de 1457 a la edad de 76 años, después de una enfermedad en la que de parte de la Santa sólo había paciencia y deseo de poder volar al Cielo, libre de las ataduras del cuerpo, pareció al Señor que la generosidad amorosa de otorgar regalos había crecido y gracias, Santa Rita se estaba muriendo.
   
Su tránsito estuvo marcado por la certeza de que fue inmediatamente recogida en el regazo de Dios; la dulce paz de la Santa estuvo acompañada de milagros, de visiones de su gloria, y su cuerpo pareció rejuvenecerse, revestirse de aquella incorruptibilidad con que el Señor lo conservó durante siglos y puso en evidencia la sublime santidad del alma que Él había informado y que ahora cantaba con los bienaventurados ciudadanos las perennes alabanzas del Todopoderoso, que hace bienaventurados a sus elegidos con la visión de sí mismo.
    
Virtud: Deseo del Cielo. Sí, después de la muerte hay descanso, es felicidad; a este descanso y felicidad debemos aspirar de todo corazón. ¡Oh, qué pequeñas y mezquinas se vuelven las cosas terrenales cuando uno mira al Cielo! ¡Cómo se desvanecen las penas y las penas, las alegrías y las risas del mundo en presencia de esa felicidad eterna que Dios nos ha preparado! Oh alma que sufres por las muchas miserias de la vida, levántate. Muy arriba, más allá de las estrellas, está tu patria: no la olvides ni por un momento. Que el deseo del Cielo te agite, te mueva a la confianza en el Señor y le pidas siempre, que después del trabajo y de la prueba de la tierra te conceda el descanso del Vielo; este deseo, esta oración tendrá que hacerte mejor, hacerte náusea de todo lo bajo y vil, y hacerte amar sólo el bien y la virtud.

Obsequio. Repite a menudo: «Fui hecho para el Cielo y no para la tierra». Pídele a Santa Rita que ofrezca a Dios por tu felicidad lo que has esperado en esta devoción de los 15 jueves.

Jaculatoria. ¡Ay! Que vaya yo un día al Cielo también, para dar perenne alabanza a mi Dios.

SÚPLICA A SANTA RITA, QUE SE REZA EL 22 DE MAYO, DÍA DE SU FIESTA, AL MEDIO DÍA, DESPUÉS DE LAS MEDITACIONES DE LOS QUINCE JUEVES Y EN CUALQUIER OTRO DÍA QUE SE DESEE

En el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. Amén.

Oh sublime taumaturga del mundo católico, oh gloriosa Santa Rita de Cascia, qué hermosa oración te sube de nuestro corazón en este día, dedicado por la Iglesia a tu gozosa celebración.

En esta hora solemne, en la que miles y miles de corazones se vuelven hacia ti confiados y llenos de santa esperanza, también yo me uno a mi humilde oración, para que la presentes al Sacratísimo Corazón de Jesús, y a su Madre Inmaculada María, e imploradme las gracias, que tanto necesito.

Oh gran Santa de Cascia, ¿será alguna vez posible que mi confianza en tu patrocinio sea defraudada? ¿Y no eres tú aquella a quien los pueblos llaman la Santa de lo imposible, la Abogada en los casos desesperados? ¡Y me encuentro en condiciones tan infelices a causa de mis faltas! ¿Quieres apartar tu mirada de mí? ¿Se cerrará tu corazón solo para mí? ¿Solo yo no tendré que experimentar Tu poderosa intercesión?
    
Sé que soy indigno de ello por mis graves pecados. Pues aquí se verá tu caridad celestial, alcanzándome tu gran amor la salvación de mi alma. Esta es la gracia que principalmente pido a Dios, Tu misericordia, en este día consagrado a Tu Navidad en el Paraíso; y con esto las otras gracias necesarias a mi estado.

Oh buena Santa Rita, cumple mis votos, escucha mis gemidos, seca mis lágrimas y yo también proclamaré al mundo: Quien quiera gracia, pídala a Dios por medio de su fiel sierva Santa Rita de Cascia y seguramente se la concederá.

En este día de gloria, en el que se despierta cada vez más viva la confianza común en vuestro patrocinio, os ruego que obtengáis de Dios la bendición, que os imploro sobre mí, sobre el Vicario de Jesucristo, sobre el Episcopado y el Sacerdocio Católicos, sobre vuestros hermanos y hermanas religiosos, que formáis la descendencia escogida del gran San Agustín, sobre los bienhechores de vuestro santuario, sobre los fieles que os invocan en esta Iglesia, sobre los enfermos, los pobres, los desamparados, sobre los pecadores, sobre todos y sobre las almas santas del Purgatorio.
    
Oh amabilísima esposa de Jesús Crucificado, de quien tuviste como regalo una de las espinas de su santísima corona, en este día de tu triunfo, ayúdame, y tu protección me acompaña hasta el punto de mi muerte. Amén.

Tres Padre nuestros, Ave Marías y Glorias.

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