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domingo, 26 de marzo de 2023

EL INTENTO DE ALTERAR EL ROSARIO YA VENÍA DE ANTES

Antes que Karol Wojtyła introdujese sus “Misterios luminosos”, y contemporáneo a la proposición de Aníbal Bugnini para cambiar el Santo Rosario, hubo otro proyecto para adulterar esta devoción en aras de hacerla más moderna y ecuménica.

Para ilustrar este capítulo, os presentamos el siguiente artículo, publicado en Revista Roma, n.º 27 (Verano austral 1972-1973). Rescatado de CATÓLICOS ALERTA - PRIMERA ÉPOCA.
  
¿AGGIORNAMENTO DEL ROSARIO?
   
Si los fieles no reaccionamos a tiempo, la popular y entrañable devoción del Santo Rosario corre el riesgo de ser una víctima más de la saña posconciliar que parece que se ha propuesto introducir insidiosamente una «nueva religión» ecuménica y progresista, con raíces puramente humanas y hedonistas, radicalmente distinta de la que durante 19 siglos ha admitido un origen divino, unas exigencias estrictas y una doctrina intransigente que nos ha sido transmitida sin cambio ni alteración de nuestros antepasados en la fe.
   

Acaba de aparecer en Italia un librito [Il Rosario rinnovato: il mistero della salvezza meditato con Maria, N. del E.] (Roma, editorial Ancona) firmado por el dominico R. P. Enrique María Rossetti, en el que se introduce suavemente el virus del cambio y de la descomposición en la práctica del rezo del Santo Rosario. Después de las consabidas consideraciones sobre la necesidad de adaptar las devociones tradicionales a la «mentalidad del hombre moderno», propone ciertas innovaciones en el Rosario cuya forma actual indica que es producto de una «leyenda» (sic) referente a la vida de Santo Domingo de Guzmán. Se debería, según el innovador Rossetti, reducir la monotonía de la recitación de los AVE MARÍA diciendo sólo en cada decena nueve veces la primera parte de la oración, que es la única bíblica, y en el décimo grano se respondería una sola vez: «Santa María, Madre de Dios, ruega…». El Padre Nuestro se recitaría una sola vez al principio del Rosario, y el Gloria también una sola vez al final de todo el Rosario. Las letanías quedarían reducidas y deberían tener un significado ecuménico-bíblico «judeo-cristiano», de tal modo que resulta difícil saber si han sido escritas por un sacerdote cristiano o por un rabino. Véase, por ejemplo:
  • Virgen hija de Sion, Ruega por nosotros
  • Descendiente de Abraham, Ruega por nosotros
  • Gozo de Israel, Ruega por nosotros
  • Honor de nuestro pueblo, Ruega por nosotros
  • Arca de Alianza, Ruega por nosotros
  • Tabernáculo del Altísimo, Ruega por nosotros
  • Virgen de Nazaret, Ruega por nosotros
  • Esposa de José obrero, Ruega por nosotros
  • Madre del Hijo de David, Ruega por nosotros.
   
Las consideraciones sobre los misterios también deberían adaptarse a la consabida «mentalidad moderna», que todos sabemos es judaizante o naturalista.
    
Si este proyecto prosperase –y la acogida que ha recibido el libro de Rossetti en ciertos medios vaticanos nos autoriza a abrigar serios temores–, tendríamos un «Nuevo Rosario» impuesto por el aparato eclesiástico progresista y con ello la relativización y el camino abierto a la destrucción de esta venerable tradición. Porque nada podría impedir que en un plazo más o menos corto, un nuevo innovador más «rosso» que Rossetti, recortase y modificase todavía más los rezos y las letanías. Los fieles tendrían, una vez más, la sensación que todas las prácticas piadosas son inestables, inseguras y en el fondo un mero producto humano y no recibidas con amor y sumisión de la Santa Tradición que nos viene de lo alto y no depende de nuestros gustos, opiniones o variaciones de las condiciones de vida.
   
Todos sabemos que las devociones pueden cambiar, que la extensa gama de sus posibilidades se enriquece con el tiempo, como se enriquece la Iglesia con nuevos Santos y Mártires, pero este enriquecimiento no es nunca una destrucción ni una alteración de lo que ha sido recibido por el consenso unánime y continuado de la Iglesia y de los fieles. Más grave que los cambios mismos, es el espíritu de cambio, la idea de ruptura con el pasado, pues la consecuencia lógica de estas innovaciones es que la Verdad y los Dogmas también son considerados como susceptibles de cambios y adaptaciones.
   
Que Dios nos perdone si nos equivocamos, pero tenemos la sensación de que todo ocurre como si todos estos cambios posconciliares que caracterizan el llamado «aggiornamento», fuesen consecuencia de un plan premeditado conducente a cambiar insensiblemente la religión. Y este cambio responde, a nuestro juicio, a dos ideas directrices que aparecen cada vez más claramente en muchas publicaciones oficiales y privadas. Una es inculcar a los fieles la convicción de que la práctica religiosa, y como consecuencia su base dogmática, es relativa y variable, y depende de las opiniones y necesidades de los hombres o del «espíritu moderno». La otra idea fundamental es hacer que quede relegada a zonas difusas de nuestra mente, todo aquello que afirme insistentemente y claramente los dogmas fundamentales de nuestra fe, en particular la divinidad de Nuestro Señor y sobre todo el dogma de los dogmas: la Santísima Trinidad, que resulta incomprensible para la «mentalidad moderna», y es un obstáculo para el desarrollo del ecumenismo y la unión con las grandes religiones monoteístas: el Islam y el Judaísmo. Por esto se desvía sistemáticamente la atención de los fieles hacia aspectos puramente humanos y filantrópicos, y se habla tanto de justicia social y de desarrollo de los pueblos. El Rosario que contiene en su insistente repetición la declaración del dogma Trinitario y de la maternidad divina de María, hay que reducirlo, poco a poco, a una alabanza de las cualidades humanas de la Madre de Jesús.
    
A los fieles nos compete defender por todos los medios la persistencia y la repetición de estas afirmaciones y no permitir que sea aminorado el interés por los dogmas fundamentales de nuestra Santa Religión que, pese al «sentido ecuménico» en boga, debe separarse y diferenciarse netamente de todas las teorías, sectas y tendencias heréticas que tienen su origen en caducas e incoherentes opiniones humanas, sin valor para los cristianos ortodoxos.
   
Damos aquí un grito de alarma con respecto a este nuevo ataque que parece cernirse sobre una de nuestras más queridas tradiciones, católicas y españolas; tenemos confianza que si los fieles hacen llegar a la Jerarquía su repulsa frente a estos maníacos del cambio, se podrá destruir en sus comienzos esta campaña que vislumbramos.
   
A este respecto recordemos que cuando se publicó el nuevo Ordo Missæ, contenía una definición errónea y semiherética de la Misa, y fue la repulsa de gran número de sacerdotes y fieles, lo que hizo que se corrigiera en una edición posterior el famoso párrafo 7, de la «Institutio Generalis Missalis Romani» del 3 de abril de 1969, que era netamente protestantizante.
   
Un erróneo concepto de la obediencia no debe hacernos olvidar que tenemos derecho a luchar, no a favor de opiniones personales, sino por la defensa de la Tradición y de las tradiciones que algunos «teólogos» desaprensivos quieren destruir llegando a imponer sus opiniones modernistas en Roma. Los fieles tenemos algo que decir en favor de nuestras devociones más queridas.
                                    
Julio Garrido Mareca
7 de octubre de 1972.
Fiesta de Nuestra Señora del Rosario.

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