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viernes, 27 de octubre de 2023

MES DE SANTA TERESITA DEL NIÑO JESÚS – DÍA VIGESIMOSÉPTIMO

Compuesto por el Rev. P. Aniceto de la Sagrada Familia OCD en el año 1925.
   
Por la señal ✠ de la Santa Cruz, de nuestros ✠ enemigos, líbranos Señor ✠ Dios nuestro. En el nombre del Padre, y del Hijo ✠, y del Espíritu Santo. Amén.
   
ACTO DE CONTRICIÓN
Señor mío Jesucristo, con el corazón partido por el dolor que me causan los pecados cometidos contra Ti, vengo a pedirte perdón de ellos. Ten piedad de mí, oh Dios; según la grandeza de tu misericordia y según la muchedumbre de tus piedades, borra mi iniquidad. Mira mi humillación y mi trabajo, y perdona todos mis pecados. Espero de tus bondades que no entrarás en juicio con tu siervo. porque no hay entre los vivientes ninguno limpio, en tu presencia, y que me perdonarás todas mis culpas, y me darás la gracia para perseverar en tu santo servicio hasta el fin de mi vida. Amén.
  
ORACIÓN PARA TODOS LOS DÍAS
¡Oh Jesús! Maestro sapientísimo en la ciencia del amor, que aleccionaste en la escuela de tu corazón adorable a tu pequeñita esposa Santa Teresita del Niño Jesús, haciéndole correr por la senda del amor confiado hasta llegar a la cumbre de la perfección, yo te ruego te dignes enseñar a mi alma el secreto del Caminito de infancia espiritual como a ella se lo enseñaste; para esto vengo en este día a tu soberana presencia a meditar los ejemplos admirables que nos dejó tu regalada Santita. Escucha benigno las súplicas que ella por nosotros confiadamente te dirige. ¡Oh Jesús, si pudiera yo publicar tu inefable condescendencia con todas las almas pequeñitas! Creo que si, por un imposible, encontraras una más débil que la mía, te complacerías de colmarla de mayores gracias aún, con tal confiara por entero en tu infinita misericordia, Mas ¿por qué, Bien mío, deseo tanto comunicar los secretos de tu amor? ¿No fuiste tú solo quien me los enseñaste? ¿Y no puedes revelarlos a los demás? Ciertamente que sí, y puesto que lo sé, te conjuro que lo hagas: te suplico que fijes tus divinos ojos en todas las almas pequeñitas, y te escojas en este mundo una legión de Víctimas pequeñas dignas de tu amor… Dígnate escoger a la pobrecita de mi alma para el número de esa legión y haz, por tu piedad que, atraída por la fragancia de las virtudes de tu esposa, corra por la senda del bien hasta llegar a la perfección del amor. Amén.
   
DÍA VIGESIMOSÉPTIMO – 27 DE OCTUBRE
MEDITACIÓN: ARDORES DEL CORAZÓN
Zelo zelátus sum (III Reg., XIX, 19). El celo de Dios me consume.

La caridad de Cristo cuando se apodera del corazón lo hace partícipe de los sentimientos divinos que animaban el suyo. Aquellos sentimientos revelados en sublimes y profundos conceptos como estos: «Yo he venido a poner ruego en la tierra y he de querer, sino que arda; con sangre tengo de ser yo bautizado; y cómo traigo en prensa el corazón mientras que no lo vea cumplido» (Luc. XII, 50).

De estos sentimientos se hallaba presa el apóstol San Pablo cuando enamorado de las almas decía: «¿Quién enferma que no enferme yo con él? ¿Quién es escandalizado o cae en pecado, que yo no me requeme?» (II Cor. XI, 29); al igual que el apóstol, se cuentan a millares las almas, que, abrasadas en el amor divino, desean anunciar al mundo la nueva de su salvación y les parecen livianos los trabajos soportados en tan notable como saludable empresa. Hermosa corona, formada por las rosas purpúreas de las vírgenes; las encendidas amapolas de los doctores; los azulados lirios de los confesores, es la que adorna la cabeza de la Iglesia depositaria del divino y apostólico celo de Jesucristo y sus discípulos. Y jamás se verá despojada de esa gloriosa corona mientras haya en la tierra un alma que salvar y un pecador que convertir. Según son las circunstancias que rodean a la Iglesia, la divina Providencia suscita almas generosas y valientes que no sientan más vida que la de Jesucristo apóstol corriendo los caminos y estrechos senderos tras las ovejas pérdidas para atraerlas al redil de la felicidad. Toda la vida la consagran a ese fin y mil vidas gustosamente las ofrecieran por la salvación de una sola alma. En los momentos más angustiosos del apostolado, los corazones de estos apóstoles se ven obligados a pedir el auxilio de otros evangelizadores, tocados del mismo espíritu y devorados por el mismo celo. ¡Almas, Señor, almas necesitamos! Sobre todo, almas de apóstoles y de mártires, para que por ellas inflamemos con tu amor a la muchedumbre de pobres pecadores. En su delirio de almas desean centuplicarse en su acción apostólica. «Quisiera, escribe la Santita, iluminar las almas como los profetas y los doctores. Quisiera recorrer la tierra predicando vuestro nombre y plantar, Amado mío, en tierra infiel vuestra gloriosa Cruz. Mas no me bastaría una sola misión, pues desearía poder anunciar a un tiempo vuestro Evangelio en todas las partes del mundo, hasta en las más lejanas islas. Quisiera ser misionera, no sólo durante algunos años, sino haberlo sido desde la creación del mundo hasta la consumación de los siglos.

Sé, Dios mío, que el amor sólo con amor se paga, por eso he buscado y hallado el modo de aliviar mi corazón devolviéndoos amor por amor. He comprendido que mis deseos de abrazar todas las vocaciones y de serlo todo, eran riquezas que podrían muy bien tornarme injusta, por lo cual las he empleado en procurarme amigos. Recordando la oración de Eliseo al Profeta Elías, cuando le pidió el don de su doble espíritu, me presenté ante los Ángeles y la Asamblea de los Santos, y les dije: «Soy la más pequeña de las criaturas; reconozco mi miseria, pero sé también hasta qué punto desean hacer el bien los corazones nobles y generosos habitantes os suplico, pues, bienaventurados habitantes de la Ciudad celestial, que me adoptéis como hija: sobre vosotros solos recaerá la gloria que me hagáis adquirir; dignaos atender mi oración. os suplico que me alcancéis vuestro doble amor. Señor, no me veo con ánimos de profundizar mi petición por temor de vedme agobiada por el peso de mis audaces deseos. Mi única excusa es el título de niña; los niños no reflexionan el alcance dc sus palabras. Sin embargo, si su padre o su madre ocupan un trono y poseen inmensos tesoros, no vacilan en colmar los deseos de esos seres débiles e inocentes, a los cuales aman más que a sí mismos. Por contentarlos cometen todo genero de locuras, llegan hasta hacerse débiles.

Pues bien; yo soy hija de la Santa Iglesia. La Iglesia es reina, puesto que es vuestra esposa, ¡Oh divino Rey de los reyes! No son riquezas ni gloria —ni siquiera la gloria del cielo— lo que anhela mi corazón. La gloria pertenece por derecho propio a mis hermanos, los Ángeles y los Santos. Mi gloria será el reflejo que emanará de la frente de mi Madre. Lo que yo pido es amor. ¡Sólo una cosa sé, Jesús mío, amaros! Las obras ostentosas me están vedadas, no puedo predicar el Evangelio ni derramar mi por mí, y yo, pobre niñita, permanezco junto al trono real; amo por los que combaten. Pero ¿cómo demostraré mi amor, ya que el amor se prueba con obras? Pues bien, la niñita echará flores... embalsamará con su fragancia el trono divino, y con voz argentina entonará el cántico de amor».

Medítese un momento y pídase la gracia que se desea recibir.
   
EJEMPLO: EN FAVOR DE UNA VOCACIÓN SACERDOTAL
Irlanda.

Durante un retiro. un religioso Pasionista muy devoto de Sor Teresita nos relató el favor siguiente que él mismo había obtenido por mediación de la Santita. A causa de una gran dificultad de elocución durante su noviciado fue declarado por sus superiores impropio para el sacerdocio.

En tan dura prueba, la víspera de abandonar el convento recurrió a la Santita diciendo: «¡Oh queridísima hermanita mía!, ¿vais a dejarme marchar?». Y una voz le respondió: «No, no partirás».

Cuando a la mañana siguiente fue a hablar con su superior quedó éste sorprendido de la calidad y claridad de expresión tan rápidamente adquiridas. Interrogado, explicó lo sucedido quedó de nuevo admitido en la Comunidad. milagro persiste: fue ordenado, y hoy es uno de los buenos oradores de Irlanda.

La Santita, para hacer sentir mejor su apostólica intervención. permite de vez en cuando que el antiguo defecto aparezca en las conversaciones familiares de la vida privada.

Relación del Carmen de Kilmacud.

JACULATORIA: ¡Oh seráfica Santita! Haz que, abrasado mi corazón en celo por la gloria de Dios, consuma mi vida para la salvación de las almas.
  
ORACIÓN PARA ESTE DÍA: ¡Oh gloriosa Santita!, que abrasada en el amor de las almas quisiste ser profeta y doctor y apóstol para llevar hasta los confines de la tierra la luz de la fe, a fin de inflamar con tu amor a la muchedumbre de los pecadores, yo te suplico, piadosa intercesora, que me alcances la dicha de tener parte en la obra de la salvación de las almas, al menos permaneciendo, como tú, ante la presencia de Jesús, echando a sus pies las flores de mis pequeños sacrificios, así se consumirá mi efímera vida en las llamas del amor; y para más obligarte, te recordamos tus inefables promesas en favor de tus devotos con las siguientes:
  
DEPRECACIONES
  • ¡FIorecilla de Jesús, que con tus perfumes virginales atrajiste hacia ti las miradas del Esposo divino, haz que nuestras plegarias merezcan la bendición del cielo! Padrenuestro y Avemaría.
  • ¡Virgen graciosa!, que supiste iniciarte en el corazón del Rey celestial, oyendo de sus labios divinos «Todo lo mío es tuyo», haz que se derrame sobre mi corazón la gracia de tu protección poderosa. Padrenuestro y Avemaría.
  • ¡Oh celestial criatura!, que nos prometiste que tus oraciones serían en cl cielo bien recibidas, ruega por nosotros y arroja la abundancia de gracias sobre nuestras almas, como la lluvia de rosas que prometiste hacer caer sobre la tierra. Padrenuestro, Avemaría y Gloria Patri.

ORACIÓN FINAL PARA TODOS LOS DÍAS
¡Oh Jesús! Atraído suavemente por el imán poderoso de tu amor a la escuela donde tus manos graciosas señalan a las almas el camino de la virtud infantil, tomo la resolución de poner en práctica tus enseñanzas a imitación de tu pequeñita esposa Santa Teresita. ¡Oh Jesús divino! Tú, misericordiosamente, te dignaste mirarla, y con solo la mirada de tus ojos claros, serenos, vestida la dejaste de tu hermosura. Dígnate, pues, te lo pido con fe, recompensar este devoto ejercicio, con la dulce y misericordiosa mirada de tus ojos divinos. «Mas qué digo, ¡Jesús mío! Tú sabes muy bien que no es la recompensa la que me induce a servirte, sino únicamente tu amor y la salvación de mi alma». Te lo pido por la intercesión de tu florecilla regalada. ¡Oh querida Teresita! Es preciso que ruegues por mí, para que el rocío de la gracia se derrame sobre el cáliz de la flor de mi corazón, para fortalecerlo y dotarlo de todo cuanto le falta. ¡Adiós, florecilla de Jesús! Pide que cuantas oraciones se hagan por mí, sirvan para aumentar el fuego que debe consumirme. Amén.
  
En el nombre del Padre, y del Hijo ✠, y del Espíritu Santo. Amén.

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