«No andéis, pues, acongojados por el día de mañana; que el día de mañana harto cuidado traerá por sí; bástale a cada día su propio afán» (San Mateo VI, 34).
Crisanto se convirtió al leer los Hechos de los Apóstoles y decepcionarse de las costumbres y ciencias de su tiempo. Su padre, Polemio, intentó recuperarlo al paganismo casándolo con Daría, una virgen vestal. Pero Crisanto logró convertirla al cristianismo, y decidieron vivir en celibato y predicar el Evangelio, convirtiendo a muchos romanos. Arrestados por Numeriano, no pudieron ser inducidos, ni por las amenazas ni por las promesas, a adorar a los ídolos. Viéndolos firmes y dispuestos a morir antes que ofender a Dios, el tirano hizo envolver a Crisanto en la piel de un buey y lo expuso así a los ardores de un sol ardiente; hizo conducir a Daría a un lugar de libertinaje, pero una leona la defendió contra las infames tentativas de sus enemigos. Entonces el tirano los hizo arrojar a los dos en un gran brasero, pero salieron de entre las llamas sin haber experimentado mal alguno. Al final, fueron conducidos a un arenal cerca a la Vía Salaria Nueva y allí enterrados vivos bajo un montón de piedras. Finalizada la persecución, fueron desenterrados, y en el siglo X trasladados a la catedral de Reggio.
MEDITACIÓN SOBRE LA JORNADA DE UN CRISTIANO
I. Comienza el día con la oración de la mañana y termínalo con el examen de conciencia; todos los días asiste a la Santa Misa, haz por lo menos una corta lectura espiritual, sé fiel a tus prácticas de devoción para con la Santísima Virgen; todos los días encontrarás tiempo suficiente para tus negocios. ¿Cómo cumples tus ejercicios de piedad? ¿Cómo pasas los días de tu vida? Cuando a la noche encuentres que nada hiciste por Dios durante el día, di llorando: «¡Ay!, he perdido un día que podía haber hecho de mí un santo y me hubiera podido procurar una gloria eterna!».
II. Al levantarte, dite a ti mismo: «He aquí, acaso, el último día de mi vida; si estuviera seguro que habría hoy de morir, ¿cómo emplearía esta jornada?» Durante el día, al empezar tus acciones, eleva de vez en cuando tu corazón a Dios. Dile: «Es por Vos, oh Dios mío, que trabajo y que sufro; concededme la gracia de que termine bien lo que emprendo y de que no os ofenda». «Que toda mi vida os pertenezca, me ofrezco a Vos por entero» (San Agustín).
III. Al examinar tu conciencia, hazte estas preguntas: «¿Qué virtudes he practicado hoy y qué pecados he cometido? ¿Qué fue de los placeres que gocé y de los honores que recibí? ¿Qué me queda de ellos? Y, al contrario, ¡qué alegría experimentaría si hubiese hecho o sufrido algo por Dios!». Piensa, por fin, que tu sueño sea acaso para ti el sueño de la muerte y tus sábanas la mortaja con la que serás sepultado. «La podredumbre será tu cama y los gusanos tu vestidura» (Isaías).
El buen empleo del día. Orad por los Obispos.
ORACIÓN
Haced, benignamente, Señor, que vuestros mártires San Crisanto y Santa Daría intercedan por nosotros, a fin de que tributándoles nuestros humildes homenajes, experimentemos los efectos de su constante protección. Por J. C. N. S. Amen.
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