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miércoles, 3 de enero de 2024

EL GRILLO CONTRA EL CALENDARIO

Traducción del artículo publicado en LA NUOVA BUSSOLA QUOTIDIANA.
   
DE CONTE A COMTE: EL OBJETIVO DE LA GUERRA DEL CALENDARIO DE GRILLO ES EL CRISTIANISMO
El pretexto es la eficiencia, el verdadero motivo es hacer barridos identitarios. Detrás del último truco del comediante-político se esconde la obsesión habitual de los revolucionarios de ayer y de hoy: crear un “nuevo tiempo” para el “hombre nuevo”.
   

«Noviembre tiene treinta días / con abril, junio y septiembre / hay uno de veintiocho / todos los demás tienen treinta y uno»: la canción infantil de los meses es demasiado complicada para Giuseppe Piero “Beppe” Grillo Tieghi, que en su blog concluyó el año 2023 con el grito de ¡Reformemos nuestro tiempo!, proponiendo un calendario de 13 meses idénticos, de 28 días cada uno, más un período de recuperación. El comediante y político aspira a superar las irregularidades de los actuales meses y semestres, pero sobre todo a dejar atrás «un esquema anacrónico, nacido bajo una sociedad precientífica, teocrática, con una economía feudal, que no nos simplifica la vida en nada». El actual calendario gregoriano (culpable entre otras cosas de llevar el nombre de un Papa, Gregorio XIII), a su vez una evolución del calendario juliano (de Julio César), no debería, sin embargo, dar paso a un improbable calendario “Grillano” o Grillino que decir quisiera, ya que originalmente la propuesta no es “harina de grillo” (que, además, este tío no desdeña).
   
El calendario gregoriano sería sustituido por el calendario “comtiano”: precisamente con la m, no con la n, ya que Grillo no se refiere aquí a Giuseppe Conte sino a Auguste Comte, que teorizó este calendario uniforme y (presuntamente) eficiente, pero sobre todo libre de influencias religiosas y anacrónicas. El padre del positivismo construyó su modelo sobre el año fijo de 364 días (precisamente: 13 por 28) teorizado por el sacerdote italiano Marco Mastrofini. A cada mes Comte dio los nombres de personalidades de la historia, entre las que se encontraban también Moisés y San Pablo, aunque reducidos al rango de “santos laicos”. Sin embargo, el año positivista no tuvo continuidad, como recuerda Grillo, resumiendo la génesis de ese modelo, reformulado y simplificado en 1902 por el inglés Moses B. Cotsworth, quien dejó los nombres actuales de los meses, aunque reducidos a 28 días, insertando ellos entre junio y julio uno creado ex novo, llamado «Sol» y el día de recuperación a final de año.
   
Todos los meses iguales, todas las semanas iguales, de modo que cada fecha se repite el mismo día de la semana, eliminando «la confusión que provocan meses con distinto número de días, simplificando la gestión del tiempo, la elaboración de presupuestos y la planificación para particulares, empresas y organizaciones», y facilitar “informes financieros, procesamiento de nóminas y gestión de inventarios». De hecho, el único lugar en el mundo donde se aplicó este modelo fue la Eastman Kodak Company, histórica empresa del sector fotográfico, que hizo uso interno del mismo entre 1928 y 1989 con las ya mencionadas pretensiones de eficiencia y funcionalidad (por cierto, similares a los adoptados por la ley italiana n.º 54 de 1977 que abolió varios días festivos, incluida la Epifanía, que luego fue reintroducida) y siempre con la dificultad asociada de interactuar con el mundo entero que seguía un calendario diferente.
   
Por lo tanto, no se podría llamarlo una simple "grillada”, ya que en la ONU se sueña hoy como se soñaba en los años 1920 en la entonces Liga de las Naciones, cultivando la piadosa ilusión de unir al mundo uniformando el tiempo. Y despertando la oposición judía, como lo recordó en el Washington Post Shoshana Akabas, quien escribió: "Era trabajo de mi tatarabuelo detenerlos». Su abuelo, Arthur I. LeVine, fue enviado a Ginebra en 1931 por los líderes judíos, temerosos, con razón, de que el día extra insertado al final del año hiciera desaparecer la semana y con ella el carácter sagrado del sábado: «La idea de que la caída del sábado en miércoles enfureció al mundo judío», que puso de relieve las cuestiones críticas también a nivel secular y precisamente haciendo referencia a la experiencia de Kodak. Pero no sólo el mundo judío, ya que en el debate también intervinieron los Adventistas del Séptimo Día y la Santa Sede. «El intento de crear algo que funcionara para todos se había convertido en algo que a casi nadie le gustaba», escribe Akabas, quien revela que después de décadas encontró «un ejemplar de Éxodo en la estantería de mi abuela. Dentro había una inscripción del rabino Hertz: “Para Arthur LeVine, un compañero de lucha en la batalla del sábado”».
   
Ráscate, ráscate, que siempre es el punctum dolens sobre el que vienen a golpear todas las “revoluciones del calendario”, desde la francesa hasta las de estilo soviético: las fiestas y en particular las religiosas. El nuevo calendario supondría «una armonización de los días festivos, el día extra añadido como festivo a final de año traería un día de celebración universal, contra cualquier tipo de discriminación religiosa y promoviendo la unidad global», explica Grillo quien, su bondad, al menos abandona la división tradicional en siete días, mientras que los revolucionarios franceses habían introducido las décadas precisamente para abolir la odiada “semana judeocristiana” [sic], además de cambiar completamente los nombres de los meses (ventoso, brumario, termidor…) y “decapitar” tanto las fiestas como las cabezas. Aquí se evidencia una de las diferencias entre los calendarios que se desarrollaron orgánicamente (el cristiano fue básicamente injertado en el romano) y los creados en la mesa de dibujo para que el hombre nuevo pudiera vivir también en un tiempo “nuevo”, marcado artificialmente para hacer un barrido limpio de su identidad histórica, cultural y religiosa.
    
Intentos extremos, que fracasaron a lo largo de algunas décadas, pero que actúan como bandera para un vaciamiento más gradual y por tanto más incisivo: si Occidente mantiene el calendario gregoriano e incluso –al menos por ahora– la datación “de los años de Cristo”, pero ha ido perdiendo progresivamente su significado. Los ejemplos serían en vano, hay tantas fiestas cristianas (Navidad en particular) cuyo significado se desconoce y sólo se conoce la duración, hasta el punto de que permiten tomarse unas vacaciones o un fin de semana largo. No pocos estarían de acuerdo con Grillo al decir que el mundo ha cambiado, declarando la guerra a cualquier «esquema anacrónico». Renunciemos entonces, junto con el calendario, también al inmenso patrimonio literario y artístico que se remonta a aquella denostada «sociedad precientífica y teocrática». Dejemos de lado todo esto y en ese tan cacareado “día universal de celebración” nos contentaremos con leer el blog de Beppe Grillo.

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