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miércoles, 26 de junio de 2024

SAN PELAYO, MÁRTIR DE LA CASTIDAD


San Pelayo nació en Albéos (Galicia) en el año 911, y era sobrino del obispo Hermogio de Tuy, que fue hecho prisionero en la batalla de Val de Junquera entre los reyes cristianos y el emir de Córdoba Abderramán III en el año 920. Pelayo también acabó siendo prisionero del rey musulmán al cambiarse por su tío que quedó en libertad.
   
Durante tres años y medio, Pelayo permaneció como prisionero de Abderramán III. Sus compañeros de cautiverio cuentan que su comportamiento era “casto, sobrio, apacible, prudente, atento a orar, asiduo a su lectura”. Solía discutir también con los musulmanes sobre temas religiosos y pudo vivir en paz en prisión hasta que Abderramán III se encaprichó de él.
    
Durante un banquete, Abderramán III prometió concederle todos los honores si apostataba y se convertía en uno de sus mancebos:
«Niño, te elevaré a los honores de un alto cargo, si quieres negar a Cristo y afirmar que nuestro profeta es auténtico. ¿No ves cuántos reinos tengo? Además te daré una gran cantidad de oro y plata, los mejores vestidos y adornos que precises. Recibirás, si aceptas, el que tú eligieres entre estos jovencitos, a fin de que te sirva a tu gusto, según tus principios. Y encima te ofreceré pandillas para habitar con ellas, caballos para montar, placeres para disfrutar. Por otra parte, sacaré también de la cárcel a cuantos desees, e incluso otorgaré honores inconmensurables a tus padres si tú quieres que estén en este país».
Pelayo respondió decidido:
«Lo que prometes, emir, nada vale, y no negaré a Cristo; soy cristiano, lo he sido y lo seré, pues todo eso tiene fin y pasa a su tiempo; en cambio, Cristo, al que adoro, no puede tener fin, ya que tampoco tiene principio alguno, dado que Él personalmente es el que con el Padre y el Espíritu Santo permanece como único Dios, quien nos hizo de la nada y con su poder omnipotente nos conserva».
Abderramán III no obstante, más enardecido, pretendió cierto acercamiento físico, tocándole el borde de la túnica, a lo que Pelayo reaccionó airado: «Retírate, perro. ¿Es que piensas que soy como los tuyos, un afeminado?», y al punto desgarró las ropas que llevaba vestidas y se hizo fuerte en la palestra, prefiriendo morir honrosamente por Cristo a vivir de modo vergonzoso con el diablo y mancillarse con los vicios.

Abderramán III no perdió por ello las esperanzas de seducir al niño y ordenó a los jovencitos de su corte que lo adularan, a ver, si, apostatando se rendía a tantas grandezas prometidas. Pero él se mantuvo firme y permaneció sin temor proclamando que sólo existe Cristo y afirmando que por siempre obedecería sus mandatos.

Abderramán ordenó entonces que lo torturaran y, suspendido de las rejas para recibir el suplicio destinado a los esclavos y criminales, que consistía en ser descuartizado en vida; los miembros despedazados del niño santo fueron arrojados al Guadalquivir.

«¡Oh martirio verdaderamente digno de Dios, que comenzó a la hora séptima, y llegó a su cumplimiento al atardecer del mismo día! El santísimo Pelayo, a la edad aproximada de trece años y medio, sufrió el martirio según se ha dicho, en la ciudad de Córdoba, en el reinado de Abderramán, sin duda un domingo, a la hora décima, el 26 de junio en la era de 963 [925]».
  
Sus restos fueron rescatados por los fieles y enterrados en el cementerio de San Ginés y su cabeza en el de San Cipriano de Córdoba, hasta el año de 967, cuando bajo el rey Ramiro III se los trasladó al monasterio de San Pelayo en León; dieciocho años más tarde, para evitar profanaciones, fueron exhumados y llevados al monasterio benedictino de Oviedo para ser sepultados. La historia de Pelayo se propagó enseguida y ya en el 962 había despertado el entusiasmo de la famosa poetisa Hroswitha (Roswita), abadesa de Gandersheim, quien narró los incidentes del martirio en hexámetros latinos.
   
ORACIÓN
Omnipotente y eterno Dios, que eliges lo flaco del mundo para confundir lo fuerte; concédenos con benignidad que los que te confesamos admirable en tu mártir San Pelayo, por su intercesión experimentemos los efectos de tu poderoso socorro. Por J. C. N. S. Amén.

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